“Considero que la política es un conjunto de prácticas y procesos de dirección o gobierno de las sociedades y países en el tiempo. Los proyectos políticos, en este sentido, son un componente importante de la vida política.” Luis Tapia (2022), Composición político-cultural del futuro. CIDES-UMSA. La Paz, Bolivia, p.5.
Esta la segunda vez que soy invitado a realizar una interlocución con la audiencia universitaria, en este caso de los primeros semestres de relaciones internacionales y estudios políticos, de la Universidad Militar Nueva Granada, UMNG, sede Bogotá.
El centro está en la problemática de la política y lo político, en el marco de un proceso formativo en lo disciplinar y profesional con fundamento y énfasis específico en los Estudios Políticos. Este es un enfoque que nacido en Francia, en la segunda mitad del siglo XIX, se independiza del paradigma norteamericano de la ciencia política, cuyos basamentos crecían también en la U. de Chicago, decimonónica, que luego se perfila como disciplina fundamental, a partir de la sociología política construida por el pensador alemán de lo social Max Weber, del pragmatismo norteamericano, pasados por el crisol teórico de Talcott Parsons y David Easton al finalizar la II Guerra Mundial.
De este modo, primero se deslindan campos con el paradigma de la Ciencia Política que tiene una reconocida matriz estadounidense. Al hacerlo reconocemos una figura central de esta propuesta, presentada en la obra pionera de David Easton. Él encontró en el sistema político, la unidad de análisis, descentrándola del Estado, que era el objeto de estudio dominante durante la primera mitad del siglo XX, que vivió la sacudida y derrumbe del orden capitalista de la libre competencia en el brutal crisol de dos guerras mundiales.
Este giro epistémico vino acompañado de la denominada “revolución conductista,” que provenía del trabajo sociológico y psicológico cuyo banco de prueba fue la U. de Chicago, en la década de los treinta del siglo pasado. La intención explícita era poder probar los asertos políticos que en términos empíricos permitieran ir más allá de los giros retóricos, y la pretendida perennidad de los valores y aspiraciones políticas de conseguir o propender por una mejor comunidad y/o sociedad humana.
A partir de la creación ex nihilo de la kinonia politiké, comunidad política, entre los siglos VIII y VI antes de nuestra era, fue esta la constante en los saberes sociales y humanos que con poquísimas excepciones se rompió con el avance arrollador de las revoluciones científicas de la modernidad europea.
La crisis del paradigma empírico en política
El paradigma de la política moderna entró en crisis motivado por la emergencia de tres campos de experiencia política, con dos bloques de posguerra liderados por EUA y la URSS, y una tercería que se reclamó frente a ellos el campo No Alineado, que trajo la novedad de las nuevas realidades políticas que cuestionaron al sistema hegemónico internacional imperante.
Genealogía nacida de los nuevos procesos de independencia y cuestionamiento de las diversas formas de colonialidad existentes que dieron paso a nuevas naciones, de modo principal en África, Asia, y Oceanía. A ellas se sumó el triunfo de revoluciones en varios continentes, y, en particular, en primer lugar en Cuba, que se proclamó por segunda vez, luego de Haití (1791-1804), “territorio libre de América.”[1]
Con esta fractura del paradigma dominante, con la expansión del socialismo en varios continentes, y con el triunfo de los procesos de liberación, en la Europa continental, con asiento principal en Francia, prosperó la fórmula descentrada del paradigma anglo estadounidense, para desarrollar Estudios Políticos, que atendieran y dieran cabida a las críticas recibidas desde diferentes orillas.
La principal de todas fue la novedad de la ola de fenómenos revolucionarios que quitaron centralidad al ciclo de las revoluciones burguesas, con un ínterin, los escasos meses de gobierno obrero en la Comuna de París. Este fue el prematuro anuncio del ciclo de las revoluciones proletarias que aún no concluye. De aquel acontecimiento de crisis de hegemonía en la reciente dominación burguesa, el propio Carlos Marx derivó el calificativo de Dictadura del Proletariado,[2] experiencia de la condición humana que no tenía antecedentes.
