Además, Francisco trajo a Colombia la esperanza, garantía del futuro y la estrategia para construir un país vivible: cultivar la cultura del encuentro, colocar en el centro de toda acción social y política a la persona humana, su altísima dignidad y el respeto al bien común. Lo cual, a su vez, significa un NO a la venganza, No a los intereses particulares y a corto plazo.
Es irónico que justo en el Palacio de Nariño tenga que recomendar “que el país sea casa para todos los colombianos”. Qué magnífico plan de desarrollo, tan incluyente y tan completo. Una casa de personas que aman su biodiversidad y la protegen de la codicia, de la inconsciencia y del consumismo. Una casa en que “todos somos importantes”. Una casa del encuentro que pone fin a la violencia armada.
Y allí mismo traduce: “En la diversidad está la riqueza”: subrayado con la repetición. “Por favor les pido que escuchen a los pobres. Mírenlos a los ojos. En ellos se aprenden verdaderas lecciones de vida de humanidad y de dignidad. No tiene voz porque no se les ha privado o no se les ha dado o no se les reconoce. Han sido postergados y arrinconados”. Esas frases siguen retintineando en la Plaza de Bolívar, donde se espera que alguno, al menos, de sus inquilinos conceda al Papa el favor que les pide y que hasta hoy ha sido rechazado. Ese ejemplo podría animar a algunos otros colombianos a seguir la recomendación pontificia. Es una misión ardua y una difícil tarea, pero la respuesta es la “utopía de la vida”, darle a Macondo, a ese pueblo abusado por siglos, la segunda oportunidad sobre la tierra. “Es mucho el tiempo pasado en el odio y la venganza: huele a 100 años”. ¡Profunda ironía y profunda esperanza!
Es evidente que todo esto es política, pero con altura y con espíritu. Y el espíritu es la clave de arco de toda la arquitectura del discurso papal que considera ya no solamente a Colombia sino al mundo entero como la casa común que todos tenemos que cuidar so pena de encontrarnos muy pronto a la intemperie.
Sin embargo, como lo expresó claramente, la ceremonia en Villavicencio, el encuentro con las víctimas en Catama, era el objetivo primordial de su visita. Inspirado en la liturgia del día, la celebración de María, por ser la madre de Jesucristo, Francisco abre su comentario a las lecturas de la Biblia con una referencia a la presencia de esa mujer excepcional en la historia de un pueblo. Y ese referente histórico le permite invitar a nuestra sociedad machista a que deje de usar y violentar a sus mujeres, diciendo SÍ a la verdad, a la bondad y a la reconciliación y profiriendo un claro NO a la violencia psicológica, verbal y física sobre la mujer.
Con este magnífico preludio en defensa de la mujer en nuestra sociedad, como un caso práctico y prioritario, Francisco se adentró en las entrañas espirituales, psicológicas y políticas de la reconciliación, que no es un concepto abstracto, sino un “abrir la puerta a todas las personas”. Pero abrir las puertas “no es acomodarse a las situaciones de injusticia”, sino todo lo contrario: “es el respeto a cada una de las personas y a todos los valores de la sociedad civil”. Y para infundir la esperanza: “Que algunos se animen a dar ese primer paso sin esperar a que lo hagan otros…” “¡Basta una persona buena para que haya esperanza!” Y, por último, con mucho énfasis: “Todo esfuerzo de paz sin un compromiso sincero de reconciliación será un fracaso”.
En esas cortas frases el Papa va al fondo de la reconciliación y responde a todas las obtusas objeciones que algunas mentes miopes le han opuesto en el país, mezclándola, de manera ignorante o maliciosa, con el perdón y la injusticia. Y para esos adultos infantiles explicó de manera lúcida y magistral que la reconciliación de unas gentes con otras no es sino un capítulo de la reconciliación con toda la naturaleza mineral, vegetal y animal. El SI a la reconciliación concreta incluye cuidar la naturaleza. El NO a la reconciliación hace que “nuestros árboles estén llorando” y se advierta el claro síntoma de “enfermedad en el suelo, el agua y los seres vivientes”.
