Para sustentar su apoyo a Echavarría, señala González el menor crecimiento del PIB, el aumento del desempleo, la agudización del déficit de la cuenta corriente y la inestabilidad fiscal y afirma que “estos cuatro hechos ponen en evidencia la fragilidad de la economía colombiana”. Es decir, la economía no solo está estancada, sino que es frágil. Aun aceptando un crecimiento de 2,8% en el último trimestre y una expectativa de 3,6% para el 2019, considera González que se trata de niveles de crecimiento bajos, que reflejan problemas estructurales. De otra parte, el crecimiento del desempleo ha llevado al aumento de la pobreza monetaria y contradice la tesis de que la menor tributación a las empresas genera mayor contratación. Adicionalmente, las importaciones continúan siendo mucho más grandes que las exportaciones, lo cual ha golpeado la industria y especialmente la agricultura. En conclusión, según González, la economía está estancada, es frágil, tiene problemas estructurales y algunos sectores están golpeados.
Las afirmaciones de González, Echavarría, el presidente Duque y muchos otros coinciden en considerar a la economía como el conjunto de las actividades productivas que buscan satisfacer las necesidades de la población, mediante la producción de bienes y servicios, y generar empleo a sus habitantes. Se considera que el crecimiento de la producción es bueno, su estancamiento o decrecimiento es malo, para lo cual se utiliza como principal indicador el producto interno bruto que consiste en la nueva producción realizada durante un período (un trimestre, un año). Si el producto interno bruto aumenta, aumenta la disponibilidad de bienes y servicios y los ingresos de la población, dado que dicha producción se traduce en salarios, ganancias (industriales, comerciales, financieras), rentas e impuestos.
Y el debate nacional se enfoca en la discusión sobre si el crecimiento del PIB en el último trimestre fue de 2,3% o de 2,8%. La agenda de la discusión es dominada por algo aparentemente muy concreto que realmente, muy poco dice sobre la realidad económica.
El indicador del tamaño y crecimiento del PIB es un agregado que no dice nada sobre la distribución del ingreso y sobre los efectos en las condiciones de vida de las clases trabajadoras y especialmente de sus sectores en peor situación. Por esta razón, se han construido indicadores de desarrollo humano, que buscan complementar la medición del ingreso con dimensiones de las condiciones de vida, y de desigualdad de riqueza y de ingresos. El PIB puede estar estancado pero un grupo de capitalistas continúa concentrando los ingresos y por tanto acumulando aún más riqueza. El PIB puede estar estancado pero algunos sectores estar en mucha mejor situación que otros; habría que precisar cómo está la economía campesina, la economía de los vendedores ambulantes, la economía de los pequeños productores, etc. Entre 1980 y 2006 el crecimiento promedio real anual del PIB fue 3,3%[2] y durante el siglo XXI se ha observado una constante fluctuación: en 2006 estuvo por encima del 6%, bajó casi al 1% en 2009, subió nuevamente a más de 7% en 2011 y nuevamente descendió hasta 2,7% en 2018. El panorama es el mismo de siempre, un crecimiento pobre o mediocre, pero esto no es obstáculo para que un pequeño grupo de colombianos, dueño de las empresas, se quede con la mitad del ingreso y continúe acumulando riquezas.
Pero más allá de la discusión sobre un par de cifras, el asunto que me parece relevante es que se genera la impresión de que hay un objetivo común que unifica tanto al gobierno como a sus críticos desde distintas orillas: el crecimiento económico. ¿Qué es la economía? El famoso manual de economía de Paul Samuelson nos dice que es el conjunto de recursos y procesos que se realizan para producir bienes y servicios y distribuirlos entre la gente para satisfacer sus necesidades y el fin último de la ciencia económica es mejorar las condiciones de vida de la gente. La esencia de la economía, continúa afirmando Samuelson, es reconocer la realidad de los recursos escasos y luego idear como organizar la sociedad en una forma en la cual produzca el uso más eficiente de los recursos. Esta definición es general, aplica a cualquier tipo de economía, pasada o existente actualmente. El presidente Duque supuestamente está trabajando en eso, razón por la cual se molesta con las críticas que cuestionan su compromiso y realizaciones.
