El candidato perdedor, se ha negado a reconocer la victoria de Biden y ha decidido esperar los fallos de numerosas demandas interpuestas en los tribunales de los estados y anunció que, en caso de que fueran adversos, recurriría ante la suprema corte donde cuenta con la mayoría de dos tercios de sus miembros, como efectivamente lo hizo.
Estos inusuales acontecimientos, ponen al desnudo la crisis de la democracia y la obsolescencia del sistema electoral, orgullo, durante más de 160 años, del país más poderoso del mundo. En este vetusto sistema, la ciudadanía no elige con su voto directo al presidente, sino que delega su autonomía en 538 compromisarios que van al colegio electoral federal en representación de cada estado, de los cuales, 270 como mínimo, eligen el presidente. Se trata de un sistema profundamente antidemocrático, en donde un reducido grupo de delegatarios sustituye la voluntad de los electores. En la verdadera democracia, la ciudadanía asiste a un proceso de debate de ideas y programas y de manera autónoma deciden votar por la política y el programa del candidato o candidata con cuyas ideas y propuestas se identifican.
En Estados Unidos, Wall Street, las poderosas multinacionales, el capital financiero, la asociación del rifle, los medios de comunicación que manipulan la opinión y el complejo aparato militar, son quienes, con sus multimillonarios aportes económicos, deciden cada cuatro años quien será el presidente de ese país. No se trata de una democracia sino de una plutocracia, es la danza de los millones, el poder del gran dinero el que decide los destinos del pueblo norteamericano. Ellos son los que controlan el partido del orden y sus dos brazos, el demócrata de derecha y el republicano de extrema derecha, son quienes eligen al gobierno que ha de administrar sus grandes negocios, son los verdaderos amos de la “democracia más perfecta del mundo”. Al pueblo lo colocan ante un dilema de hierro, o votan rojo, o votan azul, no permiten terceras opciones. Los norteamericanos no conocen del pluralismo político, porque no han vivido una verdadera democracia.
Los resultados electorales demuestran la profunda polarización política que vive el imperio más poderoso del mundo, el crudo enfrentamiento que se percibe por la disputa de poder entre partidarios del nacionalismo, el proteccionismo y el unilateralismo encabezados por Trump y, los globalistas, partidarios del libre comercio y el multilateralismo controlado, encabezados por Obama, de quien afirman los analistas que Joe Biden es apenas su secretario. Dos modelos que se disputan el liderazgo interno para restaurar la decadente condición de gran potencia hegemónica mundial de los EE. UU.
La derrota de Trump significa un golpe al ultranacionalismo, al injerencismo monroista y a la diplomacia del unilateralismo en el campo internacional, aplicado durante su mandato, con su estrategia anti globalista, para declarar la guerra comercial a la gran potencia China, abandonar los acuerdos de Paris sobre el cambio climático, romper, no solo los acuerdos de desnuclearización con Irán, sino sancionarlo y bloquearlo económicamente, igual que a Rusia, China, Cuba y Nicaragua, promover y financiar el golpe de estado en Bolivia, bloquear, financiar incursiones mercenarias y promover golpe de Estado en Venezuela; así como como en Guatemala , Brasil, Paraguay y en los países de Europa del Este. El abandono del multilateralismo trajo como consecuencia que, durante su cuatrienio, los EE. UU. quedaran en una desventajosa situación política de aislamiento internacional, profundizaran su crisis de gran potencia, y que redujeran su cuestionada hegemonía a depender cada vez más de su aterrador poderío nuclear y militar, que también le disputan Rusia y China.
Significa además un golpe al racismo estructural contra los afroamericanos, hispanos y todas las minorías de inmigrantes, contra quienes alentó y ejecutó una política de xenofobia y maltrato abierto, a la supremacía del imperio blanco y la mentira como forma de gobierno, al sexismo y al autoritarismo en pleno furor. Donald Trump promovió la represión a las protestas ciudadanas, de manera especial, a los afroamericanos, colmando las calles de fuerzas policiales, a quienes alentó en su actuación criminal. Este presidente superó a campeones de la reacción política, como Ronald Reagan. Sin embargo, esta presidencia imperial se conectó con la casi mitad del país, expresando de manera confusa la realidad distorsionada de la división de clases, credos religiosos e intereses económicos y culturales.
Su actitud indolente, irresponsable e irrespetuosa frente a la crisis sanitaria generada por la pandemia que ha golpeado duramente al pueblo estadounidense, al punto de ser hoy, el primer epicentro del contagio mundial, con más de 15 millones de contagiados y cerca de 300.000 fallecimientos, al restarle la mayor importancia a la agresividad del virus, negarse a adoptar políticas de salud pública, como las cuarentenas y el uso de protocolos recomendados por la OMS, para atenuar los estragos de la pandemia y privilegiar el salvamento de la economía y los grandes negocios, a costa del desprecio por la vida de sus conciudadanos/as, provocó gran indignación entre la población y le restó popularidad a tal grado que incidió altamente en su derrota.
Con el supremacismo de Trump y su política represiva, el racismo camaleónico volvió por sus andadas con la bestialidad policial asesinando negros y reprimiendo las movilizaciones de la clase trabajadora, inmigrantes, latinos y de otras nacionalidades. Pero, en esta ocasión, como no se veía desde los asesinatos de Martin Luther King, Malcolm X, Stokely Carmichael y centenares de activistas en los años sesenta del siglo pasado, el asesinato del ciudadano afronorteamericano George Floyd, fue el detonante de la magnífica rebelión desatada que se extendió por varios meses a centenares de ciudades, para enfrentar la peste racista, a pesar la pandemia.
