Estos economistas se basan en la situación actual de las finanzas del Estado y en el pago de impuestos que realizan los capitalistas y terratenientes para emitir su “concepto técnico”, pero no miran un poco más allá. Cuando comenzaba la pandemia, el obispo de Quibdó, Juan Carlos Barreto, que no es economista, mostró con mayor claridad que cualquiera de ellos que si había plata en la sociedad colombiana y dónde podía recaudarse. En ese momento mencionó las utilidades que habían obtenido las 1.000 empresas más grandes del país entre 2016 y 2018 señalando que se habían generado grandes ganancias que podrían ser utilizadas para financiar un ingreso que pudiera ayudar a los trabajadores más pobres a sostenerse durante unos meses y no verse obligados a salir a la calle y al trabajo a exponer sus vidas.
Afirmaba en ese momento el Obispo: “son las grandes empresas y el sector financiero los que se han enriquecido astronómicamente, aunque las cifras de crecimiento económico del país no sean las mejores, y a pesar del inmenso sufrimiento y la pobreza en que viven gran parte de los ciudadanos colombianos”; estas empresas deberían “asumir con generosidad la iniciativa de contribuir con el costo de la actual crisis aportando una parte de sus ganancias, sin que corran el mínimo riesgo de entrar en quiebra”. “¿Cuánto van a aportar para apoyar a la patria que los enriqueció?[1]”
Por supuesto, el obispo no fue escuchado.
Para sus feligreses capitalistas, y su representante el Estado, es más sagrada la ganancia que cualquier otra cosa, incluyendo la vida, a pesar de las lecciones inocuas del moralista Mockus. Consecuencia: se han producido casi 100.000 muertes evitables y la pandemia agudizó el hambre, la miseria, la pobreza y el desempleo de millones de personas. El comportamiento de los grandes capitalistas y los funcionarios estatales, sustentado en los conceptos técnicos de los mejores economistas del país, es criminal.
Debido a la protesta de los trabajadores en muchas ciudades y zonas del país y a los bloqueos que afectaron al derecho de ganancia, los capitalistas reaccionaron con rabia, y los menos sensibles al dolor ajeno promovieron la feroz represión que se ha visto durante este tiempo, con la violación de derechos humanos de trabajadores, especialmente de jóvenes. Hábilmente organizaron una campaña con los grandes medios de comunicación, de propiedad de los grandes capitalistas, para distorsionar la interpretación de la situación en favor de sus intereses; todos aquellos a quienes no les importa el dolor ni el hambre de 7.5 millones de trabajadores que no tienen ingresos para comprar la canasta mínima de alimentos, ni los 21 millones que no tienen ingresos para comprar la canasta básica de alimentos y otros artículos, ni el desempleo de millones de personas, se convirtieron de la noche a la mañana en los defensores acérrimos del derecho a la alimentación, a la vida y al trabajo… de millones de pollos, gallinas, cerdos y vacas. La mezquindad de los capitalistas y de sus voceros, los periodistas de los grandes medios de comunicación, no pudo ser mayor.
Pero, a pesar de esto, resulta imposible esconder por completo la situación terrible a la que están sometiendo a millones de trabajadores. Parte de los capitalistas, sus servidores en el Estado y sus voceros en los medios de comunicación, se alejan de la estrategia meramente represiva, reconocen que hay un “problema social” y proponen que se hagan programas masivos de empleo y acciones sociales para paliar la situación. El capitalista Maurice Armitage implora a sus colegas explotadores que paguen mejor a sus esclavos y que compartan algo de sus riquezas. El presidente de la SAC reconoce que es imposible vivir con menos de tres salarios mínimos en este país y el capitalista Daes, dueño de Tecnoglass reconoce que el salario mínimo es una miseria.
La ANDI acepta que en la pasada reforma tributaria les dieron exenciones y beneficios a los cuales podrían renunciar. Empiezan, por tanto, a aparecer fuentes de plata para atender las necesidades sociales. Sin embargo, los economistas y el gobierno siguen insistiendo en la prudencia financiera y en la sensatez fiscal. No es posible desbordarse, porque ayudar a los millones de pobres puede afectar a la economía, es decir a los grandes capitalistas y a los acreedores internacionales.
