“El motivo que, por lo común, determina al propietario de un capital a emplearlo, bien en la agricultura, bien en las manufacturas, o bien en algún ramo de comercio al por mayor o al por menor, es la esperanza de su propia y exclusiva ganancia. No entra en sus intenciones pensar en las diferentes cantidades de trabajo productivo que va a poner en movimiento, ni en los diferentes valores que es capaz de agregar al producto anual de la tierra y del trabajo del país” (Adam Smith, Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, FCE, 1997, p. 337).
El proyecto teórico fundamental de Marx fue la crítica de la economía política: este es el subtítulo de El capital, su obra principal. En una nota a pie de página en el primer capítulo del tomo I hace una breve caracterización de la economía política clásica, a la que le reconocía un genuino interés científico y la diferenciaba de lo que denominaba la economía vulgar, término que quizá para no sonar peyorativo podría cambiarse por economía superficial[1].
Dice allí sobre la economía superficial lo siguiente:
“ …yo entiendo por economía política clásica toda la economía que, desde W. Petty, investiga la concatenación interna del régimen burgués de producción, a diferencia de la economía vulgar, que no sabe más que hurgar en las concatenaciones aparentes, cuidándose tan solo de explicar y hacer gratos los fenómenos más abultados, si se nos permite la frase, y mascando hasta convertirlos en papilla para el uso doméstico de la burguesía los materiales suministrados por la economía científica desde mucho tiempo atrás, y que por lo demás se contenta con sistematizar, pedantizar y proclamar como verdades eternas las ideas banales y engreídas que los agentes del régimen burgués de producción se forman acerca de su mundo, como el mejor de los mundos posibles.” (p.45).
Juan Carlos Echeverry es un digno exponente de esta economía superficial. Este muy reconocido economista, ex director de Planeación Nacional y ex ministro de Hacienda, así como exitoso consultor de grandes empresas capitalistas y organismos internacionales, es un ejemplo insuperable de una forma de pensar que se queda en la superficie de la sociedad capitalista, no se hace las preguntas de fondo y se limita a explicaciones banales. Ya en otras columnas en Revista Sur he tenido la oportunidad de examinar aspectos de su pensamiento[2].
En columna del 30 de marzo de 2025 en El País de España[3], Echeverry responde a unas críticas que le había hecho Rodrigo Uprimny en columna en El Espectador[4], con relación a la interpretación sobre el tema de las desigualdades.
Echeverry plantea que “el dilema político-económico actual es entre quienes quieren repartir entre todos los que hay, con la meta fundamental de la igualdad, y quienes esperan que los innovadores, desarrolladores y administradores dinamicen la producción y contraten a más y más gente que lleva décadas estancada en la informalidad y el desempleo.”
Evidentemente Echeverry está hablando de la sociedad capitalista, aunque no la mencione. Los economistas superficiales tienden a enfocarse en los elementos materiales y comunes a distintas sociedades y a ignorar o no mencionar los elementos específicos y definitorios del capitalismo. Me explico. Echeverry pone el énfasis en “los innovadores, desarrolladores y administradores”, es decir en los aspectos productivos y organizativos y no menciona explícitamente a los capitalistas, cuya esencia implica mucho más que esos elementos productivos.
Según la concepción de Echeverry, la finalidad de estos innovadores es promover la producción. Smith ya tenía claro en 1776 que esto no era así. Destaca la dimensión de los valores de uso afirmando que la difusión de los celulares ayuda a las personas más pobres, incluso en África, o la utilización de camperos Toyota y Nissan en lugares remotos del planeta o los computadores. Pero no destaca la razón por la cual se producen estos valores de uso: el valor de cambio, incrementado, la ganancia. Menciona, con emoción, que Jeff Bezos crea hoy millón y medio de empleos directos. Y nos recuerda que “todos los trabajadores del planeta” …llevan adelante la vida gracias a esos millones de empresas que se mueven por el fin de lucro, y que exploran sin límite el alcance de sus productos.” Aquí menciona el lucro: era inevitable hacerlo.
¿Por qué existen dichos grandes innovadores y billonarios? Porque “entregan a sus clientes y consumidores algo que éstos quieren y por lo que están dispuestos a pagar. Inclusive sabiendo que hay un fin de lucro, que tal vez los hace ricos, y que eso da una natural y sana envidia”. Fíjese el lector en la lógica de Echeverry: los grandes innovadores tienen como finalidad satisfacer necesidades. Obviamente de paso se lucran y enriquecen, pero esto es algo menor, subsidiario. Menciona de pasada un asunto de fondo: para que los consumidores “estén dispuestos a pagar” hay que tener dinero. El hecho es precisamente, en el marco de la sociedad capitalista, que una proporción importante no tiene el dinero para comprar todas aquellas cosas que quisiera.
