Burbujas
William Robinson, profesor de la Universidad de California, advierte sobre la acumulación de tensiones internacionales que podrían derivar en el estallido de una nueva crisis global. Las condiciones estructurales que desataron la gran recesión de 2008 siguen vigentes. Estas incluyen niveles sin precedentes de desigualdad social, endeudamiento público y privado y especulación financiera. El detonante, sostiene, podría ser el estallido de la burbuja bursátil, el impago de deudas o una nueva conflagración militar internacional.
La clase capitalista transnacional está invirtiendo miles de millones de dólares en la rápida digitalización del capitalismo global como salida para el excedente de su capital acumulado, a la vez que busca nuevas oportunidades de inversión en la construcción de un Estado policíaco global. ¿Pero será suficiente la rápida expansión de estos dos sectores de la economía global para evitar otra crisis catastrófica?
Los datos económicos internacionales señalan, más bien, que la economía global está al borde de otro colapso. Las condiciones estructurales subyacentes que desataron la Gran Recesión de 2008 siguen vigentes mientras la nueva ronda de reestructuración de la economía global ya en marcha tenderá a agravar las mismas. Estas condiciones incluyen niveles sin precedente de desigualdad, de endeudamiento público y privado, y de especulación financiera. El detonante de una nueva crisis podría ser el estallido de la burbuja bursátil, sobre todo en el sector tecnológico, el impago de la deuda pública o de los hogares, o el estallido de una nueva conflagración militar internacional.
El débil crecimiento económico se ha mantenido desde 2008 gracias a los instrumentos monetarios tales como la “facilitación cuantitativa” y los rescates financieros, junto con una escalada de deuda de consumo, una oleada de inversión especulativa -sobre todo en el sector tecnológico- y niveles cada vez mayores de especulación financiera en el casino global. Sin embargo, ahora los bancos centrales están llegando a los límites de los instrumentos monetarios.
En Estados Unidos, que desde hace tiempo ha servido de “mercado de última instancia” para la economía global, la deuda de los hogares está en el nivel más alto de su historia desde la postguerra. Los hogares estadounidenses en 2016 debían casi 13 billones de dólares en préstamos estudiantiles, deuda de tarjetas de crédito, préstamos automovilísticos e hipotecas. En casi todos los países de la OCDE la relación de ingresos/ deuda de los hogares se mantiene en niveles históricos y ha seguido en franco deterioro desde 2008. El mercado global de bonos -un indicador de la deuda total gubernamental a nivel mundial- se ha disparado desde 2008 y ahora rebasa los 100 billones.
Mientras tanto, la brecha en la economía real y el “capital ficticio” se ensancha cada vez más, y la especulación financiera se convierte en un espiral fuera de control. El producto mundial bruto, es decir, el valor total de los bienes y servicios producidos a nivel mundial, era de 75 billones en 2015, mientras la especulación en monedas ascendió ese año a 5,3 billones al día y el mercado global de derivados se estimó en unos alucinantes 1,2 trillones. Los más previsores entre la elite transnacional han expresado una creciente preocupación sobre la fragilidad de la economía global y el espectro del estancamiento crónico a largo plazo. El ex-funcionario del Banco Mundial y de la Tesorería estadounidense, Lawrence Summers, advirtió el año pasado del “estancamiento secular” en la economía global, la que “ha entrado en territorio desconocido y peligroso”. Sin embargo, estas elites no están dispuestas a reconocer el telón de fondo del malestar económico, como es el problema insoluble del capitalismo, la sobre-acumulación.
Talón de Aquiles
La economía global sigue adoleciendo del talón de Aquiles del capitalismo: la sobre-acumulación. La polarización de los ingresos y la riqueza es endémica al capitalismo ya que la clase capitalista posee los medios de producir la riqueza y por ende se apropia en forma de ganancia la mayor cuota de la riqueza que produce colectivamente la sociedad. Si los capitalistas no pueden vender (o “descargar”) los productos de sus plantaciones, fábricas y oficinas, no pueden sacar ganancia. Esta polarización, si no se controla, resulta en crisis: estancamiento, recesiones, depresiones y convulsiones sociales.
