Notas para mis estudiantes acerca de la idea de revolución molecular.
Escribo estas notas con urgencia. Su intención es ponerle orden a una serie de reflexiones que buscan aportar una clave de lectura al presente colombiano. Y como siempre se escribe para alguien, diré que quienes se dibujan en mi imaginación como receptores de estas páginas son mis estudiantes. A ustedes esto. A su belleza y su energía. También escribo para mí. Porque esto no es una clase, es una exploración. Un ejercicio de pensamiento in progress.
Uno: la articulación
Comenzaré por el medio. O más bien, por el momento que algunos leyeron como el final del paro, pero que aquí interpretamos solo como su verdadero comienzo: la retirada de la reforma tributaria por parte del Gobierno colombiano.
Pero no. Un momento. Algo debo contextualizar. Ahora le escribo entonces a un turista noruego que acaba de desembarcar (por accidente, obviamente) en el aeropuerto internacional de Medellín y encuentra una ciudad sitiada. ¿Qué pasó aquí? pregunta, llamémosle, Göran.
¿Por dónde empezar apreciado extraño? Acabas de aterrizar en un país que estima que su población “oficialmente pobre” asciende al 42.5%. Eso sería suficiente para explicar una toma ciudadana de las calles de tu país. Y de casi cualquier país. Pero no de este. ¿Por dónde comenzar entonces a exponer las razones del descontento?
En algún lugar (la velocidad de este escrito me autoriza a no buscar la fuente, ni de esta ni de las demás citas. Esa tarea se las delego) Deleuze dice algo así como que lo difícil no es explicar por qué estalla una rebelión cuando las condiciones de exclusión son tan extremas, sino que lo difícil es explicar por qué no ha estallado aún. O en este caso: por qué no lo había hecho.
Tenemos entonces a casi la mitad de la población pobre. En una economía que decreció el 6,8% en el último año. Lo cual no sería un problema si dicha detención de la economía hubiese estado acompañada de un proceso redistributivo equivalente. Pero no. Digamos simplemente que la pobreza aumentó porque, de la mano de la crisis económica, aumentó el desempleo más del 17%, en una sociedad en la que el empleo informal está arriba del 49%, y apenas un aproximado al 35% de la población económicamente activa, tiene un trabajo formal. A todo esto, hay que agregar que el 70% de la población colombiana tiene un ingreso inferior a los 2 millones de pesos, pero, además, dentro de ese 70%, hay 5 millones de familias que viven mensualmente con menos de 700 mil pesos. Esos son los pobres. Un dato más: se trata de una sociedad en la que el 10% más rico gana 60 veces más que el 10% más pobre. Y los ricos… la verdad, no ganan mucho: el 1% de la población gana arriba de los 14 millones por familia. Esa cifra, en términos comparativos con otras economías, no es muy alta. Esto no habla tanto de los ricos como de los pobres. Porque si el 10% más rico (que ya dije que no son super ricos como Elon Musk o alguna Kardashian) gana 60 veces más que el 10% más pobre… lo indignante no resulta entonces el nivel de la riqueza sino el de la pobreza. Digámoslo simple: la desigualdad en Colombia es una indolencia. Sobre todo, porque la pobreza se hereda: para que de una familia pobre haya un miembro que rompa el ciclo de la pobreza deben pasar cerca de 7 generaciones. Naciste pobre, morirás pobre. A no ser que algo cambie. Que pase algo. Como lo que está pasando.
En estas condiciones de crisis socioeconómica el gobierno presentó una reforma tributaria que… para decirlo rápido, fue leída por la opinión pública como una política regresiva. Es decir, se difundió rápidamente la idea de que, en la tributación allí postulada, no había equivalencia entre los impuestos y la riqueza. Un punto álgido para la opinión fue la afectación con IVA a distintos productos de la canasta básica. Y la omisión del gravamen con IVA a productos tales como las bebidas azucaradas y las armas.
