El acuerdo incluía el compromiso de respetar el derecho internacional, establecer un Estado dentro de las fronteras de 1967 cuya capital sería Jerusalén Este, reconocer a la OLP como marco general legítimo y exclusivo, llevar a cabo una lucha popular pacífica y transferir a la Autoridad Palestina el gobierno autónomo de la Franja de Gaza.
El presidente Mahmud Abbas envió el acuerdo a la nueva Administración Biden y a los gobiernos europeos con la esperanza de que apoyaran la celebración de elecciones generales con la participación de Hamás, y posteriormente presionaran a Israel para que permitiera la votación en todos los territorios ocupados, incluido Jerusalén Este. En aquel momento, a ojos de Abbas, la firma del acuerdo por parte de Hamás era una carta ganadora; al parecer, incluía una concesión por parte de Hamás de no presentar un candidato presidencial en su nombre, lo que dejaba a Abbas la posibilidad de presentarse de nuevo prácticamente sin oposición.
El acuerdo entre Al Fatah y Hamás no surgió de la nada. Cuatro años antes, Hamás publicó sus “Principios y Políticas Generales”, un documento organizativo revisado que se apartaba significativamente de los principios fundamentalistas de los estatutos originales del grupo, de 1987, y que efectivamente aceptaba los Acuerdos de Oslo como un hecho político real. Incluso antes, en 2014, en presencia y con la mediación del emir de Qatar en Doha, la dirección de Al Fatah encabezada por Abbas se reunió con la dirección de Hamás encabezada por Jaled Mash’al. Las actas completas de las conversaciones se publicaron en un documento oficial emiratí. En esencia, el mensaje de los dirigentes de Hamás era claro: “Si en Al Fatah estáis convencidos de que mediante negociaciones podéis conseguir que Israel acepte un Estado parecido al de 1967, adelante. Nosotros no interferiremos”.
Como era de esperar, Israel se opuso a incluir Jerusalén Este en las elecciones al considerar que socavaba sus pretensiones de soberanía sobre la parte ocupada y anexionada de la ciudad. Aun así, Hamás se ofreció a celebrar las elecciones de todos modos y aceptó la restricción impuesta por Israel. Pero Israel y Estados Unidos ejercieron una gran presión sobre Abbas para que las cancelara igualmente.
No cabe duda de que había razones políticas para que Abbas suspendiera las elecciones y para que Hamás las impulsara. Las encuestas de opinión pública mostraban que la gran mayoría de los palestinos deseaban que Abbas pusiera fin a su mandato, y que Hamás podría obtener otra victoria electoral. Sin embargo, esos sondeos también indicaban que Marwan Barghouti, el destacado preso político que pretendía presentarse desde su celda de la cárcel israelí, ganaría a cualquier otro candidato presidencial. Si no se hubieran cancelado las elecciones y hubiera surgido un líder popular elegido democráticamente, probablemente la realidad política actual sería muy distinta.
Finalmente, Abbas, sometido a fuertes presiones, capituló. Unos días después comenzó la “Intifada de la Unidad”, y con ella, la operación Espada de Jerusalén, de Hamás, y la operación Guardián de los Muros, de Israel. Según informes de The New York Times y The Washington Post, por esas mismas fechas las brigadas de Al-Aqsa, el ala militar de Hamás, empezaron a concebir y planear lo que se convertiría en el Diluvio de Al-Aqsa, el asalto asesino del 7 de octubre.
Nunca hemos estado mejor”
Como muchos han planteado, existen bastantes paralelismos entre el asalto de octubre y el ataque por sorpresa a Israel que tuvo lugar cinco décadas antes, en la guerra de Yom Kippur. Desde el punto de vista operativo, tanto en 1973 como en 2023, los jefes de inteligencia de Israel no prestaron suficiente atención a los movimientos militares de sus enemigos sobre el terreno. Desde el punto de vista estratégico, un Estado árabe vecino envió a Israel una alerta que no fue tomada en serio: en 1973 fue el rey Hussein de Jordania, y en 2023 la inteligencia egipcia. Ahora bien, en ambos casos, la clase dirigente israelí confió de un modo arrogante en la errónea idea de que sus victorias militares habían logrado disuadir a sus enemigos.
