“Desde Bogotá atravesaron la primera cadena montañosa por el Paso del Quindío, un camino de 3.600 metros de altura que era famoso por ser el más difícil y peligroso de toda la cordillera” (Andrea Wulf)
Humboldt “sintió el abismo desde el lomo de las mulas en los desfiladeros del Quindío” (William Ospina)
Todo el mundo sabe que la mejor novelista inglesa es Virginia Woolf, no solo por su magnífica obra “Las Olas” (1931), sino por el conjunto de sus escritos. Ella ha influenciado a hombres y mujeres en su labor literaria, durante la segunda mitad del siglo XX y, aún se erige como tal. Pero propiamente como historiadoras, a pesar de una larga lista, Inglaterra nos ha legado principalmente a las hermanas Agnes y Elizabeth Strickland, muy famosas durante el siglo XIX. Y, en todo el mundo, más allá de la lengua francesa, Margarite Yourcenar es considerada la mejor escritora de novela histórica fundamentalmente por las “Memorias de Adriano” (1951) y “Opus Nigrum” (1968); por la descripción minuciosa de las épocas, las costumbres, los sentimientos, las ideas y la vida cotidiana de sus personajes; tanto que, al leerlas, sentimos que estamos viviendo realmente la vida y la obra de Adriano, Antinoo y Zenon, en el tiempo que les tocó vivir. Esas son mujeres para rescatar y perdurar y, a las que, sin lugar a dudas, tenemos ahora que agregar la historiadora germano-inglesa Andrea Wulf.
Alguna vez, no como político, sino como intelectual, el expresidente Alfonso López Michelsen, expresó que personaje que se respete debería tener un biógrafo de habla inglesa. A la sazón, él tuvo como biógrafo a Stephen J. Randall (Alfonso López Michelsen su vida, su época. Villegas Editores. Bogotá. 2007). Y el gran Gabo tuvo como biógrafo de cabecera a Gerald Martin (Gabriel García Márquez una vida. Ed. Debate, Bogotá. 2009).
Pero continuando exactamente con historiadores y biógrafos de Inglaterra, es totalmente conocido el escritor y periodista Paul Johnson, quien justamente acaba de fallecer el 12 de enero de 2023. De él habíamos disfrutado su texto “Intelectuales” (Homo legens. 2007), donde desnuda la vida privada de autores tan conocidos como Voltaire, Rousseau, Marx y Sartre, entre otros. Y para las relaciones con este artículo, recomendamos las biografías que el escribió sobre Darwin (Penguin. 2012) y Napoleón (Penguin. 2006); a más de sus textos sobre los judíos, el cristianismo y otros temas históricos.
Prosiguiendo con biógrafos distinguidos por combinar la investigación histórica y la maestría de la prosa, sin lugar a dudas es monumental el prolífico austríaco Stefan Swift, con el cual nos deleitamos en sus descripciones de la vida cultural de la Viena de finales del siglo XIX, en su autobiografía titulada “El mundo de ayer: Memorias de un Europeo” (1942); que la leímos muy tarde, cuando ya conocíamos sus textos sobre “Américo Vespucio”, “Magallanes”, “María Antonieta” y “Fouché el Genio Tenebroso”. Esto para citar personajes y épocas relacionadas con el interés de este artículo.
En este breve introito queremos enmarcar a la joven y magnífica historiadora Andrea Wulf, nacida en la India, pero que se ha formado en Alemania e Inglaterra y, que por lo tanto creemos que es digna heredera de la tradición de los biógrafos alemanes e ingleses de la mejor estirpe. Es todo un homenaje a la mujer intelectual, investigadora juiciosa, bellamente narradora y reflexiva. Estas cualidades las evidencia notablemente en las siguientes tres obras a reseñar.
Para los tres textos Andrea Wulf se basa principalmente en los archivos sobre estos personajes que reposan sobre todo en Alemania, Inglaterra, Francia y los Estados Unidos. Para su abundante y profunda pesquisa acude a tres géneros muy lindos y comunes en otras épocas, justamente mucho antes del internet y las redes sociales, que todo lo han vuelto fugaz y despersonalizado. Me refiero a los diarios, las cartas y las memorias. Muchas personas o por lo menos los que ya sabían leer y escribir, acostumbraban a anotar todo lo que iban viviendo, sus viajes, sus impresiones, las personas que conocían, los recuerdos y sensaciones de los parajes o las ciudades que visitaban; por ejemplo, por solo citar un caso, existen ya publicados los Diarios de Francisco de Paula Santander en Europa; donde incluso apuntaba sus recorridos por museos y sus visitas a teatros y óperas. Hace algún tiempo leí precisamente las Memorias de Aquileo Parra, donde se pueden encontrar detalles de la política y la historia de la gran coyuntura de mediados del Siglo XIX en Colombia; por allí discurre todo el Olimpo Radical y pormenores de la Convención de Rionegro (1863), entre muchos otros sucesos históricos y datos personales.
