¿Una nueva estrategia?
En política, más que en cualquier otro aspecto, el fondo y la forma son inseparables. Por parte de Francia Insumisa, la secuencia política de estos últimos meses puede verse como indicación de una inflexión estratégica hacia un populismo de izquierda más firme. El movimiento de Jean-Luc Mélenchon es demasiado influyente y el momento político demasiado preocupante para que esta hipótesis no se discuta.
Desde hace años, Jean-Luc Mélenchon tiene la convicción de que el período histórico es inédito y que reclama la invención política. La democracia, que ha salido revivificada del combate contra los fascismos, se halla ahora en una crisis de profundidad inaudita. El pueblo, éste soberano teórico de nuestras instituciones, está marginado, desmovilizado, desorientado. Ya no está, como en otro tiempo, partido entre el entusiasmo y la cólera, sino entre la resignación y el resentimiento, oscilando entre la retirada (la abstención cívica) y la tentación de ¡sacarlos a todos! Estamos al final de un largo ciclo democrático, cuya crisis global impide la simple continuación idéntica de los modelos hasta ahora utilizados.
Frente a este evolución, los gobiernos mantienen el mismo discurso desde hace mas de tres decenios: hay que poner coto a los extremos y salvar la democracia, reuniendo a los moderados de ambos lados, tanto de derecha como de izquierda, en torno a las únicas opciones razonables: la economía de mercado y la democracia de la competencia. Sin embargo, aunque juntas, las élites en el poder son barridas en las urnas por los Orban, Salvini y otros Bolsonaro, así que es inútil contar con esos moderados para evitar el naufragio democrático.
La hipótesis de Mélenchon es que ya no hay tiempo de canalizar las cóleras para llevarlas a las referencias clásicas de la izquierda y del movimiento obrero. El huracán de la crisis ha barrido todo a su paso, dejando en su recorrido únicamente la prueba violenta de la fosa que separa irremediablemente al pueblo de las élites. Las racionalidades políticas clásicas ya no sirven, no hay otra opción que sumarse al flujo de la emociones populares, uniéndose al movimiento de la cólera.
Ante todo hacer visible que somos parte del pueblo y así se abrirá la posibilidad de disputarle la primacía a la extrema derecha, mostrando que ésta no es capaz de satisfacer sus demandas, menguar sus males y superar las frustraciones populares; de tal intuición se derivan una sugestión y una apuesta. La sugestión es que, de forma equivocada, la extrema derecha está al lado del pueblo, contra las élites de la UE. La apuesta es que, aceptando esta prueba, podemos acercarnos a los sentimientos e ideas de quienes se vuelven hacia esta extrema derecha y mostrarles que recorren una senda errónea.
Nosotros el pueblo y ellos las élites: tal es la figura renovada del viejo antagonismo de clases que oponía antaño nobles y campesinos y más adelante, obreros y patrón. El objetivo en adelante, ya no será agrupar a los dominados, sino instituir al pueblo como dirigente de la nación. Según Mélenchon ¿qué es el pueblo? Todo lo que no es élite. Si toma conciencia de sí mismo, es porque rechaza todo lo que se designa como élites, poniendo a su lado: la casta, la supranacionalidad, Bruselas, Berlín, la mundialización, el partido mediático, los buenos sentimientos, digamos la (gôche) “aguada”, expresión que deriva directamente de la extrema derecha de los años treinta.
Los cimientos teóricos del “populismo de izquierdas” reivindicado son sabidos: la paternidad intelectual deriva de Ernesto Laclau, y el uso contemporaneo de Chantal Mouffe. Subrayaremos su débil consistencia histórica y aún más, su extremo riesgo político.
Las trampas del “populismo de izquierda”
La dialéctica del ellos y nosotros es cierta en un momento indispensable para que los individuos tomen conciencia de que forman un todo. En la época feudal, los de la aldea se oponían instintivamente a los del castillo. Más adelante el nosotros de los obreros se constituyó en grupo distinto contra la galaxia de los dueños de fábricas. Pero la toma de conciencia elemental de agruparse no ha sido nunca suficiente para constituirse en clase y aún más para hacerse pueblo.
