Lo que no creo llegar a ver, Señor Musk, es su estampa en las camisas de los jóvenes libertarios de mañana – como lo hicieron y lo hacen con el Che, y Bob Marlen –. Quizá se vea en el pecho de la millonada de jóvenes sumisos que están por nacer bajo el régimen autoritario y global de la libertad absoluta para el empresariado que intenta fundar con su fortuna descomunal.
Las cuatro letras de Musk se han convertido en algo semejante a un logo que compite exitosamente con los de marcas de consumo masivo tan prestigiosas como Nike, Coca Cola, MacDonald’s, Windows, Apple, o Red Bull, con una ventaja larga: ninguna de ellas se refunde con el nombre y la figura de su dueño, como sucede con Tesla, Espace X, Starlink, o X. Es otra fortuna que esas letras no necesiten diseño para posicionarse en la memoria, y reforzar la imagen de un hombre todavía joven de mandíbulas fuertes, blanco, creyente, angloparlante y sonriente, que no cesa de ser noticia en la TV, en Time Square, en tapas de revistas y diarios en todo el mundo, y en la pantallas de los teléfonos móviles.
Semejante despliegue hace pensar que nadie se propuso antes la proeza de marcar una época con su nombre. Repaso los mapas de memoria, y encuentro que Alejandro, César, Gengis Khan o Carlos V, a pesar de la enorme escala de los dominios que gobernaron, parecen modestos bocetos de lo que Usted está a punto de conquistar sin usar la espada o el mosquete, sin comandar ejércitos que invaden naciones y convierten a cañonazos la vida de los pueblos en una miserable pesadilla. Ellos lo hicieron dirigiendo un Estado o un imperio político y militar; Usted lo hace en su nombre, sin necesidad de gobernar ningún territorio.
Como lo veo, puede suceder que antes de una década consolide un poder personal tan poderoso y vasto como nadie entrevió antes; así haya que derogar Estados y suplantar autoridades transfronterizas para someter al control de sus reglas a miles de millones de ciudadanos de varias lenguas y culturas, y a las formas no descubiertas de vida en la Luna y Marte… a donde dirige su ambición desmedida y estrafalaria.
Maye, su buena y educada madre, para esquivar las sospechas sobre las sombras de su riqueza y sus intenciones, dice que “los multimillonarios siempre parecen culpables”. Y generalmente lo son, al menos de alguna fechoría con la que arruinaron un competidor, y luego hicieron olvidar con el éxito de sus fortunas advenedizas. Así lo corrobora la evidencia mundana, y lo tienen dicho Balzac, Bertolt Brecht y Sartre, que supieron diagnosticar nuestra sociedad burguesa.
La cuestión es que su éxito los ha superado a todos, incluidos sus inmediatos predecesores y sus contemporáneos. John D. Rockefeller y Henry Ford, figuraron hace un siglo entre los más ricos en la era industrial sin haber alcanzado el poder de controlar la libertad de la población de naciones enteras, o amenazar la autonomía de algún Estado. Necesitaban la cooperación, no el enfrentamiento con los poderes públicos, pese a haber llevado el capitalismo a un peldaño superior con la fabricación de mercancías en línea, y convertido para siempre a la sociedad en consumista.
El descubrimiento de la internet hizo verdaderamente universal el mercado, y aparecieron Gates, Zuckerberg y Bezos, con un poder invisible e irresistible para husmear en la intimidad de todas nuestras preferencias, e inducirlas hacia la compra de cuanta cosa útil, caprichosa o fútil buscamos con gula de consumidores compulsivos, obteniendo pagos desde todos los rincones del mundo sin límite horario, como jamás sucedió. Con semejante flujo de caja, por primera vez hay quienes pueden comprar todo cuanto se ponga en venta. Y usted ahí, señor Musk, planeando absorberlo todo, controlarlo todo.
