Uno y otro se sitúan en los extremos del mapa ideológico de Colombia, a la derecha y a la izquierda del tablero, pero para obtener la victoria necesitan del centro. El resultado de su acción para ganar adeptos entre los que no los apoyaron en la primera vuelta ha sido un agrupamiento de los partidarios del establecimiento y del estado actual de las cosas en un extremo, y de los que anhelan cambios radicales en el otro, desencadenando la rebelión de una nueva generación de políticos que rompieron con sus dirigentes y ocasionando una fractura profunda de las estructuras políticas tradicionales. Hasta hace poco, los pronósticos concedían ventaja a las maquinarias políticas y el clientelismo, pero ha emergido con fuerza un voto independiente alejado de los viejos cacicazgos.
El Partido Liberal, traicionando sus principios, tradicionalmente enfrentado al ex presidente Álvaro Uribe, dio su apoyo a Iván Duque, mientras su candidato oficial, Humberto de La Calle se desmarcó y anunció que votaría en blanco, al igual que Sergio Fajardo, candidato de la Alianza Verde, mientras su coequipera de fórmula adhirió a la candidatura de Gustavo Petro. Tampoco fue una excepción Cambio Radical, la fuerza que impulsó a Germán Vargas Lleras y que entregó su programa de gobierno al uribismo, originando la renuncia de Carlos Fernando Galán a su colectividad.
De acuerdo con los estudios de opinión, Duque, apoyado por los sectores conservadores y las maquinarias políticas, tiene asegurada la victoria el 17 de junio y el uribismo volverá a controlar el Ejecutivo con un amplio apoyo en el Congreso. La participación será menor a la de la primera vuelta y el voto en blanco podría situarse en un 10 por ciento como manifestación de rechazo a ambos candidatos.
La campaña se ha desarrollado en un ambiente pacífico pero tenso, emotivo e irrespetuoso, sobre todo en las redes sociales, pródigo en descalificaciones, injurias y guerra sucia, alimentado por informaciones falsas originadas por el miedo. Miedo a que el triunfo del uribismo sea el regreso del partido del odio y el desquite, la perpetuación de las prerrogativas y los derechos de castas, el rechazo y la condena del pluralismo y la inclusión. Miedo también a las expropiaciones, a los gravámenes a la riqueza y al temido castrochavismo con el que la derecha ha sabido caracterizar a la izquierda.
En la lucha por la presidencia han primado las impresiones negativas, particularmente las que tienen que ver con el rechazo, determinantes a la hora de definir por quién no votar. Esta circunstancia ha incidido tanto en la decisión de votar entre quienes permanecen enfrascados en los temores del pasado y se inclinan por Duque sin ser uribistas, como en los que sin ser seguidores de Petro le apuestan a un futuro de cambio, de libertades y equidad o para mantener un contrapeso político a lo que sería la aplanadora uribista en las instituciones. También en aquellos que han elegido votar en blanco y que, dejando de lado consideraciones estratégicas, lo harán por razones morales y de rechazo a los extremismos.
Planteadas las opciones no ya en el plano emotivo sino en el de modelo de sociedad que caracteriza a los candidatos, la diferencia entre ambos es clara. Duque se ha comprometido con el modelo neoliberal vigente y un proyecto económico que seguirá impulsando el desarrollo minero, recortará el gasto público, reducirá los impuestos para las empresas y simplificará el sistema tributario. Petro busca el fortalecimiento del agro, la defensa del medio ambiente y una redistribución de la riqueza mediante la imposición de impuestos a las tierras improductivas y una mayor exigencia de tributación a los grandes capitales financieros.
En todo caso y sea lo que sea, independientemente del método que se elija, la discusión sobre cómo distribuir mejor la riqueza en Colombia es un punto fundamental para cumplir los compromisos adquiridos con la OCDE, estimular la demanda, impulsar el desarrollo económico y la expansión de la clase media para cerrar el paso a los discursos radicales de derecha e izquierda.
Además, tal como lo afirmó Cecilia Orozco Tascón en su columna del diario El Espectador del 13 de junio, “El uribismo se enfrentará a una Colombia nueva… este ya no es el país del 2002 ni el del 2006. Colombia cambió durante la era Santos, gústenos o no el actual mandatario y sus administraciones. El Acuerdo de Paz que Juan Manuel Santos firmó con el enemigo histórico del Estado no solo desactivó a 7.000 hombres con sus armas, sino que permitió que la sociedad que se ha considerado a sí misma buena, decente y perfecta, revisara su lado más oscuro y feo: el de la corrupción, las trampas, la defraudación, las mentiras y las traiciones de unos y otros. Caído el telón del conflicto que nos enfrentaba a seres que creíamos que eran de otro planeta, otros millones de colombianos distantes del uribismo – más del 50% si nos atenemos a los resultados favorables a Petro, Fajardo y De La Calle – se liberaron y empezaron a votar como les dio la gana. Es decir, en contra de los partidos. A esos nueve millones de electores libres no los va a dominar esta segunda era uribista: su educación política ha crecido”.
Rubén Sánchez David, Profesor Universidad del Rosario
Foto tomada de: https://news.culturacolectiva.com/internacional/quien-gano-la-primera-vuelta-elecciones-colombia/
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