¿Cuál es la diferencia, entre los camisas negras italianos, los camisas pardas (SA) alemanes, los guardias de hierro rumanos, los banderistas ucranianos, los de la cruz flechada húngaros, los falangistas españoles o los ustachis croatas, de una parte y la ultraderecha de este siglo?
Todos estos protagonistas del fascismo europeo de hace 90 años, profesaban un odio visceral contra los judíos, que se expresó de forma extrema en Alemania, Ucrania, Rumania y Croacia y se concretó en el Holocausto. Ahora, con la excepción del Svoboda ucraniano, el Jobbik húngaro, el Amanecer Dorado griego, el Ku Klux Klan y grupos neonazis minoritarios, la mayoría de la ultraderecha se declara pro Israel y apoya el exterminio del pueblo palestino.
El antisemitismo se ve remplazado por la islamofobia y en general por la xenofobia radical, el odio a los refugiados y los racismos particulares, como el expresado contra los mexicanos entre la derecha de Estados Unidos. Pero, en cuanto a otros aspectos, a pesar de su diversidad, la ultraderecha del siglo XXI tiende a parecerse cada vez más al fascismo europeo de los 30.
Si creyéramos que habiendo llegado al “fin de la historia” el imperialismo y el colonialismo son cosa del pasado o que el capitalismo no es lo dominante en la política internacional, pues podríamos descartar un renacimiento del fascismo, pero la realidad es extremadamente diferente.
La guerra imperialista destruyó en este siglo a Iraq, Libia y Siria, como forma de resolver las crisis cíclicas del capitalismo; la recolonización del Medio Oriente es un hecho. Los retrocesos del colonialismo, tras la derrota del nazismo, se prolongaron hasta la derrota de Estados Unidos en Vietnam, pero en las últimas tres décadas la situación se ha revertido en forma acelerada.
Para comprender como el fascismo surge de las necesidades de guerra externa e interna del imperialismo en medio de la crisis capitalista, es importante leer el discurso de Hitler en el club de industriales de Dusseldorf, el 27 de enero de 1932, con el que convenció a los empresarios de apoyar la solución nazi.
Hitler explica como la defesa de la propiedad privada requiere un equivalente político en la dictadura del Führer. Así como la propiedad privada es el resultado de la desigualdad económica y derechos individuales diferentes, para defenderla se requiere la desigualdad política, la jerarquización y la autoridad férrea.
A Milton Friedman y a la escuela de Chicago para instaurar el neoliberalismo no les bastó con preparar una élite de economistas chilenos, sino que necesitaron de un Pinochet y de “Patria y Libertad”, para imponer las leyes del mercado. Hitler explica que Inglaterra no vendería sus mercancías en la India, si no fuera porque la obligó, invadiéndola. Si los propietarios querían el éxito de sus empresas privadas debían apoyar el nazismo para conquistar mercados y recursos ventajosos con la guerra exterior y destruir el “bolchevismo” que impedía la unidad nacional, el Volkskorper necesario para que la nación triunfara.
Este discurso, sin los habituales ataques contra los judíos que caracterizaban a Hitler, se centró en el ataque al ”bolchevismo”, no sólo para evitar su triunfo, sino para evitar la división del pueblo y la difusión de una mentalidad contraria a los intereses únicos de la nación. Los empresarios aplaudieron entusiasmados por varios minutos. El programa hitleriano en benefició de las grandes empresas alemanas se cumplió y sólo fue detenido por la derrota del nazismo.
Vilfredo Pareto, economista notable a quien los neoliberales consideran un precursor de sus ideas “libertarias”, rabiaba contra las huelgas, enemigas del óptimo económico. Odiaba al movimiento obrero que llegó a tomar fábricas. Aclamó el ascenso de Mussolini al poder; aunque no era fascista, los fascistas lo nombraron senador vitalicio. Los grandes capitalistas y los expertos economistas neoliberales preferirían no tener que ver nada con los fascistas y les repugna su ideología, pero los aclaman, cuando la crisis llega, cuando necesitan aplastar el “bolchevismo” e ir a hacer la guerra contra otros países.
