La lectura del periódico envilece al que no embrutece
Nicolás Gómez Dávila
Hace un par de días el presidente Petro afirmó que la sociedad colombiana ha sido embrutecida por RCN y Caracol. La derecha se sintió insultada en su labor educadora y sus medios prepagados reaccionaron de inmediato manifestando el malestar. Blu Radio reaccionó con una encuesta en la que hacía una pregunta aún más general: “¿Usted cree que los medios de comunicación embrutecen, tal y como lo dice el presidente Gustavo Petro? Opine”. Resultado: 77.027 votos: 55.460 personas (72%) dijeron que sí, y solo el 28% (21.567) afirmó que no.
La encuesta les salió por la culata y la opinión del presidente fue corroborada en esa votación. La escasa formación de la mayoría de periodistas que ocupan el espectro radioeléctrico y las ondas magnéticas de la televisión no parecen darse cuenta de cuán vulgares han llegado a ser; tampoco se avergüenzan de su condición. Están en todas partes y se sienten autorizados a opinar de todo. La materia de este oficio se ha extendido tanto que se ha vuelto inabarcable y casi incorregible.
Claro que en Colombia existe una cantidad aceptable de personas honorables dedicadas admirablemente a este oficio. Gonzalo Guillén, Julián Martínez, Daniel Coronell, Andrea Aldana, Paola Ochoa o Juliana Ramírez hacen parte de este grupo de rarezas periodísticas. El periodismo de carácter judicial ha avanzado en importantes investigaciones y, por su objeto y finalidad, se ha convertido en una rama que ha sacado más ventaja si se compara con otros campos del periodismo relacionados con el deporte o la farándula. En general, el periodismo hoy no alcanza ni siquiera a ser reportería, pues esta al menos busca informar de manera exhaustiva y verídica algún suceso, evento o noticia, recopilando información de fuentes diferentes. El periodismo está en vías de extinción, pues las facultades que antes ofrecían este oficio como profesión se han ido convirtiendo en facultades de comunicación social y han, cuando mucho, conservado en sus programas la palabra periodismo solo como un nombre. Basta con leer las vagas descripciones con que algunas universidades expresan la finalidad de esta carrera en sus respectivas páginas Web. Por ejemplo, la Universidad del Valle ofrece un programa de comunicación social que “se propone formar profesionales capaces de comprender los procesos de la comunicación y los problemas que de allí se derivan, así como de proponer estrategias acordes con las necesidades y demandas de la sociedad colombiana”. Pero la situación es aún peor, hoy asociamos la labor del periodismo con el trabajo que realizan locutores, presentadores, panelistas y opinadores reunidos en torno a una mesa de trabajo en la que solo hablan de trivialidades.
Hasta no hace mucho, el periodismo no era oficio de profesionales sino de literatos. Nuestros limitados maestros contemporáneos de la pluma literaria han tratado de incursionar en el terreno actuando como publicistas a través de una columna que forzadamente escriben semana tras semana para liberar su verborrea. Basta con leer a un Héctor Abad, un Mario Mendoza, o a un William Ospina, estos máximos obstáculos de la rectitud literaria colombiana, para ver lo que es el periodismo soso y la anécdota trivial publicados como libro. Por el contrario, muchos buenos escritores, filósofos y literatos, fueron buenos periodistas precisamente porque eran buenos ensayistas. Albert Camus, K. Marx, Ortega y Gaset, García Márquez, Vargas Llosa, Luis Tejada, entre muchos otros, honraron con sus plumas la labor del periodista. Balzac, por su parte, que se lanzó al proyecto de dirigir un par de revistas, quiso plasmar una visión del periodismo en el que la literatura, la política y las opiniones personales no podían separarse. Para La Chronique de Paris y La Revue Parisienne, sus principales proyectos periodísticos, quiso rodearse de personajes como Víctor Hugo, Theófilo Gautier y otros ilustres escritores. No obstante, en Las Ilusiones perdidas, Balzac retrata el papel de la prensa y la publicidad y la falta de independencia de las publicaciones. Una dependencia funesta que comercializaba intereses, malograba talentos, alquilaba plumas y faltaba a la belleza y la verdad. “Sólo yo estaba en posición de decir la verdad a nuestros periodistas y hacerles la guerra a ultranza”, escribía en una carta a su querida Hanska. Balzac denunció en el periodismo la falta de verdad, pero también la vanidad, la incompetencia intelectual, la banalidad y los mezquinos intereses económicos y políticos que guiaban la acción el periodista.