¿Vamos bien Göran? ¿Se entiende? Te resumo: el problema es que, aunque duele más el IVA para quienes menos ganan, todos pagamos el mismo IVA: el 10% de arriba, el 10% de abajo y nosotros: metidos en el medio. Preguntas ¿por qué no nos habíamos rebelado antes? Sí lo hemos hecho querido noruego. Pero digamos que aquel que se levanta contra el poder económico en Colombia, muere. Para ello basta un dato: de los pocos que tienen trabajo en Colombia solo el 4,5% tiene la protección de un sindicato. Es decir, es parte de un cuerpo colectivo de trabajadores que se protege mutuamente. ¿Por qué tan bajo? Porque los líderes sindicales en Colombia han sido sistemáticamente asesinados. Y te cuento algo más: en menos de 5 años, aquí, en el país en el que el riesgo es que te quieras quedar, han matado a más de 900 líderes sociales. Líderes sociales, Göran. Novecientos. En menos de cinco años. Por eso no nos rebelamos. Porque nos matan.
Bien. Despacho a Göran, que no entendía el contexto, y regreso a ustedes. Que sí lo hacen. Estábamos en que retiraron la reforma. No, aún no. Antes de eso. Con los datos económicos que puse arriba resulta entendible que esa clase media a la cual la pandemia le mostró con crudeza la frágil estabilidad en que vive, tuvo temor de que la reforma fuese ese infortunado ventarrón que tumba a quien camina por una cuerda floja. Como cuando haces equilibrio, un empujoncito con un dedo te hace caer. Bueno, eso era la reforma tributaria para las clases medias. Es decir, para ustedes y para mí. Entonces salimos a la calle un 28 de abril. ¿Quiénes? Nosotros. Y decir esto es decir que el paro que tumbó la reforma fue un paro de las clases medias. De allí su rápido escalamiento mediático. Los ricos no protestan en la calle, son más sutiles: amenazan con cerrar sus empresas o irse del país. Y los pobres apenas tienen tiempo para sobrevivir, así que no protestan, porque, además, si lo hacen, nadie los escucha. Salimos a la calle entonces.
¿Quiénes salimos a las calles? Muchos actores muy distintos. Ustedes salieron a marchar, los taxistas salieron en plan tortuga y la Liendra salió, y lo transmitió en vivo. Preguntémonos: ¿qué tenemos en común nosotros (académicos) con la Liendra y los taxistas? En otro contexto diríamos que nada, pero en el contexto de las marchas nos vimos compartiendo algo: nuestra común queja al gobierno. “No a la reforma tributaria”. Nos unió una común oposición.
Cuando se entiende poco del poder suele creerse que es este una cosa que se posee. Y la manera de poseerlo, sus fuentes, son tres: poder es tener plata, armas o información. La economía, la violencia y los medios de comunicación. Digo esto porque, aunque resulte increíble, ahora debo decir que nuestras máximas autoridades entienden poco del poder. Creen que se posee. Pero no, el poder no se posee: circula. Ya vamos a aclarar esto último. Digamos que la cosa se empezó a poner cada vez más intensa: más gente en la calle, más información en las redes sociales, su tía se creó una cuenta de Twitter para enterarse de lo que está pasando, yo volví a Instagram, Julito Sánchez Cristo se mostraba indignado por la tozudez del presidente en reconocer inviable la reforma, así como estaba planteada, pero negarse a retirarla confiando en que era preferible mejorarla antes que aceptar la derrota. (Perdón por esa frase tan larga, pero hay que entenderla así, todo eso junto). En fin. Se creció el enano. Y Duque salió a hablar en su programa (haciendo uso de su poder de información) pero no calmó la común indignación; entonces salió a hablar, apelando al recurso de la fuente económica del poder, con el ministro de hacienda a su lado para explicar la urgencia de recoger plata. “Hay caja para 7 semanas”, había dicho, apocalíptico, el hoy exministro en una entrevista. (“Agárrense que viene la ruina si no me aceptan como salvador”, era el mensaje subliminal de su vaticinio.) Pero tampoco funcionó. Afuera la consigna seguía siendo la misma: ¡No a la reforma tributaria! En términos de teoría del poder for dummies ¿Qué recurso le faltaba emplear? Exacto: la fuerza. Y entonces salió otra vez a hablar, pero ahora acompañado por las fuerzas armadas y amenazó. Y cumplió su amenaza: se reprimió la protesta social.
