Hablar de un supuesto giro a la derecha en un país que nunca ha dejado de serlo, o de los pedazos de una izquierda cuya fuerza en las pasadas presidenciales estuvo justamente en eso, en haber logrado tejer una urdimbre de pedazos, en medio, además, de la situación inédita de tener un presidente cuyo origen proviene de la otra orilla del establecimiento, merece más atención en el análisis. Se proponen algunas ideas para la reflexión.
La izquierda, una reflexión inminente
Empecemos por decir que el hecho de que Gustavo Bolívar no solo no haya ganado, sino que haya quedado en un distante tercer lugar después incluso de un personaje recién ingresado a la política como Daniel Oviedo, sí llama especialmente la atención, en particular para los sectores de izquierda y progresistas, en tanto él era el candidato afín al Gobierno nacional.
Es claro que Bogotá fue una plaza importante para el triunfo de Gustavo Petro en 2022 y que los resultados de su candidato dan cuenta de un debilitamiento, cuando menos de su fuerza política, en la ciudad. Con lo ocurrido en ésta y en otras capitales del país, la izquierda debe convencerse de que no ha logrado consolidar un proyecto alternativo capaz de garantizar continuidad y de convertirse en una real alternativa de poder. No hay una articulación orgánica con sus bases y está todavía lejos de haber dado forma a la propuesta de un nuevo bloque histórico que alcance la representación y legitimidad necesaria para lograr el relevo definitivo de quienes hasta ahora han venido gobernando.
Se puede querer dorar la píldora o buscar justificaciones en los algoritmos, por ejemplo, en el hecho de que ahora va a tener un mayor número de gobernaciones o representantes en los concejos municipales, pero ello no desdice de que en el ámbito nacional sus propuestas siguen siendo más idea que realidad. Aunque se sabe que cualquier gobernante ajeno al establecimiento se encuentra con barreras muy difíciles de sortear para ejercer su gestión: gremios, grupos empresariales, medios de comunicación, clanes familiares, incluso mafias organizadas que actúan en connivencia con las estructuras partidistas y los poderes locales, sustraerse de las responsabilidades que también les atañen a sus movimientos y candidatos no deja de ser una forma de evasión.
Lo ocurrido en Bogotá tuvo también su manifestación en ciudades como Cali o Medellín, en donde el triunfo de candidatos de derecha encuentra sus razones en las muy cuestionadas administraciones de Jorge Iván Ospina o Daniel Quintero, que si bien no eran propiamente gobernantes elegidos por la coalición de Gobierno, sí se suponen de tendencias divergentes del establecimiento político que ha dominado en el panorama nacional.
Hay que preguntarse si es que no se ha gobernado bien, si se ha estado a la altura para dar respuesta a las necesidades y demandas ciudadanas, si se han tenido los controles efectivos para evitar que se presenten hechos de corrupción y si se ha trabajado de la manera indicada y en perspectiva de fortalecer con la ciudadanía el nuevo proyecto político que sabemos que la mayoría de la sociedad reclama.
Cabe también preguntarse por qué se ha caído en los mismos vicios que se le han cuestionado a los políticos o partidos que hasta ahora han liderado los poderes regionales: hay nepotismo, caudillismo, procedimientos y decisiones no tan democráticas a la hora de conformar las listas de aspirantes, que llevan a que, en su configuración, no sean todos los que están ni estén todos los que son. Tal cual pasó cuando se elaboraron las listas al Congreso de la República. En todo caso, como lo acaban de demostrar las recientes elecciones, es evidente que se ha calado muy poco en contribuir a dar forma a un nuevo ideario, una nueva dirigencia y una más sólida y renovada cultura política en Colombia. Es exactamente lo que nos dice la continuidad de clanes y caciques regionales como en los de los departamentos de Atlántico, Cesar y Valle del Cauca, para tomar solo unos ejemplos, o de hegemonías políticas ya de vieja data como la del uribismo en el departamento de Antioquia.
La reflexión y la autocrítica serían la primera tarea a emprender por las organizaciones o líderes que hacen parte del Pacto Histórico, luego de esta primera contienda regional con un presidente de izquierda al frente del Gobierno nacional. Hay que tener suficientemente claro que el ejercicio de gobernar supone ir más allá de las ideas, disponer del arsenal político, logístico, operativo, no menos ético e incluso mediático para llevar a cabo ese proyecto capaz de responder a las aspiraciones de ese otro país que apenas hace pocos años siente y palpita que es posible poner en curso una alternativa de cambio.
¿Recoger los pedazos?
Vale, a propósito, reflexionar sobre lo expresado por Gustavo Bolívar, quien dijo, conocida su derrota, que se disponía a recorrer Colombia para “recoger los pedazos que quedan del Pacto Histórico”, aunque no sepamos qué fue exactamente lo que quiso decir.
¿Qué ha sido el Pacto Histórico desde su origen sino la confluencia de los pedazos de una sociedad que, de manera atomizada, venía manifestando su inconformidad ante las graves condiciones de deterioro social, a las cuales el gobierno de turno respondió con la más brutal y violenta represión? Mujeres, jóvenes, ambientalistas, indígenas, afrocolombianos, campesinos, comunidad LGBTIQ+, estudiantes, amas de casa, sindicalistas, etc., agrupados o no en movimientos sociales y en su mayoría abstraídos de cualquier liderazgo o dirección política, fueron los que lograron converger para marcar un hito histórico después de más de doscientos años de vida republicana.