Para que los obreros dispersos se definieran como clase, fue necesario que se convirtieran en un movimiento de lucha actuante, rechazando su lugar subalterno y aspirando al reconocimiento y a la dignidad, Y para pasar de la clase que lucha al pueblo que aspira a dirigir, fue necesario que creciera la conciencia de que la dominación de algunos no tenía nada de fatal y que únicamente el poder real de la mayoría era legítimo para regular a toda la sociedad. Las categorías populares se han convertido en pueblo, cuando han combinado lo que rechazan y a lo que aspiran, cuando han unido sus cóleras y su esperanza.
Fue mediante esa unión como la Francia monárquica cambió en algunas semanas desde el levantamiento <jacquerie> campesino y la emoción urbana a la revolución popular. Del mismo modo, fue vinculando la lucha obrera con la social, como los obreros se convirtieron en actores políticos, llegando poco a poco a la figura central de un pueblo en movimiento. A diferencia de lo que afirma Jean-Claude Michéa, fue realizando la unión del movimiento obrero con la izquierda política como se operó la alquimia que ha transformado la vida política francesa y la historia obrera entre los siglos XIX y XX.
Hoy ya no existe un grupo central en expansión, sino que las categorías populares que forman la masa de explotados y dominados son ampliamente mayoritarias. Sin embargo, están explotadas, dispersas por el retroceso del Estado providencia, la precarización, la inestabilidad financiera, el efecto deletéreo de los retrocesos, los compromisos, los abandonos. Peor aún, la esperanza se ha difuminado por los fracasos del siglo XX. La esperanza fallida, las responsabilidades del malestar haciéndose evanescentes, todo ocurre como si solo quedara el resentimiento, nutrido por el nombramiento habitual de chivos expiatorios, que sustituyen a las causas mal percibidas de las desgracias de una época.
Pensar que el rechazo basta para instituir al pueblo como actor político principal es un error. Con este juego, se alimenta la idea de que bastaría cambiar a las personas, en el fondo hacer un gran cambio, para reencontrar las dinámicas más virtuosas. Sin embargo lo esencial no es alzarse contra las élites o la casta, sino combatir las lógicas sociales alienantes que levantan un muro infranqueable entre explotadores y explotados, dominantes y dominados, pueblo y élites. El pueblo no será soberano por el resentimiento que le anima, sino por el procedimiento emancipatorio que proponga a toda la sociedad. El objetivo estratégico no ha de ser levantar a los de abajo contra los de arriba, sino englobar a los dominados para que finalmente se emancipen, por sí mismos, de todas las tutelas que alienan su libertad. No hay desvió ni atajo tácticos para lograr este objetivo.
El “populismo de izquierda” se considera un método de movilización y no una teoría o un proyecto global. Por lo tanto la historia sugiere que no es posible separar proyecto y método, el fin y el medio. Los grandes partidos obreros de los dos siglos pasados no se consideraron únicamente populares u obreros; no buscaron únicamente representar a un grupo, Para asentar el deseo de imponer la dignidad obrera, pusieron en primer plano el proyecto de sociedad capaz de producir de manera sólida esta dignidad. Por lo tanto no fueron populistas, como en la Rusia del siglo XIX, sino anarquistas, socialistas o comunistas. En conjunto, en su mayoría no cayeron en la tentación de rechazar, con el mismo odio, todo lo que estaba fuera del mismo trabajador.
No es casual que la gran figura histórica fuese en Francia la de Jaurès. En el mismo movimiento, rechazaba abandonar al radicalismo acomodaticio el monopolio de la idea republicana y no se resignaba al foso que separaba el socialismo y el sindicalismo revolucionario. Sea lo que digan de ello los Michéa y quienes lo halagan, es ese estado de conciencia de rigor y apertura el que ha de seguir primando, con las expresiones y las sensibilidades de nuestro tiempo.
¿Una estrategia eficaz en el tiempo?
