Revisemos enseguida un asunto metodológico que es realmente importante. Hay un trabajo de análisis de discurso que nos permite establecer de una manera más rigurosa una lectura del Jorge Eliecer Gaitán que va de 1944 a 1948. El autor es un maestro colombiano vinculado con la Universidad Javeriana y, luego, con la Universidad Pompeo Fabra. El texto que consulto es Gaitán en clave política: un análisis discursivo.
El autor es Daniel Felipe González Contreras, y lo publicó en la revista Desafíos (2020). Su análisis habilita también para fortalecer la reflexión desde la perspectiva analítico política más general, porque, primero, él estudia el momento de la hegemonía siguiendo los parámetros de Laclau y Mouffe.[1]
No voy a centrarme en este punto, sino en una aproximación a la actual coyuntura colombiana, haciendo cierta comparación con la experiencia política de Gaitán, porque el actual gobernante, Gustavo Petro, lo menciona como referente válido para sus propuestas reformistas objeto de prueba.
Esta es una coyuntura estratégica, Gustavo Petro se enfrenta con lo que hemos llamado en el grupo Presidencialismo y participación un tiempo político específico: el desenlace de la hegemonía que tarda varios años como el proceso de antagonismo y contradicciones que en efecto es.[2] Esto lo hago, porque Petro/Márquez vuelven a vivir una experiencia de tensión hegemónica como la categoriza González Contreras, cuando estudia el quehacer político y el devenir discursivo de Jorge Eliecer Gaitán en el periodo 1944-1948, que lo documenta.
Aquella, la que corresponde al Gaitán de los años finales, es una primera etapa de una coyuntura estratégica que hace parte de la génesis de una crisis orgánica de larga duración del capitalismo colombiano,[3] donde los grupos y clases subalternas, el proletariado y el campesinado, junto a sectores de la pequeña burguesía intelectual y del estudiantado universitario descubren el límite autoritario de aquel orden del país político como lo nombra Gaitán. Así se abre también el tiempo de lo nacional popular progresista, en aquella trayectoria histórica de 1944 al 1948.
Después, bajo las condiciones estructurales de una crisis orgánica de larga duración del capitalismo nacional, el bloque histórico de la dominación burgués terrateniente vive diversas etapas en Colombia bajo la égida del bipartidismo y su proceso agónico. Todas éstas están signadas de modo particular por una experiencia endémica de guerra social desde arriba, desplegada contra los subalternos en rebeldía, luego de que su connato de insurrección espontánea fracasó en abril de 1948, y la insurrección campesina liberal de Los Llanos fue cooptada con la pacificación de 1953.
Ahora reparamos en una de ellas, la etapa más actual de dicho desenlace, porque nos aproxima de manera tendencial a una solución, en lo posible adversarial, no bajo la fórmula schmittiana de amigo/enemigo, de una crisis de hegemonía que deviene en el ámbito de las superestructuras complejas, primero, en el gobierno de la sociedad política del régimen parapresidencial, acrecentando su agonía, pero que aún se atrinchera en el poder legislativo y las altas cortes, donde son mayoría las fuerzas de la reacción y la derecha política.
El periodo en cuestión abarca desde el año 2018 al 2023, que en parte emula con la trayectoria de 1944-1948. Es singular su expresión, porque Colombia vive de nuevo una experiencia de tensión hegemónica de signo político progresista. Ahora, la democracia subalterna en su accionar disruptor saca provecho del ciclo de elecciones que arranca en 2018 de modo ascendente, y abarca las dos últimas elecciones presidenciales y de CONGRESO. Corresponde en términos organizativos de los grupos subalternos, al proyecto de autonomía política que abandera la Colombia Humana, primero.
En un segundo momento, luego da paso al Pacto Histórico que articula a cinco fuerzas políticas, y marca una superación relativa del momento económico-corporativo. Haciéndolo logra derrotar al bloque en el poder en la elección presidencial de 2022.
Sin embargo, el triunfo electoral no es suficiente, porque la mayoría en congreso está en poder de las otras fuerzas, las del bipartidismo, y sus organizaciones partidistas de recambio. Por eso, Petro y la dirección que lo acompaña, Roy Barreras, Armando Benedetti, Francia Márquez, Gustavo Bolívar proponen un Frente Amplio con liberales, conservadores y partido de la U.