Si la primera escena de la obra fue la articulación de actores muy diversos respecto de una común necesidad y el inicio del paro y las marchas. La segunda escena comienza cuando se transmite el primer exceso de fuerza por parte de la policía. Y entonces todo cambió de tono. Imágenes ya conocidas volvieron como en la recurrencia de un loop histórico. Policía golpeando civiles desarmados, gases lacrimógenos estallando en marchas pacíficas (que a partir de dicho estallido dejaron de ser pacíficas y marchas), frentes chorreando sangre, el grito de “hay un herido, hay un herido” acompañado de manos que se levantan en alto indicando indefensión, heridos de cuyo estado sólo tenemos conocimiento mediante fragmentadas publicaciones en redes sociales, ojos que fueron el blanco de balas de goma y que ya no volverán a ver, publicaciones preguntando si alguien sabe dónde está la persona de la foto, y el grito compartido de un lado y del otro: ¡Hijueputas!. Hijueputas los reprimidos para quienes reprimen, hijueputas los represores para los reprimidos. Mirados desde un grupo los del otro grupo son todos iguales: “en toda marcha hay vándalos” dicen los de un lado, “A(ll).C(ops). A(re).B(astards)” dicen los del otro. Hasta que cayó (y calló) el primer joven. El primer muerto. Y luego el segundo. Y después el tercero. Y aunque la reforma no se retiró, el mensaje de la marcha sí cambió: paso de “No a la reforma” a “Duque pare la masacre”. Pero no la paró. “Nos están matando” empezaron a gritar los marchantes. “Eso no es protestar, eso es vandalismo” empezaron a susurrar los medios y los grupos familiares de Whatsapp. Hubo más muertos. [1]
Y siendo ya demasiado tarde, el 2 de mayo, el proyecto de reforma tributaria también murió. Tercera escena. Entonces nos miramos. ¿Y ahora qué? Ahora nada. “El paro no para”. Dijeron las redes sociales y todo se volvió más confuso y violento.
Dos: la multiplicidad en protesta
Antes de este triunfo de los y las marchantes la pregunta por la razón de compartir la calle no era necesaria. Su respuesta flotaba en el aire. La estructura del paro (hasta retirada la reforma) tenía la forma de una medusa: una cabeza viscosa y borrosa (la oposición a la reforma) que servía de punto común a varias líneas (ideológicas) de las que a su vez se desprendían múltiples capilares (como grupos y sujetos). Pero luego de retirada la reforma ¿qué une a los marchantes?
Sin cabeza ¿qué queda de la medusa? Un conjunto desordenado de tentáculos y capilares flotando dispersos y sin centro común organizador. La expectativa estatal fue que los y las marchantes, ya sin referente o causa común compartida, se retirarían a sus casas. Pero eso no fue lo que ocurrió. Los múltiples actores que inicialmente se reconocieron en el “No a la reforma”, ahora se reconocía en otras tantas exclusiones como actores había en la calle. Y de manera más potente (aunque más imprecisa) se comenzaron a reconocer en un común agotamiento frente al maltrato (económico, político, policial, sexual y cultural). “Ya no más” fue trending topic. Pero ¿Ya no más qué? otro significante en disputa. Y las marchas empezaron a caminar en virtud de sí mismas. Ya sin un centro articulador, el río de personas que antes llamamos “paro contra la reforma tributaria” se transformó en una multiplicidad en protesta.
“Ya está bueno del paro. ¿Qué más quieren si ya retiraron la reforma?” se preguntaba una reconocida periodista, revelando la dificultad de mirar un fenómeno que no habla el lenguaje del Estado. Digámoslo en otros términos: el sentido común (periodístico y político) solo puede pensar en términos de La política, demostrando su impotencia frente a Lo político. Por la política entenderemos el lenguaje estatal. Por lo político entenderemos el suelo sobre el que se erige la política, el fundamento y origen de la sociedad: los comunes acuerdos y la base de la idea misma de la comunidad política. Y es a ese nivel primario que, tal vez sin saberlo, los marchantes mudaron el paro cuando prescindieron de un centro común y permanecieron como una multiplicidad que aún no se dispersa.
