Desde hace 150 años, El capital, la principal obra de Marx, es una guía imprescindible para adentrarse en la más revolucionaria de todas las formas económicas: el capitalismo.
El capital tiene una historia, y menuda es ésta. Pasaron más de cuatro años hasta que se agotó la primera edición, de 1.000 ejemplares. Tan sólo lo valoraron unos pocos expertos. Entre la ciudadanía alemana instruida tuvo escasa aceptación. Los obreros socialistas, a quienes estaba dirigido, apenas le prestaron atención. Para ellos era caro e ilegible. Hoy en día, por el contrario, se lee y relee en todo el mundo y se traduce a innumerables idiomas. Alcanza cifras de ventas a que los demás clásicos de la economía y las ciencias sociales no pueden llegar.
Nunca se pudo acabar con El capital de Marx, tampoco por parte del “marxismo”. Cada crisis mayor del capitalismo conducía a un renacimiento de Marx, empujado por la mala idea de si el viejo Marx, a menudo declarado muerto, al final tenía razón. Porque su principal obra versa sobre el capitalismo moderno, la industria y la economía monetaria modernas y sus tendencias de desarrollo. Sobre la tendencia a expandirse por todo el mundo y establecer un mercado mundial que lo abarque todo y a todos, así como a generar crisis económicas y financieras con hermosa regularidad. En los años noventa, con el empujón de la globalización, Marx fue redescubierto como profeta del capitalismo global; con la crisis financiera y económica que comenzó hace diez años, volvía a estar ahí. Esta vez como teórico de las crisis que los economistas mainstream no podían explicar.
Hace 150 años, el 11 de septiembre de 1867, el editor Otto Meissner distribuyó en Hamburgo los primeros ejemplares. Este ladrillo (796 páginas en la primera edición) contenía una amplia “crítica de la economía política”, según el subtítulo. Al primer volumen sobre el “proceso productivo” tenían que seguir rápidamente otros: uno sobre el “proceso de circulación” del capital y un tercero: el punto propiamente culminante del todo, que debía exponer el proceso total del capital en sus diversas formas. La conclusión tenía que ser un cuarto volumen, sobre la historia de la economía política. Pero Marx fracasó en sus previsiones. En vida, no publicó más volúmenes. Primero, su amigo Friedrich Engels editó los manuscritos póstumos y publicó el segundo volumen de El capital en 1885, y el tercero, en 1894. La obra completa suma más de 2.500 páginas.
Un polemista brillante
El capital fue considerado entonces, y así se ha considerado hasta hoy, difícil de leer. También entre los denominados marxistas había y hay muchos que tan sólo conocen algunos de sus eslóganes y palabrotas, porque temen las lecturas básicas. Sin embargo, para un lector libre de prejuicios, este libro es apasionante, ya que Marx era un polemista y prosista brillante. Su alemán, lleno de fuerza, aún cautiva a todo aquel a quien horroriza la fraseología exangüe de las ciencias sociales actuales. Con todo, uno tiene que estar dispuesto a adentrarse en su terminología original y en su particular “método genético” o “de desarrollo”, que, hasta hoy, tiene fama de difícil, si no totalmente oscuro, porque Marx expone una argumentación altamente compleja, cuya sistemática no se deduce a primera vista. A menudo, después de centenares de páginas y “capítulos intermedios” resulta por primera vez claro a dónde quiere llegar el autor.
En el volumen primero, Marx muestra que el capitalismo moderno es algo totalmente distinto a una “economía de mercado”. Los mercados, las mercancías y el dinero existen desde hace miles de años, el análisis de esas categorías elementales no puede explicar la especificidad del capitalismo. Marx comienza con lo que sabe todo el mundo: algunos poseedores de dinero se encuentran en situación de dar dinero para que, después de un tiempo, les retorne y con una cantidad ampliada. Considera que debe revelar el secreto de cómo del dinero, regularmente y a gran escala, pueden hacerse más dinero ―en el supuesto fuerte de que se obtiene a través de las mercancías cotidianas― y operaciones monetarias sin gato encerrado y sin que nadie sea engañado a la larga.