Sin embargo, después de cada uno de estos asaltos, todo cambió. A pesar de haber perdido militarmente, los logros de Egipto y Siria en la guerra de 1973 “restauraron el honor árabe”, según la narrativa egipcia, al recuperar parte de lo que se había perdido en la guerra de 1967 con la victoria de Israel. De manera similar, la ofensiva de Hamás del pasado mes de octubre asestó a Israel un golpe de una escala e intensidad como no lo había hecho nunca ninguna otra organización palestina. E Israel no podrá borrar este hecho.
Como en 1973, el fracaso fundamental del 7 de octubre fue político. En 1971, dos años antes de la guerra, el presidente egipcio Anwar Sadat propuso un acuerdo parcial con Israel, en el que este se retiraría unos treinta kilómetros del canal de Suez hasta el estrecho de Mitla y la estratégica cordillera de Um Hashiba. El canal de Suez se abriría a la navegación internacional y se rehabilitarían las ciudades egipcias del lado occidental del canal destruidas por los bombardeos israelíes durante la “guerra de desgaste” que tuvo lugar después de 1967. También se trasladaría un pequeño número de tropas egipcias a la zona de la que se retiraría Israel para simbolizar la devolución de la soberanía egipcia. Este pacto, a su vez, serviría de eslabón hacia un acuerdo más amplio basado en la Resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU.
Con esta propuesta –que se correspondía más o menos con las ideas del entonces ministro de Defensa israelí Moshe Dayan– Sadat intentó salir del estancamiento diplomático de la región. Sin embargo, la primera ministra Golda Meir no confiaba en Sadat ni en su declarado objetivo de paz, aunque el secretario de Estado estadounidense William Rogers estaba convencido de su sinceridad. En opinión de Meir, no había diferencia entre Sadat y su predecesor, el nacionalista panárabe Gamal Abdel Nasser, y, a sus ojos, ambos simplemente querían destruir Israel. Meir se enrocó en su posición, Dayan cedió y Rogers regresó a Washington con las manos vacías.
En 1974, tras la terrible guerra, en la que murieron más de 2.600 israelíes y 300 soldados fueron capturados, Israel firmó un acuerdo de armisticio con Egipto, cuyos términos guardaban un notable parecido con la propuesta de Sadat de 1971.
Cuando, en 1971, Meir rechazó por primera vez las propuestas de Sadat creía, como gran parte de la clase dirigente israelí tras la guerra de los Seis Días, que la posición del país “nunca ha sido mejor”. De hecho, en realidad ese era el eslogan del partido gobernante Alineamiento (una encarnación del partido laborista fundador) antes de las elecciones que debían celebrarse a finales de 1973.
La misma arrogancia quedó patente en 2021, cuando Israel se opuso a las elecciones palestinas y presionó a Abbas para que abandonara sus tratos con Hamás. Netanyahu, al igual que Meir, creía que las políticas del gobierno tenían éxito y que permitir las elecciones y la reorganización de la dirección política palestina destruiría todo lo que Israel había construido. El éxito cegó a Israel y, como en 1973, pensó que nunca había estado mejor.
Volver al escenario de 2021
Desde 2006, la política de Israel hacia los palestinos ha consistido en tres elementos clave, todos ellos apoyados por Estados Unidos y los países europeos. En primer lugar, Israel tendrá el control total de la Franja de Gaza desde el exterior para garantizar la separación física, jurídica y política entre Gaza y Cisjordania, y el mantenimiento de la rivalidad entre Al Fatah y Hamás. En este contexto, Israel intentó contener a Hamás permitiendo que la financiación extranjera le ayudara a mantener las riendas del poder, junto con ataques militares periódicos para frenar su poder y obligarle a acatar el orden israelí.
En segundo lugar, Israel prefirió dirigir el conflicto con los palestinos en conjunto en lugar de resolverlo. De hecho, junto con la expansión de los asentamientos en Cisjordania, Israel creó un régimen único con su supremacía entre el río Jordán y el mar Mediterráneo, y convirtió a la Autoridad Palestina en una subcontratista que controla a los palestinos en su nombre.
