Cierto, hay quien puede argumentar que el bombardeo de una embajada, por mucho que se la defina como territorio del país al que representa, no puede equipararse a un ataque directo al territorio de una nación propiamente dicho. Pero el hecho es que el derecho internacional no hace esa distinción: las embajadas son también territorio nacional. Y así lo ha interpretado México que ha roto relaciones diplomáticas con Ecuador debido al asalto a su embajada en Quito del pasado 5 de abril. Un asalto incruento, que no causó víctimas mortales, al contrario del bombardeo israelí del consulado de Irán en Bagdad, que se saldó con 13 víctimas mortales, entre civiles y militares, entre los que se contaba al brigadier general Mohammad Reza Zahed, el segundo oficial al mando en la jerarquía militar de la república islámica.
A estos hechos hay que sumar la larga cadena de agresiones criminales israelíes en contra de Irán. El asesinato de Reza Zahed no es el primero desde luego. El 1 de enero de 2020 un dron norteamericano mató en el aeropuerto de Bagdad al general Qassem Solimán y al resto de su comitiva. Y el 3 de enero de este mismo año, un atentado terrorista mató a 103 e hirió a más de 200 de los asistentes, en la localidad de Karem, a una ceremonia de conmemoración del asesinato de Solimán.
El 27 de noviembre de 2020, el asesinato en Bagdad del físico Mosén Fakhizadeh completó la cifra de 10 científicos iraníes, vinculados a su programa nuclear, asesinados en una década por comandos terroristas.
Cierto, hasta la fecha no hay pruebas contundentes de que Israel estuviera tras esta campaña de asesinatos de lideres científicos y militares iraníes. De hecho, al día de hoy Israel sigue negando oficialmente que hayan sido suyos los aviones que bombardearon la embajada iraní en Damasco. Como se sigue negando a reconocer que tiene entre 300 y 400 ojivas nucleares.
Pero si toda investigación de un crimen empieza por establecer quien o quienes se benefician con él, no podemos menos que concluir que Israel es el principal sospechoso de la mencionada campaña criminal. Y no solo Israel, así, en general, sino el mismísimo Netanyahu, que ahora mismo, en vez de atender a los llamados a la contención hechos hasta por el presidente Biden, insiste en emprender una nueva acción bélica contra la república islámica. Que en el caso de que tenga como blanco su programa nuclear, tal y como le ha aconsejado el lunático de John Bolton, desencadenaría la Tercera Guerra Mundial.
Acuso a Netanyahu porque yo si me acuerdo de aquella sesión conjunta de la Cámara y el Senado de Estados Unidos, celebrada el 4 de febrero de 2015 a petición suya, en la que despotricó a placer contra el proyecto de Acuerdo elaborado por Obama con el fin de limitar el programa nuclear iraní a fines estrictamente pacíficos. Este Acuerdo, concluyó enardecido, nos lleva a “una pesadilla nuclear”. Obama resistió sin embargo la arremetida y el 18 de enero de 2016 celebró públicamente la entrada en vigor del Acuerdo, sentenciado: “el mundo es ahora más seguro, porque Irán no puede hacerse con la bomba atómica”.
Netanyahu no se dio por vencido. Consiguió que el presidente Trump aceptara sus tesis y el 5 de octubre de 2018 rompiera el Acuerdo y restableciera el draconiano régimen de las mal llamadas “sanciones” a Irán. Como ha dicho el veterano analista David Hearst, “el principal objetivo de Netanyahu durante 30 años ha sido lograr que Estados Unidos entre en guerra con Irán”. Ruego a los dioses, o mejor a la oposición de la ciudadanía norteamericana, que esta vez tampoco lo consiga. En plena campaña electoral en Estados Unidos cada voto cuenta y Biden lo sabe.
Carlos Jiménez
Foto tomada de: France 24
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