De ahí, de su novedad, derivó Marx el calificativo histórico, “el primer asalto al cielo”. La serie de ensayos que escribió acerca de La lucha de clases en Francia, que sigue siendo un modelo indicativo de los denominados análisis de coyuntura, dan cuenta de aquel fenómeno. Pero la novedad definitiva provino del triunfo de la revolución socialista en la Rusia del zar Nicolás II, en octubre/noviembre, según calendario, de 1917.
Entonces Lenin y el partido de los bolcheviques conquistaron el Palacio de Invierno, quebrando el entramado de la sociedad política autoritaria, y abrieron las puertas a las gelatinosas instituciones de una sociedad civil que como la rusa no podía ser la expresión de las trincheras y casamatas del moderno orden burgués, sino que, por el contrario, se convirtió en el mayor desafío de inventiva para el nuevo orden proletario que sucumbió setenta años después.
Antonio Gramsci, escribiendo sus notas en los Cuadernos de la Cárcel (1929-1935) dijo al respecto, que, en la praxis política dirigida por Lenin, estaba la egemonia in nuce, puesto que pudo articular la alianza entre proletarios y campesinos, e intelectualidad revolucionaria. Para construir un gobierno de transición en el curso de la revolución democrática.[3] Al hacerlo, resolvió el problema de la guerra de movimiento, un <<concetto quarantottesco della guerra…in política è appunto quello della revolucione permanente: la guerra di posizione, in politica, è il concetto di egemonia>>.[4]
Refundando la Ciencia Política
“La política es parte de las prácticas de constitución de la forma de lo social, y luego es un conjunto de prácticas, espacios y procesos de gobierno que deben enfrentar las cuestiones cotidianas y de mediano plazo relativas a la dirección y gestión de lo público.” Luis Tapia (2022). Composición político-cultural del futuro. Cides-UMSA. Autodeterminación, La Paz, p. 57.
Para este tiempo, la sociología política comprensiva de Max Weber era el núcleo de este empirismo crítico que había elaborado la teoría de los sistemas del sociólogo estadounidense Talcott Parsons cerebro del estructural funcionalismo.
Pero en el cenit del paradigma sistémico conductista, la era de las revoluciones proletarias y la llamada ola democrática que corrió entre los años 67-77 puso en cuestión la suficiencia de los estudios de los procesos de ruptura sistémica, y se abrió el campo de los Estudios Políticos, que le dio cabida a la pluralidad y cuando menos a la interdisciplina, y luego a la transdisciplina.
Se abre así un tiempo desconocido, aplastado por el fenómeno de los totalitarismos, para la refundación no solamente de la ciencia política. Será imposible ya entender como mera sociología de la política. Ahora, cuando se incorpora el cuestionamiento profundo del paradigma de la dominación legítima, que en últimas está fundado en creencias.
Opera entonces el giro copernicano en el saber de la política, con la problemática teórica y práctica de la hegemonía. Lo que sigue es el entendimiento de la política como una praxis compleja que recupera el olvidado paradigma de Nicolo Machiavelli, expuesto en su nueva, moderna manera de entender, desacralizar la teología política.
Esta trayectoria recupera la pertinencia de una familia, una tendencia de estudios que se continuaron con Baruch Spinoza, Carlos Marx, y Antonio Gramsci, quien es el primer marxista en proponer una fórmula abierta para el estudio de la ciencia política, que se resuelve en última en la praxis de los antagonistas.
De ese modo, se le reconoce preeminencia al escenario de fuerza y astucia, el centauro, donde el cuerpo esta presente. Es la metáfora de la que Gramsci derivará la definición de la Filosofía de la Praxis cuya denominación toma de Antonio Labriola. Al integrar dominio y dirección, mando y consenso, este binomio lo desagrega en el plano analítico en el estudio histórico del complejo de las relaciones de fuerza.
Aprehendidas en su dinámica de opuestos antagónicos que se expresan en movimientos ocasionales y de coyuntura, cuyo punto de partida metodológico, su asiento es la cuestión nacional que se articula en un sistema hegemónico internacional al que determinan en últimas. Este saber de la praxis materialista, fundado en el estudio de las relaciones y fuerzas de productivas recupera, potenciando la ley de tendencia que provino de los hallazgos de la economía política clásica, tal y como los expusiera David Ricardo en sus Principios.
Estado y descentramiento del objeto: el sistema político.