Las memorias de los escritores también son fundamentales, justamente para conocer el clima personal, social e intelectual en el cual se forjaron sus textos. Este es el caso, entre muchos otros, de los titulados Cuadernos de Lanzarote, donde el escritor portugués José Saramago nos va llevando por universidades, foros, libros, sus amigos, la escritura de sus novelas, su esposa y hasta la querencia de su perro. Este es el caso de otro grande, Albert Camus; el cual en su diario nos pasea desde Argelia hasta París, inmiscuyéndonos con ternura en la memoria de su padre, hasta las aventuras intelectuales francesas.
El género epistolar ha sido muy importante para rastrear la vida y el surgimiento de las obras de los grandes escritores y personajes de la historia, del siglo XIX hacia atrás. Porque ahora, ya se puede decir que las cartas entraron en desuso y solo quedan mínimos trazos sin ortografía y con reducciones de términos casi indescifrables e intrascendentes, en las redes sociales. El tiempo, el acelere y lo light ya no permiten o no gustan de lo largo, profundo y romántico del carteo de otrora. No lo recuerdo con nostalgia de viejo, sino que es toda una realidad. Aquellas cartas sirven ahora para hacer historia y análisis de ciertos personajes; mientras los trinos de los actuales dirigentes solo sirven para hacer periodismo momentáneo y, los tuitees de las personas del espectáculo solo sirven para nutrir el amarillismo. Pero las cartas son clave: básteme citar aquí todas las Epístolas de San Pablo, a casi todos los pueblos del Mediterráneo y del cercano Oriente y, en las cuales se pueden ver los orígenes del cristianismo, los sucesos de la historia antigua y los inicios de una serie de reflexiones espirituales, éticas y morales que fueron construyendo esa gran religión de occidente.
Otro ejemplo grandioso entre nosotros, lo constituye el cúmulo de cartas del General Simón Bolívar. Pues el Libertador vertió todo su conocimiento intelectual y sus visiones políticas en sus cartas, que las dictaba en sus carpas de campaña o desde su caballo, hasta que hoy día, el conjunto de ellas constituye los cinco o siete tomos (según la edición que consigamos), conocidos como las Obras Completas de Simón Bolívar. En estas cartas discurren citas de los clásicos greco-romanos, autores como Cervantes y Shakespeare, todo el paisaje de los Andes, los llanos colombo-venezolanos, su inspiración ante el Chimborazo, la famosa Carta de Jamaica y los gérmenes de nuestras primeras constituciones políticas.
La publicación póstuma de la correspondencia de un autor es clave para saber acerca del intercambio intelectual con sus congéneres y contemporáneos. En Colombia, el maestro Ezequiel Uricoechea, de familia intelectual, antes y después, en sus cartas nos da a conocer lo más granado del mundo literario, científico y filosófico, con el cual solía tener contacto; y por todo lo cual se ha dicho que él es el intelectual colombiano más conocido en la Europa de su tiempo.
Las Memorias también han sido una veta para la investigación histórica; documentos que ya casi no se acostumbran. A mí, por ejemplo, me fascinan estos libros, para descansar de los grandes tratados construidos con mucha sistematicidad o de las novelas que son todo un gran conjunto. Las memorias suelen ser cronológicas, personalísimas, fragmentarias y sobre todo muy dicientes de las personalidades y de las épocas que les tocó vivir.
Pero bien, Andrea Wulf no solo bebe en las cartas, los diarios y las memorias, se va a otras biografías y a la abundante bibliografía de sus investigados y sobre ellos, casi siempre en sus idiomas originales. Todo lo que confluye en el perfil de un estilo muy propio al escribir estos magníficos textos. Por eso se pueden leer como biografías, relatos propiamente históricos, obras con visos de novela; ensayos históricos, científicos, literarios y filosóficos.
La obra “La Invención de la Naturaleza El Nuevo Mundo de Alexander Von Humboldt” (Taurus. 2016), fue presentada en Colombia por la misma autora en el “Hay Festival” de la época en Cartagena de Indias, e incluso el entonces presidente Juan Manuel Santos la alabó profundamente. Siguiendo con su posible influencia dentro de la intelectualidad colombiana, es preciso decir que el último libro del novelista, poeta y ensayista William Ospina, está dentro de este panorama. Su texto titulado “Pondré mi Oído en la Piedra Hasta que Hable” (Random House. Bogotá. 2023), es propiamente una novela biográfica, con Humboldt como personaje central y apoyada en una amplia investigación, que le coloca más el acento al discurrir del alemán por las tierras sudamericanas y particularmente en Colombia. Tiene la maestría de su prosa, recrea la época y el paisaje y, engrandece al genio prusiano y muestra su legado ya mítico. Que sepamos, en ninguna de las entrevistas el autor tolimense afirma que está influenciado por el trabajo de Andrea Wulf; pues dice que hacía veinte años quería hacer este trabajo y ya rondaba por su cabeza. No se puede decir con precisión y, menos en términos peyorativos y secundarios, que sea una copia, una repetición simple del tema y del personaje. Pero los dos textos son contemporáneos y afines. El de Andrea combina la investigación científica, histórica y personal; pero de ninguna manera es una novela; aunque contine unas descripciones hermosas y detalladas, es más historia de la ciencia y ensayo, con bella y encantadora prosa; que la emparenta a la novela, pero es diferente.