El comunicador social de nuestra época es presa de la infocracia, prefiere la malicia que el razonamiento, y se sirve de la información como de un instrumento de poder para conquistar campos enteros de la realidad política, económica y social. Rafael Gutiérrez Girardot afirmó en una entrevista que “el ensayo ha decaído por la sencilla razón de que todo lo que se publica y lee en Colombia es televisivo y periodístico”. La prensa colombiana, en su intención de moldear un público mediocre que escasamente lee titulares y noticias breves, promueve “lo que es fácil y no exige pensamiento” (Gutiérrez, 2004). En otra entrevista, 10 años más tarde, afirmó: “No se puede olvidar que lo que se puede llamar la clase dirigente de El Tiempo tiene un interés fundamental en mantener el nivel cultural de Colombia a ras de tierra” (Gutiérrez, 2014). Fernando González, “el mago de Otraparte”, ya había afirmado mucho antes en un libro suyo publicado en 1936 y titulado Los negroides: “Si amáis la cultura, el liberalismo y la individualidad, destruid “El tiempo”… Los bobitos de “El espectador”, toda la actual Bogotá huele como el gran lupanar de Pompeya” (González, 1995, p.78).
Y es que lo que hoy es llamado periodismo por las empresas que producen, distribuyen y ponen a circular información, es en realidad un activismo ramplón de mercaderes y agitadores tendenciosos y parcializados que han convertido el periodismo en un arma de guerra para proteger poderosos intereses económicos y defender o atacar proyectos políticos según les resulten adversos o beneficiosos. Esta prensa, personificada en la mediocridad farandulesca de una Vicky Dávila, de un Néstor Morales, de un Luis Carlos Vélez, o una Darcy Quinn, etc., encabeza hoy un derechismo obsceno, inmundo e inmoral que, basado en un supuesto derecho absoluto de expresión, invocan una idea de libertad que no consiste tanto en decir todo lo que piensan, sino en no tener que pensar en absoluto todo lo que dicen.
Diana Saray, de Caracol Radio, que se presenta como abogada y periodista, hace poco señaló al aire desde un micrófono que la ONG Centro Oriente (que en realidad no es ONG, sino una fundación que articula a organizaciones sociales) era el brazo político del ELN en Arauca. Esa afirmación bastó para ponerle una lápida a uno de sus integrantes, pues Josué Castellanos fue asesinado a los dos días de que la periodista y abogada hubiera lanzado esa acusación. Después de este asesinato, la periodista y abogada salió a afirmar que dicha ONG estaba indignada por el hecho de decir públicamente que “en Arauca se afirmaba que tenían afinidad ideológica con el ELN”. Además de haber mentido sobre sus palabras iniciales, la señora periodista justificó su afirmación en un rumor que utilizó como su fuente: “En la región todos los señalan de”, es decir, sin tener necesidad de más sintió que su “investigación” podía respaldarse con un chisme y eso le bastó para disparar la noticia desde su micrófono. Este tipo de sicariato informativo no es nuevo en el país, por el contrario, por décadas la prensa dominante ha señalado con su dedo el lugar donde podría ir la bala.
“El estado moderno fabrica las opiniones que recoge después respetuosamente con el nombre de opiniones públicas” (Gómez Dávila, 2022). Muchos de los grandes crímenes contra la sociedad, la cultura y la política cometidos en Colombia en las últimas tres décadas los tiene el periodismo sobre su conciencia. ¡Por supuesto que los medios de comunicación embrutecen en Colombia! Pero no solo eso: degradan, envilecen, pervierten, corrompen, auspician y violentan.
David Rico
Foto tomada de: Las2orillas.com
Maribel says
La verdad y toda la verdad!
Daniel Camargo says
La Nueva Prensa de Alberto Zalamea vale la pena contar su experiencia durante el Frente Nacional, su ahogamiento publicitario y censura