1. Que por más que pretenda el candidato que se “limpia el culo con la ley”, su separación y diferenciación del uribismo, no logra demostrarlo. Se asemeja al juego del bumerán que se devuelve indefectiblemente hacia quién lo lanza. Su programa económico, es una fiel copia del de Uribe 2002-2010: centrado en la llamada austeridad, como una derivación clara de su talente profundamente autoritario y despótico y de una economía pro rico, que puede llevar a la sociedad colombiana a un incremento de la violencia y a la revuelta social, cuando no a un proceso de desinstitucionalización irreversible con el cierre del Congreso y la amputación de las Cortes.
2. Este oscuro personaje es un mitómano irredento, una vulgar caricatura, como lo demuestran sus alocadas e improvisadas propuestas y la forma de trasmitirlas. Confunde burdamente una empresa de construcción con el país, siguiendo una consigna en boga: al Estado hay que administrarlo con la eficiencia de una empresa privada. Nada más falso y más dañino. Uribismo puro y ¿Es rentable Chocó, Buenaventura, Tumaco, el Catatumbo, desde la perspectiva de este falso paradigma? Lo que necesitan esas sufridas regiones de la patria y sus gentes es un Estado y grande, sin cicaterías presupuestales, con controles de los dineros públicos.
La pregonada austeridad: en los puntos dos, tres y cuatro de los 20 puntos mencionados, el candidato que quiere reducirle a los maestros colombianos la paga a nueve meses, plantea el grueso de su política económica. Punto dos. Reducción del tamaño del Estado. “Acabar la corrupción y reemplazar por funcionarios eficientes y no corruptos a aquellos que han puesto en gobiernos anteriores y que están marcados por la incapacidad y la ineficiencia”. Punto tres: Reducir la corrupción: “En los procesos de contratación, asignándolos, principalmente, según un proceso meritocrático”. Punto cuatro: Gobierno austero. “Nada de seguir despilfarrando la plata de los colombianos como lo han venido haciendo los gobiernos anteriores”.
El problema del país no es el tamaño del Estado. Reducirlo no acaba la corrupción. Comprimir el Gasto Público, su idea asociada, lo que hace es producir más pobreza, más marginalidad, por gasto insuficiente, por la generación de menos empleos, asociado a un menor crecimiento. Comparativamente con México la proporción de empleo público sobre el total es de 12.5%, en Estados Unidos es del 15% y en Suecia del 30%. En Colombia
es de solo 6.8%. Lo que necesitamos son profesores y profesoras, universidades de buena calidad y con acceso gratuito, jueces, nutricionistas, ingenieros, médicos, regados por toda Colombia por cuenta del Estado para acabar con tanta inequidad. No hay economía próspera sin Estado. Según el FMI, el tamaño del Estado colombiano es similar al de Burundi y Ruanda, dos de los Estados más pobres del mundo. En Alemania el Gasto Público es el 50% de su economía.
En realidad esta estrecha visión del Estado y de la sociedad se alinean con la política económica que en América latina se ha pregonado como la receta mágica que sacaría a estos países, incluida Colombia, del desastre socioeconómico que presentan, agravados por la pandemia y que aquí se conoce como Regla Fiscal y todos sus instrumentos, que se traducen como gasto fiscal responsable, sujeto a la restricción presupuestaria por la cual el gasto público debe ser igual a los ingresos del país, que es el propósito de largo plazo de esta inocua y nociva política económica.
Que de paso elimina la posibilidad de utilizar el déficit público como una herramienta de gran valor económico, como se ha demostrado fehacientemente a lo largo de la historia económica: la recuperación de los Estados Unidos de la Gran Depresión y, a la vez, catapultarse a la cima del poderío económico mundial. Y el Plan Marshall, que le permitió a Europa, destruida por la guerra, reconstruirse en treinta años, los famosos treinta maravillosos-como se conoce en la literatura económica- y que les permitió construir los Estados del Bienestar, el mayor auge del desarrollo del capitalismo a lo largo de su existencia. El instrumento: el déficit fiscal y el gasto público, en suma, una fuerte presencia estatal en la economía, no su minimización, como se pregona desde las toldas del vulgar candidato.