En aras de la justicia literaria e histórica, es preciso reivindicar al poeta, novelista y ensayista quindiano Samuel Jaramillo, con su novela histórica titulada “Diario de la luz y las tinieblas Francisco Joseph de Caldas” (Uniandes, Bogotá. 2011); precisamente ahora que nos ocupamos de Humboldt, ya que ambos, el alemán y el colombiano, tuvieron mucho que ver en el trabajo científico en la Nueva Granada y Caldas también en la naciente república gran colombiana. La novela de Jaramillo habla de las relaciones personales y científicas de los dos sabios y penetra en la vida, la obra y la época del Sabio Caldas.
En esta línea de reflexión es necesario traer a colación las siguientes obras, que nos deleitaron hasta hace muy poco: El Bejuco del Alma, acerca del yagé, que está entre la ciencia y la mitología, escrita por Richard Evans Schultes y la investigación botánica y antropológica sobre las plantas alucinógenas en toda América titulada Las Plantas de los Dioses, del botánico norteamericano Richard Evans Schultes y Robert F. Raffaulf. Igualmente, las obras del botánico y antropólogo canadiense Wade Davis, Mi Rio y Magdalena Historias de Colombia; que ya analicé en mi ensayo Wade Davis o un Canto de Amor por Colombia (Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales SUR y Quindiano.com). Diría que estos son los mejores herederos del maestro Humboldt.
El texto sobre Humboldt de Andrea Wulf, es una biografía completa sobre este sabio y su tiempo; pero bastante relacionada con los grandes temas científicos y ambientales de la contemporaneidad. También se puede leer como un magnífico documento acerca de la historia de la ciencia y particularmente de la botánica; con la historia política como telón de fondo; pues allí están los sucesos de las guerras napoleónicas, con las confrontaciones mundiales de la época y, esa ambivalencia del Sabio Humboldt entre su germanismo y su admiración por la Ilustración Francesa y todo el ambiente científico del Paris que le tocó vivir. Se ve también allí el surgimiento de los Estados Unidos como confederación, el esclavismo contra el que estuvo Humboldt desde muy temprano; los prohombres de Norteamérica; principalmente los de perfil intelectual como Tomás Jefferson (p.129), Benjamín Franklin y James Madison. Y, por supuesto está el fin del Imperio colonialista español y el nacimiento de las repúblicas suramericanas; y concretamente el mayor descubrimiento y conocimiento de nuestras tierras desde el punto de vista natural, geográfico y de costumbres de los nativos. Por esto, el sabio alemán contribuyó demasiado a la construcción de nuestras nacionalidades y de nuestra ciencia.
La historiadora nos lleva amigable y profundamente por todos los sitios y vericuetos por los que atravesó HUMBOLDT: Jena, Berlín, Norte América, Sur América, Rusia y Mongolia y en los parajes más desconocidos para la humanidad de su tiempo y, que aún hoy desearíamos palpar. Nos cuenta las celebraciones que en todo el mundo se realizaron cuando el 14 de septiembre de 1869 se celebraron los cien años del natalicio del científico; incluso en Moscú, donde lo llamaron “el Shakespeare de las ciencias” (p.29). Igualmente nos hace un detallado registro de los sitios urbanos y rurales que llevan su nombre por todo el mundo, como el Cabo Humboldt, el Glaciar Humboldt y la Corriente de Humboldt; así como universidades, calles, plazas y bibliotecas. (p.30-31). Y, sobre su influencia dice:
“El pasado nos determina. Nicolás Copérnico nos mostró nuestro sitio en el universo, Isaac Newton explicó las leyes de la naturaleza, Thomás Jefferson nos dio algunas de nuestras ideas de libertad y democracia, y Charles Darwin demostró que todas las especies descienden de antepasados comunes. Estas ideas definen nuestra relación con el mundo. Humboldt nos brindó nuestra concepción de la naturaleza. Lo irónico es que sus ideas son ya tan obvias que nos hemos olvidado en buena parte del hombre que las forjó” (p.31). Y para este reconocimiento detallado y profundo llega en hora buena la magnífica obra de Andrea Wulf.
Entre otras cosas importantes “Humboldt a través de sus experimentos, estaba abordando una de las ideas más debatidas en el mundo científico de finales del siglo XVIII: el concepto de “materia” orgánica e inorgánica y si alguna de las dos contenía algún tipo de “fuerza” o “principio activo” (p.46); cuando incluso Newton se lo atribuía a Dios. Es decir, era todo un revolucionario en ciencia y en filosofía y, sus enseñanzas ya son normales en el pensamiento.