Lo que no se dice abiertamente en estas discusiones es a qué tipo de economía nos estamos refiriendo, a pesar de que todos lo saben. Quizá por esto mismo, por ser algo tan obvio, no es necesario siquiera mencionarlo. Estamos hablando de una economía capitalista, de una organización social donde predomina la relación social capitalista, lo cual significa, por lo menos tres cosas: i) es una sociedad no organizada conscientemente, no planificada; ii) es una sociedad donde la gran mayoría son trabajadores asalariados o por cuenta propia y una pequeña minoría capitalistas, dueños del dinero y de los medios de producción; por tanto, la gran mayoría está sometida a las decisiones de la pequeña minoría; iii) es una sociedad cuyo motivo propulsor, cuyo razón de ser es la obtención de ganancias por parte de los capitalistas a costa del trabajo de las clases trabajadoras.
La economía capitalista se basa en la actuación de un conjunto de unidades productivas privadas y autónomas formalmente independientes que compiten en el mercado en la búsqueda de ganancias. Contratan trabajadores asalariados en la medida en que pueden obtener ganancias a partir de su trabajo, no porque quieran dar empleo y mejorar las condiciones de vida de la gente. Ofrecen bienes y servicios útiles con la intención de obtener ganancias no de mejorar la vida de las personas. El gobierno no controla estas unidades, puede realizar algunas medidas de estímulo o desestimulo, de regulación y control, pero las decisiones fundamentales escapan a su capacidad de dirección. Por Planeación Nacional y el Ministerio de Hacienda durante los últimos 30 años han pasado los mejores economistas del país, como Rudolf Hommes, Guillermo Perry, Armando Montenegro, José Antonio Ocampo, Juan Camilo Restrepo, Roberto Junguito, Luis Fernando Alarcón, Mauricio Cárdenas, Cecilia López, además de otras figuras menores. Estos personajes han representando al neoliberalismo, la social democracia, el liberalismo, el conservatismo, la derecha extrema, etc., algunos de ellos con un claro compromiso social. Sin embargo, el promedio de crecimiento de la economía desde la Constitución de 1991 ha sido mediocre y las tasas de desempleo y subempleo suben y bajan, sin que se haya logrado resolver de fondo el problema. Ninguno de estos grandes economistas ha encontrado la fórmula para un gran crecimiento y la eliminación del desempleo.
La sociedad capitalista es una sociedad desigual por definición estructural: 11 millones son trabajadores asalariados en Colombia, obligados a vender mes a mes, día a día su fuerza de trabajo a menos de 1 millón de capitalistas, que deciden sobre sus vidas. Es una sociedad donde lo prioritario, lo fundamental, el motivo propulsor, es la obtención de ganancias por parte de los capitalistas. Sin el incentivo de las ganancias no contratan trabajadores ni producen bienes y servicios útiles.
Detrás del discurso técnico y general sobre el crecimiento, el interés real se encuentra en las ganancias, ya sean industriales, comerciales o financieras y en el potencial que esto ofrece para el recaudo de impuestos. La preocupación por el crecimiento es la preocupación porque las ganancias no estén creciendo al ritmo que esperarían los capitalistas o peor aún que puedan estar decreciendo. Pero estas cifras no se discuten abiertamente en los debates sobre la economía. ¿Será que les da vergüenza entre tanta miseria, pobreza y desigualdad decir la verdad?