En tercer lugar, Israel ha trabajado para reducir significativamente el conflicto árabe-israelí más global mediante acuerdos de normalización con los Estados árabes y para dejar a los palestinos aislados y débiles. La firma de los Acuerdos de Abraham fue, de hecho, una declaración de abandono de los palestinos a merced de Israel.
Justo cuando la política de Israel estaba a punto de alcanzar la cima de su éxito mediante un acuerdo de normalización con Arabia Saudí y la finalización de un sofisticado muro alrededor de la Franja de Gaza, todo se vino abajo el 7 de octubre, con un terrible coste humano para israelíes y palestinos. Y podría haber sido diferente.
No ha sido sólo Netanyahu el que dio forma a la política israelí. Desde 2006, las instituciones políticas y de seguridad de Israel –todos sus políticos, generales y jefes de inteligencia– han participado plenamente en la formulación y aplicación de un planteamiento que ahora se ha venido abajo. Muchos de ellos siguen sin comprender hasta qué punto la sangrienta ofensiva de Hamás exige un drástico cambio de rumbo. Más bien pretenden volver a los principios anteriores y encontrar un subcontratista que gestione la Franja de Gaza en nombre de Israel, ya sea alguna entidad local, la Autoridad Palestina de Abbas o un organismo internacional. Pero ninguna entidad de este tipo puede funcionar sin la legitimidad que le otorguen las elecciones palestinas; de lo contrario, sería percibida simplemente como una colaboradora ilegítima del cruel ocupante.
En otras palabras, debemos volver al esquema político que fue rechazado en 2021 para crear una nueva realidad. Las elecciones no consisten únicamente en obtener resultados, sino en ofrecer un proceso para que los partidos se renueven y transformen sus políticas. Más allá de un alto el fuego, necesitamos elecciones palestinas como punto de inflexión que pueda conducir a una Palestina independiente en todos los territorios ocupados en 1967, en lugar de replicar en la Franja de Gaza el orden fallido que Israel impone en Cisjordania.
Este es el marco que hay que establecer contra la extrema derecha israelí, que ve una oportunidad en este momento. La extrema derecha no quiere volver a los acuerdos precedentes, sino establecer un nuevo y cruel orden tan significativo como la Nakba de 1948, empezando por la Franja de Gaza: exiliar a tantos palestinos de Gaza como sea posible; construir ciudades de asentamientos, incluida la reedificación de las evacuadas en 2005; después, ejecutar el mismo plan con la misma ferocidad en Cisjordania.
La historia tiene precedentes para disuadir de que se tome este terrible camino. En 1973/74 fue Henry Kissinger, el secretario de Estado estadounidense, el que presionó a Israel para que se abstuviera de diezmar una unidad militar egipcia, lo cual frustró un intento israelí de reanudar los combates con Egipto una vez aplicado el alto el fuego; también fue él quien supervisó la firma de dos acuerdos provisionales entre Israel y Egipto que allanaron el camino para el viaje de Sadat a Jerusalén en 1977 y para un acuerdo de paz negociado por el presidente Jimmy Carter en 1978-79.
¿Existe en la actualidad una entidad estadounidense de peso y voluntad similares para hacer lo mismo entre Israel y los palestinos?
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*Menachem Klein es profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Bar Ilan. Fue asesor de la delegación israelí en las negociaciones con la OLP en 2000 y uno de los líderes de la Iniciativa de Ginebra. Su nuevo libro, Arafat and Abbas: Portraits of Leadership in a State Postponed, acaba de ser publicado por Hurst London y Oxford University Press New York. +972 Magazine es una revista independiente, en línea y sin ánimo de lucro, dirigida por un grupo de periodistas palestinos e israelíes. Fundada en 2010. Artículo traducido al español por Paloma Farré, de CTXT
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Menachem Klein
Fuente: https://www.other-news.info/noticias/la-arrogancia-israeli-frustro-una-via-politica-palestina/
Foto tomada de: Amnistía Internacional España
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