Las clases subalternas, por definición, no se han unificado y no pueden unificarse mientras no puedan convertirse en “estado”: su historia, por tanto, está entrelazada con la de la sociedad civil, es una función “disgregada” y discontinua de la historia de la sociedad civil y, a través de ella, de la historia de los estados o grupos de estados”. Antonio Gramsci, Apuntes sobre la historia de las clases subalternas. Criterios de método, en: Antonio Gramsci. Escritos políticos III, p. 359.
“Así quedó la pinta del León de Greiff, gracias a quienes nos apoyaron, sin las manos de todos no hubiera sido posible. Hoy 9 de abril de la memoria histórica, rendimos homenaje a nuestras heroínas. Post de Dennis Gómez Villareal.
“La Universidad Nacional…No es espacio para la violencia. Rechazo la toma del edificio de Rectoría. Hago un llamado a la sensatez y al cuidado de la UN.” Edna Bonilla, exsecretaria de educación, en la alcaldía de Claudia López.
La primera parte de este ensayo, construido por etapas en una coyuntura en evolución, el Colapso del Autoritarismo, se movía sobre un doble carril para mostrar el devenir del proceso político colombiano en dos escenarios indicativos de larga duración.
El fin principal era rastrear y registrar hitos representativos de las luchas democráticas de los jóvenes universitarios, un grupo subalterno de especial relevancia cualitativa, con centro y punto de quiebre expansivo en el despertar de la multitud en trance de modernidad a lo largo de la primera mitad del siglo XX.[1]
Al hacer aquel examen, destacaba que por un carril rueda la revolución democrática que animan los subalternos,[2] y dentro de ellos los jóvenes, en pluralidad diversa y distintiva. En particular, a partir de que los subalternos son interpelados como pueblo digno,[3] que da contenido a una sociedad civil abigarrada, constituida su personalidad compleja por un encuentro de culturas y tradiciones que se expresan en el folklore y el sentido común.
Agolpándose en las urbes, en precarias condiciones de salubridad y educación básica, responden a los llamados de paz, justicia social y democracia del controvertido líder de multitudes Jorge Eliécer Gaitán, cuya conmemoración de su asesinato, el pasado 9 de abril, nos sirve como fecha que actualiza la memoria histórica de las clases subalternas de Colombia.[4]
Esta vez, en las ceremonias de grado de la Facultad de Derecho y Ciencia Política de la Nacional, el 10 de abril, se otorgó grado simbólico a dos estudiantes de derecho desaparecidos, uno de ellos, Orlando, bajo los dictados del estatuto de seguridad del presidente Turbay.[5] Intervino Nancy, la hermana de Orlando García Villamizar,[6] recibió el documento como miembro del Colectivo 82 y Asfaddes, que reivindica por 42 años la memoria de 11 estudiantes de las universidades Nacional y Distrital, asesinados sin rastro de sus cuerpos hasta hoy, entre el 4 de marzo y el 13 de septiembre de 1982.
De esta violencia instituida y sistemática que liquida a los opositores, producto endémico de un orden excluyente y racista ha sido responsable el país político,[7] que es cultor cuasi permanente de la violencia como método de gobierno. Erigió una república,[8] con algunos paréntesis de legitimidad, y casi ninguno de hegemonía, [9] es decir, sin dirección de los gobernados por el bloque de poder dominante.
Por el otro carril avanza y se destaca el devenir de una corriente subalterna, el sector de los intelectuales, miles de ellos que se forman en las universidades públicas y privadas, en el acceso fragmentado a la modernidad en Colombia.[10] Aprovechan los espacios de la educación pública superior, siempre precaria en cobertura y deficitaria en presupuesto, que es complementada entonces por el negocio de la educación privada que crece como hongos a su alrededor por aquellas décadas.
En particular, se atiende al activismo del estudiantado, y la protesta de la clase media urbana que quiere ascender en la escala de la movilidad social, bloqueada por las castas heredadas desde la colonia, que asiste y se forma en las universidades para profesionalizarse y cualificar su fuerza de trabajo en la neocolonialidad regida por la hegemonía estadounidense.
Esta corriente primigenia está afectada, primero, por dos hechos de significación política, en el largo plazo, por el fin de la guerra de los mil días que impuso la hegemonía conservadora; y luego, el quiebre de ésta, debido al triunfo en las urnas del liberalismo, una corriente que ya había moderado los impulsos del radicalismo, y da cabida a una institucionalidad aclimatada para un convivio bipartidista, más un programa con aspectos socializantes que no impone por la fuerza de las armas sino de tibias reformas a la propiedad privada.