Ahora bien, la tensión hegemónica que abarca los dos momentos descritos se presenta entre el bloque progresista que procura la construcción de un nuevo bloque histórico, cuyo devenir democrático de ser exitoso desarticula el bloque dominante, el andamiaje que hace posible todos estos años la reproducción ampliada del capitalismo político, con incrustaciones semifeudales. Se vale de la reforma hecha al aparato hegemónico del Estado gobierno[4], acorazada, reforzada luego por el régimen parapresidencial que reproduce el gobierno de la excepcionalidad instituido con la política pública de guerra que tiene su banco de prueba inicial con los gobiernos del liberal Ernesto Samper, y su sucesor, el conservador Andrés Pastrana.
Tal es la herramienta institucional y la estrategia de la excepcionalidad de hecho, en la lucha de clases declarada por la oligarquía burgués-terrateniente en alianza con el gobierno estadounidense bipartidista. Este episodio de la guerra social declarada, con el cierre de la negociación de Pastrana con Marulanda, avanza sin solución de continuidad durante los dos gobiernos de Uribe Vélez, que para 2008 no logran quebrar la defensiva estratégica de las Farc-Ep, replegadas a sus enclaves histórico societarios. De este modo, y en medio de la recesión estadounidense que amenaza con convertirse en depresión, el mejor amigo imperial propicia una nueva ronda de paz con la insurgencia subalterna colombiana.
En todo caso, en el interregno de 2010-2015, se prepara el proceso de la paz neoliberal, que se concreta, ante la división de las dos principales insurgencias nacionales, con la paz de La Habana, que sufre una derrota en el plebiscito, y una aprobación sustitutiva en el Congreso de mayoría bipartidista que acepta las directrices del presidente Santos,[5] que protagoniza el viraje en la conducción reaccionaria del bloque oligárquico en el poder.
Durante el posconflicto, se produce una derrota del partido de la paz subalterna en formación, por la “traición” del partido de la paz neoliberal que hace manguala con el partido de la guerra, que produjo el triunfo de Iván Duque, que se dedica a neutralizar las acciones derivadas de la paz pactada con las Farc Ep por el gobierno neoliberal de Juan Manuel Santos, con la intentona de hacerla trizas, bajo la grotesca mampara de “la paz con legalidad”. Toda vez que se produjo el retorno del partido de la guerra, el Centro Democrático con su candidato presidencial triunfante, Iván Duque, apoyado en los desastres desmovilizadores de la pandemia del Covid 19.
Sin embargo, aquella situación calamitosa en lo social no impidió el ascenso de la transformación del sentido común. Ésta, contribuyó a la derrota de la contrarreforma tributaria de Carrasquilla y los cacaos del capital financiero, condujo al “estallido social”. Con él se revela la emergencia de una nueva forma de resistencia subalterna, las organizaciones populares denominadas “primera línea” en las grandes ciudades en cólera contra los procesos de inmiseración y desarraigo incrementados exponencialmente.
Acción múltiple, con movilización de multitudes que superan los 7 millones, que marca, una disputa por el control de la sociedad civil, y ya no solamente de la sociedad política. Todo lo cual erosiona la fórmula del Estado integral aparente, sujeto a la inveterada dominación del país político, la casta que depreda la escasa productividad nacional y los recursos naturales sujetos al extractivismo transnacional.
Tal es el laboratorio de la corriente subterránea de la democracia subalterna que avanza, tanto en los hechos propios de la movilización social, en buena parte aluvional, como en los cauces instaurados por la casta establecida. Este bloque en formación hace la experiencia de ensayar una catarsis de multitudes, bajo la forma del enjambre como acción política de la multitud plural, en desafío del fuego asesino que integra a fuerza de policía y paramilitares en los escenarios de mayor conflicto, en particular, primero en Bogotá, y luego en Cali en los meses previos a la elección presidencial del año 2022.
Tal fue la antesala al triunfo del Pacto Histórico que es uno de los extremos en que progresa la tensión hegemónica que conforma un bloque histórico alternativo en progresión. Esta corriente subterránea fuerza la presencia de una representante, la activista Francia Márquez, que es la fórmula vicepresidencial que logra remontar la diferencia en votos requerida para disputar con éxito la segunda vuelta a las fuerzas conjuntas de la reacción y la derecha que apoyaron la candidatura del ingeniero Rodolfo Hernández, un desprendimiento táctico aparente del bloque en el poder, con asiento en las ciudades intermedias con importante presencia del modelo pararepublicano nacido en los dos gobiernos de Álvaro Uribe Vélez.