Señala que un ejemplo de una política de promover nueva producción son Estados Unidos desde 1860 y China desde 1980, que “no han parado un instante de innovar y crear producción, empleo, empresas y productos.” Un ejemplo de la otra política se encuentra en muchas economías de América Latina que “optaron por repartir.”
Luego destaca las maravillas de los Estados Unidos (“es realmente una máquina descomunal de innovación”); Japón y China han seguido un camino similar, pero han fallado en el principio schumpeteriano de dejar morir unas empresas: pero aun así las califica de milagros económicos. Para Echeverry este es el camino adecuado. Le critica a los promotores del reparto, y específicamente a Uprimny, que el camino que ellos proponen termina sacrificando a muchas personas. Afirma que “los progresismos terminan en regresismo”. Los casos radicales más elocuentes son Cuba y Venezuela.
Plantea que establecer límites a la riqueza de los grandes capitalistas significa sacrificar “para la humanidad la ampliación y la distribución por el planeta de sus innovaciones, que es realmente donde hay una explosión de valor”. Además no hay forma de saber con precisión en qué momento hay que intervenir. La moral de Echeverry es la moral del capitalista: lo que es bueno para el capitalista, es bueno para todo el mundo.
Las empresas capitalistas se mueven por el afán de lucro, por la búsqueda de las mayores ganancias. En esa búsqueda muchas de ellas realizan innovaciones, desarrollan nuevos productos, crean nuevas tecnologías, etc. Pero lo fundamental es el lucro: ninguna de esas grandes empresas le entrega sus productos caritativamente a los consumidores que no tienen el dinero para comprarlas. Para obtener las ganancias los capitalistas dirigen la producción, la organizan, innovan, etc., pero fundamentalmente contratan a trabajadores que realicen el trabajo y creen el valor agregado del cual les queda una parte enorme después de pagar los salarios. Los capitalistas no contratan a los asalariados por amor a la humanidad o el deseo de mejorar sus condiciones de vida; si este fuera su motivo esencial ¿por qué no reparte Jeff Bezos su fortuna con sus trabajadores, pagando mejores sueldos y contentándose él con una parte suficiente para vivir cómodamente? Echeverry sabe todo esto, pero prefiere ocultarlo o no destacarlo.
Es una tautología plantear que los capitalistas son necesarios en el capitalismo; también en el esclavismo los esclavistas eran necesarios y los señores feudales en el feudalismo. Un economista serio, interesado en conocer la verdad, en mirar por debajo de la superficie se preguntaría por qué razón existen estas dos grandes clases en nuestra sociedad, por qué la gran mayoría se ve obligada a venderse a los patronos, por qué razón la riqueza y los ingresos se concentran en unas pocas manos.
Pero sería demasiado pedirle esto a Echeverry. Su lógica es superficial. Le interesa saber cómo se produce dentro del capitalismo pero en ningún momento cómo se produce el capitalismo. Desde una cierta óptica puede tratarse de una limitación de su campo teórico que no le permite ver mucho más allá de su bolsillo. Cabe otra posibilidad, que también esboza Marx, que se trate de una intención apologética. ¿Cuál de las dos opciones aplica a Echeverry? O ¿será que aplican las dos?
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[1] En otros textos Marx profundiza en las características de la economía vulgar, como por ejemplo en Teorías sobre la plusvalía. En el capítulo sexto inédito en varios apartes expone la forma de razonar de los economistas vulgares.
[2] https://www.sur.org.co/la-critica-de-uprimny-a-juan-carlos-echeverry-por-su-banalidad-e-inmoralidad-en-el-analisis-de-la-desigualdad/; https://www.sur.org.co/juan-carlos-echeverry-espadachin-a-sueldo-del-capitalismo/; https://www.sur.org.co/el-adoctrinamiento-en-la-facultad-de-economia-de-la-universidad-de-los-andes-segun-juan-carlos-echeverry/; https://www.sur.org.co/juan-carlos-echeverry-el-desempleo-es-el-problema-principal-y-mas-grave-que-tiene-el-pais-mauricio-botero-las-causas-son-fecode-y-la-reforma-laboral/
[3] https://elpais.com/america-colombia/2025-03-30/repartidores-contra-innovadores.html
[4] https://www.elespectador.com/opinion/columnistas/rodrigo-uprimny/echeverry-bezos-y-la-desigualdad/
Alberto Maldonado Copello
Foto tomada de: Radio Nacional de Colombia
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