El fascismo hoy, como el de hace 90 años, liquida las conquistas de los trabajadores, y los derechos colectivos, “limpia” las universidades y escuelas promueve la guerra. Cuando la dominación del capital transnacional no se mantiene por las meras leyes del mercado, se ejerce por la violenta directa, y cuando las instituciones no son suficientes, recurre a la movilización masiva de una parte de la sociedad civil contra el resto.
El colonialismo se ha fortalecido. El ahora llamado “extractivismo” que asola múltiples regiones del mundo es una expresión de la fortaleza de la empresa colonial existente desde hace siglos y la llamada “acumulación por apropiación” no es más que la mismísima acumulación primitiva expresada como acumulación colonial originaria, en una región tras otra.
Como en el siglo XX, la guerra permite entrelazar la empresa colonial, con la destrucción de capitales competidores, como hemos visto en Iraq y Libia y antes en la antigua Yugoslavia, de modo que previa la destrucción del capital local, los territorios conquistados son nuevos mercados, zonas de inversión y fuentes de tierras, minerales, gas y petróleo.
Pero, el imperialismo, el colonialismo y la guerra no son de por sí el fascismo. El fascismo es un movimiento de masas, basado en la clase media y en los desempleados, que se moviliza de diversas formas, incluidas milicias paramilitares, para destruir los derechos y las organizaciones autónomas de trabajadores y propiciar la guerra, en beneficio del gran capital transnacional y de los latifundistas, que en Latinoamérica están listos a poner a funcionar sus bandas armadas, como Attila en Novecento.
A diferencia de otras formas de autoritarismo, el éxito del fascismo es garantizado por la movilización masiva de la clase media, pueblo que ataca al “enemigo” de la nación, sean los judíos, los comunistas, los negros, los refugiados, los musulmanes, los mexicanos.
Como decía el filósofo nazi Martin Heidegger, “en esas condiciones puede parecer que no hay enemigo. La exigencia radical es encontrar el enemigo y colocarlo en evidencia o tal vez crearlo, para enfrentarlo… con el objetivo de la exterminación total”.
El estado que persigue al enemigo, según coinciden los teóricos del nazismo, no es tanto la institución jurídica, sino el ser del pueblo intrínsecamente unido a su líder (Heidegger), no el aparato mecánico estatal, sino el pueblo organizado por el movimiento nazi dirigido por su Führer, fuente del derecho (Rosemberg); así, no es el derecho el que establece el orden, sino el orden impuesto por “el movimiento” el que engendra el derecho (Schmitt).
En el siglo XXI el papel del enemigo es asignado en Europa y Estados Unidos a los migrantes, especialmente los refugiados; a los musulmanes “terroristas”. En América latina sigue señalándose a los “comunistas”, a la izquierda política, como era en la época de la Doctrina de la Seguridad Nacional.
Pero, cada vez más, en el norte y en América latina, los homosexuales son blanco predilecto, la “ideología de género”, rótulo asignado a la investigación científica de la homosexualidad y a los derechos de los homosexuales y transgéneros. Esto no es nuevo. La homofobia fue uno de los ganchos que el nazismo usó para ganar a sectores religiosos. Fue atacada la teoría del “tercer sexo” de Magnus Hirschfeld y sus libros sobre la homosexualidad del hombre y la mujer y sobre los travestis.
Blanco de los ataques homofóbicos fue el Instituto para la Ciencia Sexual dirigido por Hirschfeld. Su administrador Kurt Hiller fue enviado a un campo de concentración en marzo de 1933 y el 6 de mayo siguiente el edificio sede fue ocupado y confiscados sus archivos, fotos y biblioteca para ser quemados en la tristemente famosa quema masiva de libros del 10 de mayo de 1933.
