Ahora que el presidente de Argentina, Javier Milei, pone en el mapa del país el nombre de Islas Falckland a las islas Malvinas, por las que murieron centenares de jóvenes, el recuerdo del Papa argentino va a cobrar aún más fuerza. Aunque el Dios del Nuevo Testamento, como le ocurre al conocimiento, no se gasta por compartirlo. Dilma Rousseff, la que fuera Presidenta de Brasil, le dijo hace una década a Francisco: el Papa es argentino, pero Dios es brasileño.
Nunca discutió en voz alta Francisco con el legado de Juan Pablo II y Benedicto XVI, pero tampoco nunca olvidó que el auge de las iglesias evangelistas de los telepredicadores, el apoyo a las dictaduras y la adoración al dinero en América Latina, fue la consecuencia de la lucha encarnizada del Papa Wojtyla contra la Teología de la liberación, en la que se formó Francisco. Recordemos que Juan Pablo II nombró al Opus Dei “prelatura personal”, es decir, que lo que hacía estar organización amiga del dinero y las intrigas, llena de elementos reaccionarios de extrema derecha que no conocen ni de cerca la idea de compasión ni la de caridad ni la de perdón ni la de generosidad, era como si la hiciera el propio Papa. Juan Pablo II y Benedicto XVI ahondaron en la brecha entre el Vaticano y los pobres, se pusieron del lado de los poderosos, no criticaron sino que apoyaron las decisiones políticas de los gobiernos de EEUU o de la Unión Europea contra países que intentaban gobernar para las mayorías. Y nunca lucharon contra la pederestia en la iglesia. Contra todo eso empezó a luchar el Papa Francisco, desde la herencia de un Estado, el Vaticano, lleno de funcionarios oscuros, minas personales, conspiraciones y vinculaciones con el dinero y la mafia.
Juan Pablo II quitó de sus diócesis a los obispos que estaban del lado de los pobres, mandó a Roma a los curas de la teología de la liberación, maltrató a gente buena como Ernesto Cardenal y Arnulfo Romero y fue condescendiente con paramilitares, dictadores y poderosos que sembraron las semillas de las tragedias que parte de lo que hoy hay en tantos países. Contra todo eso levantó su magisterio Francisco.
En un programa de la derecha española, un periodista se refería a Jorge Mario Bergoglio como “ese que se hace pasar por Papa”. La derecha nunca le perdonó, desde que fue nombrado en 2013, que apostara, desde su propio nombre, por la paz, los pobres, la austeridad y la verdad. En ese apostolado criticó el capitalismo, que condenaba a cientos de millones al hambre y la enfermedad, criticó a los medios de comunicación que mentían a sabiendas, criticó un desarrollo tecnológico al servicio de las élites y de la deshumanización, criticó la devastación mediambiental provocada por la codicia de los grandes empresarios. Y criticó a la guerra en todas sus vertientes. Francisco fue el Papa de la paz y siempre intentó mediar en los conflictos.
Criticó con dureza el maltrato a los inmigrantes que estaban infligiendo a los más humildes los más poderosos. No miró para otro lado cuando desde EEUU se empezó a mortificar aún más a los inmigrantes separando a las familias, impidiendo que trabajaran, tratándoles como animales, algo de lo que no es ajeno la Europa que subcontrata a países donde no se respetan los derechos humanos para que hagan el trabajo sucio que, hipócritas, no quieren hacer. El Papa Francisco siempre criticó esa hipocresía.
Y como Papa que fue a rezar a Auschwitz, criticó lo que Israel estaba haciendo en Gaza como si el horror de los campos de concentración del siglo XX y la memoria del Holocausto no bastaran para que le estuvieran haciendo a los palestinos lo que los nazis hicieron a los judíos.
El Papa Francisco siempre creyó en la unidad latinoamericana, consciente de que el continente, como dijo de México Nemesio García Naranjo y popularizaría Porfirio Diaz, debía lamentarse por estar tan lejos de Dios y tan cerca de los EEUU. Aunque, en verdad, América Latina es un continente religioso que sigue teniendo muy cerca la fe y, a diferencia de lo que ocurre en Europa, no ha perdido tanto como en el viejo continente la vinculación entre el cristianismo y la fraternidad, el amor al prójimo, la compasión y la solidaridad que están en el Cristo del nuevo testamento.
El Papa Francisco se reía de un meme donde Jesucristo decía, en el sermón de la montaña, que había hecho el milagro de los panes y los peces para dar de comer a los pobres y algunos de los que le escuchaban le gritaban: ¡Castro-chavista! ¡Vete a Venezuela! ¡Comunista!