Así las cosas, el trabajo de topo de la tendencia de la revolución democrática, tantas veces desviada, cooptada, interrumpida a sangre y fuego en Colombia, desde los tiempos del gaitanismo, desde que interpeló a las muchedumbres, más allá de sus adscripciones liberales y conservadoras, al pueblo expresión de una sociedad abigarrada de campesinos, obreros, minorías étnicas, y pequeña burguesía urbana en desarraigo vuelve a ganar momento setenta y cinco años después.
Antes, la multitud ciudadana desbordó calles y plazas e hizo posible el triunfo electoral en el campo disputado de la sociedad política. Ahora, los grupos y clases subalternas son convidados en la presente coyuntura a participar, cuando el Frente Amplio postelectoral tambalea y amenaza desagregarse, para resolver en favor del neoprogresismo la presente coyuntura estratégica.
La tensión hegemónica pone en cuestión las posibilidades del gobierno del Pacto Histórico que no es estado todavía. Aquí nos recuerda, en lo metodológico las apuntaciones de Antonio Gramsci sobre la historia de las clases subalternas.[6] Por lo pronto, el gobierno neoprogresista de Petro y Márquez tampoco le ha quebrado todavía una vértebra al régimen político para-presidencial. Estamos en espera, sí, de la política de seguridad que rompa las amarras a la política pública de guerra que se extendió desde los tiempos del Plan Colombia, pactado con el gobierno demócrata de William Clinton.[7]
Como se ha visto en la realidad posterior al triunfo del Pacto Histórico, lo que la derecha/reacción llama polarización, no es otra cosa que el devenir progresivo de la tensión hegemónica propia de esta etapa del proceso de desenlace de la crisis de hegemonía bajo la impronta de una nueva etapa de la revolución democrática de cauce en parte subterráneo con sus respectivos estallidos. Uno en 2010/2011, otro en 2019, y el más reciente del 2021, bautizado como “estallido social”, con una duración notable, de dos meses de desobediencia civil en medio de la pandemia.
Ahora, con el trámite de las reformas que siguen, primero, a la aprobación de la reforma tributaria anti-recesiva, liderada por Ocampo para poner freno a la inflación, y el fracaso de la reforma política, esto es, el ramillete de las reformas sociales con la salud en el vértice del combate a los privilegios semifeudales que hacen imposible que la igualdad social sea real y efectiva. Pero, si, en paralelo, hay el reclamo de la calle, la movilización de la organización social de la cual el estallido social es un ejemplo traumático fundamental, el fulminante para un proceso auto-organizativo de la multitud ciudadana subalterna que actualiza sus demandas.
Entonces, ¿cuál es la dinámica de la democracia subalterna en alza en este gobierno del pacto histórico? Y, ¿cómo la cultura de la representación política se fortalece con las experiencias de participación del periodo 2018-2022, que garanticen que las elecciones de octubre sean una cosecha de triunfo que fortalezca la propuesta democrática de reformas sociales prometidas?
El cambio de rumbo, el timonazo del presidente Petro, luego que los compañeros de viaje en la coalición del Frente Amplio, Conservadores, Liberales y Partido de la U se opusieron a la reforma de la salud, y fueron derrotados en la Comisión séptima de la Cámara, se tradujo enseguida el pasado miércoles en cambio en la composición del gabinete ministerial.
La nueva estrategia incluyó la salida de Carolina Corcho, de salud y protección social, que la reemplaza Guillermo Alfonso Jaramillo, un negociador nato, llamado de urgencia para el siguiente momento de la reforma de la salud en el trabajo de persuasión, uno a uno, de los congresistas. Porque sigue el momento decisivo. Porque el Pacto Histórico tiene que conquistar mayoría apoyándose en la disensiones producidas en los tres partidos ex aliados. Por eso fortaleció la presencia de la Alianza/Partido Verde, con la presencia directa de su fundador, Carlos Ramón González, director del DAPRE, en lugar de Mauricio Lizcano que pasa al Mintic.
En el Ministerio de Hacienda, el reemplazo de José Antonio Ocampo, un supuesto inamovible, lo sucede Ricardo Bonilla, un economista formado en la Universidad Nacional, que en su juventud participó de las experiencias de izquierda, y luego del proyecto político democrático renovador de la Unión Revolucionaria Socialista, que no llegó a ser partido.[8] En todo caso, después de muchos años, un intelectual formado en la izquierda, ocupa el principal ministerio para financiar con eficacia el proyecto neo-progresista.