La hoguera mostraba las ligazones de la “conspiración judío-bolchevique” con el tercer sexo. La homofobia cumplía un papel movilizador y en la hoguera y en los campos de concentración, la aniquilación del tercer sexo legitimaba el exterminio de los comunistas, sindicalistas, judíos y gitanos, el exterminio del enemigo. El aparato del Estado, desde su dominio en las universidades, hasta sus cámaras de gas, estaba enraizado en el “ser del pueblo” dirigido por su líder.
La ultraderecha del siglo XXI, especialmente en América latina, ha redescubierto el papel de la homofobia. La lucha contra la “ideología de género” justificó decir No a la Paz en Colombia y mueve millones de personas y de votos desde Brasil hasta Estado Unidos, pasando por Costa Rica, donde una parte importante de las iglesias se presta con entusiasmo a estas manipulaciones del poder.
La manipulación de la religión por la ultraderecha no se limita a la homofobia. Durante más de 100 años se ha desarrollado una teología de la guerra. Así como entre la población musulmana la divulgación del wahabismo ha fundamentado la existencia de Al Quaeda y del Estado Islámico, el “dispensacionalismo” de Cyrus Scofield se difunde como una teología de la guerra, que sostiene la adhesión del fundamentalismo “evangélico” a la ultraderecha.
El Ejército Islámico afirma estar en los últimos tiempos preparándose para la batalla final de la historia sagrada. El “dispensacionalismo” ve también en la guerra del Medio Oriente el anticipo del Armaguedón y considera que el apoyo a Estados Unidos e Israel en la guerra es parte de los planes divinos. Los fieles esperan ser arrebatados al cielo antes de los grandes desastres que estos acontecimientos conllevan.
Así como los nazis luchaban contra la conspiración del “Protocolo de los sabios de Sión”, la ultraderecha latinoamericana lucha contra la conspiración del Foro de São Paulo, que quiere imponer el comunismo y el homosexualismo. Pero, el bolchevismo ya no es una conspiración judía, es la fuente de la conspiración, mientras que Israel es un aliado y los palestinos el enemigo.
La ultraderecha las Américas es de todos modos diversa. Sus signos comunes y dirigentes son de todos modos el anticomunismo y el seguimiento fiel de los intereses de Estados Unidos y las transnacionales. El fundamentalismo religioso aparece sin problemas al lado estrellas de la vida disoluta como Donald Trump o Alexander Frota.
Los supremacistas blancos de Estados Unidos ya no están de acuerdo entre sí sobre el antisemitismo. Pero el Klan y el neonazismo siguen existiendo y actuando. La construcción del muro en la frontera con México los une a todos.
Más difícil es la convivencia y unidad de la ultraderecha europea, dividida. Hay ultraderechas anti Unión Europea y europeístas. Hay además una ultraderecha antisemita y otra islamofobia. En Israel el exterminio de palestinos es el signo del fascismo. En los países islámicos el wahabismo nuclea la ultraderecha, en cuanto la islamofobia mueve a extremistas hindúes en la India y hasta a intolerantes budistas en Birmania y Tailandia. Todas las ultraderechas niegan la categoría ser humano, son xenofóbica y racistas, homofóbicas y enemigas de los derechos humanos, del derecho internacional.
No toda la ultraderecha es fascista. El fascismo no es la simple represión del sistema contra sus enemigos, significa un cambio cualitativo. Para que los regímenes fascistas se establezcan no basta que haya fascistas, ni siquiera basta que el presidente sea un fascista. Los fascistas requieren llegar a ser un movimiento de masas que aplaste las organizaciones de los trabajadores y de los grupos étnicos y sostenga las guerras. El fascismo del siglo XXI está ahí.
Estamos a tiempo de resistir con la palabra y la movilización.
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Héctor Mondragón
Foto obtenida de: The New York Times
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