Retornó el poder negro en la protesta callejera y en la acción electoral para detener al malvado gobernante. El impacto de esta rebelión fue decisivo, como lo reconoció Biden con su fórmula vicepresidencial, Kamala Harris. En el discurso del triunfo distinguió el papel de los afronorteamericanos, igual que a las mujeres y los ambientalistas. Superar el racismo es el gran desafío para reconstruir la unidad de la nación. Algo que hay que englobar con el combate al feminicidio, la distribución de la renta nacional y meter en cintura al voraz capitalismo defendido por la élite bipartidista.
Joe Biden ganó a pesar de él mismo. Es un político de carrera, un gestor de la diplomacia internacional intervencionista; es también supremacista y racista, copartícipe de las siete guerras declaradas por Obama a países del oriente medio y decisivamente aliado del sionismo israelí. Además, un promotor decidido de la guerra contra la droga, ese fracaso, recientemente reconocido por la comisión legislativa del congreso norteamericano, que pagamos caro en Colombia. Tal como se exhibió en la campaña, el nuevo presidente es una mediocridad diáfana, made in usa.
En la derrota de Trump fueron decisivas la postura de las izquierdas, el liderazgo de Bernie Sanders y otras connotadas personalidades del mundo de los derechos humanos, del arte, el periodismo y la opinión pública. Ya se oyen las voces de los centristas exigiéndole a Biden lejanía con los puntos del programa que la izquierda posicionó, al igual que de su protagonismo en la campaña. Sin esta poderosa fuerza, tan decisiva en el triunfo del Partido Demócrata no habrá posibilidad genuina de enfrentar la avalancha de las derechas que han cerrado filas en torno al símbolo mayor de la intolerancia y el clasismo disfrazado, porque, ¡oh ironía!, Trump y los republicanos se han declarado partidarios de los trabajadores contra Wall Street en una operación de demagogia cuyos resultados les han sido favorables.
El anuncio de un nuevo trato a Cuba debe conducir al desbloqueo de este país por Estados Unidos. Lo propio debe ocurrir con Venezuela y Nicaragua. No se trata de volver a la política exterior de Obama, que dejó la herencia de siete guerras internacionales. Se trata de avanzar en la paz. Son mínimos que hay que exigirle al nuevo gobierno. Al igual que un cambio en la diplomacia frente al gobierno colombiano, basado en el respeto a los derechos humanos y la paz.
Los pueblos del mundo deben exigir que el nuevo presidente, tal como lo ha prometido, reincorpore a Estados unidos en los acuerdos sobre el cambio climático y de la OMS, restablezca los acuerdos firmados, con el aval de la ONU y la UE, con Irán. Que, además, se comprometa con una solución pacífica y negociada del conflicto palestino-israelí, se garantice el derecho a la autodeterminación de los pueblos, cese las guerras y agresiones de ese poderoso país contra los países del medio oriente, en fin, que acate las reglas del multilateralismo y el derecho internacional de la paz, para asegurar relaciones de igualdad, sin injerencia de ninguna especie, entre la comunidad de las naciones.
Biden tendrá que aceptar que gobernará una potencia cuyo poderío imperial ha entrado en decadencia, porque nuevas potencias, como China y Rusia en mayor grado, han entrado en la disputa geopolítica mundial; disputa que, de no ser tratada con la diplomacia de la paz, siempre tendrá a la humanidad al filo de una nueva guerra mundial. No hay posibilidades de su retorno al trono de única hegemonía del mundo.
Al interior del país, tendrá que dar respuesta a las reivindicaciones de los afroamericanos, los movimientos feministas, los inmigrantes y de las clases trabajadoras, planteadas en las grandiosas movilizaciones de este año, cuyos votos fueron decisivos para derrotar a Trump. De manera urgente debe enfrentar la crisis sanitaria causada por el contagio masivo del coronavirus; esencialmente, debe solucionar la ausencia de una política pública en salud que permita atacar de manera efectiva la pandemia, a la cual pueda acceder toda la población estadounidense, dado el fracaso del servicio privado y los altos costos en vidas que ha tenido que pagar la población, principalmente negra, latina y los más pobre del país. El incumplimiento de estos puntos del programa de los de abajo, estimulará la tendencia a la radicalización, la polarización y la reactivación de las luchas sociales expresadas en este año que termina.
Posdata. Nota bene. Donald Trump perdió todas las acciones judiciales, tanto las numerosas demandas ante los tribunales de los estados de la unión que le fueron negadas por falta de pruebas, como la interpuesta ante la Corte Suprema, integrada por mayoría republicana, por el gobernador de Texas contra los estados de Georgia, Pensilvania, Míchigan y Wisconsin y respaldada por 22 estados gobernados por republicanos, alegando fraude pre electoral, que también fue negada por unanimidad, por considerarla “poco seria y carente de pruebas contundentes”.
Ayer 14 de diciembre se reunió el Colegio Electoral y ratificó por 306 votos, contra 232 a Joe Biden como nuevo presidente de los Estados Unidos. Pero, Trump, que no ceja en su empeño de dar golpe de estado judicial, acusó de cobardes a los 9 miembros de la suprema corte y anunció nuevas demandas.
Queda en pie y en curso la profunda crisis social y política que atraviesa el poderoso imperio de los estos Unidos
José Arnulfo Bayona, el artículo fue redactado por mí, pero es el resultado de una discusión colectiva de integrantes de la Red Socialista de Colombia
Foto tomada de: https://cadenaser.com/
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