En la segunda mitad del siglo XX, un estudioso marxista greco-francés, Nicos Poulantzas traza el rumbo a un saber crítico y de ruptura, cuando desde el marxismo y el horizonte socialista establece una interlocución esclarecedora con respecto al empirismo y sus limitaciones cognoscitivas que tienen su matriz en la obra sociológica general de Max Weber y su propuesta de tipos ideales, de las cuales parte el paradigma de la ciencia política moderna burguesa.
De otra parte, la escuela norteamericana de la ciencia política abre el compás, cuando propone como una unidad de análisis al sistema político en lugar del Estado. Aparecen diferentes escuelas y en particular, al subcampo de la cultura política/cívica con Gabriel Almond y Sidney Verba, que resulta también un desarrollo disciplinar de la denominada Política Comparada. Así enfrentan en lo teórico la nueva división del mundo en tres campos de disputa, el socialismo, el capitalismo, y los no alineados.
De aquí parte, en simultánea, la semilla de la pertinencia de los Estudios Políticos que permitan analizar, comprender la pluralidad, la diversidad, y la no coetaneidad de las sociedades y comunidades articuladas en un mercado mundial. Pero, es Francia, y no los Estados Unidos, la cuna de los Estudios Políticos, quizás afectada por la herida sufrida por la pérdida de sus colonias, y, en particular, Argelia, que puso en jaque a la nación misma.
La pareja estadounidense pone a prueba con más de 1200 encuestas extensas, aplicadas en cinco países, la vigencia o no de la democracia representativa para contrastarla con lo que llaman totalitarismo, cuyo eje es la Unión Soviética. Publican los resultados en 1963, sin atreverse a decir todavía que es este un saber consolidado, sino un work in progress. En todo caso, más de diez años después,[5] aquella propuesta rinde sus frutos, es revisada, criticada e incorporada al saber contemporáneo de la política y lo político.[6]
Luego, en los años ochenta, Gabriel Almond reconoce la crisis de la ciencia política en la segunda modernidad, cuando se enfrenta a la crítica de los metalenguajes, cuando los Estudios Políticos se han posicionado. Publica el libro Una disciplina segmentada: escuelas y corrientes en las ciencias políticas (1999).
Allí Almond elabora un esquema clasificatorio de enfoques politológicos, y los organiza didácticamente en una matrix que denomina Las mesas separadas, con base en dos criterios, metodológico e ideológico que resultan en dos campos izquierda y derecha, a su vez, calificando a la ciencia política en dos grupos ciencia blanda/suave y dura. En cierta medida, pienso que esta matriz puede hacerse extensiva al hecho de reconocerle personería al campo de los Estudios Políticos, desde la otra orilla, sin decirlo.
Institución e interlocución forzosa: Ciencia y Estudios Políticos
En la historia, la proveniencia de los Estudios Políticos nos conduce en su genealogía al año 1872. Porque de la Escuela Libre de Ciencias Políticas, liderada por la masonería liberal francesa, y en particular Émile Boutmy, le dará existencia al IEP, Instituto de Estudios Políticos, como una institución privada, que se ubica en la calle Saint-Guillaume en París.
Sin embargo, será hasta 1945, al final de la II Guerra Mundial, cuando aquella escuela se transforma de modo oficial en Instituto de Estudios Políticos, IEP de las universidades de París, y en lo financiero crea de modo simultáneo la Fundación Nacional de Ciencias Políticas, encargada de la gestión administrativa y financiera del IEPP. Ocurre que en el mismo año se crea la Escuela Nacional de Administración, ENA, que se ubicará justo detrás del IEP, en la calle de los Saint-Péres, en lo que fue antes en Hotel Cossé.
En la disruptora coyuntura de 1968, el mayo francés, la antigua universidad de París se divide para 1969, en varias sedes. Con esa novedad el IEP cambia también su nombre. De ahora en adelante se llamará Instituto de Estudios Políticos de París, y adquiere el carácter público, no el privado de su nacimiento, convertido en establecimiento público, científico y cultural, y separada de las demás estructuras universitarias por el decreto de 18 de enero de 1969. En 1985, el IEP de París obtuvo el título de gran establecimiento y entró a ser parte del quinteto de las cinco principales universidades de Francia.