Al lanzarse a la globalización desde los años ‘70 en adelante, la emergente clase capitalista transnacional, o CCT, logró eludir la intervención estatal en el mercado capitalista y socavar los programas redistributivos que habían sido establecidos a raíz de la Gran Depresión de 1930. La CCT promovió una vasta reestructuración neoliberal, la liberalización comercial y la integración a la economía mundial. Las políticas públicas han sido reconfiguradas mediante la austeridad, los rescates, los subsidios corporativos, el endeudamiento gubernamental y el mercado global de bonos, todo lo que permite al Estado efectuar el traslado directo o indirecto de la riqueza de las clases trabajadoras a la CCT.
El resultado ha sido niveles sin precedente de desigualdad global que, lejos de disminuirse, se han disparado a un ritmo asombroso desde 2008. De acuerdo con la agencia prodesarrollo Oxfam, el uno por ciento de la humanidad controla más de la mitad de la riqueza del mundo y el 20 por ciento más rico posee el 94,5 por ciento de esa riqueza, mientras el restante 80 por ciento tiene que conformarse con tan solo el 5,5 por ciento. Dada esta extrema concentración de la riqueza, el mercado global no puede absorber la producción de la economía global. La Gran Recesión de 2008 marcó el inicio de una nueva crisis estructural de sobre-acumulación. Las corporaciones están inundadas de efectivo pero no tienen oportunidades de invertir ese efectivo rentablemente. Las ganancias corporativas se dispararon a raíz de la crisis del 2008 y han llegado a niveles casi record al mismo tiempo que los niveles de inversión corporativa han disminuido.
En la medida que se va acumulando este capital no invertido, crecen enormes presiones para encontrar salidas para descargar el excedente. El Trumpismo en Estados Unidos refleja una respuesta ultra-derechista a la crisis mundial que abarca un neoliberalismo autoritario al lado de una movilización neofascista de los sectores descontentos, y a menudo nativistas, de la clase obrera. Sin embargo, este neoliberalismo represivo termina con restringir aún más el mercado y por lo tanto agrava la crisis subyacente de sobreacumulación.
La CCT se ha dirigido a dos salidas para descargar el excedente. Una es la acumulación militarizada. Las guerras contra las drogas y el terrorismo, la construcción de los muros fronterizos, la expansión de los complejos prisión-industrial, los regímenes de deportación, los aparatos policíacos, militares y de seguridad, se convierten en fuentes importantes de generación de ganancias promovidas por el Estado. El presupuesto del Pentágono se incrementó 91 por ciento en términos reales entre 1998 y 2011, mientras las ganancias de la industria militar casi se cuadruplicaron durante este período.
He aquí una convergencia alrededor de la necesidad política que tiene el capitalismo global para el control social y la represión, y su necesidad económica de perpetuar la acumulación frente al estancamiento. Poniendo al lado la cada vez mayor retórica guerrerista de Trump, existe un impulso intrínseco hacia la guerra del rumbo actual de la globalización capitalista. Históricamente las guerras tienden a sacar al sistema capitalista de la crisis mientras también sirven para desviar la atención de las tensiones políticas y de los problemas de la legitimidad.
Digitalización del capitalismo global
La otra salida ha sido una nueva oleada de especulación financiera en los años recientes, sobre todo en el sobrevalorado sector tecnológico. El sector tecnológico está ahora en la vanguardia de la globalización capitalista e impulsa la digitalización de la economía global en su conjunto. Karl Marx declaró en El Manifiesto Comunista que “todo lo sólido se esfuma al aire” frente al ritmo vertiginoso de cambio causado por el capitalismo. La economía mundial ahora está en el umbral de otro período de reestructuración masiva. En el núcleo de esta reestructuración está la economía digital basada en una tecnología informática más avanzada, en la recolección, el procesamiento y el análisis de los datos, y en la aplicación de la digitalización a todos los aspectos de la sociedad global, incluyendo la guerra y la represión.
