Los mandatarios fueron reiterativos a lo largo de los dos días de la Cumbre en sus reclamos en varios temas, pero principalmente en dos: 1. El abandono estatal y 2. La guerra contra las drogas.
El Abandono del Estado. Traducido en pobreza, marginalidad, miseria, falta de oportunidades y una cruda violencia en ascenso que cercena la vida de una juventud sin esperanza desde el Chocó hasta Nariño. El litoral del Pacífico colombiano paga con sangre el peso del legado colonial, que nos heredó la economía extractivista del platino y del oro, -que reforzó el bárbaro negocio de la esclavitud, luego de haber exterminado a la población indígena de forma brutal- aprovechado después sin miramientos por la presencia de las multinacionales que hicieron su agosto en la región y que explica su atraso y su pobreza.
La mano de obra esclava se consolidó como la base demográfica del Chocó, extendida a todo el litoral, y a partir de esa realidad se forjaron instituciones, cuya naturaleza represiva otorgó al territorio una condición de exportador de riqueza sin utilización ni de acumulación local. (¿A dónde fue la fortuna? Jilmar Robledo-Caicedo, Cuadernos de Historia Económica no 52. Banco de la República 2019).
En 1910, el Chocó se convirtió en el primer productor mundial de platino y entre 1908 y 1918 el oro representaba el 15% de las exportaciones del país, de las cuales eran responsables Antioquia con el 50% y el Chocó con el 10%. Igualmente en el departamento se explotaban productos forestales como el caucho, la tagua y maderas, dedicadas a la exportación. Un verdadero atentado ambiental a los ojos de hoy en una de las regiones más biodiversas del mundo. Todo declinó. Tal es el camino que recorre el petróleo en un mundo en transición energética.
En el mundo contemporáneo esos productos primarios que nos atan al atraso -la locomotora minero-energética- no son funcionales a la crisis climática que vive el planeta. Hoy es otra la riqueza potencial del Pacífico colombiano, del Chocó biogeográfico: su enorme, estratégica y delicada biodiversidad. El litoral Pacífico, por su especificidad geográfica y ambiental no es apto para actividades como la agricultura o la industria tradicionales. Sus suelos, por la pluviosidad, la mayor del mundo, solo son funcionales, en su mayor parte, para la conservación.
En el Chocó llueve todos los días y en sus muchos municipios, todos en categoría seis, es decir, absolutamente pobres y sin recursos, sus habitantes recogen el agua del lecho de sus ríos adonde acuden diariamente a barequear su destino. No hay acueductos en todo el litoral. Los bonos del agua promovidos por el Estado resultaron siendo una trampa mortal que los dejó endeudados y sin acueductos, deudas que asfixian sus limitadas finanzas. El Estado debe condonar esas deudas, justa exigencia de los burgomaestres reunidos en la Cumbre.
En Buenaventura, el puerto más importante del país, cuya privatización empobreció aún más a la gran mayoría de sus habitantes y enriqueció a unos pocos que ni siquiera viven en él, tampoco ha posibilitado convertirlo en un puerto viable desde el punto de vista de su calado y de las exigencias del comercio internacional. La carga huye de sus radas por más costosa e ineficiente. El Puerto de Guayaquil, Posorja, amenaza con arruinarlo y por sus aguas transitan barcos neo panamax. En consecuencia, la pobreza en Buenaventura es impresionante.
En Buenaventura llueve más que en el Chocó, lo que se traduce en que el 97% de su suelo sea de nula fertilidad. En el departamento del Cauca, la mitad del departamento está cubierto por bosques, pocos fértiles y con serias limitaciones para su explotación económica. Después de la Guajira es el departamento con mayor concentración de población en zonas rurales, que es donde se localiza la pobreza en Colombia. En Caloto, Balboa, Villa Rica, Villa Rica y Rosas se presentan dramáticos conflictos de suelos.
En Nariño, cuya principal característica es su ruralidad y su aislamiento geográfico – Humboldt la consideraba el Tíbet de América-, el 52% de su territorio lo ocupa la llanura Pacífica caracterizada por su intensa humedad y pluviosidad y una vegetación selvática. En síntesis, en el litoral Pacífico, en el Chocó biogeográfico, cualquier proyecto de desarrollo tiene que mirar esas condiciones especiales y por ende la presencia del Estado es insustituible. Indeclinable.
El discurso del presidente Gustavo Petro de concientizar a la comunidad internacional de cambiar deuda externa por conservación es absolutamente pertinente. Explorar las posibilidades de una industria farmacéutica basada en desarrollo e investigación de las plantas mágicas podría ser un camino. Tal y como hizo Chile con el desierto no polar más árido de la tierra, el desierto de Atacama, al que convirtió en un mirador científico del cosmos.
En el Pacífico colombiano el único empleador es el Estado. Por ende, en esa inmensa región de pobreza pero también de inmensas posibilidades, no cabe el mercado, ni la competencia. Se requiere de la solidaridad y la mano poderosa del gasto público nacional. En el litoral Pacífico no esperan más austeridad económica. En buena parte, a esa mezquindad ruinosa, el Pacífico colombiano le debe su suerte.