Pero, en este recorrido institucional de los Estudios Políticos, hay una fecha relevante. En el año 1994, el politólogo Alain Lancelot ensaya un viraje con su reforma académica que produjo un estallido huelguístico, y al fin de cuentas fue retirada. Así que esa ruta que acercaba el pensum al paradigma dominante, ahora intenta un viraje audaz, la internacionalización con un nuevo director, Richard Descoings.
Luego, en 2001, se ensaya una fórmula de plebeyización, y desmonte del acceso regular de las elites sociales con los Convenios de educación prioritaria, CEP, y se incorporan estudiantes de las banlieus, aplicando el criterio de la discriminación positiva en 2001. Hay también sucesivas modificaciones del “pregrado” que a manera de información queda con un ciclo de tres años, uno de estos en el extranjero, y luego otro ciclo de dos años, graduado, que tiene varias especializaciones.
Así las cosas, a partir de los años 80/90, el campo de los Estudios Políticos, nacido en Francia, propiamente, en el 1945, como se dijo, tampoco permanecerá quieto, pues tiene también una genealogía eurocéntrica. Sin embargo, respondió previamente con la internacionalización. Pero, igual, es impactado también desde el amplio y diverso elenco de los países no alineados con nuevos contenidos y demandas. Es éste un bloque de países y culturas con naciones fracturadas por las cicatrices coloniales, las más de las veces. En suma, es un aglomerado de países menos configurado, más abierto y diverso en sus pesquisas y urgencias que lo que eran el socialismo y el capitalismo existentes.
El bloque en formación de Los no Alineados se caracteriza por la presencia de un campo de relativa autonomía intelectual, del cual son indicativos los denominados Estudios Subalternos y Poscoloniales, que se cocinan en la India, que es uno de los actuales gigantes de las Brics.
Al frente está un grupo de destacados historiadores, antropólogos, sociólogos y filósofos que están conectados al paradigma histórico elaborado en Gran Bretaña, pero con la disputa de la independencia se separan y construyen un saber subalterno que cuestiona a los propios hacederos de la independencia de la India, Gandhi y Nehru. Y empiezan la recuperación y construcción de la otra historia.
De otra parte, en América Latina, el ensayo boliviano de comienzos de los cincuenta, la revolución de raíz obrera e indígena, aunque no prospera, en últimas; luego el ensayo reformista de Guatemala, con la presidencia de Jacobo Árbenz, y su derrocamiento violento por la intervención estadounidense, va a coronarse con, por fin, una revolución triunfante en Cuba, que había sido la joya de la corona española en la primera etapa de conquista y colonia. Había sido sometida a la tutela estadounidense, a raíz de la derrota de España, y tenía pendiente su “segunda independencia”, que trajeron los guerrilleros que entraron en La Habana en 1959. Este acontecimiento histórico es la base para el desarrollo de un saber político y social renovado, donde se hace una revisión de la historia de los “vencidos”, se recupera la figura de José Martí, y otros luchadores de la independencia americana.
El giro americano de los Estudios Políticos
“En breve, el proyecto neoliberal consiste en que no hayan otros proyectos colectivos. Solo caben programas de acción política individuales y grupales para ubicarse y moverse en el seno de las estructuras existentes y sus posibles desdoblamientos.” Luis Tapia. Composición político-cultural del futuro, pp: 39, 40.
La proclamación de Cuba socialista hace popular el calificativo de “Nuestra América,” para distanciar al subcontinente de la Doctrina Monroe, que había sido señalada y condenada por Simón Bolívar, cuando intentó construir un orden político internacional alternativo con centro en América Central y Sur, mediante el Congreso Anfictiónico de Panamá (1826), que fue saboteado por el bipartidismo estadounidense interesado en reemplazar a las potencias coloniales europeas en los que fueron dominios españoles, portugueses, ingleses, franceses y holandeses.
Aquel comienzo en Panamá y en la revolución haitiana,[7] se recupera luego con la experiencia de la proclamada revolución bolivariana y la quinta república, con un proceso constituyente en 1999, bajo la dirección e inspiración política del presidente Hugo Chávez, quien propone un nuevo tipo de socialismo para el siglo XXI. En el nuevo orden político constitucional la Carta refrendada incorpora un cuarto poder, el poder popular.