Porque Francisco no venía del Vaticano pese a sus orígenes italianos. Muy al contrario, conoció las villas argentinas, las favelas, los barrios, así como el espíritu del peronismo combativo como profesor de jóvenes peronistas militantes contra la dictadura en la Guardia de Hierro, y se formó en la teología de la liberación de la mano del jesuita Juan Carlos Scanonne, algo que nunca se olvida. Francisco fue testigo contra la dictadura de Videla, igual que ayudó a que perseguidos pudieran huir del país. Nunca fue, como se quiso decir al comienzo de su pontificado, un Papa que hubiera mirado para otro lado.
Tanguero, futbolero, gran gesticulador, tuitero y discreto bebedor de mate, cambio en su ornamente la plata por el oro -como en el anillo del pescador- y prendas sencillas frente a las caras y refinadas de su antecesor. No en vano, militaba, además de en la Iglesia y en el peronismo, en el club de fútbol San Lorenzo de Almagro, no en el Boca Juniors o en el River, lo que da también cuenta de este Papa que nunca olvidó el dolor enorme de las villas miseria argentinas y del continente.
Enemigo de la pena de muerte, que extirpó del catecismo, fue, como Papa de una institución conservadora, conservador, especialmente por las presiones internas de la iglesia, en los temas del aborto, la eutanasia, la libertad sexual, la transexualidad o los matrimonios entre gente del mismo sexo, aunque no se recuerda un Papa más abierto y flexible con estos temas, todo dentro de las conocidas limitaciones de la iglesia católica con los temas sexuales.
De hecho, en 2015 Francisco tuvo una conversación telefónica con un transexual español, Diego Neria Lejárraga, y lo invitó a una recepción en el Vaticano. El Papa le habría dicho por teléfono: “Dios quiere a todos sus hijos, estén como estén, y tú eres hijo de Dios y por eso la Iglesia te quiere y te acepta como eres”. Francisco fue coherente al entender que todos los seres humanos, de acuerdo con la doctrina católica, son hijos de Dios. El vicepresidente estadounidense, JD Vance, que también se dice católico, parece que habla con un Dios que atiende en diferentes oficinas. Vance adora el muro con México y Francisco lo criticó con dureza, así como la dureza carente de compasión contra los inmigrantes.
El Papa Francisco nunca cedió a los intentos de los EEUU y de las oligarquías latinoamericanas para aislar a los países que gobernaban desde la izquierda. Nunca estuvo del lado del grupo de Lima, de las sanciones, de los bloqueos, de la estigmatización de Cuba o Venezuela o del apoyo a los intentos de golpe de Estado. Sobre la política escribió:
“No se puede gobernar al pueblo sin amor y sin humildad. Y cada hombre, cada mujer que tiene que tomar posesión de un servicio público, debe hacerse estas dos preguntas: «¿Amo a mi pueblo para servirle mejor? ¿Soy humilde y oigo lo que dicen todos los otros, las diferentes opiniones para elegir el mejor camino?» Si no se hace estas preguntas su gobierno no va a ser bueno. El hombre o la mujer gobernante, que ama a su pueblo, es un hombre o una mujer humilde.”
No es extraño que la derecha no lo viera como uno de los suyos. Precisamente por ser el Papa que mejor cumplió con los preceptos de justicia y compromiso del cristianismo.
El dios de la derecha tiene los oídos llenos de cera, y no escucha las súplicas de los que, mientras rezan o dicen creer, llenan el mundo de sufrimiento; mientras que el Papa Francisco, como dije hace una década, decidió llevar a Dios al otorrino. Ahora escucha un poco mejor. En su encíclica Laudato Si, hay un esperanzador canto a un mundo donde convivamos con la naturaleza, algo que parece que no queremos oír pese a que, como dijo el teólogo de la liberación Leonardo Boff, la tierra grita. En su otra Encíclica, Fratelli tutti, nos recuerda que la suerte de cualquier ser humano en cualquier lugar del mundo, es nuestra propia suerte. Que lo que pasa en otros sitios debiera ser como si nos pasara a nosotros. Francisco, como el otro Francisco de Asís de quien tomó el nombre, sabe que cuidar a la tierra es cuidar la vida y que cuidar a los demás es la única certeza inconmovible de este ser finito y frágil que somos los seres humanos.
Ojalá su última tarea sea haber dejado sembrada la semilla para que su sucesor -sabemos que será un hombre- continúe con igual ahínco la lucha por la paz, el medio ambiente, por la justicia y por la libertad que marcaron el pontificado de Francisco, un Papa con los ojos llenos de bondad y las manos llenas de cuidados.
Juan Carlos Monedero
Foto tomada de: El Nuevo Siglo
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