La cuestión, señor Musk, es que la formación de inconmensurables riquezas al galope de los avances de la ciencia y la tecnología, no trajeron la armonía humana que sus mentores prometieron, porque, aun los inventos que fueron imaginados con las intenciones más humanitarias, terminaron convertidos en mercancías inaccesibles para la gran población, y marginada de sus beneficios. De hecho, algunos avances de la ciencia, como la bomba de fisión, se ha usado como arma y nos ha puesto más de una vez en la cornisa de la extinción total. Creo que Usted es consciente de esa eventualidad fatal, y planea que algunos podrán escapar de ella colonizando Marte, mientras acrecienta su capital.
Usted confirma nuestros temores de que marchamos a una nueva pesadilla social, a una oscura distopía, de la que su imagen será el emblema final, según creo. Hablo de su compañía Espace X con sus cohetes, y los proyectos de colonizar Marte para extraer sus minerales. Una colonización de pobres diablos altamente especializados que “humanizarán el paisaje” mientras arriba Usted y los humanos que seleccionará, pues de otro modo no será.
Su proyecto marciano – que aplauden los inversionistas de su tamaño –, me parece aterrador, porque con su silencio complaciente, la sociedad internacional está autorizando a una corporación a iniciar un proceso que puede causar grandes desequilibrios ecosistémicos, económicos, políticos y militares. Una iniciativa privada que Usted publicita con la bandera de la libertad empresarial, y sólo traerá mayores desigualdades entre naciones y personas, pues visto está, que un imperio económico no se expande para democratizar las bondades del crecimiento.
Aparte del daño a la vida humana que no puede descartarse. Porque, si es cierto que la vida imita el arte, su temeraria aventura industrial no está exenta de terminar como la de Allien, el Octavo pasajero (Ridley Scott, 1979). En ese film que inauguró la estética del género, la Corporación Minera que financia el viaje de la nave que regresa a la tierra con 20 millones de toneladas de minerales de un lugar situado fuera de nuestra galaxia, maniobra la computadora central de la nave y la conduce a un planeta que emite señales de una forma de vida extraterrestre. Al enterarse de las características mutantes del alienígena que se ha colado a la nave, despreciando el sacrificio de la tripulación, la Corporación ordena su traslado a la tierra para investigar sus posibilidades de uso como arma. El plan empresarial resulta frustrado por la única sobreviviente de la tripulación, que después de subir a un vehículo auxiliar hace explotar la nave creyendo acabar con la criatura, aunque luego tendrá que matarla arrojándola al espacio cuando descubre que viajaba con ella a la Tierra. Sé que es una invención, pero esa pesadilla me asedia como una probabilidad.
Tipos como yo, señor Musk, temerosos de lo desconocido, y desconfiados de las promesas de progreso que anuncian los grandes monopolios, repudiamos todo proyecto de conquistar otro mundo, evadiendo el deber de cuidar el nuestro. Y creemos que una aventura interplanetaria que puede desatar alteraciones orgánicas terrestres – haciendo a un lado la bestia alienígena –, no debería tolerarse a los particulares en aras de la libertad de los negocios. Hasta Usted, la “conquista espacial” se la han abrogado las grandes potencias con fines beligerantes. La idea de que el control espacial convierta al sujeto que lo logre en un emperador universal, también me perturba. Orwell no deja de recordar, cómo un dictador sin los recursos del internet, el láser y la robótica, sometió la población de Oceanía a su control absoluto, valiéndose de la fuerza estatal, el adoctrinamiento y la vigilancia, para gobernar sin opositores.
Siendo un hecho comprobado que nos vigilan y manipulan desde los sistemas de conectividad, imagino lo que los organismos secretos de seguridad de los Estados que son sus aliados de negocios, hacen y podrán hacer con los medios a su alcance, y las tergiversaciones que han causado y seguirán causando en la composición política de ciertas naciones.
