Noam Chomsky demostró que en el sistema de “prensa libre” se habían desarrollado formas de propaganda que por no relacionarse con procesos frontales de censura tenían más poder para manipular las mentes a favor de ciertos poderes. Teun Van Dijk desde la lingüística demostró también los mecanismos de manipulación del lenguaje como forma abusiva y reproductora del poder, en contra de ciertos sectores marginales al poder de enunciación de la palabra en público. Eso por mencionar solamente dos de los académicos más conocidos que revelaron esas formas de manipulación y propaganda en el sistema de medios de comunicación masivos antes de la era digital y de los medios sociales. Sin embargo, parecería ser solamente un tema que se trataba solamente en el ámbito académico y que poco salió a los círculos sociales. Precisamente, una de las cosas que molesta de montarse en la moda de la posverdad es no solamente que sugiera que antes había verdad cuando la información circulaba de forma casi exclusiva por los medios masivos de comunicación, sino la manera superficial y acelerada como ha sido incorporada la expresión.
Justamente ese es el segundo argumento de mi oposición al uso del término posverdad y tiene que ver con el hecho de que es justo cuando los ciudadanos podemos producir palabra pública, que se extiende (por cierto mucho más que los estudios de propaganda de Chomsky, etc) el uso del término posverdad y fake news. Acaso no había fake news en el sistema de medios tradicional? Por qué ahora se expande como mancha de aceite el término posverdad? No quisiera pensar que es para inhabililtar la palabra ciudadana, pero es una buena fuente de sospecha.
El argumento que esgrimen los defensores de ese bulo de la posverdad tiene que ver con que se reemplaza una opinión pública “basada en hechos”, por una opinión pública basada en sentimientos que se comparten de manera instantánea en grupos que solamente pretenden confirmar sus posiciones. ¿En realidad esperan que nos creamos esta nueva mentira? La opinión pública sondeada fue duramente criticada por Bourdieu y Champagne, que demostraron cómo los sondeos trabajaron las percepciones ciudadanas de forma inductiva y por ello sancionaban más que permitían la expresión ciudadana. ¿Es esa clase de opinión pública la que pretenden defender ahora los abanderados de la posverdad? ¿A qué hechos se referían como fundamento de la opinión pública? ¿Al discurso mediático?
Los amantes del término posverdad parecerían creer en la fantasía absurdamente aceptada de los medios como “espejos de la realidad”. Sin embargo, a lo sumo sobre el discurso periodístico y su relación con el acontecer, pueden afirmarse seriamente dos cosas: o bien representan la realidad o en el peor de los casos, la construyen. Sobre la representación del acontecer, el fenómeno habla por sí mismo: no es posible decir la verdad, a lo sumo se desarrollan algunas estrategias para representarla a través del lenguaje, porque el problema de los medios de comunicación es un problema de lenguaje, así como también lo es el de la representación.
Sobre el discurso periodístico como constructor de la realidad pesan sin embargo acusaciones mucho más graves. La manera de tratar de reconstruir el acontecer puede derivar (según el viejo sistema de medios masivos) en unas dinámicas que al final acaban construyendo el acontecimiento: cómo se concibe la noticia, quiénes son las fuentes y cómo se narra el acontecer, son formas que adquieren independencia de cualquier cosa que llamemos realidad y se vinculan más con la verosimilutud. Hay una película un poco vieja ya, pero muy divertida, que muestra esto de forma fehaciente: La cortina de humo, con Dustin Hoffman (1997).
Teniendo en cuenta que los medios de comunicación nunca dijeron una cosa que pueda llamarse la verdad, por lo cual además como consecuencia se cae en la levedad del uso del término posverdad, habría que preguntarles a sus defensores nuevamente a qué hechos y datos se refieren en los procesos de opinión pública anteriores. Porque ¿no es más bien al revés? Si consideramos que propaganda y rumor siempre ha existido y existirá (ninguna fue una época dorada de la verdad), hoy el mundo digital más bien representa la posibilidad de desarrollar formas más sofisticadas para trabajar con datos (antes el lector, televidente u oyente en realidad hacía acto de fe), como el fact cheking, el periodismo de datos y el desarrollo de análisis más sofisticados basados en el lenguaje Python, cursos que se imparten de forma abierta y gratuita desde plataformas como Coursera y el Knight Center, por mencionar solamente dos. Esta sí es la era de los datos. Es una mentira grosera pretender que la de los medios tradicionales era la de la verdad basada pura y simplemente en datos.
