Echeverry es una persona modesta. En la página web de Econcept, la empresa de su propiedad, se considera él mismo “uno de los economistas y formuladores de política pública más distinguidos de Colombia y América Latina”. Pero, efectivamente, tiene un gran reconocimiento académico y como especialista en asuntos económicos; la lumbrera intelectual de María Isabel Rueda, por ejemplo, considera que es un economista “inteligente, divertido y ocurrente[4].” Entre sus grandes aportes teóricos se encuentra el haber acuñado el término mermelada.
Siguiendo las recomendaciones de María Isabel Rueda conviene aprender del profesor Echeverry para lo cual es necesario leer con detenimiento su columna. Comienza señalando que está abrumado por muchos trinos que reclaman que el país debe garantizar a los habitantes derechos consagrados en la Constitución, algo que en principio, parece obvio, en la medida en que si se incluyeron debería ser para que se cumplieran. Dichos quejosos culpan del incumplimiento a “la economía y la tributación.” Nuestro ilustre profesor decide aclarar el asunto y comienza criticando la ignorancia de los autores de dichos trinos: “no se toman el trabajo de entender la economía”, algo, que suponemos el entiende a la perfección. Con paciencia pedagógica nos lleva de la mano a quienes no hemos hecho el esfuerzo de entender.
Nos dice que toda mercancía capitalista “requiere una sofisticadísima red de encadenamientos logísticos, ordenamientos jurídicos, decisiones de inversión motivadas por numerosos cálculos de costo/beneficio y riesgo/retorno”. Dentro de estas mercancías incluye el plan blandito en una panadería, algo que veremos es muy importante en el artículo.
Nos informa que dicha “logística e inversiones superan las fronteras políticas delineadas por nuestra Constitución” (escribe un poco enredado el profesor). Pero la idea central es que la economía colombiana hace parte de la economía mundial y aprovecha para señalar que él tiene un entendimiento ombliguista (“nuestro entendimiento es muy ombliguista”, dice) lo mismo que la Constitución.
A continuación nos enseña que para producir las mercancías se requieren trabajadores con diversas especialidades: ingenieros, albañiles, camioneros, contadores, oficinistas, etc. Se le agradece al profesor el interés en enseñarnos, pero realmente no hay que ser doctor en economía para saber y afirmar lo anterior. Nos informa que en Colombia trabajan 22 millones de personas entre 8 y 16 horas días, “para que todo funcione”. Es decir, el país funciona debido a los trabajadores: aquí se le ve un tono progresista al doctor Echeverry. Aunque va a poner el énfasis en los mercados y los precios, a tan agudo observador no se le escapa algo que economistas anteriores como Ricardo y Marx tuvieron oportunidad de ver, que todo el producto es elaborado por los trabajadores.
Y finalmente llega a un punto que le interesa mucho destacar: la coordinación de estos millones de trabajadores. Se pregunta quién los coordina y se responde que “algún tipo de coordinación debe haber”. Es muy inteligente el profesor Echeverri: si se producen mercancías alguien debe coordinar el proceso de producción. Se justifica el dinero invertido en su educación.
Y responde, no sin antes advertirnos que nos vamos a sorprender con la respuesta: la coordinación “la tiene una marquilla con números que están ligadas a cada cosa del mundo. Esas marquillas con números se llaman precios”. Y continua señalando que “los precios son un sistema de transmisión de información entre personas”.
Y este sistema de precios es algo sofisticado y complejo para lo cual utiliza al plan blandito como ejemplo: “Cada precio lleva implícito cientos o miles de otros precios. Por ejemplo, el precio del pan blandito lleva dentro de sí el salario del panadero, los precios de la harina y la levadura, la tarifa del agua, el arrendamiento del metro cuadrado de la panadería, los precios de las vitrinas y los mesones para amasar, el salario de la persona de la caja, los impuestos para pagar los policías y los jueces y al ministro que decide con qué arancel se importa el trigo, el costo de los computadores donde se hacen las cuentas, el contador y el revisor fiscal, los servicios públicos, el predial y así sucesivamente hasta la náusea. Tan solo en un pan.”
Y este complejo proceso ocurre con millones de bienes y servicios que se venden y compran todos los días, lo cual es para nuestro profesor una maravilla comparable a las estrellas en el firmamento. Pues bien, nos pide el profesor que con respeto y humildad entendamos lo que la economía hace por nosotros: garantizar que nos lleguen los bienes y servicios que necesitamos para vivir. Y el sistema es aún más maravilloso porque nadie sabe con precisión lo que se va a comprar: “nadie es consciente de cuál será el pan blandito que usted comprará en cuál panadería.”
