Nunca apoyé a Biden. Sí a Bernie Sanders, porque él representa una suerte de alternativa populista de izquierda al neoliberalismo progresista. Creo que un movimiento político al estilo de Sanders tendría la chance de volver a ganar la atención de los sectores de clase trabajadora que apoyaron a Trump. No estoy hablando de los hardcore white supremacists o de la ultra derecha, sino de la gente de clase trabajadora común. Hubo ocho millones de personas que votaron dos veces a Obama y después votaron a Trump. Eso prueba que no son racistas totalmente comprometidos, o no habrían votado por Obama en primer lugar. Puede que sean racistas oportunistas, pero no totalmente racistas. Entonces, en teoría, se los puede recuperar. Quizás para ello necesitemos una coalición. Hay muchas preguntas en cuanto a Biden: ¿Estamos ante un regreso del neoliberalismo progresista? ¿Es eso lo que la presidencia de Biden hará? ¿Intentará reconstituir esa mezcla de políticas neoliberales con discursos de minorías? Y en ese caso, ¿no continuaría, por añadidura, este círculo vicioso de reacción del populismo de derecha? Es interesante aplicar este tipo de análisis a otros países. A mí me parece que sirve para entender la situación hace un tiempo en el Reino Unido, pues creo que Tony Blair es un perfecto neoliberal progresista, como François Hollande en Francia. Creo que en muchos países los gobiernos que han promovido la financiarización no eran los gobiernos de derecha; más bien eran estos gobiernos neoliberales progresistas, personas que se autoproclamaban socialistas o socialdemócratas, pero en realidad eran neoliberales. Por otro lado, obviamente es cierto que hay muchos gobiernos alrededor del mundo que practican políticas neoliberales sin ser para nada progresistas; podemos hablar de Narendra Modi en India, Erdoğan en Turquía, Bolsonaro en Brasil, etc. El punto es que hay más de un tipo de neoliberalismo: hay variantes regresivas y progresivas, pero creo que todas son muy malas para la clase trabajadora de cualquier color, género y orientación sexual.
¿Cuál es tu lectura del desplazamiento de Sanders?
Me sentí devastada por la forma en que el establishment demócrata clausuró la campaña de Sanders después de que obtuviera una importante victoria en Nevada con la población latina. Básicamente se unieron en contra de él después de que ganara en Carolina del Sur. Hubo un repentino “suficiente, Biden va a ser el candidato demócrata”, y fue algo brutal. Difícil tener grandes expectativas entonces con Biden. Me preocupa que esto culmine en una nueva versión de neoliberalismo. Algo que nos afectará muy negativamente… De suceder, no será un nuevo Trump, pero será una reiteración del trumpismo, y eso me preocupa mucho. Sin embargo, dejame decir algunas cosas buenas de Biden. Me pareció que manejó la bizarra situación anterior a la inauguración de su gobierno con dignidad, con mucha calma. Hizo un buen trabajo de aplacador, estuvo maduro, no cayó en la trampa. Y algunas de las cosas que hizo hasta ahora me parecen bien. Me alegra que acepte el acuerdo climático de París, que esté retirando a las tropas estadounidenses de Yemen, que quiera revivir el acuerdo nuclear con Irán, ese tipo de cosas son buenas. Y también me alienta que esté promoviendo un gran proyecto de ley para la emergencia de la Covid, en vez de comprometerse con los republicanos por una legislación mezquina. Decidió hacerlo en grande y hacerlo solo, y si los republicanos no lo apoyan, que así sea. Me parece que aprendió algunas lecciones de la presidencia de Obama, durante la cual él fue vicepresidente. Obama empezó comprometiendo todo y queriendo que todo fuese bipartidismo, lo que terminó siendo un desastre. Entonces puede que Biden sea mejor de lo que yo esperaba, quizás… Espero que ese sea el caso.
¿Y qué hacer frente a la dicotomía neoliberalismo progresista-populismo reaccionario?
