El sufrimiento es una de las experiencias humanas más profundas y perturbadoras. Dependiendo de su gravedad, se considera un mal real, físico o moral; peligroso para la vida; amenaza a la integridad física o psíquica; pone en riesgo la autoestima y el autocontrol; hace imposible la alegría. En resumen, es un sinsentido abismal y alienante que disminuye la humanidad del humano sufriente. El neoliberalismo ha hecho más visible el sufrimiento individual y colectivo y los ha dramatizado como calamidades, como espectáculos e incluso como oportunidades de negocio. La idea de sufrimiento se asocia con patología, daño, crisis, degradación personal o colectiva, alienación del ser, dependencia. Pero la capacidad de sufrir es también una condición para resistir la explotación y la crueldad. En An Introduction to the Principles of Morals and Legislation ([1789] 2012) Jeremy Bentham argumenta que la cuestión de los derechos humanos no es la cuestión de quién tiene capacidad racional o quién tiene la posibilidad de hablar, sino más bien sobre quién tiene la capacidad de sufrir.
El sufrimiento es un tema tan profundo y complejo que ha sido tratado por todas las ramas del conocimiento. Las preguntas básicas que dominan este tema varían según el campo analítico. ¿Qué es el sufrimiento? ¿Cuál es la relación entre el sufrimiento individual y colectivo? ¿Hay sufrimiento justo e injusto? ¿Cuál es la fuente o causa del sufrimiento? ¿Cuál es su anatomía? ¿Cómo se puede superar o redimir el sufrimiento? De una forma u otra, estas preguntas están presentes en las diferentes áreas del conocimiento, especialmente en teología, filosofía y ciencias sociales. Me limito a estas últimas.
Las ciencias sociales son una de las conciencias teóricas de la modernidad occidental. Si las corrientes positivistas o funcionalistas se centraron en la descripción y el análisis del sufrimiento, las corrientes críticas buscaron identificar las causas del sufrimiento, especialmente el sufrimiento colectivo. En una reseña del libro Soziologie der Leiden (Sociología del sufrimiento) de Muller Lyer (1924), Oskar Blum declaró que «Podemos decir justificadamente que el problema fundamental de la sociología es el sufrimiento». Desde la esclavitud y la violencia colonial hasta el holocausto y el Gulag, desde las guerras mundiales hasta el genocidio en Ruanda y las atrocidades en las guerras de Yugoslavia de la década de 1990, las ciencias sociales han encontrado un vasto campo de análisis y crítica. No olvidemos que el énfasis está en el sufrimiento social o colectivo y no en el sufrimiento individual. Los horrores de la batalla de Solferino (1859) darían lugar a los Convenios de Ginebra y a la Cruz Roja Internacional.
Desde un punto de vista de la teoría crítica, la pregunta principal es qué tipos de sociedad tienden a producir qué tipos de sufrimiento y qué impacto tiene esto en la producción de conocimiento y la transformación progresiva de la sociedad. El sufrimiento tiene que ser integrado en una teoría más amplia de la realidad. Theodor Adorno decía que la separación entre las disciplinas es el gran obstáculo para ver las relaciones entre el sufrimiento individual y el sufrimiento colectivo. Este último se concibe como una patología social o como una experiencia social negativa a menudo invisible, y corresponde a la teoría crítica darle visibilidad e indicar formas de minimizarla. Pero se reconoce que este esfuerzo analítico puede resultar en la reproducción del silenciamiento. Tal vez por eso Bourdieu señaló, en un libro fundamental sobre el sufrimiento del mundo, que su papel era el de ser un portavoz.
Desde el punto de vista del ser sufriente, ninguna de las teorías sociológicas convencionales nos permite responder a una pregunta fundamental: ¿por qué yo? (en el caso del sufrimiento individual) o ¿por qué nosotros? (en el caso del sufrimiento colectivo). Si el sufrimiento es negatividad, ¿qué niega? Si significa vida dañada, ¿cuáles son los factores que dañan la vida? La respuesta que me propongo dar tiene como punto de partida un intento de imaginar las respuestas a estas preguntas que ahora están a muchos metros de profundidad en el Mar Egeo dentro de los cuerpos de los ahogados, desaparecidas al igual que ellos.