Creo que George Balandier tuvo razón cuando escribió un pequeño pero potente libro llamado El Poder en escenas, al afirmar que el problema del poder siempre ha sido representarse a sí mismo públicamente para perpetuarse y asegurar el control. En su estudio desde las formas de representación del poder a través del drama y el ceremonial en la Edad Media y luego en la era de la televisión, el autor formula que el soporte mediático solamente significa una amplificación de las capacidades de exhibición del poder. La conclusión de Balandier no podría haber sido más inquietante: el poder, para perpetuarse, debe escenificarse y por lo tanto no se trata de un problema de verdad o no verdad, se trata, ni más ni menos, de un juego permanente de apariencia. Esto afirmaba Balandier antes del mundo digital.
De ahí mi pregunta. Cuando se quiebra el poder para controlar esas imágenes ¿aparece de repente la era de la posverdad? El siglo XXI ha puesto de presente que hay en curso un cambio mucho más profundo. El poder de enunciación se atomiza al perderse el monopolio de la palabra pública. Entonces se trata de un ecosistema informativo que pierde centralidad y control. La multiplicación de fuentes emisoras ha hecho de la circulación de mensajes un problema complejo que reta la vieja concepción de que los medios decían la verdad. Ahí están los medios sociales para poner en circulación otros sentidos o entrar directamente en la crítica de los sentidos formulados por los medios tradicionales. ¿Es convincente entonces usar el término posverdad? No y mil veces no. Los defensores de la posverdad por irreflexión, por inercia o con un propósito, son molestos porque con su actitud apuntan a inhabilitar, por desacreditación, la puesta en circulación de otros sentidos por parte de los ciudadanos en los medios sociales.
Incluso podría decirse que si bien los sentimientos y rumores (que siempre han existido) tienen hoy formas más eficaces para expandirse en rápidos escenarios de propagación, también es necesario decir que una de las cosas que más comparten los ciudadanos en los medios sociales son los URLs de noticias de los medios, de tal manera que si cabe hablar de mentiras, los medios tradicionales tampoco saldrían bien librados.
¿Entonces cómo abordar el problema? Los viejos patrones de observación del mundo análogo son el problema que impide sacar provecho de las nuevas dinámicas en juego. Aquí estamos ante un cambio de lógica. Por eso me preocupa la escasa comprensión de las nuevas formas de opinión pública que escapan a la falsa dicotomía verdad/mentira. Un ejemplo de ese pasado reeditado en el presente es la eco chamber que describe la polarización de posiciones y cómo los individuos se agrupan con los que piensan igual. Eso es más de lo mismo (viejísimo) pero aplicado al ámbito digital. Lo que estoy sugiriendo es que ya se están desarrollando otras formas de conocer la opinión pública que no pueden verse obstaculizadas por aferrarse a viejos criterios como polarización, debate racional y a ninguna teoría de grupo.
El problema de la circulación compleja de mensajes en internet debe ser tratado como redes complejas de documentos. Hoy por ejemplo yo trabajo las agendas ciudadanas a la manera de redes semánticas sobre asuntos de interés público, que escapan a todos los viejos criterios de racionalización, debate , polarización, etc. Se trata de un problema ubicado en el campo de la Inteligencia Artificial que produce conocimiento emergente de los datos (mensajes, en este caso) que circulan en medios sociales.
Esto quiere decir que incluso se está tratando de otro modo el ya clásico debate en ciencias sociales entre lo individual y lo colectivo. La conexión semántica de mensajes individuales es hoy una fuente riquísima para el estudio de fenómenos colectivos, que pasa por la superación de esa vieja dicotomía paralizante. Lo que internet ha mostrado es esa fluidez entre lo individual y lo colectivo y es en ese escenario en el que el principal reto para el conocimiento es el hallazgo o la emergencia de redes de sentido que no obedecen necesariamente a actos deliberados (como coordinación de acciones políticas, por ejemplo) sino a la nueva manera en que se produce el conocimiento desde redes semánticas. Desde ahí, por ejemplo la vieja teoría de grupos nada puede decir acerca de estas nuevas dinámicas. Pero tampoco es un mundo individualista, como el que algunos pretenden con sus críticas. Se trata, ni más ni menos, de otro mundo en el que lo individual y lo colectivo están entrelazados de maneras complejas.
Defender y, peor aún, usar cotidiana y superficialmente el término posverdad, montar seminarios sobre el tema, declararlo palabra del año, es una verdadera patraña que distrae de la verdadera tarea que hay que adelantar: desarrollar nuevas formas de conocer las opiniones de los ciudadanos ahora que competimos y quebramos el monopolio de la palabra pública. Y no es fácil porque no es un mundo idílico, porque sí hay odio, matoneo y todas esas cosas que existían antes del mundo digital. Por eso no podemos caer en la trampa de la posverdad.
ANA MARÍA MIRALLES CASTELLANOS
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