El presidente Gustavo Petro se ha propuesto trasformar esta tradición, y justo es reconocer un gran esfuerzo en el gobierno de Virgilio Barco, así como en el de Juan Manuel Santos, cuando se formuló el estatuto de la oposición, subrogado de los acuerdos de paz con la otrora guerrilla de las Farc. De resto ha sido un ejercicio salvaje, criminal, del poder.
En numerosas ocasiones se ha intentado aniquilar físicamente al opositor, al punto que la única forma de conservar la integridad ha sido tomar las armas, y lanzarse al monte. Tanto que se ha vuelto tradicional asociar oposición con guerrilla, hasta hace menos de un año el presidente de la república señalaba que detrás de cada protesta existía una conspiración insurgente y, en consecuencia, ponía a la policía, a la fiscalía, hasta al paraestado, a darle tratamiento de guerra a la oposición. De ahí su saldo en masacres, torturas, desapariciones, violaciones, mutilaciones…
Igual fue en el siglo XIX, con más de una docena de guerras ocasionadas por persecuciones políticas, la Guerra de los Mil Días, la Violencia de las décadas de mediados del siglo XX, hasta el surgimiento de las insurgencias actuales, creadas porque la exclusión del Frente Nacional no daba lugar a oposición diferente a la armada. Los liberales en Colombia han sido aniquilados varias veces, y hace un mes se conoció la condena al Estado colombiano por el exterminio del partido político Unión Patriótica, ocurrido en las postrimerías del siglo XX. Y el XXI empezó marcado con el signo de la persecución feroz a oposición, prensa independiente, y hasta a las mismas cortes judiciales, por los gobiernos de Uribe que no toleraban una voz diferente a la del ejecutivo.
Gustavo Petro y las fuerzas que representa hicieron carrera política cruzando el desierto de la oposición, con sus claroscuros de clandestinidad, cárcel, guerra sucia. En cambio, quienes ahora se ensayan como opositores desarrollaron su trayectoria cometiendo toda suerte de patrañas contra la oposición. Eso puede explicar en algo el desconcierto de ambas partes en sus nuevas funciones, que Petro gobierne desde el balcón, con un discurso movilizador, y que la derecha pretenda ir a las calles con las mismas trapisondas a las que recurría cuando gobernaba.
Resulta más fácil aprender a gobernar para el que lleva décadas señalando los errores de los gobiernos, que aprender a ser oposición a quienes llevan una vida disfrutando de las mieles del poder omnímodamente. Por eso los últimos tienen dificultades de convocatoria, cuando antes chasqueaban los dedos y sus subalternos se multiplicaban sumisos, hoy tienen que sobrellevar la soledad de los perdedores, y eso pesa.
La alternativa antioqueña de contratar gamines para que les hagan bulto en las marchas es sumamente peligrosa, tanto por los desmanes que ocasiona, como por su desperfilamiento político. Las dos imágenes, la de la soledad y la del mercenarismo, se vivieron en Medellín en una semana: el día doce en la mañana se vio al expresidente Uribe marchar por la Avenida La Playa con una raquítica compañía de media centena de manifestantes, la mitad sus escoltas, mientras que el día 14 contrataron vagos, vendedores informales, habitantes de calle, y dicen que hasta los de las convivir, para una marcha que agredió a periodistas, a candidatos de otras campañas, a símbolos de la paz, y que pretendió entrar violentamente al Centro Administrativo Municipal. Esta última es la que presenta el uribismo como su marcha modelo.
Por la vía de sacar más gente a la calle la extrema derecha está lejos de igualar a la izquierda, así obliguen a los empleados de las confecciones a salir a defender los intereses de sus patrones, como hicieron en Medellín. Y la vía del terror les ha resultado cuando eran gobierno, pero poniendo a unos tales reservistas a amenazar con parar el país, y sacar a escobazos al Presidente, no van a amedrentar al resto de la población.
Atraviesan una dramática crisis de liderazgo, en parte por el desgaste de las décadas de corrupción y abusos del poder, pero en mucho debido a un estilo que hizo carrera entre el uribismo, el que uno de ellos bautizó “La inteligencia superior”. Consistió en mantener a su caudillo Uribe con halo de iluminado, para lo cual desterraron de su lado a cualquiera que pudiera resultar inteligente, no fuera a hacerle sombra. De ahí que en el entorno del expresidente no quedaron sino aduladores diciéndole a su líder lo brillante y bonito que es, y con esos se constituyó la dirigencia uribista.
Hoy que Uribe recorre las calles como el emperador desnudo, no porque lo hayan timado, sino porque la gente le conoció las mañas, ha perdido la capacidad no sólo de convocar, sino la de dirigir su partido. No sólo recorre desnudo, va cargado de banderillas y embistiendo enceguecido, porque el alcalde de Medellín, Daniel Quintero, aunque no es taurómaco, lo torea noche y día, y le da capotazos sin que Uribe logre embestir al torero. La rencilla del expresidente con el alcalde le ha quitado dimensión nacional al primero, mientras se la otorga al segundo, y al partido Centro Democrático lo deja en orfandad.
Las senadoras Cabal y Valencia se esfuerzan por suplir el vacío, pero no dan la talla todavía, el odio no las deja pensar. Les queda recurrir a Polo Polo y Miguel Uribe, ambos caricaturas de congresistas, de políticos, y de ciudadanos. Además, la bancada del Centro Democrático en el congreso parece militar en el cohecho, pues, su agenda se reduce a la defensa salvaje de los negocios de tres banqueros, en contravía absoluta del interés público.
Ahora sacan las cartas marcadas de antes, los figurones que pusieron en los organismos de control para que les taparan sus bribonadas cuando eran gobierno, hoy lanzados a poner palos en la rueda del gobierno alternativo. Es su avanzada en las elecciones regionales de este año: Un emblema de la corrupción administrativa como Margarita Cabello, y Francisco Barbosa, un fiscal de opereta, persiguiendo a gobernantes locales y regionales de partidos diferentes a la derecha, así como candidatos alternativos. Amenazan, suspenden, sancionan, tratando de contener la fuerza del cambio que avanza, y de apuntalar un régimen decrépito, al que pertenecen, y por cuyas fechorías deberían responder a la justicia.
José Darío Castrillón Orozco
Foto tomada de: Q’hubo
Hernan Pizarro says
Una oposición siempre peligrosa. En un mundo que cambia todos los días, aquellos que no quieren que sea así, encuentran enemigos por todas partes. El mundo se les desmorona y buscan apuntalarlo dando palos de ciego, además que rabioso. Pero el cambio cultural es más notorio cada día. La historia no marcha atrás.