Ahora bien, en términos de reforma intelectual y moral, en parte, esta población forjada en las escasas instituciones de educación superior que existían en los años 30 y 40, heredó la publicística de la reforma de Córdoba que rompe lanzas contra la universidad premoderna.[11] A estos antecedentes se unieron luego las luchas de los años sesenta y setenta,[12] que le dieron a la praxis universitaria el horizonte de la acción política antiimperialista y el socialismo.
El reclamo más sentido era el desmonte del Frente Nacional, que era calificado de oligárquico, con oligopolio bipartidista, y con el uso de un régimen de dictadura civil donde la herramienta consuetudinaria era el estado de sitio. Liberales, socialistas y comunistas, pronto vieron la aparición de otras corrientes ideológicas de izquierda marcadas con la impronta del internacionalismo, las que proclamaban la lucha armada como única vía para construir un orden político alternativo.
La universidad en y para la guerra se auto-organizaba en la resistencia, bajo los códigos y el lenguaje de la clandestinidad, conspiraba y hacía trabajo de base. La lucha callejera regular y la muerte de estudiantes creció en las calles, y en el monte también, para quienes abandonaron el estudio y empuñaban las armas por la causa de la revolución.[13]Hubo también ajusticiamientos de exmilitantes tan prominentes como Jaime Arenas, autor del libro La guerrilla por dentro. Los años setenta fueron el tiempo del nacimiento de la guerrilla urbana, y el M19 fue la más espectacular interlocución con la nueva clase media estudiantil, profesional y los sindicatos independientes que combatieron las trincheras y casamatas de la sociedad civil tradicional aterida por la represión, y golpeada por el desastre financiero de las UPACs, y los “cacaos” fugitivos.
El inicio de los años setenta vio la irrupción de un movimiento universitario reformista que cortó con la corriente de la lucha armada, y se dispuso a la lucha civil, y anunció su participación en elecciones, la organización juvenil más censurada y proscrita con violencia simbólica y física fue la JUPA, la organización juvenil del MOIR, dirigida en la Universidad Nacional por Marcelo Torres, quien sufrió arrestos y varios meses de cárcel.
El detonante fue la represión sufrida por el movimiento universitario y popular en Cali. En febrero de 1971, cuando se había convocado al primer encuentro nacional universitario, con una clara actitud de rechazo a la injerencia financiera en la universidad pública, y se convocó a una manifestación que exigía la renuncia del decano de economía. Está terminó en una reacción armada de las fuerzas del orden con varios muertos. Siguió un llamado a un paro nacional de solidaridad que abarcó con el correr de los días a todas las universidades, y nutrió de contenido al llamado Programa Mínimo de los estudiantes colombianos.
El jardín de las delicias y los horrores
“En nombre de la campaña a la rectoría y en el mío propio hacemos un llamado a la comunidad universitaria para que las manifestaciones convocadas en el marco del proceso de designación del Rector de la Universidad Nacional de Colombia continúen siendo pacíficas, respetuosas de las diferencias y destinadas a fortalecer la democracia interna.” Leopoldo Múnera, 20/03/24.
En este clima de lucha y protesta se produjo una reforma en el gobierno de la universidad pública. La Nacional experimentó el cogobierno, con paridad de estudiantes y profesores en su gobierno autónomo. Duró pocos meses, y en sus sesiones que ha recordado un exrector, tenían que estar protegidas por una guardia armada de palos, de los ataques de las facciones de izquierda contrarias al cogobierno, iniciativa que dio como triunfadores a listas de la Jupa y de los ML.
Se dañó el carro de Luis Carlos Galán, el ministro de educación que asistía a aquellas deliberaciones inéditas. Hubo también la salida física del ex rector Fonseca censurado por sus actos de gobierno, a quien un piquete de estudiantes puso en un bus de transporte público para que abandonara la Ciudad blanca. Al poco tiempo el cogobierno se acabó por orden gubernamental.