En un diagnóstico sorprendente por su agudeza teórica y su irresponsabilidad política (por las consecuencias que dicha consigna mal interpretada puede provocar), el (ex)presidente Álvaro Uribe señaló la necesidad de “Resistir Revolución Molecular Disipada: impide normalidad, escala y copa”. Es decir, dispersar y romper los filamentos que, una vez eliminada la cabeza, devinieron una entidad diferente e indefinible: una multiplicidad en protesta.
Explicar esto último es tal vez lo más difícil de este ejercicio. En el escenario actual estamos ante (inmersos en) dos lógicas con dos lenguajes diferentes. Dos entidades en oposición: el aparato de Estado y la multiplicidad en protesta. El Estado funciona a partir de distinciones duras y binarias: hombre y mujer, legal e ilegal, el bien y el mal. Mientras la multiplicidad construye sentidos nuevos porque ella misma es indefinida, no centralizada. Es un espacio de creación de afectos que no corresponden a las propiedades del lenguaje y la moral. Por eso el Estado y sus cajas de resonancia (Vicky, Salud Hernández, Julito, su tío y el mío, algún compañero de estudio, etc.) son incapaces de hablar con propiedad de lo que hoy es la protesta. Preguntémonos una cosa: ¿quién manda en las marchas? ¿son la expresión de un partido político, de una línea ideológica? ¿Cuál es la identidad de los y las marchantes? O más bien ¿aquello que une a los marchantes también los iguala?
Lo que vemos hoy en las calles, desplegándose en cada marcha y en el flujo de publicaciones en redes, es una multitud cuestionando Lo político: buscando desarmar el lenguaje binario del aparato de Estado: la política. En este sentido el (ex)presidente Uribe tiene razón: lo que hay en ciernes es una revolución molecular. No estratificada jerárquicamente sino desplegada en un plano de intensidad afectiva y a altísima velocidad de expansión. Si yo fuera él, también estaría preocupado. Porque más allá de la ya inminente cooptación del paro por parte de la lógica estatal (¿A quién representan las diferentes coaliciones que hablan en nombre del paro? ¿Quién es el Comité del paro y cuál es su legitimidad?) el paro liderado por ustedes y al que progresivamente se articularon la casi totalidad de actores sociales, es un diagnóstico de agotamiento de un modelo sociopolítico y económico.
Tres: la molecularidad y después:
En este punto, y sin caer en una romantización de la máquina que (tal vez sin saberlo, como el aprendiz de brujo) ustedes han puesto a andar, haremos un análisis de los potenciales escenarios que los y las marchantes tienen en frente luego de retirada la reforma tributaria.
La marcha está construyendo nuevos afectos, generando nuevas relaciones. Todo ello dada su ubicación actual en una zona de indistinción. De allí su imprevisibilidad, y de allí también la esperanza y el miedo que genera. Pues tanto puede derivar hacia la construcción de un nuevo sentido común más inclusivo, como hacia una máquina fascista incapaz de incorporar posiciones divergentes en su composición, como puede también ser cooptada por el Estado y funcionalizada como plataforma política.
Debemos evaluar entonces lo que el paro actualmente es y analizar las diferentes posibilidades de aquello en lo que puede transformarse. Esos ya mencionados son tres posibles escenarios:
El comité del paro.
¿Qué es lo que “para” un paro? Quiero decir… no pregunto por aquello que evita que un paro continúe, sino por aquello que se detiene por el acontecer de un paro. Lo que se detiene (parcialmente) es la normalidad. La continuidad de los flujos de trabajo, de circulación, de comercio, de educación, etc. Trabajo, circulación, comercio y educación son instituciones sociales cuya normalidad define también el desarrollo previsible de la vida cotidiana. Son, incorporemos una noción necesaria: segmentaciones de la vida. Los segmentos son rígidos: tienen normas definidas, horarios, jerarquías. La protesta rompe con dicha segmentación de la normalidad y se mueve en un plano que no es el de los segmentos duros sino de la flexibilidad y la molecularidad. Es exterior al aparato del Estado y no puede reducirse a él.