La clave es encontrar el modo de desarrollar lo que yo llamaría una alternativa progresista populista. No populismo de derecha, sino progresista. Y eso significa, también, desarrollar un feminismo diferente, un anti racismo diferente, una agenda LGBTIQ que no esté orientada a la representación de grupos poco representados en las partes más altas de la jerarquía corporativa, sino a mejorar las vidas de la masa sobrecogedora de mujeres, gente de color y minorías sexuales pobres, de clase baja y de clase media baja. Esa es la idea general de mi análisis. Yo quiero una coalición entre la clase trabajadora blanca y los blancos sureños que votaron a Trump, junto a la gran porción de la clase trabajadora compuesta por gente de color y mujeres que no están trabajando ni en la industria manufacturera ni en la construcción, pero sí en el sector público, en hospitales, en escuelas, en oficinas, en servicios. Esa es la base para una coalición.
¿Sirvió de algo en este sentido la pandemia?
Sí, al menos sí entre la gente común de Estados Unidos. Con una depresión económica que visibilizó a una masa tan grande de gente sin trabajo, muchos ya no pueden pensar “son vagos que no quieren trabajar”. Mientras la pobreza se veía como algo más marginal y anclado en grupos racialmente estigmatizados –afro americanos, lo que sea– podían decir que era su culpa. Pero en medio de una pandemia, no se puede decir eso. Entonces existe la posibilidad de que este sea el comienzo de una nueva fase de construcción de políticas de bienestar o de reforma económica.
¿Ocurre algo similar con las falacias discursivas de los feminismos?
Me parece que hay mucha más conciencia, sí. Más y más gente, no todos, pero más y más gente entiende que algo fue muy mal en la presidencia de Obama, que no podés poner a Goldman Sachs a cargo de la economía y después decir que sos feminista por ejemplo. Hillary Clinton representaba esa versión del feminismo, y creo que más y más gente dentro del movimiento feminista entiende que ese fue un giro erróneo y que necesitamos un estilo diferente. En general es un período en el que se está reconstruyendo la izquierda por primera vez en décadas. La izquierda fue destruida en los 60 y en los 70, y Sanders logró que toda una generación de jóvenes intente entender qué significa realmente estar en la izquierda. Que decir que estás a favor de tener caras negras en posiciones altas no es una idea de izquierda, que no ayuda a la masa de gente pobre de color. Se aprendió a sospechar de aquellos que hacen esfuerzos por reconstruir el neoliberalismo progresista. Por otro lado, –siempre hay otro lado– la presidencia de Trump, sobre todo los últimos 6 meses, ha sido tan traumatizante que hay un entendible sentimiento de: “por Dios, tengamos un presidente normal”. Y Biden representa al tipo normal. Pero normal no es suficientemente bueno. Con el trasfondo de la historia estadounidense reciente, sabemos que “normal” no es suficientemente bueno. Entonces creo que hay dos fuerzas opuestas. Una es el deseo de la vuelta a la normalidad, lo que podría convertirse en un regreso al neoliberalismo progresista, que sería muy malo. Y la otra es este proceso, en especial entre los jóvenes, de aprender a sospechar de los discursos que son una pátina para encubrir las peores políticas. Ya veremos que sucede, no puedo predecirlo…
¿Qué piensa del movimiento Black lives matter?
Tener a Obama en la Casa Blanca por ocho años enfrió la militancia anti racista. La idea que primaba era: “no podemos, es nuestro presidente, no podemos gritar”. Entonces había mucha ira y frustración acumuladas. Los terribles asesinatos a hombres y mujeres negros que todo el mundo podía ver gracias a las grabaciones de celulares hicieron explotar sentimientos reprimidos de militancia. Y por supuesto el hecho de que ocurriera durante una pandemia fue también muy interesante por la idea de salir a la calle. En lo personal, me preocupaba que aumentaran las infecciones, pero la gente usó barbijo y no ocurrió. En los lugares donde se dieron las grandes protestas Black lives matter no aumentaron los contagios. En contraste, sí aumentaron en los lugares donde Trump estaba haciendo grandes reuniones, porque ahí la gente no usaba barbijo ni tomaba recaudos.