Se quiebra una vértebra a la hegemonía de la Universidad de los Andes, que controló y mangoneó esta posición por muchos años. Bonilla es un seguidor de la política económica neokeynesiana, como su antecesor en la cartera, y el propio presidente, desarrolladores de los presupuestos cepalinos, y lectores de Manzucatto y Piketty.
Los antecedentes de esta línea económica conectan con la disposición reformista del siglo pasado que empezó con la propuesta del Plan Gaitán. Éste se hundió en su trámite en el Congreso, cuando la mayoría que tenían los liberales, la hundió la fracción directorista liberal encabezada por Santos Montejo y López Pumarejo, que no acataron a la dirección de Gaitán, votando, al contrario, al lado de los conservadores.[9]
En 2023, después de setenta y cinco años, Petro, Márquez y el Pacto Histórico pueden, por fin, en contraposición a la propuesta autoritaria, que se reencaucha cada que puede, quebrarle el espinazo a la arquitectura propia del capitalismo político al servicio de los intereses del capital financiero que no paró en mientes, al valerse hasta hoy de la coraza del régimen para-presidencial para frenar a sangre y fuego las aplazadas demandas de reforma agraria pertrechando en forma indirecta las guardias blancas, las AUC y sus sucesores, para desposeer y expropiar a millones de campesinos medios, pobres, colonos y minorías étnicas.
La disputa por la hegemonía económica que caracteriza a la ola neoprogresista en América Latina, se juega por una reforma capitalista democrática que libere al campo de los privilegios, y los quistes semifeudales que reproducen el atraso en Colombia y en otras latitudes americanas. Han sido estas trincheras del viejo orden, las que frustraron transiciones, consolidaciones democráticas ensayadas después del ciclo brutal de las dictaduras y regímenes militares de toda laya.
En presente, la desagregación del bloque histórico dominante ensayó, sin fortuna, el acompañamiento del Frente Amplio a las reformas con la dirección del Pacto Histórico. La alianza solo alcanzó para la formulación de la reforma tributaria, forzada por la catástrofe de la contrarreforma que se hundió en las calles, y por la urgencia de detener la recesión y la inflación.
El trompo de poner, entonces, fueron los temores y la cooptación de sectores de la pequeña burguesía, obreros y campesinos, beneficiarios directos o indirectos de las economías ilegales, fomentadas y reproducidas por el capitalismo político, dependiente y periférico. Así se degeneró la institucionalidad de 1991, y se extendió la de-democratización del sistema reformado, la que primero erosionó el régimen neopresidencial.
En esta estrategia se sumó la excepcionalidad de hecho, la coerción agenciada por el bloque paramilitar en campos y ciudades, donde el para-presidencialismo y su proyecto de república oligárquica fueron sentado sus trincheras, sembradas en campos y ciudades intermedias que le arrebataron con apoyo de las FF.AA, al control de la insurgencia subalterna desde los tiempos de la “seguridad democrática.”
Tal es el proyecto que resulta de la degeneración democrática producto de la erosión del régimen neopresidencial y la democracia representativa sancionada en la Constitución de 1991. Tal resultado cuando en lugar de paz con reformas que establece la Constitución, en el artículo 13, y el respectivo bloque de constitucionalidad, se impuso la política pública de guerra abierta, cuyas bases comienza a edificar el ministro de defensa, Fernando Botero Zea,[10] en el gobierno de Ernesto Samper Pizano, quienes dieron respaldo a la creación de las cooperativas Convivir como focos civiles contrainsurgentes en favorecimiento de los intereses terratenientes y agro industriales.
Estas dieron inicio a la alianza para-presidencial, con asentamientos de prueba en los departamentos de Antioquia y Córdoba. El antecedente propiciatorio fue la financiación brindada por el cartel de Cali, a la campaña liberal en cabeza de Samper y Serpa para ganar la elección presidencial en la segunda vuelta. Esta es la continuidad del “país político”, que Gaitán caracterizó medio siglo atrás como principal oponente político de la presencia decisiva del país nacional popular, al que no logró conducir a la victoria, asesinado por un sicario anónimo.