¿Es realista disputar a la extrema derecha su primacía, situándose en el entorno mental que le proporciona hoy su fuerza? Hace algunos decenios, habiendo prevalecido la socialdemocracia europea frente al sovietismo, era necesario aprovechar los fundamentos del liberalismo dominante para dotarle de un sentido más social. El socialismo se tornó social-liberalismo, y con esta opción, llevó al socialismo a la debacle. La apuesta del “populismo de izquierda” es hacer lo mismo con el populismo del otro lado. Pero con el peligro de las mismas desventuras.
Tomemos la cuestión migratoria. Guste o no, la obsesión migratoria será el nudo de los debates políticos futuros, porque ¡ay! está incrustada en el terreno de las representaciones sociales. Para aminorar los efectos temporales, no basta con reclamar la primacía de lo social. La extrema derecha, como lo muestra en Italia, no despreciará situarse en ese terreno. Le bastará añadir lo que parece una verdad evidente y que tiene fuerza: la parte del pastel disponible para los nativos será tanto mayor cuanto menos numerosos sean los convidados en torno a la mesa. Establezcamos cuotas a los flujos migratorios y tendremos más para distribuir…
Tomemos el otro asunto, el de la denuncia de “partido mediático”. No rechazaremos aquí la idea de que la información está en una gran crisis de redefinición de sus funciones, sus medios y sus métodos. Por otro lado sabemos que la prensa solo goza de una libertad relativa. Y nadie puede negar a cualquiera el derecho de criticar, incluso muy enérgicamente, toda propuesta pública juzgada como errada o mal intencionada. Pero, ¿cómo ignorar que el cuestionamiento global a la prensa, la denuncia indistinta de la dictadura de los bienestantes, la afirmación de una conspiración organizada, han sido siempre los rasgos llamativos de una extrema derecha lanzada contra lo políticamente correcto?
¿Cómo ignorar, al menos en nuestro caso, que no es más la tutela política que soporta, sino la dictadura del dinero, la audiencia y la facilidad de acceso? Por consiguiente, ¿no es sorprendente que, confundiendo la crítica con el acoso concertado, los responsables de Francia insumisa centren sus críticas, hasta querer castigarlos, en esta parte de los medios que se separa del modelo, sea por función (servicio público) o bien por opción (la prensa crítica)? Atacar a la prensa en general contradice el espíritu de apertura y de alianza sin el que toda apertura se queda en abstracción. Y, esta afirmación, guste o no, tal ataque trae a la memoria, para muchas personas, muy tristes recuerdos…
Tomemos finalmente el ejemplo del movimiento del 17 de noviembre <http://www.regards.fr/politiq>. ¿Cómo no entender la rabia de quienes, muy justamente, tienen el sentimiento de que los más modestos aún son y siempre serán los más golpeados en su poder de compra? Pero también, ¿cómo no ver que la extrema derecha lo ha recogido perfectamente? No es casual que haya elegido este terreno y no el de la lucha salarial o los combates por la solidaridad. Tiene una vieja propensión a criticar los impuestos, no por injustos y desiguales, sino por la ventaja favorable a los ociosos, intrigantes, extranjeros y malos pagadores.
Se hubiera podido aprovechar el malestar para interrogarse sobre el uso del impuesto, de la injusticia profunda de los impuestos indirectos, de la imposibilidad de seguir indefinidamente quemando combustibles fósiles, de la necesidad de combinar justicia social y exigencias medioambientales. En cambio la presión de la extrema derecha se centra en manifestar una sola idea: bloquear todo y sigamos como antes. ¿Cómo continuar ignorando que a algunos atizan la cólera es para que no se una en absoluto con la igualdad, el entorno y las nuevas bases de la fiscalidad?
No se combatirá a la extrema derecha pasando por encima de lo que revela amargura e impotencia casi tanto como cólera. Para vencerla, hay que rechazar radicalmente sus ideas en todos los terrenos, ya sean las migraciones, la información, el entorno o la justicia fiscal. No despreciar a quienes se sienten engañados por los poderosos es una cosa. Legitimar una tarea política retrógrada, un intento para partir en trozos las urgencias sociales, es otra.