¿Recuerdan cuando el actual ministro de defensa propuso la creación de un protestódromo? Es decir, la creación de un espacio regulado para que los ciudadanos hicieran uso de su derecho a decir “No” sin salirse de la normalidad estatal. ¿Lo recuerdan? Bien, porque eso es suficiente para diagnosticar que el ministro de defensa entiende poco de conflicto social.
Pongamos un ejemplo: un dibujo puede hacerse en una hoja cuadriculada y copiando a escala un modelo. O un dibujo también puede hacerse en una hoja en blanco, no mirando un modelo sino imaginando lo que quiere componerse, y si resulta deseable, saliéndose de la hoja e incorporando el escritorio, el piso y las paredes como superficie de expresión. Esa es la diferencia entre un protestódromo y una protesta. Nosotros diremos que la protesta crea un espacio liso donde había uno estratificado.
Una dificultad similar surgió cuando el Gobierno nacional instaló una mesa de diálogo nacional. Los y las marchantes tuvieron que mirarse y responder a la pregunta ¿quién habla en nombre de nosotros? Más difícil de responder aún ¿esto que somos los marchantes es un “nosotros” o es más bien una reunión de muchos sin llegar a componer un nosotros? La propuesta gubernamental era (y es porque la mesa aún no se concreta) un mensaje envenenado.
“El Gobierno quiere dialogar y llegar a acuerdos” fue el mensaje institucional. Pero el problema de dicha propuesta es que obliga a la protesta a abandonar su territorio flexible para entrar al campo del segmento duro de la política representacional. Rápidamente comenzaron a emerger líderes del paro. ¿Quién representa a los estudiantes? ¿Quién a los indígenas? ¿Quién a cada una de las múltiples identidades en marcha? La consigna otra vez cambió, sin dejar de gritar por el respeto a la vida, sin dejar de reclamar por justicia social, los marchantes comenzaron a anunciar que la mesa del paro no los representa.
El “Ya no más” que fue pronunciado en contra de la violencia policial ahora comenzó a decirse del paro mismo.
El miedo es una de las pasiones que más fuertemente afectan a las clases medias. Clases, como ya vimos, en amenaza constante de desaparición. El miedo es, también una de las pasiones que nos hacen huir en busca de la seguridad Estatal. Y el aparato estatal lo sabe, y dispone para ello sus recursos de persuasión (léase “captura”) de sus hijos nómadas. “A mí sí me representa la coalición de la esperanza”, “Petro, usted es el líder de este paro”, “Jenifer Pedraza es la representante de los y las estudiantes”, “hagan lo que sea necesario para parar el paro”. El comité del paro tiene la capacidad de ser interlocutor del Gobierno, pero al costo de anular el carácter múltiple del paro y transformarlo en una composición jerárquica. En un espacio regulado, con demandas escritas y representantes que se sientan en las elegantes salas del soberano.
Dos preguntas surgen aquí: ¿Qué gana y qué pierde el paro al detener su marcha (nómada) y hablar el lenguaje del Estado?
Como ya dijimos, el paro es un momento de levantamiento de muchas certezas, de suspensión de lo normal y migración hacia espacios nuevos en los que se establecen nuevas relaciones e interacciones. Pero preguntemos: Aquellos que tienen miedo de perder ¿están más cómodos en la belleza del acontecimiento que (tal vez) transformará la realidad o en las seguridades que le ofrece el viejo y conocido mundo del Estado con sus identidades y sus interacciones reguladas?
Dos son las estrategias de seducción que el Estado despliega en estos casos: la captura mágica (ofreciendo la recuperación de la identidad: “eres clase media, no pierdas tus privilegios, colaborando conmigo algún día podrás ser como yo”) y la captura jurídica (ofreciendo la recuperación de la certeza: “el mundo que te ofrezco es previsible, sin riesgo inminente de que pierdas tu posición, tendrás seguridades escritas, derechos y una vida regulada”). Lo que era fluido deviene duro, lo que era una hoja en blanco se marca con cuadrículas y márgenes. El mundo otra vez es previsible ¿Quién puede resistirse?