Por lo mismo se auto influenciarían el Gran Goethe, el filósofo Schiller y el sabio Humboldt; así como habían recibido la herencia de Kant. “Las ideas que debatían eran las que tenían cautivados a científicos y pensadores de toda Europa: cómo entender la naturaleza. En términos generales, había dos corrientes de pensamiento que se disputaban la primacía: el racionalismo y el empirismo.” (p.59). Pero el naturalista va más allá y retoma al profesor de Königsberg:
“La posición de Kant estaba entre el racionalismo y el empirismo. Las leyes de la naturaleza, tal como las percibimos – escribió Kant en su famosa Crítica de la Razón Pura -, solo existe porque nuestra mente las interpreta” (p.60). Esto fue definitivo para Humboldt, quién conocía las clases del filósofo sobre geografía dictadas durante cuarenta años en la Universidad de Königsberg. Estas también influenciarían a Goethe, Schiller y todo el Circulo de Jena, descrito y analizado en el otro tomo de Wulf.
Del lado propiamente de la botánica y otros intereses naturalistas fue muy importante la amistad y el trabajo mancomunado de Humboldt y Bonpland en los Andes, durante el ochocientos. Y con Montufar estuvieron al frente del Chimborazo, apreciándolo e investigándolo para la posteridad, tanto que:
“Al volver del volcán, Humboldt estaba listo para formular su nueva visión de la naturaleza. En las estribaciones de los Andes empezó a esbozar su Naturgemalde, una palabra alemana intraducible que puede significar una “pintura de la naturaleza” pero que al mismo tiempo entraña una sensación de unidad o integridad. Era, según sus explicaciones posteriores, “un microcosmos en una página”. A diferencia de los científicos que habían clasificado el mundo natural en unidades taxonómicas rigurosas con arreglo a una estricta jerarquía, a base de llenar tablas interminables de categorías, Humboldt hizo un dibujo” (p.123). Posteriormente, su heredero, el norteamericano John Muir, la desarrollaría. (p.293). Aquí es preciso decir, que el alemán también incidiría en las ideas de los escritores Henry David Thoreau y Ralph Waldo Emerson, ya en materia de literatura y pensamiento en general.
En el lago Valencia fue donde elaboró su teoría temprana y novedosa acerca del “cambio climático provocado por el ser humano” (p.86), la que posteriormente iría comprobando en sus distintas correrías y cotejos. Pues “Todo es una reacción ecológica en cadena. “Todo – diría más tarde – es interacción y reciprocidad” (p.88).
En sus investigaciones y correrías también tuvieron mucho que ver el famoso botánico español José Celestino Mutis (p.109), ya radicado en la Nueva Granada y el Sabio Francisco José de Caldas (p.116). Y, por supuesto todo lo relacionado con la Expedición Botánica. Con Simón Bolívar tuvo una relación temprana en Europa y ambos se admirarían. Incluso ambos estuvieron en la coronación de Napoleón en París. (p.157). En todo esto la historiadora es exhaustiva. (p.189 a 208). Referente a Thomás Jefferson, hubo mutua admiración, lo que Wulf documenta bastante bien. (p.129-146).
“Ambos (Bolívar y Humboldt) tenían un profundo deseo que España se fuera de Sur América. A Humboldt le habían causado gran impresión los ideales de las revoluciones estadounidense y francesa, y era partidario de la emancipación latinoamericana. El concepto de colonia decía, era inmoral, y un Gobierno colonial era “un Gobierno de desconfianza” (P. 157).
El sabio alemán escribió treinta y cuatro volúmenes titulados Viaje a las Regiones Equinocciales del Nuevo Continente o Ensayo Sobre la Geografía de las Plantas. Allí combinó el conocimiento científico con la economía y la política, y en esta articulación fue pionero, pues:
“Durante miles de años, los cultivos, cereales, hortalizas y frutas habían seguido los pasos de la humanidad. Cuando los seres humanos cruzaban continentes y océanos, llevaban plantas consigo y así había cambiado la faz de la tierra. La agricultura vinculaba las plantas a la política y la economía. Se habían emprendido guerras por plantas, y muchos imperios dependían del té, el azúcar y el tabaco” (p. 169). No estamos lejos de estas vinculaciones, pues así lo atestiguan las guerras de la marihuana, la coca y la amapola, y ahora el problema de los granos en medio de la guerra entre Rusia y Ucrania. Y acerca de la economía y las plantas, bástenos citar el caso del desarrollo colombiano a partir de la economía cafetera y el papel de la quina en otros tiempos, descrito por Caldas y Mutis.
Referente al estilo literario del naturalista alemán es preciso registrar la combinación de un informe científico, buena prosa, lirismo y descripción de una aventura personal y grupal; todo esto muy cerca a lo que hoy conocemos como ensayo. Al respecto nos dice Andrea Wulf:
“Con Cuadernos de la Naturaleza, Humboldt creó un género totalmente nuevo, un libro que combinaba una prosa llena de vida y ricas descripciones de paisajes con observaciones científicas, y estableció un modelo para los escritores actuales sobre naturaleza… era un libro científico que no se avergonzaba del lirismo” (p.175). Esto es lo que ahora se conoce como NATURLITERATURA y que tiene muchos adeptos en este siglo XXI. Incluso Julio Verne utilizó sus descripciones sobre Sudamérica para redactar sus famosos textos Viajes Extraordinarios y Veinte Mil Leguas de Viaje Submarino (p. 176).