Las sociedades capitalistas, colonialistas y patriarcales en las que vivimos no permiten que todos los seres humanos sean tratados como plenamente humanos. Hay humanos y subhumanos y el sufrimiento de uno y otro es tratado de manera totalmente diferente. Los plenamente humanos son aquellos que viven en sociedad de manera similar a aquella en la que yo vivo y en la que viven los lectores de esta crónica, personas que son capaces de leer esta crónica, tienen la libertad y el tiempo para leerla e incluso reflexionar sobre ella. El mundo de la vida en el que viven les permite distinguir claramente entre sufrimiento individual y colectivo. De hecho, hay sufrimiento individual porque no hay sufrimiento colectivo. La sociedad solo sufre colectivamente en momentos excepcionales: desastres naturales, guerras, pandemias, fenómenos meteorológicos extremos, colapsos de infraestructura (financieras, de transporte, etc.). El sufrimiento individual, tanto cuando es invisible como cuando es espectacularizado, no está relacionado con el sufrimiento colectivo porque la sociedad en tiempos normales no vive o no es consciente de vivir en sufrimiento colectivo. El sufrimiento individual, por lo tanto, tiende a ser experimentado, no como un sufrimiento-con, sino como un sufrimiento-contra. La experiencia del sufrimiento injusto es mucho más personal y menos compartible.
Debido a que las identidades se viven en una clave neoliberal (es decir, autoritaria, de suma cero, pura e inquisitorial), el ser sufriente individual que vive en la sociabilidad de lo plenamente humano tiene muchas menos posibilidades de compartir el sufrimiento. El compartir que le es accesible es un intercambio que no se basa en una comunidad de relaciones complejas y los afectos densos que tejen, sino en una comunidad de medios virtuales o profesionales hecha de relaciones simples. En estas sociedades, el individuo que sufre, lo hace más en forma de aislamiento, ya sea en forma de silenciamiento o en forma de espectacularidad. Su silenciamiento es a menudo directamente proporcional a lo que se dice sobre él o ella. Las ambulancias, los bomberos, la violencia y la repetición de las escenas del accidente o del escándalo, la multiplicidad de comentarios y «análisis» convergentes tienen el efecto acumulativo de silenciar al ser sufriente al dar noticias sobre él e invisibilizarlo al mostrarlo. La respuesta a la pregunta “¿por qué yo?” sólo se puede encontrar en el individuo, nunca en la sociedad. Después de todo, hay personas en las mismas condiciones que no sufren. Las posibles explicaciones son malos hábitos alimenticios, conductas que violan convenciones sociales, mal humor, conflictos familiares o laborales, etc.
El hecho de que el sufrimiento individual no esté relacionado con el sufrimiento colectivo permite afrontarlo de forma socialmente organizada, pero siempre con el objetivo de resolver el sufrimiento individual y sólo éste. Así es como funcionan los sistemas de salud y las políticas sociales en general. Hay enfermos, pero la sociedad no está enferma; hay pobres, pero la sociedad no es pobre; hay ignorantes, pero la sociedad no es ignorante; Hay criminales, pero la sociedad no es criminal.
Los migrantes que seguían en el barco hundido no vivían en la sociedad que acabo de describir. Vivían en la sociedad de los subhumanos. Visto desde la sociedad de los plenamente humanos, los subhumanos no tienen problemas. Son un problema. Por lo tanto, la separación entre el sufrimiento individual y el sufrimiento colectivo es muy tenue. El sufrimiento individual no es un acontecimiento excepcional, es, por el contrario, una experiencia recurrente. Hay sufrimiento individual porque hay sufrimiento colectivo. La pregunta “¿por qué yo?” nunca se hace. El individuo que sufre nunca sufre individualmente. Sufre-con. En las relaciones entre los subhumanos y los plenamente humanos que los escoltan con alta tecnología y finalmente los dejan hundirse, el sufrimiento individual padecido o infligido es siempre una ilustración o consecuencia del sufrimiento colectivo. El sufrimiento individual no vale por sí mismo ni se explica por sí mismo. Siempre es derivado. Hay sufrimiento individual porque hay sufrimiento colectivo. Y si este último es justo, el primero también lo es necesariamente. Por poner un ejemplo paradigmático, cuando el capataz o el esclavista castiga al esclavo, su sufrimiento no es sino la emanación y la justificación del sufrimiento colectivo que caracteriza a la esclavitud. El esclavo que sufre es la esclavitud justificada. El sufrimiento individual es justo porque el sufrimiento colectivo es justo.