Marx se ocupa del problema del uso de valores en más pasos. En primer lugar, mediante un análisis de las transacciones en el mercado de trabajo, un mercado distinto de todos los demás, que sigue sus propias reglas. En segundo lugar, con un análisis del proceso productivo en las empresas privadas capitalistas. Lo que de ahí resulta es no sólo una forma cada vez más refinada y eficiente de la producción en masa de valores, sino también, al mismo tiempo, una forma altamente inteligente del uso y explotación de la fuerza de trabajo humana. Las empresas capitalistas se esfuerzan con éxito por aumentar sistemáticamente la productividad de la fuerza de trabajo humana, a fin de aumentar cada vez más la diferencia entre el valor de la “mercancía fuerza de trabajo” y el valor añadido de ese trabajo. Se ocupa de esa diferencia, la “plusvalía”, que, al final, aparece como “más dinero”, como ganancia del capital, mediante la cual el dinero se convierte en capital y gracias a la cual se puede formar constantemente nuevo capital. Esto es, empero, el principio, la larga obertura de su análisis.
Marx vio que incluso a las “buenas cabezas” les costaría entender el libro. Por eso lo retocó sin cesar. Por eso existen varias versiones de El capital, que documentan el proceso de investigación y aprendizaje del autor. Las dos versiones alemanas de 1872 y la francesa de entre 1872 y 1875 están revisadas. Para una tercera edición alemana y una versión inglesa, había anotado más cambios.
A pesar de todos sus esfuerzos, Marx nunca terminó esta gigantesca labor. Mientras seguía luchando con el “maldito libro”, tenía el plan de rehacer el todo completamente, también el volumen primero, ya publicado. Su nivel de exigencia era alto; su ambición, inmensa: debía ser un “todo artístico”, “revolucionar” la ciencia social más importante de su tiempo y aportar tanto un análisis general como una crítica irrefutable de los fenómenos del capitalismo moderno y de los dogmas de la economía política. Y, especialmente, perseguía un objetivo político: con su crítica rigurosamente científica del capitalismo, quería dar, por vez primera, un fundamento teórico sólido al movimiento socialista y echar por tierra la “falsa” crítica de izquierda que rabiaba contra el poder del dinero, el afán de lucro de los capitalistas, los banqueros, el mal de la industria, el mercado y la competencia. Para superar el capitalismo, decía Karl Marx, primero hay que comprenderlo.
El libro nunca se acabó
Lo que ofrece El capital no es ninguna historia económica, mucho menos una descripción y análisis del capitalismo industrial británico de la época victoriana. Marx desarrolla una teoría general del capitalismo. No trata de socialismo o comunismo, sino solamente de capitalismo. El eje y la piedra angular de esta teoría es la dinámica característica del capitalismo moderno. Con la vista fijada en ella, que hace del capitalismo la más “revolucionaria” de todas las formas económicas y sociales históricas, analiza sus tendencias de desarrollo, el futuro del capitalismo, no su presente.
Su artificio metodológico: esboza una suerte de utopía capitalista. Supongamos que todas las tendencias inmanentes del capitalismo moderno pueden realizarse, libremente, en su pleno y puro desarrollo, siguiendo tan sólo a su propia lógica. ¿Cómo sería esa economía y sociedad capitalista pura? ¿Cómo funcionaría? Pues bien, sería un mundo completamente mercantilizado y monetarizado, en el cual todo se ha convertido en mercancía y todas las acciones económicas se gestionan y deciden mediante dinero; se ha capitalizado completamente, toda la producción de riqueza ha quedado bajo el dominio del capital y, en esa sociedad, el trabajo se ha convertido en trabajo asalariado, regido por las coacciones del mercado de trabajo. Se ha convertido en una economía y sociedad de la competencia, dominada por el comercio, el crédito, los bancos y los mercados financieros, que se ha establecido como mercado mundial y economía mundial capitalista. Y se habrá apropiado de y habrá privatizado cada pedazo de naturaleza, cada trozo de tierra, cada recurso útil, y los habrá introducido en la circulación de la economía capitalista, como seguirá haciendo. La historia de los últimos 150 años, desde la aparición de El capital, es, en gran medida, una historia de la realización precisamente de las tendencias de desarrollo analizadas.