La relación con Napoleón no fue la mejor, aunque el francés había apoyado las ciencias en sus viajes de conquista, como lo demuestra en su texto Descripción de Egipto; pero con el cual habría una competencia, referente al Viaje a las Regiones Equinocciales del Nuevo Continente, escrito por el sabio alemán.
Humboldt fue antiesclavista, anticolonialista, pionero del tema del calentamiento global, innovador en su tratamiento de la ciencia en su sentido orgánico, novedoso en el estilo literario, viajero incansable, científico cual más, admirador de las revoluciones americana y francesa, creador y defensor de los jardines botánicos y de los museos naturalistas, amigo e influyente de literatos y filósofos no solo en su tiempo sino en la actualidad. Por todo ello, esta obra de la historiadora germano-británica es monumental y un tributo al gran prohombre de las ciencias, que hoy se sigue admirando y del que debemos seguir aprendiendo.
El otro texto de la pluma de Andrea es “En Busca de Venus El Arte de Medir el Cielo” (Taurus. 2020) y está centrado en los dos registros históricos del tránsito del planeta Venus, vistos en 1761 y 1769. Es decir, describe, analiza, datea muy bien y registra al detalle y también con imaginación histórica, todo lo sucedido en el mundo científico y, político incluso, de la llamada “Década de Venus”. El libro es para astrónomos y para legos.
Venus ha cautivado a toda la humanidad desde los confines remotos de la civilización. Cualquier primitivo, hasta los astrofísicos más preparados, físicamente le han puesto el ojo. Pero ha sido motivo de ensoñación para poetas, músicos y novelistas, igual que levanta con bríos a cualquier campesino del mundo.
Al respecto, Andrea Wulf nos dice: “Los antiguos babilonios la llamaban Ishtar, para los griegos era Afrodita y para los romanos, Venus, la diosa del amor, la fertilidad y la belleza. Es el astro más brillante del cielo nocturno, visible incluso en un día despejado. Algunos lo vieron como el heraldo de la mañana y de la tarde, de nuevas temporadas o de tiempos portentosos. Reina como la “estrella matutina” o “lucero del alba” durante doscientos sesenta días, y luego desaparece para aparecer como estrella vespertina” (p.21)
Así pues, ha sido guía eterna para trasnochadores y madrugadores. Pero los científicos lo han perseguido para afinar sus cálculos astronómicos, en diferentes épocas de la historia de la ciencia. De dos momentos estelares, trata este libro, determinando, incluso, la importancia de estos hechos, no solo para la ciencia y en particular para la astronomía, sino también para la economía, la geografía, la medición y ubicación de territorios y nacionalidades, de colonias y centros poblados, para realizar demostraciones y cálculos a futuros descubrimientos. Es muestra de la osadía humana, de lo avanzado de ciertos gobiernos en su apoyo y de la paciencia de los astrónomos y su persistencia en una época de escasos y artesanales aparatos.
Este libro puede leerse como historia de la ciencia y en particular de la astronomía y, es de carácter universal, porque describe y analiza el trasegar de 250 científicos desde las universidades europeas, rusas y americanas, hasta los confines árticos, estepas, islas, mares y no solo de las ciudades centrales de Europa e Inglaterra. A diferencia del texto sobre Humboldt no se centra de un solo actor; son muchos los personajes de esta maravillosa trama de científicos y aventureros; recogiendo todo un legado astronómico, matemático y científico de los siglos XVI y XVII, antes de centrarse en la famosa década de 1761 a 1769. Y el personaje central es el planeta Venus, del que seguimos enamorados no solo los observadores de antaño, sino los terrenales de hoy.
Los sucesos científicos, y la autora ahonda en ello, no han sido a espaldas de los climas políticos y por supuesto de los conflictos nacionales e internacionales, que se atraviesan o permiten el desarrollo de la ciencia. El telón de fondo histórico del primer avistamiento fue la llamada Guerra de los Siete Años; justamente guando tanto la ciencia como la guerra eran ya un fenómeno de la globalización de esos tiempos.
“En sus diversas ubicaciones por todo el mundo, los astrónomos, unidos en un esfuerzo común, estaban ocupados con los preparativos de última hora. No importaba cuál era su nacionalidad o su religión, ni si habían viajado miles de kilómetros o se habían quedado en casa, ni si tenían un telescopio de siete metros o un anteojo de mano: todos tenían un objetivo compartido. En plena Guerra de los Siete Años, los astrónomos habían superado, las fronteras nacionales y los conflictos en nombre de la ciencia y el conocimiento”. (p.108)
La ciencia es un acumulado, muy diferente al arte y la literatura; por eso cada época y cada científico o grupo de investigadores, lo hacen sobre los hombros de los alcances anteriores; hasta producir una verdadera revolución científica, como lo describe y analiza Thomas Kuhn en su magnífico tratado titulado La Estructura de las Revoluciones Científicas (1962); precisamente el que introduce las categorías de paradigma y cambio de paradigma. Esto es clave para entender que la astronomía ha pasado por diversas etapas y que con sus descubrimientos ha causado verdaderas revoluciones científicas, rompiendo viejos paradigmas relacionados con el movimiento de los planetas, sus ubicaciones, sus mediciones y su composición.