En esta estrategia de captura son fundamentales los medios de comunicación y todas las cajas de resonancia del miedo y su llamado a la recuperación de la normalidad perdida. Y su mensaje es funcional a lo estatal porque los medios, la política y el sentido común no tienen conceptos para hablar de lo que escapa a la categorización binaria y la representación estatal. Para estas cajas de resonancia, el paro es su comité (representación) y si las protestas no cesan con la negociación entonces no son ciudadanas sino vandálicas (pensamiento binario). Todo se reduce a ser función del Uno. Uno es el pueblo, uno es su comité, uno es el Estado, así como uno es el déspota.
El primer escenario potencial es entonces la captura estatal: el paro es representado por mensajeros que no nombró pero que hablan en su nombre. Capitalizan políticamente su liderazgo y lo que fue el inicio del fin de un modelo, termina siendo funcional a ese mundo que se buscó transformar.
Las tribus nómadas pasan a formar parte del Estado. Fin.
El paro no para.
Cuando la captura mágica y jurídica son poco efectivas y la multitud en protesta no se repliega, el trabajo recae en la policía: máquina encargada para lograr, con violencia, el encauzamiento del flujo de la protesta. Eso fue lo que ocurrió en días recientes. Las fuerzas policiales salieron, en su condición de máquinas de guerra estatales, a romper el espacio ocupado por las marchas. O apenas marcado con la presencia de algunos pequeños grupos de personas protestando (o no). La intención estatal ha sido clara: ocupar todo el espacio social, no dejar nada sin codificar. Ningún espacio oscuro, ningún punto ciego. Ningún ladrillo que no sea Estado. En este caso, de manera literal.
El Estado se comporta como el soberano imperial: propietario de todo. Sobrecodificando todo espacio con su marca, como un perro que orina sobre las marcas territoriales de otros, el soberano defiende un territorio apropiándose de toda su producción. Ordenando el espacio, la información y los intercambios que se busca estructurar por violencia (ya que no por identidad ni por juridicidad) toda expresión de protesta. Se borra lo que no rinde homenaje al soberano: se borran las paredes tanto como se borran las personas: se las asesina, desaparecen, pierden alguno de sus ojos, son abusadas, etc.
Este carácter aterrador de las fuerzas debocadas de la violencia estatal tiene una explicación: la no unificación de un paro enloquece al Estado. O más bien al soberano: lo vuelve un rey loco. Este es el problema que enfrenta la multiplicidad en protesta que no se sienta a una mesa de diálogo, que, en defensa de su condición molecular, rehúsa entrar en la lógica de 1 a 1. Se niega a la captura identitaria de las representaciones y a jugar las cartas (jurídicas) en el escenario de la política. El Estado requiere un portavoz para hablar en términos de la política. Y si no lo consigue desata su propia máquina flexible, desregulada: la policía antidisturbios.
Según dijimos, el problema de entrar en la lógica del Estado es la desnaturalización de la condición misma de la protesta. Su muerte como flujo deseante no regulado. Ahora vemos el problema de no hacerlo: el Estado se vuelve imperio (¿creíamos que los imperios eran cosa del pasado?). Ocupando todo el espacio social al sobrecodificarlo (con identidades, con el discurso jurídico, con violencia). Haciéndolo suyo. Su obra.
La razón de este movimiento imperial del Estado es la permanencia de la protesta que no negocia, el paro que no para, pues este ocupa un espacio del que ninguna cartografía puede dar cuenta. Un territorio en el que habita una multitud que no tiende al uno (nadie la representa) y que no es un centro de resonancia estatal. Jaque mate para la axiomática estatal.