Todos aquellos hechos pioneros, afianzados primero por el triunfo cubano, una vez fuera de la hegemonía norteamericana. Un periplo que arranca desde 1959 hasta Bahía de Cochinos, tienen resonancia y émulo en América Latina, de modo progresivo y en diferentes formas. En la nueva forja, con el correr de los años, ganan relevancia regional y mundial la pareja Teoría de la Dependencia y Teología de la Liberación.[8]
Con esos pilares no exclusivos se elabora la teoría de la colonialidad del poder, que hizo célebre al sociólogo peruano Aníbal Quijano, un discípulo del mexicano Leopoldo Zea, quien empieza por casa reivindicando el pensamiento precolombino, azteca y maya.
El mismo Quijano fue cultor inicial de la teoría de la dependencia que arrancó con los trabajos pioneros del argentino Raúl Prebisch desprendido en cierto sentido del paradigma neoclásico con fuerte acento keynesiano, quien fijó la meta del desarrollo en la industrialización avanzada a través del modelo de sustitución de las importaciones, sacando provecho de unos términos de intercambio favorables a un real despegue industrial capitalista.
A partir del trabajo pionero de Quijano, también se recuperó la centralidad de nuestra América con la heterodoxia marxista de José Carlos Mariátegui, fundada en el reconocimiento de un sujeto político fundamental, los indígenas, afianzado luego de su periplo europeo, italiano. Tal y como lo presenta en los Siete ensayos sobre la realidad peruana.
De igual manera, se destaca a nivel continental una figura política y literaria, el cubano José Martí. Un luchador hasta la muerte por la independencia de Cuba, un heraldo del modernismo y la prosa americana, quien choca con el naciente hegemonismo imperialista estadounidense.
Ahora esta abigarrada herencia que nutre la fuente de los Estudios Políticos en América Latina, es leída con la experiencia revolucionaria cubana, que reclama autodeterminación e independencia de los bloques hegemónicos. Antes, el gobierno revolucionario boliviano, había dado fundamento a la obra del sociólogo comunista René Zavaleta, quien empezó en Bolivia y concluyó durante su exilio mexicano.
También son fuentes de novedad, en el ciclo de las dictaduras y autoritarismos militares en América, bajo la doctrina de la seguridad nacional de factura estadounidense, no solo las problemáticas de las fallidas transiciones democráticas, sino los posteriores regímenes de militares progresistas en Ecuador y Perú, descentrados de la acción represora con arrestos reformistas de incorporación de grupos y clases subalternas.
Tales novedades histórico-políticas son estímulo a nuevos los desarrollos en el campo de los saberes sociales que configuran luego las tendencias decolonial y descolonial, que incorporan también voces de la resistencia a la conquista, y a la colonia. No pocos estudiosos, generalmente, latinoamericanistas, al estilo del argentino Waltern Mignolo pondrán en entredicho los metarrelatos eurocéntrico, sino que buscarán dar prueba de la originalidad de los pensadores indígenas como criollos.
El ecuatoriano Bolívar Echeverría en el campo de la cultura buscará cómo en el siglo XVII se estructura otro estilo, el barroco americano, donde la presencia europea se traduce y transforma, dándole voz a los sin voz. Del mismo modo, como en la India, Gayatri Spivak, a caballo entre los estudios subalternos y poscoloniales se hacía la pregunta si “el subalterno puede hablar”.
Luego se delinea otra propuesta, la transmodernidad como respuesta a la crisis de la modernidad, y el sustituto de lo posmoderno. La activa vocería la tiene aquí Enrique Dussel,[9] quien después de hacer una lectura de detalle, heterodoxa de la obra de Marx, y de haber sigo cultor de la teología de la liberación junto con Gustavo Gutiérrez, y los aires de renovación católica y protestante europea, insiste ahora en un pensamiento latinoamericano descentrado del dominio de aquella perspectiva eurocéntrica, heredero de las contribuciones del mexicano Leopoldo Zea y Rodolfo Stavenhagen, entre otros.
Ahora las voces y los discursos latinoamericanos se posicionan para establecer interlocución glocal con trazas de real horizontalidad en procura de una real reforma intelectual, ética y moral. Aquí se acrecienta la vocería y el papel de primera línea de los Estudios Latinoamericanos, que se aprovecha de relecturas aplicadas de la obra del comunista italiano Antonio Gramsci.