Y me pregunto si su compañía Neuralink ha dicho toda la verdad sobre el objetivo final de su programa de tratamiento cerebral con inserciones de chips. ¿No aspira a crear androides capaces de trabajar en las minas acá o en Marte? Porque no es difícil ver que será el mayor negocio en su futuro. Tal vez con ellos desaparezcan los contratos de trabajo y los fastidiosos sindicatos; pero no creo que se ponga a salvo de las revueltas de los “Replicantes” contra Usted, como ocurre en Blade Runner (Ridley Scott, 1982). Porque, al parecer, la simiente de la rebeldía contra el control de libertad personal es tan tenaz, que puede brotar en las máquinas. Es algo que no desmiente la Inteligencia Artificial, AI, que conoce bien en Tesla, y por su participación en Open AI.
Hablando de libertad, el problema es que la idea que tiene de ella es la misma de la Corporación de Allien: Una empresa no puede perder una ventaja estratégica por el riesgo que corra un grupo – la tripulación –, ni desactivar una operación por la simple posibilidad – no demostrada a priori –, de que la humanidad puede sufrir daño. Mutatis Mutandis, es lo que gente como Usted lleva en los tuétanos. Por ello desestiman con burlas las alertas sobre el cambio climático por efecto de la actividad transformadora, porque afecta sus planes; y se convierten en agitadores públicos contra la ciencia, y los que se atrevan a exigir a sus inversiones y empresas el sometimiento a las leyes de un país. Al capital supranacional le resulta intolerable cualquier limitación a “la libertad” para crear empresa, empleos y riqueza.
Cuando los abogados se atascan, se recurre al enfrentamiento político con la estrategia de proclamarse libertarios, y colocar a los gobernantes contra las cuerdas de la democracia liberal. Usted mismo, señor Musk, asumió el papel de defensor universal de la libertad, y le sale al quite a quien se atreve a cuestionar su libertad, que cree absoluta. Entonces desafía a la Corte Suprema de Brasil que ordenó a su empresa X cerrar ciertas cuentas, y se proclamó pomposamente “defensor de la libertad hasta el absolutismo”, cuando en realidad encubría las actividades ilícitas de los partidarios de Bolsonaro contra el gobierno de Lula Da Silva.
Sus declaraciones sobre la libertad son una paradoja, o una falsedad. Pues también ha predicado la consigna de extirpar de la faz de la tierra la “simiente venenosa” del socialismo, lo que dice que para esas ideas no hay libertad; se opone furibundo a la libertad de las personas de elegir su opción sexual; y rechaza que las mujeres usen el aborto como un derecho de su libertad corporal.
Aliados suyos como Trump, Biden, Sunak, Bolsonaro, Milei o Netanyahu, y ciertos personajes locales, consideran que sólo hay libertad donde no se fijan límites a las necesidades de expansión del capital, y a la ambición incontrolada de poder de los grandes propietarios. De hecho, su empresa Starlink ha situado más de cinco mil satélites a baja altura en un apretado cinturón de metal con los que ofrece conectividad a mayor velocidad y cobertura, sin requerir licencia de ninguna autoridad, y sin que los organismos multilaterales se extrañen.
Se me ocurre que Usted encarna el sueño sombrío del poder absoluto sobre latitudes conocidas y desconocidas; y creo que su nombre será vinculado a esta edad que parece caracterizarse por la superación del dominio del capital financiero, y mutar a un nuevo modelo de capitalismo aún sin nombre.
Como puede ver, señor Musk, no soy nada optimista sobre esos tiempos que anuncia. Me anima saber que no veré llegar los cargamentos con nuevos minerales y sustancias para transformación en cualquier cosa práctica, o en una nueva arma. No me entusiasma vivir en un mundo en el que dicen hayan desaparecido los males congénitos y se garantice la juventud, si el régimen no asegura los derechos de mi individualidad. Porque, precisamente, en vigencia de un régimen dictatorial, el sentirse uno mismo reluce como la única señal de libertad, contraria a la que Usted proclama, claro está. Sigo pensando que, quienes lleguen a conocer esos días, vivirán una pesadilla semejante a las que nos ha enseñado el cine. Y no pierdo la fe en que, para entonces, la rebelión de Blade Runner también sea posible; o que una serie de catástrofes interplanetarias arruinen su emporio, o una alianza de naciones lo detenga.
Álvaro Hernández V
Foto tomada de: France 24
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