Europa vuelve a enfrentarse a una de sus peores pesadillas: ser espectadora de su propio destino. La reciente conversación entre Donald Trump y Vladímir Putin, en la que ambos líderes acordaron iniciar negociaciones para poner fin a la guerra en Ucrania, ha encendido todas las alarmas en Bruselas. No solo porque este movimiento marca un giro drástico en la política estadounidense, sino porque se ha producido sin contar con Europa y, lo que es más preocupante, sin tener en cuenta a Kiev.
El mensaje de la nueva Administración Trump es claro: Estados Unidos quiere cerrar este capítulo cuanto antes y dejar a la UE la responsabilidad de la reconstrucción y la seguridad de Ucrania. El secretario de Defensa de Trump, Pete Hegseth, lo dejó meridianamente claro en la última reunión de la OTAN: Kiev debe renunciar a Crimea y al Donbás, olvidarse de la OTAN y aceptar un acuerdo que difícilmente garantizará su integridad territorial a largo plazo. Washington, por su parte, se retira a sus propios intereses en el Indo-Pacífico.
Nada de esto debería sorprender. Desde su regreso a la Casa Blanca, Trump ha mostrado un profundo desdén por las alianzas multilaterales y una predilección por los acuerdos bilaterales, especialmente con aquellos a los que percibe como “hombres fuertes”. La UE nunca ha estado en su lista de prioridades, y el conflicto ucraniano, con su enorme coste económico y militar, solo refuerza su inclinación a desentenderse.
El problema es que Europa tampoco ha hecho mucho por evitarlo. Durante estos tres años de guerra, la UE ha adoptado una posición reactiva, confiando en que el paraguas de Washington seguiría protegiéndola. Ha destinado cerca de 124.000 millones de euros a Ucrania y se prepara para asumir la reconstrucción del país, pero no ha logrado consolidar una estrategia propia ni una voz única en política exterior y de seguridad. Ahora, con EE UU negociando por su cuenta, Bruselas se da cuenta de que su papel en la resolución del conflicto es marginal.
Un acuerdo peligroso para Ucrania y para Europa
Las condiciones que se perfilan en las negociaciones no solo son desfavorables para Kiev, sino que suponen un precedente preocupante para Europa. La renuncia a las fronteras previas a 2014, la exclusión de Ucrania de la OTAN y la falta de garantías de seguridad efectivas sientan las bases para una paz frágil, en la que Rusia conservaría sus conquistas territoriales y la capacidad de desestabilizar a sus vecinos en el futuro.
El ministro de Defensa alemán, Boris Pistorius, ha criticado la forma en que EE UU ha planteado el diálogo, lamentando que se descarten de antemano cuestiones clave como la adhesión de Ucrania a la Alianza Atlántica. Francia y el Reino Unido han advertido contra una “paz de la debilidad” que deje la puerta abierta a nuevas agresiones rusas. Pero más allá de las declaraciones de preocupación, la realidad es que Europa carece de herramientas de presión para influir en el proceso.
La situación actual pone de manifiesto las debilidades estructurales de la UE en política exterior y defensa. Sin una fuerza militar conjunta y sin una estrategia unificada, el bloque sigue dependiendo de la voluntad de Washington, aunque esta cambie de dirección de la noche a la mañana. La guerra en Ucrania debería haber sido un punto de inflexión para la autonomía estratégica europea, pero la realidad es que Bruselas sigue actuando a la sombra de EE UU y, ahora, se enfrenta a las consecuencias de esa dependencia.
Volodímir Zelenski ha insistido en que la UE debe reclamar su lugar en la mesa de negociación, no solo para proteger a Ucrania, sino para garantizar su propia seguridad a largo plazo. Sin embargo, los hechos demuestran que Trump no tiene intención de concederle ese espacio. En Washington ya han decidido que su prioridad no es Ucrania, sino la contención de China, y que el conflicto europeo es un problema que deben resolver los propios europeos.
El futuro inmediato presenta un dilema para la UE. Si acepta el acuerdo que Trump y Putin diseñen sin su participación, no solo traicionará a Ucrania, sino que enviará un mensaje de debilidad que Moscú y otros actores autoritarios no tardarán en aprovechar. Si intenta resistirse, se enfrentará a una Administración estadounidense que ya ha dejado claro que no está dispuesta a compartir el liderazgo.
Europa está, una vez más, en una encrucijada. La pregunta es si esta vez será capaz de actuar con la determinación que la situación exige o si, como tantas otras veces, se limitará a reaccionar cuando ya sea demasiado tarde.
Valeria M. Rivera Rosas, escribe en MUNDIARIO, donde es la coordinadora general. Licenciada en Comunicación Social, mención Periodismo Impreso, se graduó en la Universidad Privada Dr. Rafael Belloso Chacín de Venezuela.
Fuente: https://www.other-news.info/noticias/europa-relegada-y-sin-voz-en-la-paz-de-ucrania/
Foto tomada de: BBC
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