A partir de lo anterior, muy respetuosamente el profesor Echeverry le pide a quienes se quejan del mercado y del capitalismo que reconozcan sus virtudes: “Esa economía impersonal funciona para usted, allí donde busca cada cosa. La próxima vez que se queje de las fuerzas del mercado, despotrique del capitalismo, reproche por qué las cosas no funcionan de acuerdo con sus sueños y aspiraciones, deténgase y piense lo impresionante que es que la economía funcione cada segundo, cada minuto y cada hora para usted.”
Y remata criticando, sin mencionarlos, a los progresistas e izquierdistas que nunca han creado empresa por tratar de intervenir y dañar a la economía de mercado: “No le pida a los que NO la conocen, y que nunca han producido, no han trabajado jamás en una empresa, ni han sufrido por entregar un producto, cobrar una factura o pagar un crédito, una cuenta de luz, un impuesto o un abogado, que arreglen la economía. Como no la conocen, terminan tirándosela. Los que más se quejan y con más soberbia, menos la entienden.”
El profesor Echeverry, aunque gastó varios años en hacer su doctorado en economía en la Universidad de Nueva York, no cree mucho en los estudios académicos; para él, el conocimiento se da en la práctica: quienes producen, entregan productos, trabajan en las empresas y cobran facturas, etc., son los que saben. Según esto, tenemos por lo menos 22 millones de expertos en economía, es decir, los 22 millones de trabajadores ocupados en la economía colombiana. Aunque, por momentos, nos confunde, porque luego dice que “aprender economía… toma tiempo, pero es indispensable y fascinante.”
Si le hemos entendido bien, resulta entonces que un trabajador que no tiene un trabajo digno, o un desempleado, que ni siquiera tiene trabajo, y cuyos ingresos no les alcanzan para comprar pan francés no tienen derecho a quejarse y pedir que se cumpla la Constitución Política. La recomendación del profesor es muy profunda: cuando sienta deseos de quejarse, simplemente piense en lo impresionante que es el mecanismo del mercado y en cómo trabaja para usted.
Al llegar aquí el profesor Echeverry, sin embargo, reconoce que dicho maravilloso sistema no es tan bueno como parecía. Nos dice que los precios solucionan “un tipo de problema y lo hacen bastante bien, sin depender de un cerebro central, cosa que parece de sortilegio. Pero no soluciona todos los problemas”. A ver, a ver. ¿Qué problema resuelven los precios? Suponemos que coordinar la producción y la distribución de productos para que cada cual se beneficie y viva su vida. Pero hay otros problemas que no resuelven los precios, acepta el profesor: los monopolios y oligopolios, o la pobreza y la miseria de millones de personas. Echeverry por momentos utiliza un lenguaje alambicado: “los precios también son ciegos frente a la compasión y la solidaridad por los más necesitados, o la insuficiente formación de los hijos de las familias menos favorecidas.”. El profesor Echeverry utiliza conceptos de clientes de la panadería: más necesitados, menos favorecidos. No es muy propio de la ciencia económica pero sirve para precisar que el sistema de precios (es decir el mercado) no tiene cerebro central (pero tiene cerebro) y tampoco corazón. Así que le toca al Estado diseñar y poner en marcha un sistema de redistribución de ingresos.
Es decir el mercado es una maravilla, pero produce resultados no tan maravillosos como los monopolios, la insuficiencia de bienes públicos, la inadecuada redistribución del ingreso y otros (como las crisis, el despilfarro de recursos, la miseria extrema, la destrucción del planeta) que el profesor prudentemente no menciona para no aburrirnos ni abrumarnos. Eso sí, nos recuerda enfáticamente que las acciones del Estado para resolver los problemas que no resuelve el mercado “solo son posibles si se hacen sobre una economía sana, robusta, dinámica y próspera, regulada por los precios, el fin de lucro y la toma de riesgos.” Si se le ponen trabas a la economía entonces no hay producción para todos y se incumplen las promesas de la Constitución.
Las secretarias, albañiles, conductores, ingenieros, abogados, mensajeros, etc., que mientras compran el pan blandito en la panadería de la esquina y se toman un tinto, leen el artículo de Echeverry se preguntan: ¿es bobo o simplemente se hace?