Las muchedumbres subalternas limitadas por una estructura partidaria vertical, afectada por una conducción carismática que dejó huérfano al sector gaitanista, que era mayoría en el Congreso recién elegido, una vez encara el connato intempestivo de insurrección coyuntural; no encuentran una dirección adecuada cuando la muchedumbre citadina transformada en multitud subalterna está dispuesta, primero que todo, a vengar la muerte de su principal dirigente, y se hace protagónica con su heroísmo suicida en esta breve experiencia de guerra de movimientos.[11]
En el recorrido histórico de tres cuartos de siglo de lucha social y política, en el examen de los liderazgos subalternos que toma en consideración Gustavo Petro, al actualizar los aportes de Gramsci y Gaitán, y los reformistas que lo antecedieron. Ante el desafío de darle solución colectiva a una crisis orgánica del capitalismo periférico, como lo es el de Colombia.
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[1]La utilización la hago con independencia de las diferencias que mantengo con la interpretación que ambos autores Laclau y Mouffe hacen en su primera obra Hegemonía y estrategia socialista (1985) y las siguientes.
[2] En particular, lo hago en el trabajo doctoral que resulta de un ejercicio de deliberación colectiva, y que sustenté en el año 2019. El título es: Democracia subalterna y Parapresidencialismo: el desenlace de la crisis de hegemonía en Colombia, 1999-2010. El documento completo se puede consultar en el repositorio de la Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y sociales. Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá. Dicho trabajo tuvo una revisión con mi editor, Juan Carlos García Lozano, co investigador del grupo que dirijo desde 1999, de lo que fue la primera versión entregada en el año 2016. A la fecha estoy preparando su publicación como libro, luego que se frustró una propuesta de edición, luego de un año de espera inútil en Unijus que invocó una reglamentación absurda para no hacerla.
[3] En los Cuadernos de la Cárcel, en particular, en Análisis de situaciones. Relaciones de fuerza, Antonio Gramsci ejemplifica una situación de crisis orgánica en el marco de la revolución burguesa en Francia, la cual se extiende entre 1789 y 1870, y que se resuelve con el triunfo de la burguesía sobre la insurrección armada de la Comuna. Allí afirma: Francia tiene setenta años de vida política equilibrada después de ochenta de agitaciones de onda cada vez más larga: 1789, 1794, 1799, 1804,1815, 1830, 1848, 1870.” En: Gramsci, Escritos Políticos (1917-1933). Cuadernos de Pasado y presente 54. 2ª edición. Siglo XXI editores. México, 1981, p. 346.
[4] Esta es una expresión que aparece empleada por Antonio Gramsci en los Cuadernos, pero que recupera y amplía con detalle la reflexión de Michael Foucault cuando se dedica al estudio de La gubernamentalidad, cuando estudia el periodo neoliberal en los capitalismos desarrollados y su crisis en la década de los setenta del siglo XX,
[5] Esta es la traición denunciada por la cabeza del cesarismo reaccionario de Álvaro Uribe Vélez.
[6] Gramsci, Antonio. Apuntes sobre la historia de las clases subalternas. Criterios metódicos, en: Antología. Editorial Akal, Madrid, pp. 438-40.
[7] La reunión de Gustavo Petro con Joe Biden en la Casa Blanca, con sus ministros, fijó en nuevo tono en la agenda continental en el espíritu de Amlo y Lula, que constituyen el triángulo neoprogre. Por estos días, Petro despeja la agenda interna de Colombia, con la divulgación el martes 25 de abril, de qué modo se conjugará la paz total, y el miércoles con un paso firme en el desmonte del régimen para-presidencial que impida prolongar la guerra social.
[8] Esta experiencia política quedó documentada en la revista El Manifiesto que superó las cincuenta ediciones durante la segunda mitad de los años setenta del siglo pasado.
[9] Recuerdan hoy, actualizadas las maniobras del liberalismo conducido por César Gaviria, que intimida a congresistas con la férula de los avales. Aunque en esta oportunidad confronta una rebeldía en las toldas de los representantes liberales, que le impide hacer uso de la ley de bancadas, e imponer la “disciplina para perros” que le autorizó la claudicación de Horacio Serpa Uribe años atrás.
[10] Caído en desgracia por las confesiones del tesorero de la campaña de Ernesto Samper, Santiago Medina, sin que él incriminara al presidente electo.
[11] Braun, Herbert. Mataron a Gaitán. DeBolsillo. Bogotá, 1a. edición, 2019. Alape, Arturo. El cadáver insepulto. Biblioteca digital. Univalle. Cali, 2005.
Miguel Ángel Herrera Zgaib, Ph D, Presidente IGS Colombia. Director Grupo Presidencialismo y Participación
Foto tomada de: Colombia.com
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