De manera que el Pacto Histórico es el resultado de ese encuentro de multitudes, de las ciudadanías libres que de distinta manera se venían expresando y consiguieron zurcir, pedazo a pedazo y sobre una misma tela, el tapiz abigarrado que logró llevar a Gustavo Petro a la Presidencia de la República. Pues bien, ese tapiz no tomó cuerpo ni forma en las pasadas contiendas regionales. Habrá entonces que decirle a Bolívar que de lo que se trata es de mirar si es posible empezar a zurcir ese tapiz de nuevo, porque será de pedazos que el Pacto Histórico siga estando hecho.
Hay que decir que, para ese caudal de movimientos que seguro están dispuestos a manifestarse cuando sea necesario, lo que falta son claros liderazgos, más orgánicos y menos caudillistas, más dispuestos y abiertos a ceder sus egos e intereses, también personalistas. Se necesita convencerse de que para esa masa informe de iniciativas ciudadanas, ese ya casi infinito universo de pedazos y su proyección y posicionamiento político, existe más tropa que comandantes. En el caso de Bogotá, por ejemplo, Bolívar no era la mejor carta para jugarse la alcaldía, pero al final el problema no fue como tal el candidato, el problema fue que el Pacto Histórico no tuviera con quién más salir a competir. Así ocurrió en prácticamente todas las ciudades.
¿Giro a la derecha?
Es risible escuchar a los que dicen que el pasado 29 de octubre el país dio un giro a la derecha. Pues no es cierto, pese a cambios importantes en las últimas décadas y a lo que en efecto simboliza la llegada al Gobierno de dos personas que no provienen de las élites tradicionales del poder, Colombia ha sido, es y todavía seguirá siendo un país en lo político y cultural cerradamente conservador, clasista, racista, elitista, alineado a la derecha y permeado por todos los vicios que han dominado el panorama de las contiendas políticas.
Es como si el solo triunfo de Gustavo Petro y Francia Márquez en 2022, por arte de birlibirloque, hubiera llevado a que el país girara hacia una nueva geografía política e ideológica, sin tener en cuenta la necesaria transformación cultural que para ello se requiere. Como si fuera la clausura de un proyecto que ha gobernado durante más de doscientos años y de un orden económico y unas estructuras institucionales y de poder que a nivel nacional y en las regiones se mantienen absolutamente intactas.
Se equivocan quienes pensaron que ese respiro alcanzado por la izquierda y los sectores progresistas en la presidenciales de 2022 era ya la evidencia concluida de un nuevo país, como si los cambios se hicieran en un abrir y cerrar de ojos. Ingenuidad o vana ilusión. Hubo sí un cambio de Gobierno, nuevas fuerzas sociales se alzaron y le dieron un lapo a la política tradicional, se vislumbró que hay un país dispuesto al cambio, pero en donde casi todo está todavía por hacer.
Las presidenciales de 2022 confirmaron que los partidos tradicionales no dominan completamente el escenario político nacional, pues ni siquiera tuvieron candidatos y se limitaron a actuar como segundones en alianzas o coaliciones. También las elecciones del mes de octubre reconfirman que en las regionales sigue ganando el pulso esa parte del país feudal y patrimonialista que todavía somos: corrupción, poderes concentrados en familias y clanes regionales, cacicazgo y dominio de élites muchas veces emparentadas con mafias y grupos armados y delincuenciales que dominan la cartografía del poder no fueron esta vez la excepción y siguen siendo definitivos en la sumatoria de los guarismos finales.
La oposición
Hay que reconocer que Petro gobierna en medio de un contexto especialmente adverso. El conservadurismo y la pasión contrarreformista que siempre con sangre se ha impuesto en Colombia han reaccionado con toda la virulencia cerrándose tozudamente en su favor y en contra de los intereses nacionales. Se hace todo lo que esté al alcance para apostar por el fracaso, en tanto consideran también que se socavan los valores que prolongan y legitiman su dominación frente a otros sectores sociales.
Por ello promueven el miedo al cambio, satanizan y denigran a sus protagonistas, venden la idea de que vivimos hoy en una situación de caos y presentan, como nuevas, situaciones que histórica y estructuralmente se han acumulado y de las cuales son estrictamente responsables. Asumen que veníamos viviendo en un paraíso, en una casa pulcra y bien ordenada, en el nirvana de la convivencia donde es mejor dejar las cosas como están porque cualquier iniciativa de cambio sería indefectiblemente un paso hacia el abismo.
Pese a los malos augurios y al esfuerzo pecaminoso de la oposición de que el primer Gobierno de izquierda en Colombia sea conducido al fracaso, lo que es inobjetable es que sí se requiere con urgencia emprender las transformaciones, desde siempre aplazadas, que lleven a superar los graves problemas que como país nos aquejan.
Pensando en el interés nacional, esperemos que les vaya bien a todos los mandatarios, pues no la van a tener fácil; todas las ciudades tienen serios problemas de seguridad, de violencia y de movilidad; los índices de pobreza permanecen en cifras elevadas, así como los niveles de desempleo e informalidad. Colombia se mantiene como un volcán a punto de estallar y quienes quiera que hayan llegado a administrar los destinos de sus ciudades o departamentos tendrán que pensar en cómo salirle al paso a los que siguen pensando que no hay nada mejor que mantener la inercia y asegurar la permanencia en el pasado.
Orlando Ortiz Medina, Economista-Magister en estudios políticos
Foto tomada de: El País
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