Pero, sin duda, el momento estelar es el encuentro con las víctimas, donde Francisco manifiesta que lo ha deseado desde el primer momento, porque son las víctimas de la guerra las únicas que pueden enseñarnos algo sobre el enorme sufrimiento que conlleva el enfrentamiento armado, las únicas que saben cuánto vale el perdón y las únicas que han experimentado que reconciliarse es la única garantía de la paz tanto personal como social. Es muy interesante contrastar la afirmación papal de que todos somos víctimas, proferida en el ambiente de la espiritualidad y de la fe, con esa misma afirmación barbotada desde la vacía materialidad de la politiquería y del interés egoísta. El Papa sabe que la violencia ha dañado a las dos partes: a quienes la han ejercido y a aquellos sobre quien ha sido ejercida.
La reconciliación, sobre la cual ha estado insistiendo desde su primera alocución como pontífice romano, es muy concreta, al contrario de lo que sucede con frecuencia en nuestras discusiones tan vacías de espíritu y tan llenas de protagonismos. En esos debates de egos la reconciliación es tan abstracta que permite gastarse en definirla para nunca encontrarla. Para el Papa reconciliarse es “abrir la puerta a todas las personas”. Lo contrario de nuestra politiquería que consiste sustancialmente en excluir, excluir y excluir. “Que algunos se animen sin esperar a que otros lo hagan”. Estalló el aplauso. No era para menos. Y redondea su pensamiento: “Basta una persona buena para que haya esperanza”. Que es una apreciación ciento por ciento espiritual, sobre todo, para una cultura conformista y repetidora, sin racionalidad colectiva, ni asomos de espíritu cívico, en la cual el mismo Papa descubrió que las jerarquías católicas, sus hermanos, compraron la falacia de que paz sí, pero no así. Francisco trató de disipar este engaño repitiendo que reconciliarse no es acomodarse a situaciones de injusticia sino dar crédito a la verdad y a la justicia. Es de esperar que esta distinción, que, como todas las demás aseveraciones papales, tiene que ser comprendida en el espíritu, cale en el catolicismo colombiano y permita que la semilla sembrada por Francisco germine y reciba el riego y el abono necesarios para florecer y dar fruto.
Todos estos consejos prácticos derivan de sus famosos principios de la convivencia social: el tiempo es superior al espacio, la unidad prevalece sobre el conflicto, la realidad es más importante que la idea, el todo es superior a la parte. El primero nos recuerda que todo cambio social es a largo plazo y que olvidarlo puede conducir a la locura. Para la muestra un botón. La política, la economía y la administración pública en Colombia son de corto plazo: lo que no se hace en cuatro años, no se hace. Por eso se hace muy poco o nada. En el segundo nos recuerda que el conflicto es parte de la humanidad, por lo cual su anuncio de paz “no es el de una paz negociada, sino la convicción de que la unidad del Espíritu armoniza todas las diversidades”. ¡Qué lejos vagan nuestros debates nacionales de esta visión profética! El tercero es la invitación a la práctica. No cabe duda de que una política estructurada sobre promesas no cumplidas es una política mortífera y desde la perspectiva ética del todo inaceptable. Pero eso es lo que tenemos y eso es lo que hay que cambiar. Y el cuarto nos recuerda que “siempre hay que ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que nos beneficiará a todos”. ¿Será posible que toda la institucionalidad corrompida que mantiene al país en su nivel de subdesarrollo moral se ajuste algún día a este principio que es el cimiento de la política como servicio público? La respuesta papal ha sido positiva, apelando a la esperanza que se apoya en la fe. En otras palabras, el mensaje de Francisco es que la reconciliación de cada colombiano consigo mismo es la condición de su reconciliación con sus conciudadanos, y que esta reconciliación entre colombianos es posible porque las víctimas de la guerra lo han demostrado y lo seguirán demostrando, como se hizo de manera sublime y conmovedora en Villavicencio y como se ha hecho en otros muchos puntos del país, a pesar de la incredulidad de muchos. ¡Bienvenido, Francisco!
ALEJANDRO ANGULO NOVOA
Bogotá 12 de septiembre de 2017
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