Ni los distintos gobiernos nacionales, ni los gobiernos regionales se sirvieron de esas riquezas para impulsar su desarrollo. El extractivismo económico menoscabó el bienestar local, desvirtuó otras alternativas de progreso económico y ancló el territorio a la dependencia de un modelo cada vez más distanciado de la modernización y de la competitividad. El nuevo gobierno promete cambiar ese rumbo desgraciado como una de sus grandes apuestas.
El abandono del Estado es incontrastable y la violencia se recrudece de la mano de otra variante de la economía extractiva: la coca. Además de trescientos mil hectáreas de caña de azúcar, muchas de las cuales fueron objeto de despojo de tierras de propiedad de etnias indígenas y negras, no ayudaron en la tarea de construir una senda de progreso y bienestar y son cantera de un enorme conflicto social. Pura economía extractiva en la poca tierra apta y fértil que dejó la geología. Un exabrupto. Se cambió comida por caña. Se enriquecieron unas cuantas familias pero se empobreció el país.
Además de que el Estado ha estado ausente, el incumplimiento reiterado a compromisos adquiridos por Bogotá como resultado de importantes movimientos cívicos generados por el abandono estatal complica la situación. Deslegitima la institucionalidad. Cumplir en su totalidad esos compromisos es absolutamente prioritario.
En el litoral faltan acueductos y alcantarillados, hospitales, universidades de calidad y de amplia cobertura, infraestructura que respete su biodiversidad, lejos de los negocios privados. Nadie da cuenta del proyecto de la hidrovía consignada en el documento Conpes 3847 de 2015, Plan todos somos PAZcifíco que parece enterrada para siempre.
Una vía de conectividad funcional a la biodiversidad de la región y para cuyos estudios se consignaron US$40 millones, dado que “se identificó como proyecto prioritario en el corto y mediano plazo que permitirá reducir brechas de conectividad, elevar el nivel de vida, mejorar la competitividad y facilitar el desarrollo socioeconómico de la región”. Hoy no se sabe nada de los US$40 millones ni del avance del proyecto. Este proyecto es solo viable y sostenible si se realiza a cargo del Estado Central.
En el Pacífico debe haber una red pública con hospitales de primer nivel, en Quibdó, Buenaventura, Gaupi, Tumaco, con una red de ambulancias aéreas-helicópteros- complementadas con un sistema de comunicación con los centros rurales dispersos, que atiendan las urgencias de vida o muerte, donde la velocidad de la atención es definitiva, apoyadas en los conocimientos médicos ancestrales de las comunidades. En el Pacífico colombiano y sobre todo en su litoral el paseo de la muerte sucede en el mar, en sus ríos y esteros.
2. La guerra contra las drogas. La cumbre se desarrolló bajo la sombra del secuestro de más de cien días del alcalde encargado en el momento de El Charco, Nariño. Un espejo de esta guerra cruenta. Por unanimidad, los alcaldes identificaron la guerra contra las drogas como el más importante de sus problemas y urgieron del nuevo gobierno medidas de carácter humanitario, ante la honda crisis de derechos humanos en sus territorios, para alivianar la enorme violencia que se cierne sobre ellos y ante la cual los alcaldes y alcaldesas no cuentan con ninguna salvaguardia y solicitaron poner fin a la guerra contra las drogas. Si no se legalizan las drogas, marihuana y cocaína, su futuro es bastante incierto, concluyen.
La joven y valiente alcaldesa de Tumaco, María Emilsen Angulo, denuncio las consecuencias de esta guerra inútil, solicitando la presencia efectiva del Estado para generar procesos económicos incluyentes, por qué, explica, ante la situación de seguridad, las pocos empresas que aún existen están abandonando Tumaco.
La esperanza
La intención del nuevo gobierno de escalar el problema de la guerra contra las drogas a las Naciones Unidas y sostener una conversación de tú a tú con el gobierno de los Estados Unidos sobre el tema, abre una luz de esperanza en tan delicado asunto que compromete la estabilidad y la paz del país. La paz total es urgente pero no asegura que la guerra contra las drogas no continúe.
Es deseable llevar el asunto a las Naciones Unidas y formar un frente unido de América latina sobre un conflicto medular, pero es un escenario muy difícil por el poder de veto que allí tienen los grandes países que abrazan obsesos y dogmáticos el prohibicionismo, pensando más en sus intereses geoestratégicos que en los países productores que se destrozan en esta guerra impuesta. Alguna medida nacional habrá que tomar en el futuro, solos o acompañados. Uruguay no esperó la bendición de los organismos internacionales. Tampoco Bolivia. En los Estados Unidos lo que mata no es la cocaína. Son las anfetaminas, que son legales.
Por lo pronto es un avance en el sentido correcto la propuesta del presidente de producir marihuana sin licencia lo que permitiría que no solo las multinacionales farmacéuticas, que ya están en el negocio de cannabis, se beneficien de su boom y este sea accesible a los campesinos cultivadores medianos y pequeños. Para el litoral Pacífico, para el norte caucano, esta propuesta es salvadora, sería como cultivar papa o maíz. Da empleo, se pagan impuestos y reduce la violencia.
Fernando Guerra Rincón
Foto tomada de: El Carabobeño
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