Al respecto, “En 1716, el astrónomo británico Edmond Halley publicó un ensayo de diez páginas que llamaba a los científicos a unirse en un proyecto que abarcaba todo el globo … y que cambiaría el mundo de la ciencia para siempre. El 6 de junio de 1761, Halley predijo que Venus atravesaría la cara del sol” (p.21)
El legado de Halley fue recogido principalmente por Guillaume Legentil y Joseph Nicolás Delisle, que habían observado el tránsito de Mercurio en 1753. Pero también, detrás de ellos estaban Copérnico, Galileo, Kepler y Newton y, lo que ellos habían trabajado en materia de leyes del movimiento, ley de la gravedad, distancias, física, matemática, trigonometría y óptica. En épocas muy limitadas e incluso aciagas para la ciencia, como fue el caso de Galileo.
Pero, para la década famosa de Venus, “Cuando los astrónomos miraban las estrellas ya no buscaban a Dios, sino las leyes que regían el universo” (p.24). Pues las concepciones religiosas y científicas habían cambiado demasiado; ya habíamos pasado por la Antigüedad, la Edad Media y el Renacimiento y, estábamos en pleno auge del Siglo de las Luces y la Enciclopedia, viviendo los aires de la Ilustración.
Por eso, “En todas partes del globo, en Europa, Malta, Constantinopla, Rusia, América del Norte, las Indias Orientales, Sudáfrica, Pekín, India, Yakarta y Filipinas, astrónomos y aficionados contemplaron (o al menos lo intentaron) el pequeño punto negro moviéndose a través del Sol” (p.129). En Laponia, el cabo de Buena Esperanza, Mauricio y Terranova, estaban completando más de 130 lugares para ver a “Madame Venus”.
De acuerdo a las condiciones científicas y filosóficas de la época, se puede decir que: “Ellos miraron las estrellas a través del prisma de la Ilustración, siempre pensando y, como muchos otros, tratando de racionalizar y ordenar el mundo natural” (p.135)
En menos de diez años casi todo había cambiado, en las universidades, en las academias y en los centros científicos y los gobiernos. Había más disposición; pues “Las condiciones para la preparación del segundo tránsito fueron mucho mejores. A medida que los ideales de la Ilustración se propagaban por Europa, los monarcas y los poderes gobernantes estaban cada vez más ansiosos por patrocinar empresas científicas y ampliar sus conocimientos” (p.149)
A esta magnífica empresa se sumaron los principales monarcas y dirigentes de la época: Jorge III en Estocolmo, Carlos III en España, Luis XV en Francia, Luisa Ulrica de Suecia, Cristian VII de Dinamarca, Catalina La Grande de Rusia, influenciada directamente por Voltaire (p.1629). Y por supuesto, los ingleses y los norteamericanos de la época.
Pero además ya no se vivía la guerra que otrora obstaculizaba permanentemente el trabajo mancomunado de los científicos; tanto, que de cada bando veían en ellos espías, no permitían visitar territorios ajenos o colonizados y decomisaban los escasos instrumentos. Eran precisamente otros tiempos.
“El clima político de Europa había cambiado completamente desde 1761. La paz había regresado en la primavera de 1763, gracias a los tratados que firmaron Gran Bretaña, Francia y España por un lado y, Austria y Prusia por otro (Rusia y Suecia se habían retirado de la guerra en 1762)” (p.150)
Pero el cambio más importante en ambas visitas de Venus no era la política, sino la invención y la construcción de los instrumentos apropiados para la hazaña. “Durante el pasado siglo y medio, las posibilidades de observar el sistema solar habían aumentado considerablemente. Hasta la invención del telescopio en el siglo XVII, la única forma de observar los astros había sido a simple vista.” (p.169)
¡Qué tiempos ante el panorama actual! Ahora se tiene el descomunal telescopio espacial Hubble, hecho y colocado entre la NASA y la Agencia Espacial Europea y el James Web, que es el mayor telescopio espacial de la historia, hecho en EE.UU. Y colocado por la NASA. Pero en ambos existe mucha colaboración internacional, con contribución económica, científica y tecnológica. Y en materia de instalaciones terrestres, sobresalen el Keck, el Vlt, el de Chile y el de Canarias. Ahora, a diario, nos mantienen informados y aterrados por los hallazgos, fotografías, mediciones y cálculos, en cuantías de años luz. Pero, por si fuera poco, estamos esperando la instalación del próximo telescopio, el más grande del mundo, lo que sucederá en 2029. Ese es el Telescopio Gigante de Magallanes.
