Dice el refrán popular “que de lejos se ve más claro”. Escribo este Calicanto desde Berlín, cerca de 9.500 kilómetros distante de Bogotá, quizá por eso veo con mayor nitidez el vértigo político que arrastra a Colombia. Es el vértigo del agujero negro de las confrontaciones y las descalificaciones. De la búsqueda desesperada de la oposición por precipitar la ilegitimidad presidencial, más allá del bloqueo a su ya limitada gobernabilidad. Es un agujero en que vivimos los colombianos atrapados y extraviados, desde la cuna hasta la tumba, por maniqueísmos atizados por sectores radicales de la derecha y la izquierda. Maniqueísmos que nos impiden escucharnos y reconocernos por seguir liderazgos que han convertido este paraíso de la biodiversidad en un infierno de la enemistad. Lo hacemos perpetuando cada generación odios y venganzas en nombre de fantasmagorías criminales camufladas de política. Ayer fue la Violencia, oculta bajo sectarismos de conservadores y liberales, que degradaron sus partidos a bandas criminales.
Hoy asistimos a otra vorágine de violencia, donde ya es casi imposible distinguir entre la codicia y la rebelión, lo legal y lo ilegal, lo legítimo y lo ilegítimo, pues las economías criminales irrigan generosamente la política, las finanzas, los mercados y el consumo, contaminando y corrompiendo toda la vida social. Las ideologías se han desdibujado a tal extremo, que hoy son los supuestos revolucionarios quienes secuestran la libertad y aplican la pena de muerte en nombre del “pueblo” y la “justicia social”. En medio de semejante vértigo, se me ocurre imaginarme y proponer otros espacios y escenarios que posibiliten encuentros para conversar, reconocernos y eventualmente concertar objetivos comunes. Así parezcan escenarios ingenuos e irrealizables, especialmente para quienes tienen certezas mortales y/o prejuicios entrañables. Pero también para quienes han degradado la política a carnavales electorales de corrupción y consideran que el Estado es una casa de subastas para hacer buenos negocios y/o un palacio para exhibir sus vanidades y delirios de grandeza. Para todos ellos, y sus entusiastas seguidores, desde la extrema derecha, el “centro” y la extrema izquierda, van las siguientes apreciaciones sobre sus certezas mortales y prejuicios entrañables, de las que por cierto nadie está a salvo.
Certezas Mortales
Las certezas mortales son verdades incuestionables, creencias, principios y dogmas sin las cuales, quienes las profesan, perderían sus identidades personales y hasta el sentido de vivir. Con fundamento en ellas siempre están dispuestos a ofrendar sus vidas, pero sobre todo las de los demás. Lo hacen con la mejor buena conciencia, pues están seguros que les asiste la justicia y la razón. Sus certezas suelen invocar a la Patria y la Revolución. Quienes las tienen piensan que todos los demás viven en el error. Un error derivado de ideologías falsas, de origen foráneo, que representan intereses mezquinos y creencias fanáticas. Por ello, no vale la pena escuchar a esos contradictores, mucho menos conversar con ellos, pues son irrazonables, fanáticos, nunca van a cambiar, es perder el tiempo desgastarse emocionalmente con ellos. Más bien, lo que se debe hacer –aconsejan– es ignorarlos y si éstos persisten en desafiar sus certezas e intereses, entonces se debe enfrentarlos y refutarlos con radicalidad, sin contemplaciones, pues el error de sus creencias y falsas ideologías genera confusión y desorden en la vida social. Incluso, de ser necesario, deben ser erradicadas esas ideas con sus portadores, ya que solo así se preserva la cohesión y la convivencia social.
De esta forma, en defensa de esas certezas y la Verdad, llegamos al horror de la intolerancia, la caza de brujas, el decreto de censura de prensa y la presencia irreversible de la violencia, la guerra y la muerte. Casi, sin darnos cuenta, con tantas certezas, las propias y las de otros, terminamos matándonos. En ello se nos va la vida. Llevamos más de 60 años auspiciando o disparando certezas mortales. Son las certezas de los guerreros, unos los llaman “héroes de la patria”, otros, “míticos revolucionarios”. También son las certezas de quienes no se manchan las manos con sangre, pero desde las instituciones y sus puestos de mando dan órdenes llenas de odio y venganza en nombre de la justicia y la seguridad.