El adquirió notoriedad con los trabajos de divulgación e interpretación de los gramscianos argentinos Juan Carlos Portantiero, Los usos de Gramsci, José María Aricó, La cola del diablo, entre otros. Ellos mismos, junto con Emilio de Ipola se unieron al retorno a la democracia representativa en Argentina durante la presidencia del radical Raúl Alfonsín, influyeron y publicaron la revista La ciudad futura por un corto periodo, y fueron afectados por el fracaso financiero de esta transición que impidió la consolidación de la democracia hasta hoy.
El ascenso y la lenta agonía neoliberal que parasitó y vació el contenido popular del peronismo derrotado por el hirsuto reaccionarismo del presidente Javier Milei, un escandaloso histrión de la receta neoliberal de desmontar lo que queda de Estado bienestar justicialista.
Tal es el humus de los Estudios Políticos en América Latina, que ahora comporta el nuevo desafío que cubre desde 1999 a la fecha. En este cuarto de siglo, el plural territorio americano no solo vivió la crisis del presidencialismo norteamericano, con el robo electoral en la contienda George W. Bush y Al Gore, en el 2000, sino la secuela de la acción terrorista contra las Torres Gemelas en el corazón financiero, New York, y el ataque a las instalaciones del Pentágono en la vecindad de Washington, para probar que la seguridad no tiene garantías ni en el centro o la periferia del gobierno mixto imperial, que no imperialista.[10]
Este ataque suicida, dirigida y ejecutada por Al Qaeda, “La Base”, un comando de inconformes crecido en Arabia Saudita, en las lindes del tercer mundo, marca también un corte epocal. Quienes se atrevieron a poner en jaque las seguridades del Imperio, dieron una brutal bienvenida al siglo XXI, actualizando la ficción de Matrix, “Bienvenidos al desierto de lo real”.
Abrían el horizonte global con la ecuación democracia y guerra. A su modo le dieron también personería a la emergencia de un nuevo sujeto político, la multitud subalterna que se comporta en diversos escenarios como un enjambre en la creación de lo común que rompe las fronteras arcifinias entre lo privado y lo público.
Estas multitudes ahora desbordan las fronteras coloniales, desde los continentes que albergan los desastres de la colonialidad, inician su marcha interminable en un éxodo que supera con creces las proporciones bíblicas relatadas por los hebreos en el antiguo testamento.
Entre la hegemonía y la poshegemonía: desafío americano y transcontinental
Con esta ocurrencia, la refundación de la ciencia política, la revolución copernicana producida con el ascenso y crisis del ciclo de las revoluciones proletarias, da utilidad plena a una nueva fase de madurez de los Estudios Políticos, reconociendo centralidad protagónica a un nuevo sujeto, la multitud y a la democracia subalterna.
Los primeros pasos que anuncian el nuevo tiempo los dio cuenta la obra pionera del marxista Antonio Gramsci, escrita desde la cárcel, y señalando que había un tránsito necesario de la revolución permanente, y la guerra de movimiento, a un nuevo y largo periodo de guerra de posición, donde la sociedad civil era el centro en la praxis política de la disputa por la hegemonía.
De ese modo se abre a escrutinio global la crisis orgánica neoliberal del capital, y el pensamiento integral de la acción política entendida como dominio y dirección, porque dialectiza e historiza en simultánea la propuesta empirista y aún hegemónica del paradigma weberiano de la dominación legítima, reforzado por la contribución de Carl Schmitt, y el decisionismo de la excepción.
Al mismo tiempo, con la ola de los progresismos en América Latina, y las guerras localizadas y traumáticas en Europa, Ucrania, en Medio Oriente, en Palestina y Líbano, y en Sudán del Sur y Somalia, se aprehende el diapasón de democracia y guerra en la era del Imperio. Se abre así la etapa que algunos califican de la poshegemonía.[11]
Porque el Estado, la nación, el pueblo, la representación política pierden la relevancia que tenían, así como las lógicas propias de la tanatopolítica que las transversaliza para darle presente y pertinencia a la biopolítica confrontando al biopoder, el rescate integral de la naturaleza, la inclusión social, la igualdad social sin justificaciones, y al pensamiento de lo común, y la relevancia del cuerpo y el trabajo inmaterial.[12]
Pareciera ser que los Estudios Políticos, en su madurez toman el rumbo de un humanismo absoluto, que ajusta cuentas, con el llamado poshumanismo, y contribuyen con la filosofía de la praxis a conjurar los holocaustos, incluida la penúltima de sus secuelas, de la que ahora el protagónico el gobierno sionista de Benjamin Netanyahu, con el decadente soporte del gobierno agonal de Joe Biden y Kamala Harris.