De estas luchas de la generación del estado sitio, seguida por la guerrilla urbana y su desmantelamiento, – a punta de detención, juicios sumarios, tortura y desapariciones -, produjo la ruralización de la principal guerrilla que reclamó un neopopulismo de izquierda armada, el M19, que quería conquistar el poder y romper con la barrera de la resistencia en el proceso de la revolución democrática de ancestro jacobino.
Entonces en los años ochenta se produjo el encuentro de las expresiones guerrilleras de los años sesenta, Farc-Ep, Eln y PCML-Epl con guerrillas de despegue urbano, el principal M19, que se atrevió a convocar un Congreso por la Democracia, que fue bloqueado, y vino la operación fracasada de copamiento del Palacio de Justicia, para pasarle cuentas al gobierno reformista de Belisario Betancur.
Se ensayó el experimento de la Coordinadora Nacional Guerrillera que se atrevió con la presencia de jóvenes clandestinos, que alimentaban las redes de apoyo a la insurgencia subalterna. Convocó un evento público en el Coliseo Cubierto, dando loas a la lucha revolucionaria armada se dejaron oír. A lo que siguió represión y nuevas capturas.
En paralelo, las mafias del narcotráfico copaban espacios urbanos y rurales de la economía legal. Los carteles de Medellín, con los primeros criminales héroes que querían hacer política, Pablo Escobar y Carlos Ledher probaron suerte, y fueron reprimidos. En esta vorágine murió asesinada la dirigencia principal del reformismo liberal, vinieron en escalada los asesinatos de Luis Carlos Galán y Rodrigo Lara Bonilla.
Hubo una contra-reforma cultural, antimodernista, la cultura narco que relanzó los corridos de la revolución mexicana para “endiosar” a los anti-héroes y sus “hazañas” coronando cargamentos ya no de mariguana sino de cocaína. Estuvieron de moda los carteles de Medellín y de Cali que rivalizaron por los mercados ilegales, y terminaron sus dirigentes eliminándose, hasta fracturar sus estructuras de organización y mando.
Esta es la juventud que nace en los noventa, y se hace mayor en los dos mil, y es la que prueba sus nuevas armas retóricas y su tránsito de la universidad de las armas a la construcción de la paz, luego que la principal insurgencia subalterna intentó una negociación de paz en San Vicente del Caguán que equivocó su comprensión de la coyuntura. Pensó que la hegemonía de la sociedad civil se derivaba de sus triunfos militares en el campo, con las sucesivas derrotas infringidas al ejército y la policía nacionales.
El proceso de paz se terminó, incursionó la fuerza injerencista del imperialismo estadounidense a través del Plan Colombia,[14] que con el pretexto de combatir el narcotráfico dedicó millones de dólares, y parque militar obsoleto cosechado durante la guerra fría para interceptar y combatir a la insurgencia de las Farc-Ep. La obligó a recular a comienzo del tercer milenio, y replegarse a sus frentes de defensiva estratégica, con la llegada ofensiva del gobierno de la seguridad democrática, que hizo célebre al gobernador de Antioquia, constructor de las bases del régimen parapresidencial[15] en el laboratorio de Antioquia y Córdoba.
Fue el tiempo de radicalización universitaria que se unió, en más de una forma, al llamado a las armas y a preparar ejercicios de copamiento de las grandes ciudades, anunciadas por el partido Comunista Clandestino que fracturó las bases del PC tradicional, y la Universidad Nacional y Distrital en menor medida vivieron esos rompimientos espectaculares, así como jornadas de solidaridad con las luchas de los subalternos sociales.
De aquellos encuentros y desencuentros nació la MANE, que sin embargo no logró desaparecer la corriente civilista que no aceptaba las coordenadas de la guerra, sino que insistía en el tiempo de la hegemonía en los espacios universitarios. Las organizaciones rivales cohabitaron y lucharon por la conducción de las mayorías estudiantiles. Pero la arremetida del pacificador neoliberal los unió a todos en una gremial que los abarcó a todos, en lo fundamental, tres tendencias principales, FEU, ACEU y OCE, que fueron afectadas por los centralismos principales en Bogotá y Medellín, y el menosprecio de los regionales.
