En varias intervenciones públicas a propósito de las futuras elecciones brasileñas salí al paso de esa postura que revela una lectura defectuosa del Gramsci cuando aconsejaba combinar el pesimismo de la inteligencia con el optimismo de la voluntad. El problema es que en el progresismo esta última también está contaminada por el pesimismo. Para refutar esta lectura derrotista opté por apelar a un par de ejemplos históricos, convencido de que el asunto no se resolvería en el plano de una abstracta polémica en el plano de las ideas. Recordé dos experiencias notables en donde una “correlación de fuerzas” negativa se revirtió en pocos meses. Paso a describirlas.
El otro ejemplo lo ofrece Néstor Kirchner. Su llegada a la presidencia no pudo ser menos promisoria. Postulado por el Frente para la Victoria salió segundo en la primera vuelta electoral, con poco más del 22 por ciento de los votos y detrás del candidato triunfante Carlos S. Menem que obtuvo un 24 por ciento. El ballottage previsto para dirimir la elección del presidente fue precedido por numerosas encuestas que expresaban el repudio que suscitaba la figura de Menem, por lo cual éste optó por no presentarse a la definitiva contienda electoral. Al iniciar su mandato el 25 de Mayo del 2003 Kirchner carecía de un volumen significativo de votos populares y suficiente respaldo parlamentario. Fuera del ámbito institucional los poderes fácticos se posicionaron fuertemente en su contra. Una prueba de lo adverso que le era la “correlación de fuerzas” lo ofrece el artículo escrito por el principal editorialista del diario La Nación, José Claudio Escribano. Comentando la inminente asunción de Kirchner a la presidencia escribió, el 15 de Mayo, “que la Argentina ha resuelto darse gobierno por un año.” Su pronóstico, compartido por muchos en este país fue rotundamente desmentido por los hechos y el kirchnerismo gobernó durante 12 años, y sigue siendo hoy la principal fuerza política del país. Pese a esa debilidad inicial señalada por Escribano el gobierno de Kirchner redujo sustancialmente los niveles de pobreza e indigencia resultantes del experimento neoliberal de Menem y sus continuadores de la Alianza entre la UCR y el Frepaso; manejó con mano firme la recuperación económica del país; renovó la Corte Suprema de Justicia; restableció los juicios por delitos de lesa humanidad; canceló por completo la deuda con el FMI y poco después de haber concluido su mandato, su sucesora, Cristina Fernández de Kirchner, acabó con los fondos de pensión y creó un régimen previsional público, amén de otras políticas de extensión de derechos y empoderamiento popular que se impusieron tras vencer enconadas resistencias. Como si lo anterior no fuera suficiente, Kirchner revolucionó la política exterior de la Argentina estableciendo sólidos vínculos con el Brasil de Lula y la Venezuela de Chávez y, en la Cumbre de las Américas de Mar del Plata, lideró junto a ellos nada menos que el rechazo al ALCA, el principal proyecto geopolítico de Estados Unidos para esta parte del mundo para todo el siglo veintiuno. Si alguien fue testigo del fenomenal cambio en la “correlación de fuerzas” que produjo Néstor Kirchner es quien fuera su jefe de Gabinete de Ministros y hoy presidente de la Nación, Alberto Fernández.
Lección para los líderes progresistas: las “correlaciones de fuerza” no son esencias inmodificables y pueden ser cambiadas. Son construcciones históricas y dependen de la sabiduría y madurez de la dirigencia, de su capacidad para comunicarse con -e interpelar a- su base social y, por supuesto, de su voluntad para luchar contra todos los obstáculos y trampas que erigen las fuerzas conservadoras con las cuales ningún consenso, salvo en cuestiones de poca monta, será posible. La dirigencia progresista latinoamericana debería recordar que hace poco más de un siglo Max Weber definió a la política como una “guerra de dioses contrapuestos” y por eso la persistente búsqueda de acuerdos de gobernabilidad con la derecha que caracteriza a los progresismos latinoamericanos -al igual que su culto a la moderación- están condenadas al fracaso. Entre otras cosas porque en tiempos tan inmoderados como los que vivimos la moderación lejos de ser una virtud es un vicio y antesala de la capitulación ideológica. Charles Fourier, uno de los padres fundadores del socialismo utópico dijo una vez que “no es con la moderación como se hacen las grandes cosas”, y en Latinoamérica y el Caribe hay grandes cosas que deben ser hechas. Weber, situado en los opuestos de Fourier, coincidía con éste cuando advertía, en su conferencia La Política como Vocación que “un gobernante sólo puede obtener lo posible si trata de lograr lo imposible una y otra vez”. Los líderes del progresismo y la izquierda latinoamericana deberían tomar nota de estas enseñanzas de la historia e intentar lo imposible para que sus gobiernos consigan ampliar el horizonte de lo posible, absteniéndose de pretextar que la “correlación de fuerzas” no les permite hacer lo que es necesario hacer y para lo cual fueron elegidos. La historia demuestra la maleabilidad de la “correlación de fuerzas”, siempre y cuando exista una firme voluntad de luchar contra los obstáculos que se oponen a cambiar a un mundo tan inhumano e injusto como el actual.
Atilio A. Boron
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/autores/1852-atilio-a-boron
Foto tomada de: https://www.pagina12.com.ar/autores/1852-atilio-a-boron
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