De la famosa e histórica Universidad de Jena, en su ciudad alemana homónima, tuvimos noticia cuando llegó a nuestras manos apenas una fotocopia de los primeros escritos del filósofo alemán Guillermo Federico Hegel titulados “Los Cuadernos de Jena”, pero más conocidos como “Aforismos de Jena 1803-1806″; donde sus análisis están más dedicados a la crítica cultural y su estilo fragmentario se distingue radicalmente del escrito como tratado de largo aliento y sistemático, como lo veremos en su famosa obra “Fenomenología del Espíritu” (1807); que fue redactada por aquella misma época. Esto lo apunto, porque la profunda y detallada obra de Andrea Wulf titulada “Magníficos Rebeldes Los Primeros Románticos y la Invención del Yo” (Taurus. 2022), se centra en lo ocurrido en la vida intelectual europea, particularmente alemana y específicamente en la ciudad de Jena y su universidad en el período de tiempo que va desde 1794 a 1806. Empieza con Kant y termina con Hegel, como lo veremos. Ella desentraña lo que ellos llamaron “Nuestro maravilloso círculo” (p.135) o lo que otros denominaron “Nuestra pequeña academia” (p.157), sin saber lo que se estaba cocinando para la filosofía y la literatura en una ciudad tan pequeña como Jena y en una universidad aún menor.
El voluminoso libro de Andrea Magníficos Rebeldes se puede leer como muchas biografías en un solo texto: la de Goethe, la de Schiller, la de Fichte, la de Schelling, la de Novalis, la de los hermanos Schlegel y la de los hermanos Humboldt; sino también como una historia de la filosofía centrada en el surgimiento del idealismo alemán, que va desde Immanuel Kant hasta Frederick Hegel pasando por Fichte. Igualmente, como una historia de la literatura alemana centrada en el surgimiento y consolidación del movimiento y escuela literaria conocidos como el romanticismo alemán y su influencia mundial. Todo ello con el telón de fondo de la Revolución Francesa, las Guerras Napoleónicas y la historia de los estados alemanes antes de conocerse la unificación y aparecer propiamente la Alemania del siglo XIX y el XX. Por supuesto se refiere demasiado al Imperio Austrohúngaro y sus alrededores, como también a la situación histórica y política de Rusia e Inglaterra y a la literatura de esta última.
Puede tomarse como un relato novelesco histórico de muchas voces, donde es necesario destacar el papel protagónico de las mujeres, esposas y amantes, no solo como compañeras de familia, sino como intelectuales; tal es el caso de Michaelis Caroline, escritora, traductora de casi toda la obra de Shakespeare, El Quijote de la Mancha y el Decamerón de Bocaccio, desde sus idiomas originales al alemán; crítica literaria con colaboraciones constantes para las revistas de Jena y Berlín y “musa del Círculo de Jena”. Casada primero con Franz Bohmer, después con August Wilhelm Schlegel también escritor y miembro activo del mencionado Circulo y, por último, esposa del filósofo Schelling, uno de los máximos exponentes de la filosofía alemana y del romanticismo alemán. Otra mujer importante de este Círculo fue Dorothea Veir-Schlegel, también escritora y traductora. Sin olvidarnos de Chistriane Vulpius, la amante y posterior esposa de Goethe; quien cuidó del genio para ser lo que fue ahí y para la posteridad y, Sophia von Kuhn, novia de Novalis, nada menos en quien se inspiró para escribir su famoso libro Himnos a la Noche, entre otras que discurren por sus páginas. Estas damas estuvieron en la sombra por muchos años, e incluso, sus escritos eran firmados por sus esposos, a la sazón, grandes intelectuales muy conocidos en ese ambiente de Jena, Berlín, Gotinga y Frankfurt. La obra de Andrea Wulf realiza un rescate magistral, casi que, diciendo artículo por artículo, traducción por traducción, velada por velada, en los cuales ellas tuvieron rol protagónico.
Aunque de la autora, pueda decirse que es más conocedora de los filósofos, que propiamente de la filosofía, es necesario rescatar que pinta todo el ambiente de la intelectualidad alemana dedicada al pensamiento idealista. Aquí se pueden apreciar los últimos días y los escritos de Kant y su portentosa influencia en Fichte, quien va desde la “cosa en sí”, las categorías trascendentales y la razón pura del maestro de Königsberg, hasta la elaboración de toda una teoría del yo fichteana; apreciándose la influencia y el posterior distanciamiento de ambos. Igualmente retrata la época convulsionada de la sociedad alemana, que haría surgir la obra de Fichte Discursos a la Nación Alemana. Kant no estuvo en Jena, pero los influenció a todos.
Así como asistimos a la construcción de la Naturphilosophie de Schelling, es decir, la filosofía de la naturaleza o “ser uno con todo lo que se vive” (p. 225), vemos la influencia de la filosofía en los textos sobre la naturaleza, principalmente de Humboldt y de Goethe (p.157); igualmente relacionados en términos intelectuales con Schiller (p. 47). Por lo cual allí surgió una combinación muy importante de la filosofía, la ciencia y el arte. Esta tríada fue uno de los fundamentos que iluminó el llamado romanticismo alemán. Por eso en la obra se ve el nacimiento de la novela romántica Werther de Goethe y su famosa obra Fausto, en la cual se debate entre la ciencia y la poesía, con una profunda reflexión filosófica. Así, las conversaciones y los experimentos entre los sabios Goethe y Humboldt (p.157), fueron fundamentales para auto influirse e iluminar la posteridad.