Si nos queremos del pueblo, si se publicita el deseo de la dignidad popular, hay que arrancar las categorías populares a las ideologías del ensimismamiento. La gran fuerza del pueblo ha sido siempre la solidaridad con todos los humildes, quienquiera que sean y vengan de donde vengan. Y, por suerte, este rasgo de la mentalidad popular ha regado el espíritu público de nuestro país durante mucho tiempo. Solo cultivándolo será como, en el mismo movimiento, se vivificará la combatividad de la esperanza y se secarán las fuentes que nutren a la extrema derecha.
No encerrarse en la realpolitik
Entre 1934 y 1936, la izquierda del Frente Popular no quiso ante todo convencer a quienes se volvían hacia el fascismo de que tomaban un opción equivocada. Devolvió la confianza a los que dudaban, a quienes ya no reconocían a la izquierda oficial en el compromiso del poder, no hizo cambiar a los equivocados sino que movilizó a quienes podían esperar. No canalizó el resentimiento sino que devolvió al mundo del trabajo y de la inteligencia el sentido de la lucha colectiva. De hecho, no se gana triturando las fuerzas del adversario, en el centro o la extrema derecha. Sino movilizando el espacio político disponible a la izquierda y abandonado hasta entonces.
En la actualidad no podemos reclamar la gran experiencia del Frente Popular sin entender plenamente lo que le dio fuerza. Ese Frente Popular desde luego utilizó el rechazo a las 200 familias, como en el momento se veía y se encarnaba al capital -el patrón de chistera y cigarro puro-. Sin embargo, lo que movilizó a la izquierda no fue principalmente el rechazo a la casta dirigente, sino que lo que la agrupó hasta la victoria electoral fue el hermoso eslogan de Pan, Paz y Libertad.
¿Recordarlo no es una salmodia de intelectuales sin contacto con la realidad?
Es de buen tono, entre una parte de la izquierda, jugar al realismo. Hay que dar un puñetazo en la mesa y hablar alto y claro: el resto solo es literatura. Pero, ¿no ve este realismo que nuestro mundo está a punto de desaparecer? Es el mundo del poder arrogante del dinero, del estado de guerra permanente, de mostrar la fuerza, del egoísmo del “no en mi patio trasero”. Es el mundo de un Bachar el Assad, de un Putin para quienes la democracia es un lujo inútil; de un Trump que solo puede malgastar insensatamente los recursos naturales para los bienestantes norteamericanos.
Y que no se responda mediante el texto de los programas. Pueden ser técnicamente perfectos y sin embargo, su entorno mental ser rechazable. La política vale también y quizás sobre todo por la manera de ser y la cultura que promueve entre los suyos. A pesar de la dureza extrema de los tiempos pretéritos, el espíritu del Frente Popular no fue el de la ciudadela asediada. Por suerte, esta visión solo ocurrió durante un período corto: a comienzo de los años treinta ( el período comunista llamado clase contra clase) y en los años cincuenta (los tiempos maniqueos de la guerra fría). Tampoco se vuelve a encontrar, en Francia, en la triste fórmula de “quien no está conmigo, está contra mí”. Ahí aun existen otras etapas y otros lugares que se han visto inundados por esa cultura, que llamándose combativa, solo es amargura. Tal forma de ver, al Este como al Oeste, al Sur como al Norte, ha llevado en todas partes a lo peor del autoritarismo , cuando no al despotismo.
De la misma manera, es impensable abandonarse a la facilidad habitual que quiere que los enemigos de mis enemigos sean amigos. No es porque la UE no tenga razón (¡y más bien dos veces y no una!) que la tenga el gobierno italiano. No se puede creer que el gobierno italiano está al lado del pueblo: es la antítesis absoluta. No es porque un gran número de personas de ingresos modestos se vean penalizados por el alza del precio de los carburantes que haya que manifestarse con la extrema derecha y… crear las condiciones para extender el uso del transporte individual. No es porque el cinismo de Putin sea la cruz de la humillación reservada a Rusia por Occidente, que tengamos que medir las críticas que pueden llevarnos a las opciones y los métodos adoptados por Moscú.