Pero conservar esa libertad de multiplicidad externa al Estado es un reto gigantesco en una sociedad como la colombiana, con niveles de violencia estatal y paraestatal apenas imaginables. “El paro no para” es la consigna multitudinaria. Su riesgo evidente es que, ante el no acoplamiento a la negociación y al Comité del paro, la protesta sea construida performativamente como vandalismo y se agudice la eliminación de los y las marchantes a manos del Estado. A eso apuntan directrices políticomilitares como la de “resistir Revolución Molecular Disipada” ya mencionada. Pero hay otro riesgo latente en “el paro no para”: que la protesta se convierta en un fin en sí misma y, en su defensa, la multiplicidad en protesta se radicalice y aquello que inicialmente fue una articulación libre de afectos, se transforme en una agrupación excluyente: fascista.
¿Por qué se descomponen las multiplicidades cuando duran más que el fulgor de sus primeros días? Porque la mera perspectiva de convertirse en Estado las desarticula y diluye. Pero también porque una vez empezada una fuga ya no hay como detenerla. La fuga se convierte en un fin en sí misma. Desconociendo las necesidades de subjetivación (territoriales y afectivas) de las personas que la componen. Fin.
Play the game.
Los escenarios anteriores muestran riesgos y posibilidades de la multiplicidad extendida en el tiempo y el espacio. Ahora es pertinente pensar la posibilidad de movimientos de protesta que enfrenten las capturas estatales (mágicas, jurídicas y violentas), pero que, al hacerlo, se alejen de convertirse en máquinas de (auto)abolición. Es necesario reflexionar sobre las posibilidades de que el futuro de la actual protesta sea la conquista de derechos, la emergencia de contrapoderes, y la desregulación parcial del espacio social a fin de abrirlo a formas de existencia divergentes, protegiéndolas (tanto jurídica como representacionalmente). Protestas en las que el enemigo sea el soberano imperial sobrecodificador, más que la institucionalidad en sí misma.
Un territorio de especial importancia, y del que hemos hecho varias referencias como territorio de protesta, es el digital. Los algoritmos son imperiales: duplican digitalmente la realidad a fin de controlarla. En las jornadas de protesta que estamos viviendo hemos visto surgir otro tipo de multiplicidad: una máquina de protesta semiótica y mediática dedicada a registrar y publicar la violencia policial, y a atacar las capturas identitarias y jurídicas. Contraconsignas, resistencias a la censura, desmitologización del discurso estatal, han sido algunas acciones conducentes a la destrucción de la capacidad de captura estatal. Ridiculizar y desmantelar el discurso desesperado del soberano es una forma de que el miedo que la versión policial de la realidad difunde, no sea el afecto que domine y capture a los temerosos. Transmisiones en streaming de abusos policiales, verificación de datos e ironía se vuelven armas más efectivas que algunos acting out que pueden ser leídos como vandalismo y cuyo corolario es el sometimiento del cuerpo de quien protesta.
Esa es una función necesaria de la protesta no jerarquizada: vencer el miedo. Y nunca producirlo. Hay que darle miedo al Estado, pero no a los demás (marchantes o no). Porque cuando eso ocurre, la protesta misma es quien construye las condiciones para que el Estado capture a través del miedo: “Ya no más”, decían Julio Sánchez Cristo y Salud Hernández. Cajas de resonancia supremas del discurso estatal.
Otra resistencia por vencer es la resistencia por estructurar representaciones y negociar con el Estado. Las luchas que estamos emprendiendo se pueden resumir en el reclamo por más y mejores derechos civiles: allí ya hay una identidad jurídica que estamos defendiendo: la de la ciudadanía. Creer que la protesta nunca puede expresarse en el lenguaje estatal es desconocer que su demanda es una reivindicación de derechos, y que, en muchos casos, la única forma de protegerse contra la captura estatal es la propia constitución: derecho de reunión, habeas corpus, derecho a la protesta, etc.
Entonces, si no podemos sustraernos de la existencia efectiva del Estado, pero tampoco queremos renunciar a ganar más y más territorio en la redefinición de lo político, hay que ser muy analíticos y lograr identificar el momento en el que ya no se puede ganar más territorio y negociar. Extender la lucha es arriesgarse a su abolición, y entregarla rápidamente es arriesgarse a que nada de lo peleado se materializase finalmente en derechos.