Se aprecia en la obra el recorrido desde la razón pura kantiana, hasta el yo fichteano y aterrizando en el absoluto hegeliano. Se ven las mutuas influencias y las rupturas. Cada uno marcó una revolución en el pensamiento filosófico alemán y mundial. En cierto modo, aún somos kantianos, fitcheanos y hegelianos. Influenciaron a Marx, Nietzsche y Heidegger. La ética kantiana ilumina la mayoría del derecho occidental, la crítica del juicio aún fundamenta el análisis del arte y, aunque estemos en permanentes guerras, la Paz Perpetua y la Unión Europea, todavía son inspiraciones kantianas. Ante lo fantasioso y lo deísta, colocar al yo en el centro de las preocupaciones filosóficas, sigue siendo una tarea vigente, aunque se hable de la muerte del sujeto y del autor en las disertaciones postmodernistas. Lo que pasa es que se trata de otro yo, de otros yoes, de otro sujeto, de otra subjetividad y de las intersubjetividades contemporáneas. Sin asistir al declive de Kant, si al desplazamiento de Fichte y al reinado de Hegel; pues aún el marxismo, es hegelianismo de izquierda.
De otra parte, la fuerza del absoluto ya estaba en la filosofía de Schelling, que también perteneció al famoso Circulo de Jena. El venía de Kant, Fichte y Leibniz; pero fue recogido por Hegel en materia del tratamiento del llamado absoluto y por Schopenhauer en lo tocante a aquella fuerza superior que todo lo engendraba y que para este sería la voluntad. En esa línea está su magno tratado El Mundo como Voluntad y Representación.
Novalis, que fue esencialmente poeta, también hizo una prosa muy interesante y reflexiva en novelas inconclusas y, en estilo fragmentario se conocen sus Fragmentos Logológicos, justo antes de Nietzsche, Krause y Cioran. Y en filosofía escribió un Estudio sobre Fichte. Como toda la pléyade del Círculo, fue multifacético; incluso se graduó en minas y trabajó en ello. Él había dicho que “la filosofía es, en su origen, un sentimiento” (p.121)
Habían salido de la postración del hombre ante Dios durante todo el medioevo y ahora se trataba del rescate del ser humano, más allá del puesto dado en el Renacimiento; superando así la metafísica; pues el idealismo alemán es diferente a esta. Se separaron del empirismo inglés, ya que para ellos no bastaban ni la experiencia ni los sentidos, precisaban elaboraciones más grandes a nivel de la mente, pero adheridas a la emoción. También supieron superar el racionalismo de Descartes y toda la Ilustración Francesa, admitiendo dentro del yo, los sentimientos al lado de los racionamientos. Sin embargo, la mayoría de los actores de la trama intelectual de Andrea Wulf admiran la Ilustración y toman mucho de ella; pero sufrieron el embate de Napoleón. Estuvieron entre la Revolución Francesa, el totalitarismo napoleónico, las monarquías alemanas, la admiración por el clasicismo italiano; pero con ello produjeron su propia filosofía, su gran dramaturgia, la mejor poesía y un arte que aún ilumina. Por algo, más adelante, surge en medio de este panorama la antropología filosófica de Max Scheler, precisamente cuando ya los anteriores le habían marcado el camino protagónico del hombre y del yo.
La síntesis del romanticismo alemán está en la consigna de “Sturm und drag” o “tempestad e ímpetu”. En el texto en mención, está de cuerpo entero el padre de todos, es decir, Goethe y no solo como literato, sino como naturalista y cortesano que le ayudaba a sus amigos del Círculo de Jena. Está el polifacético Novalis, pero que trascendió principalmente como poeta de la noche y de la oscuridad. Hölderlin, aparece en algunas páginas, estudia con algunos de ellos, para enloquecerse posteriormente. Otros representantes son Heine, George Tralck y Herder en filosofía y lenguas clásicas.
En la obra, se asiste a la influencia del romanticismo alemán en Inglaterra, con los poetas Wordsworth, Coleridge y Byron; los que de paso anotamos, fueron estudiados y enseñados por Borges en la Universidad de Buenos Aires, cuya compilación de clases se conoce como el libro Borges Profesor. El tratamiento de la naturaleza en el romanticismo alemán también llegó a influir en los escritores estadounidenses, como Henry David Thoreau y Walt Whitman.
Con todo lo anterior se corona Andrea Wulf como la más grande historiadora de este siglo, saliéndose de la mera historiografía y el academicismo, para acercarse a la literatura, la ciencia y la filosofía con creces. Ha hecho una combinación enaltecedora y ha rescatado a personajes para toda la posteridad. Ha colocado a la mujer intelectual en su cúspide, no cae en el melodrama cuando va a la vida privada de los científicos y filósofos, va más allá de los estereotipos de los tratados de historia de la ciencia y la filosofía, por eso se le sale al mero academicismo. Como vemos paga la pena dedicarle días y noches a estos tres voluminosos tomos para infórmanos, aprender, reflexionar y deleitarnos, como debe ser la misión de los grandes libros.
Francisco Cifuentes
Foto tomada de: DW
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