En todo caso probó su fuerza de resistencia en lucha contra la “reforma” neoliberal de la administración Santos, que pretendió completar en materia de apertura económica, el proyecto de autofinanciación de las universidades públicas en el campo de la formación cultural, intelectual y científica, que según lo dispuesto en la ley 30 de diciembre 28 de 1992, la define como “un derecho de la persona y un servicio público que tiene una función social.”[16]
Esta ley que reconoció el derecho fundamental a la educación superior nunca lo garantizó,[17] pero sí aceptó y reguló en parte la autonomía universitaria, con presupuesto y gobierno propios para las instituciones de educación pública superior estableció una regla presupuestal insuficiente a todas luces, y, peor aún, casi nunca atendida.[18]Aquella decisión se hizo extensiva, en más de un cincuenta por ciento, a la creciente franja de las universidades privadas.
Pero la MANE no resultó ser apta para ejercer una fuerza destituyente primero, y luego llevar la reforma democrática de la Nacho, lo que suponía luchar en dos frentes: la nación, y el gobierno universitario autoritario. Eso sí, enfiló baterías para lograr la solidaridad de otros sectores sociales en conflicto, pero encalló con ejercicios sectarios en los espacios regionales que dieran alas definitivas a una reforma democrática que conquistara el derecho fundamental a la educación pública. Pero, en cambio, dio fuerza también a las reivindicaciones de las principales corrientes del feminismo que incubaron en las universidades, y se pronunciaron contra el patriarcado dentro y fuera de las organizaciones de la izquierda, clandestina y abierta.
La nueva generación del 2010
Desde la desobediencia civil pacífica…trabajaré por una constituyente universitaria que permita transformar las universidades públicas del país, e impedir que las oligarquías académicas sigan orientando el rumbo de la educación superior colombiana. Es el momento de organizar entre estudiantes, profesores y pofesoras, egresad@s, y trabajador@s espacios alternativos de decisión para resistir, con toda legitimidad a la forma de gobierno impuesta.” Comunicado de Leopoldo Múnera, 22/03/2024. Ver U. El Observatorio de la Universidad Colombiana.
El movimiento de la MANE abrió las puertas a una revolución cultural molecular en los estilos de la vida en todos sus ámbitos privados e íntimos, y se juntaron con las banderías en defensa del aborto, como ocurría en otros países de América. Esto ocurría con fuerza definitiva treinta años después que en el resto del mundo. Lo cual era indicativo de la precariedad de nuestra modernidad atravesada por tantas trampas y cortapisas.
Se potenciaron también las minorías étnicas y sexuales, que en cierto modo tenía reconocida existencia en el articulado de 1991, pero ahora estaban potenciadas en la calle, y con presencia no solo contestaria en los movimientos sociales que incluyeron sus reivindicaciones.
Este es el humus en que crece la acción reivindicativa de la MANE, y el acto de construir y reconstruir sobre lo construido, sobre su referente temporal más cercano, el movimiento del 71, no conocido del todo, que no ha adquirido todavía el carácter de nutriente fundamental del nuevo sentido común universitario. A la vez tiene que enfrentarse con los nuevos lenguajes de la izquierda que descentran la atención de núcleos clásicos de su lucha, y exploran el significado práctico de las epistemologías del sur, y la novedad de las luchas indígenas y comunales.
De esta manera, hoy estamos en presencia de la prueba de fuego para los nuevos herederos de la MANE y del Cogobierno, la generación del 2010. Este conjunto abigarrado, de múltiples orígenes, es el que ahora protagoniza el nuevo ciclo de luchas que tienen un gran punto de encuentro en las universidades cuando sus reivindicaciones y desencuentros sacuden la estructura del SUE, en reclamo de una modificación presupuestal ante el hundimiento del proyecto de universidad empresa y la supuesta bonanza neoliberal, con el efecto del crecimiento por goteo.
Estos son los jóvenes que, en la Universidad Nacional, el núcleo activista más firme, se siente frustrados por el resultado obtenido en la designación de rector, asfixiados por una estructura de gobierno autoritario, y cuestionan de modo radical ese método. El bloque de poder tradicional que, además, es consciente del riesgo de ser derrotado, por el cambio de un gobierno de impronta progresista, presidido por Gustavo Petro, demandó secreto y una metodología de eliminación del candidato favorecido por el triple apoyo del gobierno sumado al voto de los jóvenes.
Lo cual se traducía en un empate cuatro a cuatro, que reventó la supuesta fórmula de la gobernabilidad, que no gobernanza universitaria, que empezó a ensayarse desde los tiempos de la contra-reforma académica en materia de gobierno universitario bajo la orientación de Antanas Mockus, un matemático con antecedentes libertarios, quien llegó a ser rector de la Universidad Nacional, haciéndose célebre por inusitados desplantes públicos que cooptó y transformó las fórmulas clásicas de participación política.