La tecnología de la computación y la informática introducida por primera vez en los años ‘80 proporcionó la base tecnológica original para la globalización. La primera generación de la globalización desde esa década y en adelante consistió en la creación de un sistema globalmente integrado de producción y finanzas, mientras la digitalización más reciente y el surgimiento de las “plataformas” han facilitado una muy rápida transnacionalización de los servicios. Ya para 2017, los servicios representaron el 70 por ciento del total del producto bruto mundial. Las plataformas se refieren a las infraestructuras digitales que posibilitan la interacción entre dos o más grupos. En la medida que la actividad económica depende cada vez más de las plataformas, el sector tecnológico se vuelve cada vez más estratégico al capitalismo global. La digitalización y la transnacionalización de los servicios ahora pasan a ocupar el centro de la agenda capitalista global.
En años recientes ha habido otra oleada del desarrollo tecnológico que nos ha llevado al umbral de la “cuarta revolución industrial”, basada en la robótica, la impresión en 3D, el Internet de los Objetos, la inteligencia artificial (IA), el aprendizaje automático, la bio y nanotecnología, la computación cuántica y en nube, nuevas formas de almacenamiento de energía, y los vehículos autónomos. Si bien el sector tecnológico que impulsa esta nueva revolución constituye solamente un pequeño porcentaje del producto bruto mundial, la digitalización abarca la economía global en su totalidad, desde la manufacturera y las finanzas a los servicios, y tanto en el sector formal como en el informal. Está en el mero eje de todos los procesos relacionados con la economía global, desde el control y la subcontratación de los trabajadores y la flexibilización de los procesos productivos, hasta los flujos financieros globales, la coordinación de las cadenas de suministro, subcontratación y tercerización, mantenimiento de registros, comercialización (“marketing”) y ventas.
En su estudio Platform Capitalism, el politólogo Nick Srnicek muestra cómo los inversionistas institucionales, sobre todo los muy especulativos fondos de cobertura y mutualistas, colocaron miles de millones de dólares en el sector tecnológico desde la Gran Recesión del 2008. El sector tecnológico se convirtió en una enorme salida para el capital no invertido frente al estancamiento. La inversión en este sector pasó de 17 mil millones en 1970, a 65 mil millones en 1980, y luego a 175 mil millones en 1990, a 496 mil millones en 2000, y a 654 mil millones en 2016. Un puñado de compañías norteamericanas de tecnología absorbió enormes cantidades de efectivo por parte de los financieros desesperados por encontrar nuevas oportunidades de inversión rentable. En 2017, Apple había acumulado 262 mil millones de dólares de reserva, mientras Microsoft registró un total de 133 mil millones de reserva, Alphabet (la sociedad matriz de Google) tuvo 95 mil millones y Oracle tuvo 66 mil millones.
Los defensores del actual orden dominante aducen que la economía digital generará trabajos altamente adiestrados y bien pagados y que resolverá los problemas de la polarización social y el estancamiento. Pero todo indica lo contrario: la economía digital acelerará la tendencia hacia un cada vez mayor desempleo y subempleo junto con una mayor ampliación del empleo precario y casual. Estamos a punto de ver la aniquilación digital de mayores sectores de la economía global. Cualquier cosa puede ser digitalizada y toda cosa será sometida a la misma. La automatización se extiende actualmente de la industria y las finanzas a todas las ramas de los servicios, aun a la comida rápida y a la agricultura, en la medida que los miembros de la CCT buscan bajar los salarios y ganarle a la competencia. Se espera que la automatización incluso reemplace a mucho trabajo profesional, tales como abogados, analistas financieros, médicos, periodistas, contadores, evaluadores de riesgos y los bibliotecarios.
