Sin embargo, el gobierno de Iván Duque parece ser uno de esos pilotos que solo se fijan en un instrumento para guiar el avión: la obsesión con cacarear el “espectacular” crecimiento económico señalando que en este se esconde la clave de la recuperación económica. Ya analistas como Jorge Iván Gonzales (https://razonpublica.com/la-economia-colombiana-la-ceguera-del-gobierno/) han señalado de los peligros de creerse el cuento de la “exitosa recuperación”.
Y si bien es claro que las dinámicas de crecimiento han sido notorias, a tal punto que hace una semana el presidente las calificaba como “las más altas del siglo”, cosa que es casi obvia porque venimos de recuperarnos de los peores indicadores de crecimiento de la historia, para el segundo trimestre de 2020 el PIB se desplomó en un -15,8%, para el segundo trimestre de 2021 se recuperó en un 17,4%, o en palabras más sencillas: estamos casi en el mismo lugar de hace un año.
Y aunque no es una mala noticia puesto que las expectativas señalaban que, la recuperación de los niveles de producto de antes de la pandemia, iban a tardar dos o tres años, no significa que la reactivación económica este saliendo muy bien que digamos, y son al menos varias las razones para esta afirmación:
Crecimiento sin empleo: la gran noticia del crecimiento económico no se ha hecho compatible con una creación de una cantidad similar de empleos, siendo este en realidad el principal problema del colombiano del común. Para junio 2021 la tasa de desempleo se ubicó en 14,4%, estos son más 3,4 millones de personas sin un empleo. ¿Cómo entender que una economía que recupera su nivel de producción, no recupere niveles de empleo similares a los existentes antes de la pandemia?
La respuesta no es sencilla, e incluso ya desde 2019 acosaba al Exministro Alberto Carrasquilla quien se manifestaba sorprendido sobre el porqué la economía colombiana crecía al igual que el desempleo (https://www.semana.com/economia/articulo/que-opina-el-ministro-de-hacienda-del-desempleo-en-colombia/278817/). Pero aquí podemos apostar por un par de hipótesis que son interesantes:
La primera es que el crecimiento lo lideran actividades que generan muy poco empleo, y ese ha sido el drama permanente de la economía colombiana, que enfrentó estos mismos problemas durante toda la primera década de este siglo. Al revisar las cifras del DANE esta tesis se confirma, los sectores que lideran el crecimiento en junio 2021 son en general muy poco intensivos en mano de obra: Actividades artísticas, servicios financieros e inmobiliarios, con la contada excepción de las actividades de comercio que son grandes generadoras de empleo. Como contraste hay que señalar el desplome del sector de la construcción que a junio de 2021 está incluso peor que en junio de 2020, y que históricamente ha sido el gran generador de empleo, puede explicar una buena parte de este fenómeno.
La segunda hipótesis es más compleja de demostrar, y tiene que ver con el efecto del narcotráfico en el resto de las actividades económicas. Un aspecto oscuro del desempeño económico del país está relacionado con la forma en que los multimillonarios recursos del narco permean la economía, y este es un aspecto que casi siempre resulta invisible en el análisis.
Sin embargo, es fácil mediante una observación de la vida cotidiana en las calles analizar como una serie de negocios tanto en barrios populares como en costosos centros comerciales permanecen vacíos de clientes durante grandes periodos de tiempo, y sin embargo nunca quiebran. Cómo la actividad inmobiliaria tiene una serie de procesos especulativos y proyectos costosos se venden en cuestión de semanas, y un aumento de los precios del suelo en plena crisis del COVID 19, de hecho según el Índice de Precios de la Vivienda Nueva elaborado por el DANE, en plena crisis del COVID en 2020 la inflación de precios de vivienda fue 4 veces la inflación promedio de la economía y en lo corrido de 2021 el índice de inflación de vivienda nueva esta por encima de la inflación promedio, paradójico en una economía en crisis.
Entre las cifras y la especulación una cosa es clara: 3 millones y medio de desempleados es toda una tragedia económica, para la cual no se avizoran soluciones en el corto plazo, y ya saben que como decía Keynes “en el largo plazo todos estaremos muertos” especialmente los que no tienen cómo garantizarse un ingreso digno.