La propuesta económica del candidato que admira a Hitler y lo confunde con Einstein, está inmersa en las recomendaciones del Consenso de Washington que sugieren la austeridad fiscal, la reducción del tamaño del Estado, las privatizaciones, la Independencia absoluta del Banco de la República, todo el recetario que se ha aplicado en el país sin éxito y que coinciden, calcadas, con el ideario del expresidente del “te pego en la cara marica”.
En 2002, una vez electo Álvaro Uribe decide fusionar los ministerios de Interior y el de Justicia, igual que la creación de una cartera que involucrara los temas laborales y de salud, en un solo ministerio. Se unen los ministerios de Desarrollo y Medio Ambiente, en la cartera del Ministerio de Ambiente, Vivienda y Desarrollo Territorial, todo conducente a hacer un estado más pequeño que incluye reducir el Congreso y limitar el poder de las Cortes.1
En unos decretos que ya tiene listos para ejecutar, el candidato que resuelve las disputas a cachetadas, propone, en busca del Estado austero, la fusión de varios ministerios: el de Interior con el de Justicia, el de Tecnologías de la Información con el de Ciencia y Tecnología, el de Medio Ambiente con el de Cultura y el de Educación con el de Deporte. Igualmente cerrar 27 embajadas-Argelia, Australia, Austria, Bolivia, Dinamarca, Filipinas,
Finlandia, Hungría, Indonesia, Jamaica, Kenia, Líbano, Malasia, Marruecos, Paraguay, Polonia, Portugal, Rusia, Singapur, Suecia, Turquía, Uruguay- y 16 consulados, en plena globalización económica.
En una entrevista en la revista Semana, ante las controversiales propuestas, un periodista le pregunta: ¿Y si sus propuestas no son acogidas por el Congreso o son rechazadas por las Cortes? El arisco candidato responde: “Eso no se necesita desde que camine la opinión”. La misma tesis del estado de opinión del conductor de la seguridad democrática en busca de su perpetuación en el poder que, en buena hora, la Corte Constitucional impidió. Para el constitucionalista Jaime Castro esta figura puede conducir a no convocar elecciones, cerrar el Congreso, cambiar la Corte Suprema de justicia, etc.
El Estado de opinión es el disfraz de un Estado autoritario. Como todos los problemas del país quedan reducidos, con una simplicidad ignorante y asombrosa a la corrupción de la política y de los políticos, la opción de cerrar el Congreso, vieja aspiración de Uribe, queda al orden del día. En el Congreso están todos los corruptos reunidos. Igual que la reducción de las incómodas Cortes. Moñona.
En cuanto a los ingresos del país, el desabrochado candidato plantea dejar todo cómo está: grandes exenciones a los más ricos, con la excusa de siempre: no estorbar la iniciativa privada. La idea de rebajar el IVA del 19 al 10% se traducirá en menores ingresos para el Estado y productos más caros para el consumidor final. Pagar impuestos progresivos no es de ninguna manera atentar contra la iniciativa ni contra la propiedad privada. Es conducente a construir una sociedad más justa, con ingresos suficientes para todos que dignifiquen la vida en cumplimiento de esta sentencia: Tú tienes la sociedad que quieres con los impuestos que pagas.
En los cinco países más competitivos del mundo los salarios son 10.5 veces más altos que en el país y el candidato en mención propone que los colombianos trabajemos diez horas en contravía del mundo. Igual que Uribe, que cambio el horario para beneficiar a los más ricos y no produjo un solo empleo adicional. Rodolfo=Uribe.
Sin ingresos suficientes en las arcas públicas, cualquier programa de inversión como su abordaje a la agricultura no tendrá financiación suficiente. A punta de caridad promovida desde el Estado no se podrá realizar ningún programa que cambie la estructura productiva de la economía nacional conducente al mejoramiento de las infames condiciones de vida de millones de colombianos. Solo logrará que el volcán donde estamos parados entre en erupción.
En dos sendos Libros, Austeridad, una idea peligrosa, (Critica 2014) de Mark Blyth, profesor de la Universidad de Brown, una de las prestigiosas del mundo y Por qué la austeridad mata, (Taurus 2013), de los profesores David Stuckler, Universidad de Oxford y Sanjay Basu, Stanford, hacen un recuento de los orígenes de la idea de la austeridad y de cómo esta no ha funcionado en ninguna parte del mundo, y por el contrario, ha agravado los problemas de las sociedades y de las economías a lo largo del globo.
Fernando Guerra Rincón
Foto tomada de: Semana.com
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