Prestemos atención en todo momento a que pensando unirnos a la cólera, no estemos atizando el resentimiento. Si Jean-Luc Mélenchon logró su ruptura en la primavera de 2017, no fue por su populismo, que supo poner en sordina hasta el final de la primera vuelta. Entre marzo y abril, claramente llegó a ser el más creíble, desde luego por su talento, y por la radicalidad y la coherencia de su discurso de ruptura, que finalmente distanció a la gente de izquierdas de tres decenios de renuncias. No renegó de la izquierda, sino que le devolvió al mismo tiempo el soplo de sus valores y el aroma de su tiempo. Fue mediante este combinación como la huella y la ruptura se impusieron.
Fondo y forma
No estamos en la Francia y en el mundo de los siglos pasados. Permanece la combatividad social, pero el movimiento obrero de ayer ya no existe. En lo que atañe a la izquierda, no puede ser lo que ha sido, Y eso ha ocurrido siempre así por otra parte. A finales del XIX, el radicalismo revivificó un partido republicano adormilado. En el XX, el socialismo y después el comunismo tomaron el elevo. Hoy las fuerzas nuevas toman el testigo de la gran epopeya de la emancipación.
Pensar que las organizaciones dinámicas de ayer, pero hoy agotadas, están en condiciones de ofrecer una perspectiva política es sin duda un engaño. Pero la cultura de tabla rasa nunca ha producido nada bueno. Para que el pueblo luche agrupándose, es preciso un movimiento compartido, aunque esto no es el movimiento obrero. Para que la multitud que se agrupe llegue a ser pueblo, precisa organización política e incluso sistemas plurales de organización, aunque incluso ya no sean el modelo de los antiguos partidos. La nueva izquierda, ha de refundarse radicalmente. Lo que no es óbice para ser siempre izquierda; es decir, no tanto una forma, reproducible hasta el infinito (la unión de la izquierda), como la apuesta conjunta por la igualdad, la ciudadanía y la solidaridad.
Tal izquierda no tiene nada en común con la extrema derecha, ni tampoco por la referencia teórica al pueblo. Este es solo un actor histórico por los valores que en todo momento han asegurado su dignidad. Solo se constituye como tal por el movimiento emancipatorio, por la esperanza que lleva consigo, por el futuro que diseña desde ahora y para mañana. Desde la continuidad de los fascismos, la extrema derecha critica la democracia representativa per se, la izquierda le reprocha sus limites de clase y sus insuficiencias: entre ambas no es posible ninguna pasarela. Fuera de estas convicciones, no distingo una salida positiva a nuestras luchas.
Adelanto la idea de que las actitudes y tomas de postura recientes, por parte de Francia Insumisa, permiten atisbar una posible coherencia con lo que temo una propensión voluntariamente “populista”. Si mi temor está fundado, no oculto mi inquietud respecto al futuro. Deseo que mi impresión se vea desmentida rápidamente por actos y palabras. Si no fuese el caso, estimaría que estaríamos ante un cambio estratégico de Francia Insumisa, que debilitaría los logros de los años precedentes.
Las presidenciales de 2017 mostraron que se podía ir más allá de las fuerzas agrupadas después de 2008 en el marco del Frente de izquierdas. Repetir al infinito la fórmula de Frente de Izquierdas no tiene por lo tanto ningún sentido. Sin embargo, no es construyendo nuevos muros que separen a los componentes reunidos ayer, como se crearán las condiciones de una dinámica popular victoriosa. Si esos muros se muestran infranqueables, será para nuestra izquierda la premisa de un desastre. La batería reciente de sondeos -un sondeo aislado no sirve de nada- converge en señalar que el tiempo no es muy favorable para Francia insumisa, ni tan desfavorable para el partido de Marine Le Pen.
Felizmente, la izquierda francesa nos tiene acostumbrados a sobresaltos salvadores. Pero para ello, no pueden ahorrarse debates más amplios. A la izquierda, no quien más grita tiene siempre la razón.
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