Pero no solo en el plano militar el Imperio Americano ha topado con sus límites. También lo ha hecho en el plano político. El principal argumento utilizado por Washington a partir de la segunda guerra contra Iraq para legitimar sus intervenciones militares en el Oriente Medio fue la de que tenían el noble motivo de liberar al país en cuestión de un dictador odioso. Y claro que consiguieron liberarlo, pero siempre al costo inhumano de fragmentar al país y sumirlo en interminables guerras sectarias atizadas por una cadena sin fin de atentados terroristas. Como es evidente en los casos de Afganistán, Iraq y Libia. Y como a su manera también lo ha sido en Siria, un país que, a pesar de la inminente victoria militar de su Ejército sobre los yihadistas, esta medio destruido y con la cuarta parte de su población refugiada en distintos países.
La opinión pública mundial ya está notificada de que la solución que Washington propone a la existencia de regímenes autoritarios o dictatoriales incluye la destrucción del país que lo padece. Y si en adelante algún gobierno o algún líder de opinión en cualquier lugar del mundo decide apoyar una nueva intervención militar americana en un país soberano ya no podrá argumentar que lo hace en nombre de la necesidad de liberar a ese país de un real o supuesto dictador sin tomar en cuenta cuán destructivo, cuán demoledor es el método imperial de liberar países. Cuando está en juego la vida y los bienes de millones de personas la ética de la convicción debe ceder necesariamente el paso a la ética de la responsabilidad.
El Imperio Americano, repito, está experimentado los limites de un poder que en su momento llegó a pensar ilimitado. Y haría bien su dirigencia en tomar nota de ello y empezar a pensar no en términos de país excepcional al que el Altísimo encomendó la sagrada misión de democratizar y moralizar al mundo entero a su imagen y semejanza, sino en términos de un país muy poderoso que ya no puede sin embargo modelar a voluntad la entera realidad del mundo. Desgraciadamente no parece que Donald Trump sea la persona más adecuada para liderar ese regreso a la cordura. Al menos no mientras no descarte completamente el principal lema de su campaña electoral: Hacer a América Grande de nuevo.
- “En un artículo del New York Times publicado en 2004, Ron Suskind (…) reveló los términos de una conversación que había mantenido, durante el verano de 2002, con un asesor de George W. Bush: “Me dijo que las personas como yo formábamos parte de ese grupo de tipos ‘pertenecientes a lo que nosotros llamamos la comunidad basada en la realidad (the reality-based community): ustedes creen que las soluciones surgen de su juicioso análisis de la realidad observable’. Yo asentí y murmuré algo sobre los principios de las Luces y el empirismo. Pero él me interrumpió: ‘El mundo ya no funciona en realidad de esa manera. Ahora somos un imperio, prosiguió, y cuando actuamos, creamos nuestra propia realidad. Y mientras ustedes estudian esa realidad criteriosamente, como desean hacerlo, nosotros volvemos a actuar y creamos otras realidades nuevas, que ustedes también pueden estudiar; y así es como pasan las cosas. Nosotros somos los actores de la historia. (…) Y a ustedes, a todos ustedes, no les queda otra cosa que estudiar lo que nosotros hacemos’”.”La estrategia de Sheherazade”.Christian Salmón. Le Monde diplomatique, edición chilena, diciembre 2007
CARLOS JIMÉNEZ
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