En Inglaterra fue derribada la estatua de Edward Coltson (Bristol), quien fue indiscutiblemente un mercader esclavista del siglo XVII. En Bélgica las estatuas de Leopoldo II fueron derribadas por haber sido un torturador racista en el Congo. Lo mismo pasó con las estatuas de los militares sureños confederados Jefferson Davis y Robert Lee quienes se opusieron a la abolición de la esclavitud propuesta por el presidente A. Lincoln. Otros tuvieron la misma suerte como Robert Millligan y Jean Baptiste Colbert (en Francia); Cristóbal Colón (en Boston / Los Ángeles); Hernán Cortés (en México) y, en otras partes del mundo, se discute sobre similares personajes.
No cabe duda que las estatuas hacen parte del patrimonio arquitectónico y cultural trátese de una ciudad o de un pueblo. Simbolizan parte de su historia y la manera de concebirla. Por regla general son empotradas en los espacios públicos, por lo cual tienen que ver con la vida de todos los pobladores. De esta manera pertenecen a todos. Todos podemos opinar y proponer. No pueden las estatuas ser escrituradas de manera particular cuando son bienes públicos.
Como lo dice Alberto Ramos Garviras (2020) en un escrito titulado “Estatuas y Falsos Héroes” / Revista Sur (sur.org.com): […] las estatuas se fabrican e instalan para realizar homenajes de exaltación a líderes, héroes, deportistas, escritores, estadistas o figuras destacadas que ameritan ese recuerdo permanente, nunca se instalan para denigrar de alguien o para destacar un daño causado a la ciudad o el país […]; es por esto, que no nos queda fácil encontrar estatuas referenciales de Hitler, Mussolini, Pinochet, Al Capone, Pablo Escobar, etc., en nuestros parques o áreas turísticas. Sin embargo, también es cierto que muchas de las que existen son susceptibles de toda clase de cuestionamientos.
¿De qué se trata el actual cuestionamiento de algunos de nuestros transcendentes héroes del pasado? Una nueva historia ha venido emergiendo con cada una de las generaciones de historiadores e intelectuales que nos están ofreciendo un mejor y hasta desconocido acopio de datos o documentos con una hermenéutica más profunda y razonada de los hechos. Digamos que en nuestra más verdadera historia cada vez más se decantan las fuentes de información lo que permite que vayan descubriéndose algunas cosas que han sido ocultadas o invisibilizadas, lo que nos permite revalorizarlas. Y esto fue lo que ocurrió con el transcendente traslado de la estatua de Francisco Pizarro en Lima. Digamos que lo que ocurre es el movimiento dialéctico entre los hechos del pasado y la más fiel memoria como un derecho de los pueblos. De ninguna manera podríamos admitir que nuestros pueblos ancestrales, que fueron saqueados, violentados, explotados, etc., por la empresa conquistadora y colonial, les rindan tributo de reconocimiento a quienes fueron, sin duda alguna, sus agresores y exterminadores.
Las ciudades y pueblos evolucionan o cambian cuando, entre otras cosas, se van percatando de las imposturas de quienes nos imponen una memoria histórica tradicional (acolitada por algunos seudo-historiadores). Este tipo de historia contraría muchas veces a la más auténtica historia ocurrida. La más verdadera. Esa es la mejor explicación para poder entender las reacciones ante los necesarios cambios respecto a ciertos referentes convertidos en monumentos históricos. Quienes se acorazan en la tradición muchas veces no quieren ver lo nuevo que aflora desde el tiempo pasado. Es el reclamo de muchas voces que no están.
Nos recuerda Alberto Ramos (2020) que, además, […] en 1956, en Hungría derribaron la estatua de Stalin; en el 2003, en Bagdad, derribaron la estatua de Hussein; con la desmembración de la URSS, tumbaron estatuas de Lenin; en España movieron una estatua de Franco de una calle, hace pocos meses removieron su sarcófago del Valle de los caídos porque estaba al lado de las víctimas de la guerra civil española que el mismo alentó; hace 5 años en Nairobi tumbaron la estatua de la Reina Victoria; en Libia tumbaron las estatuas de Gadafi; en Sudáfrica removieron el monumento de Cecil Jhon Rodes, también en la universidad de Oxford; en Chile atacaron las estatuas del general Baquedano, de Pedro de Valdivia y la de Diego Portales, etc. […]
Debemos preguntarnos entonces: ¿Por qué ciertos personajes que han sido encumbrados por la historia tradicional deben seguir siendo dignos de estatuas en camellones, parques o museos? ¿Cómo podemos explicarles a nuestros pueblos ancestrales (mal llamados indígenas) que los que estudian la historia y que gobiernan en su representación siguen exaltando a figuras de la barbarie conquistadora de la cual ellos fueron sus más notorias víctimas? Eso parece ser algo tan ofensivo como cuando una gobernadora del Magdalena –tal vez sin pensarlo- los declaró en discurso público como “mis indígenas” ¿Por qué en la conmemoración de la Fundación de Santa Marta no se convocan y exaltan por primera vez a quienes fueron nuestros primigenios pobladores, pero que por razones históricas terminaron siendo las víctimas dominadas y silenciadas de la Conquista y Colonia española?
Todo el mundo sabe que la conquista de América fue una empresa de pillaje y saqueo. Los crimines y las torturas están reseñados por muchos historiadores del mundo entero. Las instituciones impuestas a la fuerza a nuestros pueblos ancestrales, tales como Encomiendas y/o Resguardos, eran espacios de una franca esclavitud en nombre del Rey de España y de la Religión Católica. Se sabe que Bastidas ordenó la captura de algunos indígenas, con el ánimo de venderlos como esclavos. En una ocasión despachó a Juan de Samaniego […] para que se dirigiera a las costas de Urabá para hacer algunas presas de indios, con el objeto de venderlos y pagar algunos gastos hechos en la armada […] (Restrepo Tirado. 1975) En el Departamento del Magdalena siempre se ha escuchado decir que la historia de la región comenzó con la presencia de las huestes españolas, lo que se traduce en un absoluto y brutal desconocimiento acerca del proceso civilizatorio que gestaron los pueblos y sociedades ancestrales que dieron dirección y sentido a la organización social, política, económica y simbólica que surgió en esta parte de la Colombia de hoy (C. Payares; V. Meléndez; H. Paternina. 2020. La Fundación de Santa Marta. Genealogía de una Identidad Falseada)
Se trata, entonces, de una especie de objeción de conciencia que obliga a revisar el pasado con nuevos enfoques y nuevos métodos que generen un cambio en la construcción de identidad y pertenencia social de todo un pueblo. Santa Marta fue la primera ciudad fundada a nivel continental y debe ser la primera en entrar a revisar este legado tachonado sobre el cual se ha construido una idolatría de ciertos héroes muchas veces sin el mejor fundamento o merecimiento. Tengamos al menos el valor de los sacerdotes De las Casas y Montesinos que se enfrentaron con fortaleza intelectual y moral a los primeros descubridores-conquistadores, defendiendo la dignidad de nuestros aborígenes por el maltrato cruel ofrecido por el invasor. Llego la hora de no seguir hablando del descubrimiento sino del terrible encubrimiento de lo más verdadero de nuestra propia historia.
Carlos Payares González
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