Creo que hay un tremendo deseo y una gran voluntad de tomarse en serio la ubicuidad del racismo, porque es una parte profundamente arraigada de la historia y la sociedad americanas. Creo que la pregunta que el movimiento tiene que enfrentar es la misma pregunta que debe hacerse el feminismo: ¿se va a enfocar en temas simbólicos, como las estatuas y ese tipo de cosas, o se va a meter en el meollo de la cuestión y va a abordar cómo funciona nuestra economía y cómo funcionan la propiedad de vivienda y el sistema de impuestos? Un montón de gente dentro de Black lives matter está atravesando este proceso de estudiar, leer, aprender sobre la historia y el antirracismo de izquierda. Tenemos una larga historia de eso en Estados Unidos, pero tenemos también el antirracismo liberal. Entonces a mí me parece que el movimiento va a tener que decidir si va a ser otra versión de antirracismo liberal o una versión de antirracismo de izquierda. Y de nuevo, el liberalismo es muy fuerte en este país, siempre es una gran batalla, es muy cuesta arriba llegar a algo distinto. Es posible que este movimiento se divida precisamente por ello.
Para nosotros los periodistas, en Argentina, se hace un poco difícil publicar opiniones que no se inscriban en la dinámica oficialismo-oposición. No hay demasiada permeabilidad a tercera o cuartas opiniones. ¿Cómo es el esquema estadounidense?
No es tan fácil conseguir que un medio como The New York Times publique fuera de ese esquema. Pero la gente sí escribe y publica, no es correcto hablar de censura. Creo que el mayor problema en Estados Unidos puede ser la amnesia más que la censura. La amnesia social acerca de qué es la izquierda en verdad y qué significa tener un análisis de izquierda. Por suerte creo que esta amnesia está empezando a disiparse. La otra cosa alentadora es que tenemos un complejo panorama mediático, con una enorme blogósfera y gran variedad de plataformas genuinamente independientes. La audiencia puede ser pequeña, pero no estás completamente aislado. Hubo una gran proliferación de plataformas alternativas, seguramente también existan en Argentina.
¿Cuál es su relación con las redes sociales?
No uso absolutamente nada. Ni Facebook, ni Twitter, ni Instagram, nada. Nunca tuve. No es por un tema de principios, es simplemente que mi situación no me lo permite. Recibo demasiados mails, no quiero más vías para que la gente llegue a mí. Quizás podría, si tuviera redes sociales, diseminar mis ideas más ampliamente, pero me parece que consumen demasiado tiempo. Soy inusual, la mayoría de la gente que conozco sí tiene redes sociales.
Giorgio Agamben (sobre quien usted ha trabajado en el pasado) y Diego Fusaro, otro filósofo italiano, insisten en advertir sobre los mecanismos de control que propició la pandemia, ¿cuál es su opinión sobre esto?
Estoy familiarizada con el notorio análisis de Agamben, sí. A mi modo de ver, bajo esta situación de pandemia, estoy a favor de medidas de salud pública, siempre y cuando sean respuestas racionales para tratar de mantener la situación bajo control y prevenir una completa catástrofe. En Estados Unidos nunca tuvimos apps de rastreo de contacto y entiendo que esto podría ser mal utilizado en el futuro, pero aun así me hubiera gustado tener algo, porque no hubo ninguna habilidad para controlar las infecciones. Lo que estoy dispuesta a aceptar bajo condiciones de extrema emergencia son medidas que, de otra forma, no aceptaría. Y me doy cuenta de que tendríamos que enfrentar la posibilidad de que estos mecanismos de vigilancia sean usados para fines represivos. Pero este no es el momento para dar esa batalla. En un sentido similar, no relacionado con la pandemia, después del asalto al Capitolio el 6 de enero por los partidarios de Trump, vimos a los servicios de seguridad usar las capacidades de rastreo que tienen. No es que fuera algo muy difícil con gente subiendo a Internet sus selfies dentro del Capitolio rompiendo ventanas. Esa fue una situación donde quise ver a esa gente, pero por supuesto que no quiero que se pueda sentar un precedente para ir, en el futuro, en contra de movimientos sociales pacíficos y legítimos.
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