El sufrimiento de los migrantes hundidos fue un sufrimiento justo porque se atrevieron a entrar ilegalmente donde no debían, en la sociedad de los plenamente humanos. Su sufrimiento no es comparable al sufrimiento que existe en nuestras sociedades. Dar importancia a su sufrimiento sería un incentivo para que recayeran en la ilegalidad. Su justo sufrimiento es la condición para que nosotros, los plenamente humanos, no estemos sujetos al sufrimiento injusto que su invasión nos causaría.
Esta condición estructural no ha variado mucho en los últimos siglos, pero la forma en que entra en la experiencia social difiere según las épocas y los contextos históricos. El neoliberalismo representa un cambio cualitativo en esta experiencia. Es la versión (¿final?) del capitalismo caracterizada, entre otras facetas, por la transferencia sistemática de riqueza de las grandes masas de población empobrecida, incluidas las clases medias, a una minoría de super-ricos. Esta transferencia se justifica por la idea de crisis permanente que crea una situación de malestar y sufrimiento incluso entre la sociedad plenamente humana. Este mecanismo opera de dos maneras en las relaciones entre el sufrimiento de los subhumanos y el sufrimiento que el neoliberalismo está causando a los plenamente humanos con las políticas de concentración de la riqueza y las asociadas a ella (guerra permanente, colapso ecológico).
La primera vía consiste en legitimar el malestar causado a los seres plenamente humanos convirtiéndolo en el bienestar de no estar sometidos al sufrimiento mucho más violento al que están sometidos los subhumanos. El bienestar social deja de tener un contenido positivo para convertirse en la mera ausencia del malestar específico al que están sometidos los subhumanos con el sufrimiento particularmente violento que se les impone. Entre seres plenamente humanos, la única manera de no ser consciente del sufrimiento es no sufrir como sufren los subhumanos. Y los medios de comunicación transforman el sufrimiento de los subhumanos en el único sufrimiento, un sufrimiento tan dramático como excepcional, tan fugaz y trivializado como el espectáculo mediático que se hace de él. La segunda forma, aún más perversa, consiste en legitimar el sufrimiento infligido a los subhumanos como única condición para aliviar el malestar y el sufrimiento impuestos a los seres plenamente humanos: «si no fuera porque los inmigrantes nos absorben los recursos, viviríamos mejor». De estas dos maneras, el bienestar se vacía de su contenido positivo. Este vaciamiento está en la raíz de la política del odio que transforma fácilmente a las otras víctimas del neoliberalismo en supuestos agresores y, por tanto, en objetos de odio. El juego de suma cero ya no es entre opresores y oprimidos o entre agresores y víctimas, sino entre oprimidos y entre víctimas. Con su política del odio, la extrema derecha es la conciencia política del neoliberalismo.
Al final no habrá bienestar más que en la contemplación y exacerbación del malestar ajeno. ¿Qué clase de sociedad es ésta en la que la única forma de estar bien es saber que los demás están peor? ¿Qué clase de sociedad es ésta en la que esforzarse por el bienestar propio significa contribuir activamente a aumentar el malestar de todos los demás?
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*Académico portugués. Doctor en sociología, catedrático de la Facultad de Economía y director del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra (Portugal). Profesor distinguido de la Universidad de Wisconsin-Madison (EE.UU.) y de diversos establecimientos académicos del mundo. Es uno de los científicos sociales e investigadores más importantes del mundo en el área de la sociología jurídica y es uno de los principales dinamizadores del Foro Social Mundial.
Enviado a Other News por el autor, el 19.06.23. Traducción de Bryan Vargas Reyes
Boaventura de Sousa Santos
Fuente: https://www.other-news.info/noticias/la-division-social-del-sufrimiento/
Foto tomada de: Infobae
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