Por eso, al final del combate y la refriega, ya no sabemos exactamente en nombre de qué certezas o cuáles instituciones esos “héroes” y “revolucionarios” dispararon, mataron y murieron. Si acaso, solo sus víctimas y familiares sobrevivientes conocen las certezas de esos batallones de guerreros-criminales, pues las sufrieron en sus propios cuerpos, en el despojo de sus bienes, los secuestros, las desapariciones y asesinatos de sus seres queridos. Son generaciones de víctimas impunes que están a la espera de una justicia restauradora con sentencias de verdad y los responsables de tanto horror. Tal es el desafío que por primera vez en nuestra historia asume la Jurisdicción Especial para la Paz. Por eso la critican y temen todos aquellos que buscan eludir sus responsabilidades. Sin duda, la primera sentencia de la JEP será una verdad capaz de identificar a los principales responsables de tanta barbarie, todavía mayor cuando estos, a la derecha, el centro y la izquierda, se escudan en supuestas razones superiores como la Patria, la Seguridad, la Revolución y la Democracia para justificar sus crímenes.
Prejuicios Entrañables
Con los prejuicios sucede algo peor que con las certezas, pues los tenemos tan arraigados en nuestras mentes y vidas –en nuestras propias entrañas– que los ignoramos. Están más acá y más allá de nuestras palabras y gestos, inscritos en nuestros cuerpos e identidades. En nuestra forma de mirar, cuando de soslayo discriminamos y seleccionamos entre blancos, negros o diversos. De sentir, cuando rehuimos y excluimos a los que consideramos peligrosos e indeseables, señalándolos con el dedo. En nuestra dificultad para escuchar y reconocer otros acentos, otras formas de hablar y nombrar, diferentes a la nuestra, tan familiar, que estimamos superior a las demás, de las que nos burlamos y hasta ridiculizamos. En fin, esos prejuicios por inconscientes parecen insuperables, pues nos dan una seguridad y autocomplacencia narcisista desde la cual miramos a los otros con displicencia y hasta desprecio por su forma de hablar, de caminar y bailar, por su forma de amar, su piel y condición social. Para intentar liberarnos de ese fardo de certezas mortales y de ese lastre de prejuicios entrañables es necesario generar encuentros De-Liberación Ciudadana.
Encuentros De-Liberación Ciudadana
Se trata de espacios de conversación, De-liberación y concertación para empezar a liberarnos todos y todas de ese cúmulo de certezas y prejuicios que nos impiden convivir y nos amargan la existencia cotidiana. Desde hace más de tres años, La Paz Querida, lo ha venido haciendo en Cali, promoviendo encuentros ciudadanos alrededor de películas, conversatorios y conferencias sobre el conflicto armado interno y el Informe Final de la Comisión para el esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la no Repetición, donde se han puesto en cuestión precisamente muchas de esas certezas y prejuicios. Lo acaba de hacer, el miércoles pasado, el historiador Jorge Orlando Melo, con su lúcida erudición, develando las razones de las guerras y las violencias interminables que nos diezman con más persistencia que las pestes. De esta forma hemos empezado a reconocernos en nuestras inevitables diferencias personales y familiares hasta llegar a las mayores, propias de la vida política, social, económica y cultural, que debemos y podemos resolver superando esas certezas belicistas, los sectarismos y fanatismos políticos, junto a la corrupción de la ética pública, los prejuicios sociales y racistas, que forman el complejo entramado del conflicto armado interno y sus innumerables violencias que nos degradan y aniquilan.
Entonces, quizá más temprano que tarde, lleguemos a ser esa Nación proclamada en la Constitución del 91: “fundada en el respeto de la dignidad humana, el trabajo y la solidaridad de las personas que la integran y en la prevalencia del interés general”. Solo así empezaríamos a forjar colectivamente ese Estado Democrático y Social de Derecho cuyas “autoridades están instituidas para proteger a todas las personas residentes en Colombia, en su vida, honra, bienes y creencias, y demás derechos y libertades, y para asegurar el cumplimiento de los deberes sociales del Estado y los particulares”. Para avanzar en firme, nos bastaría cumplir su artículo 22: “La paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento”. Pero sería mucho mejor si estuviéramos a la altura ética y vital del testamento que nos dejó nuestro nobel, García Márquez, en su clarividente proclama “Por un País al alcance de los niños”, en cuya lectura encontramos la mayoría de las certezas mortales y los prejuicios entrañables de los que debemos liberarnos para no vivir 100 años más en guerra y soledad. Sin duda, la Proclama es un buen pre-texto para un primer Encuentro DE-LIBERACIÓN CIUDADANA el próximo semestre o al comenzar el año lectivo en colegios y universidades, pero también en los ámbitos vitales del hogar y el trabajo, durante las vacaciones o fines de semana, abriendo y leyendo: https://diariodepaz.com/2018/10/10/por-un-pais-al-alcance-de-los-ninos/
Hernando Llano Ángel
Foto tomada de: Canal Institucional
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