A primera vista uno piensa que si es bobo. Pero realmente no hay tal: Echeverry se burla de nosotros. Ese es su trabajo. En la división del trabajo, no coordinada por nadie, hay demanda y por tanto un precio por sus servicios. Su tarea es presentarse como un especialista en economía para defender el sistema capitalista y el mercado. Algunas cosas las dice y piensa con sinceridad: su cerebro pro capitalista no da para más. Otras las piensa y las dice por interés. Ni bobo que fuera y se pusiera a arriesgar su carrera profesional atacando al capitalismo. Es un vivo que vive del capitalismo. Hizo una brillante carrera en el Estado para poder ofrecer su conocimiento y contactos a grandes empresas capitalistas nacionales e internacionales, con énfasis en el capital financiero.
En una sociedad organizada a partir de productores privados formalmente autónomos e independientes, el vínculo entre sus actividades se da solamente mediante su encuentro en el mercado, al vender y comprar mercancías y por tanto su trabajo aparece necesariamente bajo la forma del precio, es decir, bajo la forma del valor. Echeverry ni siquiera se pregunta por qué existe el precio, simplemente observa su funcionamiento, y eso a medias. No le interesa para nada explicar en qué consiste este tipo particular de sociedad. Es una tontería afirmar que los precios son importantes en una sociedad organizada mediante el intercambio. Igualmente es una obviedad decir que son necesarios los capitalistas para producir riqueza; lo mismo se podría decir de los esclavistas o de los señores feudales en sus respectivas sociedades.
En una sociedad de mercado y además dividida entre capitalistas y trabajadores asalariados la relación es esencialmente desigual y los primeros viven a costa de los segundos. Para Echeverry es tan natural la existencia de esta desigualdad como el hecho de que la hierba salga en primavera; para Echeverry es algo natural que buena parte de los colombianos tenga en su cuerpo una marquilla, el salario, el precio de su “trabajo”, mientras que otros pocos no la tienen y compran a los primeros. Echeverry no se pregunta esto. Ni bobo que fuera a hacerlo, viendo los clientes que tiene.
Pero además la economía capitalista y de mercado no funciona cada minuto y cada segundo para cada persona; por el contrario, la sociedad capitalista genera una enorme concentración de la riqueza y los ingresos en manos de unos pocos capitalistas y sus servidores, como Echeverry, y una enorme masa de pobreza y de miseria. Los mercados no solamente son malos para resolver este problema, es que son parte de la causa del problema.
Los asalariados que ganan un millón o menos mensualmente se preguntarán, con todo derecho, porque razón la economía les paga tan mal y pueden comprar tan pocas cosas, a diferencia del profesor Echeverry que gana muy bien. El panadero, el mensajero, el albañil, el obrero, la secretaria, el conductor, etc., con toda razón se preguntarán por qué se ponen en la Constitución derechos que no se pueden cumplir.
En fin, Echeverry se queda al nivel de los conceptos cotidianos e inmediatos y no hace el mayor esfuerzo por hacer preguntas de fondo ni menos por responderlas. Pero no es porque sea bobo, aunque lo parezca: todo lo contrario, es muy vivo. Su proyecto de vida es defender el capitalismo y el mercado, con todas sus nefastas consecuencias para millones de trabajadores y desempleados, con el fin de beneficiarse personalmente.
Este tipo de economistas fue caracterizado hace más de 150 años por otro economista que a partir del estudio de Smith y de Ricardo quiso profundizar en el estudio del capitalismo. En el prólogo a la segunda edición de El Capital señala Marx que al consolidarse el poder económico y político de la burguesía y su antagonismo con la clase de los trabajadores asalariados, se limitó el desarrollo de la economía burguesa científica. “Los espadachines a sueldo sustituyeron a la investigación desinteresada, y la mala conciencia y las ruines intenciones de la apologética ocuparon el sitial de la investigación científica sin prejuicios.” (página 14, Tomo I, siglo XXI Editores).
Echeverry es un típico espadachín a sueldo del capitalismo.
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[1] https://www.lasillavacia.com/la-silla-vacia/opinion/articulos-columna/la-constituci%C3%B3n,-la-econom%C3%ADa-y-el-pan-blandito/
[2] https://es.wikipedia.org/wiki/Juan_Carlos_Echeverry. https://www.econceptaei.com/en/profile/juan-carlos-echeverry-g
[3] https://www.econceptaei.com/en/clients
[4] https://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/maria-isabel-rueda/columna-de-maria-isabel-rueda-los-economistas-estan-de-moda-719020
Alberto Maldonado Copello
Foto tomada de: Forbes
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