Los informes de la Superintendencia Financiara y la Superintendencia de Sociedades sobre las ganancias de los bancos y las 1.000 empresas más grandes del país, muestran que a pesar de la pandemia y la caída del 6,8% del PIB durante 2020, continuaron ganando billones de pesos, aunque hayan disminuido con relación a 2019. En el caso de las entidades financieras fueron 6 billones, en el caso de las 1.000 empresas más grandes 45 billones. Evidentemente algunas empresas perdieron, pero en su conjunto, la clase capitalista extrajo 51 billones a los trabajadores, cifra que obviamente debe ser mucho mayor dado que las empresas realizan varias prácticas para reducir sus ganancias con fines de disminuir los impuestos que pagan. Plata si hay en la sociedad colombiana.
Si a esto sumamos lo que tienen acumulado, evidentemente hay una magnitud enorme; en 2017 el Departamento Nacional de Planeación informó que los poseedores de CDT y otros títulos acumulaban cerca de 800 billones, una cifra superior al PIB de ese momento, y el 99% estaba en manos de apenas 1.870 personas. A esto habría que sumar los ingresos de los terratenientes y los recursos escondidos en paraísos fiscales.
Como dice el obispo de Quibdó hay plata suficiente en la sociedad colombiana para dar de comer al hambriento y dar de beber al sediento.
Pero no. Los capitalistas ricos son duros de corazón. Su cristianismo no da para tanto. Su catolicismo sucumbe ante el ansia de ganar y de acumular. La ganancia está por encima de la gente. Finalmente, a pesar de los ruegos de Armitage, terminarán solamente cediendo algunas migajas, pero ninguna cantidad suficiente para atender la tragedia de millones de trabajadores.
Los cómplices del crimen
Para tranquilizar en algo sus conciencias, los capitalistas ricos tienen a su servicio a muchos analistas y periodistas, dentro de ellos especialmente a los economistas, que se encargan de tomar sus ideas sobre la sociedad y de traducirlas en libros de economía en los cuales ocultan que el capitalismo es la fuente de las desgracias de todos los trabajadores. Estos economistas destacan el papel casi heroico de los capitalistas que son dadores de empleo y advierten sobre los riesgos de afectar sus ganancias debido a las graves consecuencias sobre la actividad económica. En la coyuntura actual hacen énfasis en: 1) generar expectativas falsas sobre nuevas estrategias de desarrollo y generación de empleo; a pesar de haber estado muchos de ellos en gobiernos anteriores o ser asesores, y nunca haber logrado acciones efectivas para estimular el crecimiento y el empleo o reducir la desigualad, ahora recomiendan qué hacer; 2) insistir en la responsabilidad fiscal y en la seriedad del equilibrio macroeconómico, 3) esconder la responsabilidad de los capitalistas, culpando al Estado.
José Antonio Ocampo, uno de los mejores economistas del país, es un claro ejemplo de este enfoque; afirma en reciente columna en El Tiempo:
“El país debe iniciar, además, el debate sobre las reformas sociales profundas que debe adoptar. En esta materia, las más importantes son aquellas que permitan reducir la enorme desigualdad social que caracteriza al país y que nos coloca entre los peores del mundo. Esto exige tanto una política social más activa como un sistema tributario más redistributivo, dos temas que deben estar en la agenda de las negociaciones que surjan del paro, así como en el debate político que deberá tener el país con vista a las elecciones de 2022. Los otros temas centrales son el empleo y la educación y capacitación de los jóvenes. Deben desarrollarse tanto mecanismos de formalización laboral, un tema en el cual el país está también en pésimas condiciones, como mecanismos permanentes de recapacitación para que nuestros trabajadores se ajusten positivamente al cambio tecnológico. Y deben complementarse con buenos instrumentos de apoyo a la pequeña empresa[2]”.
Ocampo considera que las causas son simplemente deficiencias en las políticas públicas. En alguien que fue ministro de Hacienda, director del Departamento Nacional de Planeación, director de la CEPAL, alto funcionario de Naciones Unidas y una de las pocas personas que ha leído en Colombia los tres tomos de El Capital, resulta sorprendente tanta superficialidad. ¡El capitalismo nada tiene que ver con la tragedia de los trabajadores! Todo es culpa del Estado. Pero, además, si hasta el momento no se ha encontrado la fórmula para realizar las profundas reformas sociales que propone, ¿qué nos garantiza que ahora si podrán hacer?
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[1] https://www.elespectador.com/colombia2020/opinion/no-es-un-asunto-de-limosnas-columna-910983
[2] https://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/jose-antonio-ocampo/es-la-hora-del-acuerdo-columna-de-jose-antonio-ocampo-595631
Alberto Maldonado Copello
Foto tomada de: UNI Global Union
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