Devaluación, escasez y carestía. Un segundo problema está relacionado con el incremento incesante de los precios de una serie de bienes y servicios que son parte del consumo cotidiano de los ciudadanos. Entre enero y junio el precio promedio de una cubeta de 30 huevos pasó de $8.500 a $12.700 y en algunas ciudades se están presentando situaciones absurdas como la de huevos que se venden a $1.000 la unidad y con incrementos en los precios de hasta el 46% (https://www.elheraldo.co/economia/precios-de-alimentos-siguen-altos-dicen-expertos-838457).
Esta situación se viene presentando desde hace meses con otros bienes esenciales: carne, pollo, arroz, vestuario y arrendamientos. Las explicaciones son variadas y van desde efectos de apariencia estadística (en 2020 la inflación fue históricamente muy baja), pasando por la eliminación de subsidios que se crearon a servicios públicos y arrendamientos y el incremento de la demanda de la economía, todos ellos ciertos y evidentes.
Sin embargo, quizás hay que acudir a otras interpretaciones: la devaluación del peso frente al dólar está haciendo estrago en los bienes importados, y esto es particularmente grave para un país que importa según Greenpeace el 30% de los alimentos que consume, alrededor de 12 millones de toneladas al año, y ello sin contar que una parte importante de bienes de consumo no esenciales también son importados. Bogotá es la ciudad más dependiente de alimentos importados pues el 41% de su alimentación viene del exterior.
Y ello en una situación donde el peso ha sido la moneda más devaluada a nivel internacional, con una demanda creciente de dólares y una balanza comercial cuyo déficit sigue en aumento, y con una perspectiva oscura en materia de ingresos capital, presionan por un incremento del costo de la divisa y por ende en un encarecimiento de los bienes importados.
Una política de liberación comercial y debilitamiento de la estructura productiva nacional nos han colocado en una tremenda vulnerabilidad en términos de la seguridad alimentaria, y si bien los paros y bloqueos explican el aumento transitorio de varios productos de la canasta alimenticia, no explican el aumento en el costo de insumos agrícolas clave que en su mayoría son importados.
Y aunque el gobierno actual no ha sido el único responsable por el desarrollo de este modelo, si ha sido responsable de mantenerlo y profundizarlo, y es claro que la devaluación y el encarecimiento de precios afecta con más fuerza a los hogares de ingresos bajos que son quienes destinan la mayor parte de su presupuesto al consumo de alimentos.
Desigualdad y pobreza. Obviamente hablar en términos generales de cómo le ha ido a los colombianos y colombianas es un error, desde inicios de la crisis de COVID 19 se sabía que no a todos les iría igual de mal en la pandemia (recordemos que el “quédate en casa” solo era posible para los que tenían casa y la nevera llena) y también se advertía que no a todos les iría igual en el periodo pos pandemia, lo que se llamaba hace un año como “recuperación en forma de K” algunos irían hacia arriba y otros estarían mucho peor que antes de la crisis.
Pues bien, con una pobreza que cerró 2020 (sin datos oficiales aún para 2021) y una creciente desigualdad (tampoco sin cifras fiables ni oficiales recientes, pero que en 2019 marcaban un gini de 0,54) la situación de los más pobres parece haber empeorado en Colombia.
De esta manera, el número de hogares que podrían consumir tres comidas diarias que en 2020 pasó de 92% al 69%, en lo corrido del 2021 empeoró y a junio de este año, según la encuesta Pulso Social solo el 66,4% de los hogares podrían asegurarse tres comidas diarias, así que la pobreza que aparentemente era un discurso romántico ahora toma la forma del hambre extendida (puesto que hambre ya había en regiones como la Guajira) y privaciones económicas crecientes.
Todo esto configura un escenario preocupante puesto que no hay peor piloto que aquel que se engaña a si mismo con falsos indicadores, y en medio del huracán asume que se encuentra en medio de vientos tranquilos y cielos despejados. En lugar de un cambio en la política del gobierno, la pospandemia parece estar incrementando la sensación de haber hecho las cosas de manera adecuada, y mientras en las calles la violencia, la privación y el desempleo aumentan, en Palacio parecen estar viviendo otra realidad.
Jairo Bautista
Foto tomada de: El País Cali
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