Aún la propuesta demócrata desteñida, enfrentada al bloque de las Brics, con el liderazgo de China, en la abierta y soterrada guerra comercial, no se atreve a deslindar campos con su archirrival, Donald Trump, y ponerle fin, a las guerras locales en las fronteras calientes del orden imperial.
En el polo opuesto, antagonista, la situación caótica, interpela y arma de razones a un bloque intelectual transcontinental que da forma desde América Latina, a una nueva etapa en los Estudios Subalternos que alimenta a la ciencia política abierta, refundada por Antonio Gramsci, en sus escritos de la cárcel. Ellos sustancian la propuesta que interpela a la multitud ciudadana subalterna que está punto de insurreccionarse y sublevarse ante tanta barbarie, exclusión y desigualdad juntas, al asedio de las fronteras imperiales.
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[1] Por estos días, el socialismo cubano vive la dolorosa presión de la crisis energética que no pudo resolver desde el bloqueo, y luego con el derrumbe del bloque socialista liderado por la URSS. Ahora, desde el 11 de julio de 2023 experimenta protestas sociales y políticas que cuestionan el manejo del binomio Díaz-Canel Y Castro. Esta vez van 5 días de falla en los servicios de energía que son más severos en las provincias alejadas de La Habana que sufre racionamientos, a raíz del paso del huracán/ tormenta Oscar, que produjo un apagón total, y golpeó el oriente de la Isla, de modo severo a Baracoa.
[2] La dictadura es una institución inventada por los romanos en los tiempos de la República Imperial. Hay un libro al respecto con ese título escrita por Carl Schmitt, autor de muchos libros, que desarrollo el enfoque teológico político, desde una perspectiva conservadora, pero no por ello menos valiosa.
[3] Ver al respecto, Lenin, V.I, Las dos tácticas de la social-democracia en la revolución democrática.
[4] Ver Dizzionario Gramsciano, 1926-1937. Guido Liguori e Pasquale Voza. Carocci. 1 a. Edizione. Roma, p. 268.
[5] ALMOND, Gabriel, VERBA, Sidney (1980). The Civic Culture Revisited. Little, Brown and Company. Boston-Toronto.
[6] HERRERA ZGAIB, Miguel Angel (2000). Introducción, en: La participación y representación política en Occidente. CEJA. Bogotá, pp: 7-11.
[7] Es importante recuperar la carta de Bolívar escrita en Jamaica.
[8] Sistematizada por el libro homónimo del teólogo peruano, el dominico Gustavo Gutiérrez-Merino (1928-2024), recientemente fallecido.
[9] Según él, a través de la teología de la liberación, primero, y luego, sus elaboraciones de las que llama ética y filosofía de la liberación se descubren el hecho de la dominación y la experiencia de la autonomía, que tienen como sujetos políticos a los pueblos que resisten y luchan por la autonomía. Todo lo cual parte de una elaboración en el plano de la mundialización y la globalización que recupera de G.W. F. Hegel, la así llamada dialéctica del amo y el esclavo.
Apoyándose en la influyente lectura de Alexander Kójeve (1902-1968) de esta parte de la hegeliana Fenomenología del espíritu (1807), que es parte fundamental de su sistema de la ciencia, una de las fuentes centrales de la modernidad burguesa europea, centrada en el individuo pensante y libre, y la que excluye la relevancia del nuevo continente en materia de pensamiento y ciencia.
[10] Ver al respecto la trilogía Imperio de Michael Hardt & Antonio Negri, que empezó con el libro Imperio publicado en el año 2000.
[11] CLACSO (2021). Nuevos acercamientos a los estudios latinoamericanos. Cultura y Poder. Biblioteca Clacso.
[12] Revisar Antonio Negri (2019). Marx y Foucault. Ensayos/1. Editorial Cactus. Occursus. Buenos Aires.
Miguel Angel Herrera Zgaib, Ph D.
Foto tomada de: BBC Conferenciantes
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