A su vez, la condición de multiplicidad de la protesta puede no perderse. Para ello pueden definirse modelos de representación que no anulen el potencial nomadismo de la protesta tales como las asambleas barriales, y la designación de representantes abstractos (que no puedan redituar políticamente su representación) para la negociación, en los cuales no importe el sujeto, sino la figura o condición misma de negociador (el cual puede incluso cambiar con frecuencia). Por ello mismo, la ausencia de un centro articulador de la protesta hoy no puede impedirnos identificar demandas comunes: por ejemplo, el cese del fascismo policial, y la renta básica como una forma de que la vida no dependa del mercado, son reclamos altamente compartidos y pueden ser núcleos discursivos del paro. Además de servir de contrapoderes a la irracionalidad de la sociedad de mercado.
Una vez negociados algunos derechos y desactivada la protesta activa y constante, será necesario no caer en la seducción del Estado como garantía dura y permanente y renunciar a estar mapeando, cartografiando constantemente, los posibles devenires fascistas del movimiento que ustedes pusieron en marcha. Por ejemplo, hay que evitar la reproducción de discursos que apelen a los límites de la democracia, discursos para los cuales el reconocimiento de derechos “excesivo” desvirtúa la idea misma de deberes ciudadanos. La noción de democracia que debe surgir de un movimiento que ha logrado articular tan distintos actores sociales en torno a tan graves y profundas precariedades, no puede ser más que radical: allí donde haya una necesidad nacerá un derecho. Esto quiere decir que otra consecuencia política deseable en un futuro escenario de la protesta es la lucha por nunca hipostasiar la seguridad jurídica sobre las necesidades humanas. Sobre todo, para movimientos que apelan a la recuperación de la dignidad en contextos tan desoladores como los descritos al inicio de este texto.
Finalmente, y ante la tergiversación peligrosa de la idea de “revolución molecular” solo me queda por decir que ojalá lo que estamos viviendo sea una expresión de tal cosa: una articulación de creencias y deseos que no obedece más que a su propio pulso. Porque la molecularidad implica que la revolución no está construida de arriba hacia abajo, sino que nace del cuerpo mismo de quienes marchan. Nace de su potencia que busca encontrarse con aquello que les conviene. Que les hace bien.
Según vimos, lo que no entienden quienes buscan atacar (con violencia) este tipo de procesos es que su captura es como tratar de cazar mariposas a balazos. No se puede parar un flujo de deseo sino es capturando ese deseo. Es decir, seduciéndolo o anulándolo. De allí la efectividad del miedo como estrategia de captura y, de allí también, que toda la impotencia soberana se transforme en violencia. Ojalá que lo que está ocurriendo sea una revolución molecular, porque derivará en transformaciones culturales. En nuevos flujos de creencias y deseos más solidarios y libres. Y eso es a lo que más teme el viejo poder.
A cuerpos erotizados en la calle. Cuerpos que componen un horizonte de posibilidad a medida que se alían. Los y las marchantes no saben para dónde va la marcha, de ahí su molestia con quienes se atribuyen su representación y quieren capitalizar políticamente una potencia expansiva que busca componer un nuevo mundo. Ojalá que se trate de una revolución molecular porque su afán no es la destrucción, sino la construcción de nuevas realidades.
Eso es lo que les molesta a aquellos para quienes el poder es represión y violencia: que la marcha está desnudando su vileza, su adicción por la tristeza. Ojalá que lo que esté dándose sea una revolución molecular. Un torrente de nuevas creencias y deseos que se juntan para ir andando. Para componer algo más bello que lo que hay.
_____________________
[1] Al momento de escribir estas líneas, 9 de mayo a las 1:35 am, y luego de 11 días de protestas las cifras aproximadas de la violencia estatal son: 47 personas asesinadas de las cuales 39 han sido por violencia policial, 973 detenciones arbitrarias, 12 casos de violencia sexual, 548 desaparecidos, 28 víctimas de heridas en los ojos, 278 agresiones por la policía.
Daniel Castaño Zapata
Deja un comentario