Después sigue la segunda frase de esta utopía suya: mientras el capitalismo se expanda y desarrolle conforme a su propia lógica inmanente, mientras se sometan a él las riquezas de la Tierra y la fuerza de trabajo humana en todas sus formas, se irá minando a los que actúan según la lógica de ese sistema, al mismo tiempo que las bases y condiciones de éste. He aquí el punto culminante de la crítica marxiana del capitalismo: que pone en marcha una dinámica autodestructiva, que lo precipita una y otra vez a grandes y pequeñas crisis, lo empuja al límite y, finalmente, lo ha de llevar a su final histórico. No al colapso ―a diferencia de lo que afirman algunos marxistas, Marx no ofrece ninguna teoría de las catástrofes―, sino a un período de agotamiento y largo estancamiento. De eso ya se habían preocupado contemporáneos suyos como el gran socialista liberal John Stuart Mill.
Para los economistas y científicos sociales que se enfrentan críticamente a la teoría actualmente dominante, El capital es un lectura que merece la pena, hoy más que nunca. Sin embargo, la interpretación filosófica de Marx, incluido El capital, que predomina actualmente en Alemania es poco útil para ello. La obra debería considerarse seriamente como borrador de una teoría sistemática, en lugar de lanzarse conceptos aislados y muy abstractos como forma valor o fetichismo, que sólo cobran su sentido en el contexto de la teoría general. La conexión ―señera y en modo alguno fácil― que establece Marx entre la teoría general y análisis tanto empíricos como históricos ha marcado decisivamente a las ciencias sociales. Desde Marx, sabemos que solamente se puede hablar de modo científicamente sensato de categorías cotidianas como valor, precio, dinero, capital o mercado si se entienden como relaciones sociales características. Como relaciones complejas en el tiempo y el espacio, como procesos sociales, no como cosas y propiedades. Marx desarrolla el concepto de la plusvalía, que ha entrado en el lenguaje cotidiano, para explicar cómo surgen los ingresos “ociosos” y cómo pueden convertirse en capital o patrimonio. Distingue diferentes métodos de producción de plusvalías para explicar el disputado terreno del trabajo asalariado en la empresa industrial moderna y la dinámica de la distribución desigual de la riqueza en el capitalismo.
El capital se quedó en un imponente borrador teórico, aunque en muchos puntos nunca se acabó. Para los científicos sociales que se toman su trabajo en serio, los “problemas marxianos” irresueltos son la verdadera herencia de Marx. Así veía el propio Marx las contradicciones irresolubles en que se habían metido sus predecesores, los economistas clásicos: como su herencia más importante.
El capitalismo como religión
El capital no contiene ningún pronóstico, tan sólo escasos pasajes histórico-filosóficos en favor de algunas “leyes generales”, que la mayoría de veces formula de modo altamente abstracto y con muchas restricciones. Marx no predice ninguna “depauperación” de la clase obrera, sino una desigualdad creciente de ingresos, patrimonio y condiciones de vida. La obra no contiene ninguna teoría cerrada sobre las crisis, sino muchos elementos para una explicación coherente de éstas. De la tristemente célebre “ley” de la caída tendencial de la tasa de beneficio sólo aparece un esbozo inacabado, pero ninguna explicación del fenómeno mencionado. Marx presenta un complejo de tendencias y contratendencias, un documento de su inacabado proceso de investigación; en absoluto, su última palabra. Aun menos es eso su “teoría de las crisis”, como la mayoría de marxistas pretenden, en perjuicio suyo y de Marx.