En el año 2018 el crecimiento económico (aumento del PIB) fue de apenas 2,7%, un crecimiento mediocre. Sin embargo, los resultados financieros de las 1.000 empresas más grandes del país, con base en los datos de la Superintendencia de Sociedades le permiten concluir a la revista Semana lo siguiente: “Reportaron un aumento en sus ingresos del 11,5 por ciento, y de casi 50 por ciento en sus utilidades; nada mal para un año electoral en el que la inversión se vio frenada por casi tres trimestres, con una polarización exacerbada que generó incertidumbre y llevó a postergar decisiones.”[3] “Nada mal”, dice Semana. La Revista Dinero también menciona este dato: “Las utilidades de las 1.000 empresas alcanzaron $68,5 billones en 2018, con un fuerte incremento de 56,9%” Estas 1.000 empresas se embolsillaron una cifra que es casi dos veces superior a todo el presupuesto que destina el Estado para financiar el Sistema General de Participaciones que atiende a 10 millones de niños y jóvenes en educación y la salud de la población pobre.
Sin embargo, a pesar de lo anterior, estas cifras “no alcanzan para celebrar todavía”, dice Semana. Evidentemente los capitalistas esperan siempre más ganancias. Pero además aquí le surge la sensibilidad social a Semana y se preocupa porque “El crecimiento sigue planteando un desafío enorme, y hacerlo por menos del 3 por ciento no sirve para reducir la pobreza y el desempleo.”. Como vemos, en un año con crecimiento mediocre del 2,7% la economía capitalista produjo grandes utilidades para los dueños del país, que obviamente quisieran ellos fueran muy superiores. El señor director del Banco de la República, el DANE y sus críticos deberían más bien preocuparse por el indicador principal de la economía capitalista y mostrarnos cómo va en 2019 la distribución del PIB entre el excedente bruto de explotación y los salarios y cuál es la tendencia de las ganancias de las empresas.
El gobierno y sus economistas se burlan de las clases trabajadoras. Se expresan como si estuvieran dirigiendo una economía socialista donde el Estado y la sociedad pueden controlar la producción, cuando lo que están haciendo realmente es tratar de controlar los efectos necesarios, las “fallas del mercado”, de una economía anárquica que no pueden dirigir realmente. Pero algunos de sus críticos se mueven dentro de la misma concepción oficial. Por ejemplo, la existencia o crecimiento del desempleo no es un síntoma de fragilidad de la economía; el desempleo no es un problema es una consecuencia necesaria del sistema capitalista, muy favorable para los intereses de los capitalistas que tienen siempre un mercado con exceso de oferta a su disposición. La preocupación por el desempleo por parte de los capitalistas y el gobierno es hipócrita, lo que les preocupa es el malestar social y el conflicto que pueda surgir a partir de dichas situaciones.
A un economista en particular, a un capitalista individual, le puede causar dolor e indignar la situación de desempleo y la miseria de ciertos sectores de la población, pero al sistema en su conjunto no le importa tener millones de personas subempleadas y desempleadas, siempre y cuando a la economía “capitalista” le vaya bien, es decir, siempre y cuando una porción ínfima de los colombianos continúen obteniendo enormes ganancias. Esto ha ocurrido desde que existe el capitalismo en Colombia.
Ayer en su intervención el presidente Duque en la Organización Internacional del Trabajo[4] reiteró su compromiso con la reducción del desempleo: crear en los próximos tres años 1.6 millones de nuevos empleos y una tasa de desempleo inferior al 8%. Está cumpliendo su papel de engañar a las clases trabajadoras y distraerlas de los temas fundamentales. Lo grave es que éstas le crean. Veremos si Alberto Carrasquilla y Gloria Alonso logran lo que no pudieron Guillermo Perry, José Antonio Ocampo y demás expertos en su momento.
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[1] https://www.sur.org.co/la-economia-esta-estancada/
[2] Ocampo Gaviria, José Antonio (compilador), Historia Económica de Colombia, Edición revisada y actualizada, Planeta-Fedesarrollo, 2007, página 345.
[3] https://www.semana.com/100-empresas/articulo/100-empresas-mas-grandes-de-colombia-en-el-2019/616937
[4] https://id.presidencia.gov.co/Paginas/presidencia.aspx
Alberto Maldonado Copello
Foto tomada de:Revista Semana
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