En realidad las bases de estas proyecciones no son del todo claras, máxime cuando apenas se presenta a aprobación el proyecto de reforma rural, la ley de tierras sigue en debate y las zonas Zidres y de reserva campesina tienen más descensos que consensos, ni empresarios ni campesinos, ni sindicatos en el país han podido ponerse de acuerdo sobre las bases de actuación de un nuevo y necesarios modelo productivo y de desarrollo para el campo.
Sin embargo, volviendo a las bases de las proyecciones que vislumbran auges en el mundo rural, las cuentas alegres que se vienen haciendo deben analizarse con cuidado. En efecto, el sector ha venido mostrando en esta década unos crecimientos importantes después de pasar por un período crítico entre los años 2008 y 2010 donde el decrecimiento promedio fue del 0.3% anual. Entre los años 2011 y 2016 el crecimiento promedio anual fue del 2.8%, cuando la economía como un todo lo hizo al 4.2% promedio año. En el período anterior a la crisis, es decir, entre los años 2001 y 2007 el crecimiento promedio anual fue del 3.1%, como se ve, mayor que el registrado en estos últimos años.
Así las cosas, esto visto en el conjunto no es bueno, ya que el sector sigue perdiendo participación en la estructura económica, es decir, aunque ha vuelto a ganar en producción, la economía lo sigue haciendo de forma más rápida, dejando al sector con el mismo rezago histórico que lo ha venido conduciendo hacia la desruralización y por ende a la pérdida de empleos y, lo que es más grave aún, a no ser una alternativa de futuro para los jóvenes que prefieren emigrar y olvidarse de la tradición agropecuaria en sus territorios. Dicho en otras palabras, el crecimiento del sector aun es escaso frente a la economía como un todo, y con base en este comportamiento no es posible identificar que las nuevas fuentes de trabajo sean lo suficientemente importantes como para soportar la reducción del desempleo nacional.
En el caso del empleo las cifras van por similares caminos. A septiembre, el país registró una tasa de desempleo del 9.2%, cuando un año atrás fuel del 8.5%, con una tasa de ocupación del 58.2% contra una del 58.7% en septiembre de 2016. Las tasas de desempleo, tanto subjetivo como objetivo, sumaron a septiembre del año pasado el 36.5% mientras que este septiembre de 2017 fue del 35.6%. El empleo total presenta por lo tanto unas condiciones al deterioro, aunque es cierto también que ante los escenarios de poco crecimiento que ha presentado el país el impacto sobre el mercado laboral no ha sido significativo.
En el sector rural (centros poblados y rural disperso) la tasa de desempleo a septiembre comparado fue del 5.6% en el 2016 al 5.3% en 2017; pero la tasa de subempleo subió del 37.8% al 39.2%. Llama la atención en las cifras que la población inactiva rural disminuyó en 65.000 personas. Estas situaciones necesariamente deben estar marcadas por las buenas condiciones presentadas en la cosecha cafetera y, es de esperarse, por las mejores perspectivas frente a la evolución del sector rural en su conjunto. Ahora, lo realmente trascendente sería que este comportamiento pasara de ser coyuntural a adquirir matices estructurales, y para esto se requieren de nuevas políticas y decididas intenciones del sector privado por invertir en el mundo rural
De otro lado, y analizando el período julio-septiembre, al observar la particularidad del sector agropecuario como un subconjunto rural y en las zonas identificadas como centros poblados y rural disperso, se tiene que presentó un aumento en el número de ocupados de 152.000 personas, que explican el 78% del aumento del empleo en el sector en el total nacional. Estos son sin duda resultados relevantes para el sector, pero hay que considerar la calidad propia del empleo, es decir, el número de ocupados subió pero también el número de subempleados subjetivos (118.000), que son aquellos quienes sienten que su empleo presenta Insuficiencia de horas, es inadecuado por competencias o inadecuado por ingresos.
No se trata, obviamente, de buscar la caída en el análisis prospectivo positivo que algunas instancias del país quieren presentar frente al sector rural y en particular al tema agropecuario. La idea es mostrar como este panorama es contradictorio con la expectativa del campo como nuevo motor del crecimiento, del desarrollo y por ende del empleo. Es decir, mientras el crecimiento del sector no es relevante frente a la economía ni frente a sus propios datos históricos, el empleo si presenta movimientos importantes que deben convertirse en elementos estructurales y no que respondan a coyunturas de cosechas y/o producciones específicas.
Pero como esto debe convertirse en una realidad, las políticas públicas requieren volcarse hacia el mundo rural y potenciarlo en sus diferentes dimensiones, de lo contrario los temas de crecimiento, empleo, tierras y desarrollo rural se convertirán en demagogia, en la nueva locomotora que le seguirá el curso a las demás que se le vendieron al país y hoy están en rezagadas de incluso de los discursos oficiales; es decir, se corre el riesgo de que la ilusión por lo rural se quede en la nada, a alimentar las frustraciones de un Gobierno que acordó en La Habana hacer del campo una fuente de riqueza y de buena vida para sus gentes, pero que aún como nación no lo tenemos claro.
JAIME ALBERTO RENDÓN ACEVEDO: Director Programa de Economía, Universidad de La Salle
Noviembre 1 de 2017
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