Los que han venido después, tanto los seguidores de Marx como sus críticos, le han valorado sobre todo como el mayor guía y pionero. Joseph Schumpeter, Karl Polanyi, Piero Sraffa, el propio John Maynard Keynes, todos han sido fuertemente influidos por Marx y le deben una comprensión decisiva de la dinámica capitalista. Keynes, que tenía en mente una “teoría monetaria de la producción”, estudió a Marx a fondo, como hoy sabemos. Porque Marx, en total contraste con los clásicos y neoclásicos, intentó comprender teóricamente la relación entre valor, dinero y capital, y tenía algo que decir sobre la dinámica de acumulación, ahorro e inversión —en su poco leído volumen segundo. Schumpeter debe sus ideas decisivas al análisis de Marx de la dinámica de las revoluciones tecnológicas en la industria capitalista. Le fascinaba el razonamiento marxiano central: desde la posibilidad de la acumulación de riqueza abstracta en una economía dineraria pura, que, por vez primera, permitía una ampliación por la ampliación, indefinida y sin propósito, hasta la “gran industria” capitalista, donde los empresarios y mánagers utilizan sistemáticamente todas las posibilidades disponibles para aumentar la eficiencia de los medios de producción y la fuerza de trabajo, y la búsqueda constante de nuevas combinaciones y tecnologías que ahorren trabajo y costes. Sin pretenderlo, pusieron en marcha un proceso de devaluaciones o “revoluciones de valor” que la industria capitalista ha aplicado cada vez más. Hasta hoy.
Igualmente, con Marx se explica racionalmente por qué en nuestras economías altamente desarrolladas la dinámica capitalista cojea. ¿Por qué es tan bajo el crecimiento de la productividad? El volumen primero de El capital aporta una clave para la respuesta: porque, mediante la acción política, la fuerza de trabajo humana se ha abaratado mucho. Cuanto más barata es la mercancía fuerza de trabajo, cuanto más bajo es el salario, menor es la presión económica sobre el mánager y el empresario para utilizar más capital productivo para realizar progresos técnicos que ahorren mano de obra. Marx lo dijo hace 150 años, Sraffa lo demostró hace cincuenta.
El capital aun tiene algo más que ofrecer que pocos imaginan: una teoría de la “mistificación”, del “mundo invertido” del capitalismo. Marx empieza con ello el volumen primero, en un breve apartado sobre el “fetichismo de la mercancía”. Quien se ocupe de la cuestión hasta el final tendrá una verdadera teoría de la religión económica cotidiana del capitalismo, donde se tergiversan todos los conceptos de la vida cotidiana, desde el dinero que “trabaja” hasta el capital que “cobra valor” en todo su esplendor y se encuentra en el lugar adecuado. La ambición de Marx era mostrar por qué el mundo del capitalismo se representaba, inevitablemente, completamente invertido en la mente de sus participantes, por lo tanto, también de los asalariados. Ésta es su —casi— última palabra, antes de empezar, en El capital, con el análisis de las “clases”, que interrumpe rápidamente. Si tiene razón y todo el mundo concibe el capitalismo en todas las épocas como un mundo invertido, entonces toda izquierda con pretensiones emancipatorias tiene algo que resolver.
MICHAEL R. KRÄTKE : Miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso, profesor de economía política en la Universidad de Lancaster. Acaba de publicar el libro Kritik der politischen Ökonomie heute. Zeitgenosse Marx [Crítica de la economía política hoy. Marx contemporáneo] (VSA Verlag 2017).
Fuente: https://www.freitag.de/autoren/der-freitag/keep-calm-and-read-marx
Traducción: Daniel Escribano
Deja un comentario