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[1] Es lo que denomino de modo general, el despegue del curso tortuoso de la revolución democrática en Colombia en cuya conducción se prueban con inconsecuencia e interrupciones, liberales, socialistas y avanzadas comunistas, quienes ganan presencia, primero, en la intelectualidad y luego en los demás grupos sociales subalternos en tránsito a la modernización capitalista, parcial, fragmentada, dependiente.
[2] Los grupos subalternos es una noción de relevancia analítica que incorpora Antonio Gramsci, en la escritura de sus Notas de los Cuadernos de la cárcel; de modo puntual, en el Cuaderno 25, Apuntes sobre la historia de las clases subalternas. Criterios metodológicos. Ver Antonio Gramsci. Escritos Políticos (1917-1933). Cuadernos de Pasado y presente 54. 2a. edición modificada. Siglo XXI editores. México, 1981, pp: 359-361.
[3] Y no, por ejemplo, interpelado como inepto vulgo, calificativo que les endilgaba Laureano Gómez de modo despectivo Ver La catenaria del sufragio inorgánico: “…hasta llegar a la base, la más amplia y nutrida, que soporta toda la pirámide y está integrada por el oscuro e inepto vulgo…”
[4] Ahora, recuerda también a las víctimas de la prolongada guerra social que padecemos.
[5] Decreto 1923 de 1978, puesto en práctica por el ministro de defensa Camacho Leiva
[6] Articuló un diálogo personificando la voz de su hermano ante un auditorio de 1500 personas, el día que fue capturado por agentes del F2, de una cafetería en las cercanías de la universidad, donde tomaba café, a raíz del cierre de la ciudad blanca por orden del gobierno.
[7] Como prueba no única están los testimonios, y documentos de diversa índole consignados en los 11 volúmenes publicados por la Comisión de la Verdad, y que vienen circulando y de directo acceso al público.
[8] Luego del triunfo en las guerras de Independencia, 1810-1826.
[9] Como prueba de este aserto están las contadas reformas emprendidas o dejadas a mitad de camino en procura de la igualdad social entre los colombianos. Prueba fehaciente de lo consignado es el tenor literal del art. 13 de la Constitución, “El estado promoverá que la igualdad sea real y efectiva…”
[10] Revisar el trabajo del sociólogo uruguayo Germán Rama, publicado en la década de los setenta.
[11] Hegemonizada por España y su aparato escolar con predominio eclesiástico. Funda universidades y establece una normal superior que luego se convertirá décadas adelante en la Universidad Pedagógica Nacional.
[12] La etapa de los rectores policía, y la disciplina militar dentro de los campus. La Nacho en Bogotá fue el modelo para garantizar la disciplina en las aulas.
[13] Bajo las duras condiciones de la vida guerrillera, y el orden vertical de los mandos militares empezaron las deserciones, los regresos a las ciudades, y los replanteamientos.
[14] El debut contra-reformista neoliberal del “demócrata” Bill Clinton, dispuesto a poner orden en su patio trasero después del hundimiento de la Iniciativa de las Américas que quería ensayar un nuevo Mediterráneo en el Océano Atlántico.
[15] A través de las Convivir cuyo espaldarazo legal lo dio el gobierno liberal de Ernesto Samper, venido del ala reformista que lideró Alfonso López Michelsen en los años sesentas y setentas y que fue derrotado por el populismo de derecha del general Rojas Pinilla en las urnas.
[16] Así lo dispone el artículo 67 de la Constitución Nacional. De otra parte, el mismo artículo señala que “La Nación y las entidades territoriales participarán en la dirección, financiación y administración de “los servicios educativos estatales”, en los términos que señalen la Constitución y la ley”. (comillas internas del autor)
[17] Aunque paradójicamente también la define como “servicio”.
[18] Así lo documentó el rector Víctor Manuel Moncayo, cuando hizo las primeras cuentas de cuánto se adeudaba a la Universidad Nacional de Colombia durante su rectorado de fines de los 90.
Miguel Ángel Herrera Zgaib, PhD, Profesor asociado, Ciencia Política, Universidad Nacional. Director Grupo Presidencialismo y Participación.
Foto tomada de: Cambio Colombia
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