En Estados Unidos el incremento neto de puestos de trabajo desde 2008 ha sido casi exclusivamente de acuerdos laborales inestables y mal remunerados. En Las Filipinas un ejército de 100 mil trabajadores subcontratados ganan unos cientos de dólares mensuales para revisar el contenido de los medios sociales tales como Google y Facebook y en el almacenamiento en la nube para borrar imágenes ofensivas. Pero aun ellos serán reemplazados por la tecnología digital, al igual que millones de trabajadores que se desempeñan alrededor del mundo en los centros de llamadas, en el ingreso de datos y en software.
La guerra digital
La digitalización hace posible la creación de un Estado policíaco global. En la medida que dicha digitalización resulta en una mayor concentración de capital y agudiza la polarización, los grupos dominantes recurren a la aplicación de las nuevas tecnologías de control social de masas frente a la resistencia entre los precarizados y los marginados. La función dual de acumulación y del control social se realiza con la militarización de la sociedad civil y la mezcla entre la aplicación militar y civil del armamento avanzado, sistemas de rastreo, de vigilancia y de seguridad. El resultado es una permanente guerra de baja intensidad contra las comunidades en rebeldía mientras los teatros de conflicto se extienden de las zonas activas de guerra hacia las localidades urbanas y rurales en todo el mundo.
Los nuevos sistemas de guerra y de represión hechos posibles por una digitalización más avanzada incluyen armamento automático impulsado por la IA, tales como los vehículos no tripulados de ataque y transporte, los soldados robot, una nueva generación de super-drones (aviones no tripulados), fusiles microondas que inmovilizan, ataque cibernético y guerra informática, identificación biométrica, extracción estatal de datos y la vigilancia electrónica global que permite el rastreo y control de cada movimiento. La acumulación militarizada y acumulación por represión -desde ya un eje mayor del capitalismo global- podría llegar a ser cada vez más importante en la medida que se fusiona con las nuevas tecnologías de la cuarta revolución industrial, no solo como un medio para mantener el control sino también como salida ampliada para el excedente acumulado que permite aplazar el colapso económico.
En este contexto, el surgimiento de la economía digital parece fusionar tres fracciones de capital alrededor de un proceso integral de especulación financiera y acumulación militarizada en el cual la CCT está descargando miles de millones de dólares en excedente de capital acumulado mientras apuestan en las oportunidades de inversión que ofrece un Estado policíaco global.
El capital financiero proporciona el crédito para la inversión en el sector tecnológico y en las tecnologías del Estado policíaco global. Las empresas de tecnología desarrollan y proporcionan las nuevas tecnologías que ahora constituyen el eje de la economía global. Desde que el denunciante de la Agencia Nacional de Seguridad de Estados Unidos, Edward Snowden, habló públicamente en 2013, ha salido a la luz un torrente de revelaciones acerca de la colusión entre las empresas gigantescas de tecnología y el gobierno norteamericano y otros gobiernos en pos de la construcción de un Estado policíaco global. Y el complejo militar-industrial-seguridad aplica esta tecnología en la medida en que se vuelve una salida para canalizar el excedente y hacer ganancia mediante el control y la represión de las poblaciones rebeldes.
La crisis estructural del capitalismo en los ‘70 lanzó el mundo al camino de la globalización neoliberal. El reventón de la burbuja dot-com en 2000 arrojó al mundo a una recesión. El estallido de la burbuja hipotecaria en 2008 desató la peor crisis económica desde 1930. Todo indica ahora que el actual boom en el sector tecnológico está generando una nueva burbuja que podría resultar en otra crisis cuando se reviente, quizás de manera conjunta con impagos de la deuda. La próxima Gran Recesión probablemente cementará esta fusión de la economía digital con el Estado policíaco global, si es que no hay un cambio de rumbo impuesto sobre el sistema por la movilización de masa y la lucha popular desde abajo.
WILLIAM I. ROBINSON: Profesor de Sociología, Universidad de California en Santa Bárbara.
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