Sin embargo, el panorama actual muestra un peligro aún mayor: el uso de misiles de largo alcance, como los ATACMS recientemente autorizados por el presidente Joe Biden, y la respuesta de Vladimir Putin, quien ha aprobado una nueva doctrina nuclear que contempla el uso de armamento atómico en respuesta a ataques convencionales. Este peligroso escalonamiento evidencia la urgente necesidad de detener el conflicto mediante negociaciones internacionales que involucren a todas las partes interesadas.
Factores que alimentan el conflicto.
El trasfondo de este conflicto no puede entenderse sin considerar el papel de la OTAN y su expansión hacia el este. A pesar de los compromisos asumidos por Estados Unidos con Mijaíl Gorbachov al final de la Guerra Fría, la OTAN ha crecido hasta incluir países que bordean Rusia, alimentando las tensiones geopolíticas. Para Moscú, la presencia de la OTAN en Ucrania representa una amenaza directa a su soberanía y seguridad, una narrativa que Putin ha utilizado para justificar su agresión.
Por otro lado, el papel de Estados Unidos en el conflicto es ambivalente. Si bien busca apoyar la resistencia ucraniana frente a la invasión rusa, decisiones como la autorización del uso de misiles ATACMS contribuyen a intensificar las hostilidades y cruzar líneas rojas previamente establecidas por Rusia. Biden, al final de su mandato, parece estar consolidando el apoyo militar a Ucrania en un intento de fortalecer su posición antes de futuras negociaciones, aunque esta estrategia incrementa los riesgos de una respuesta agresiva por parte de Moscú.
Joe Biden, en su último año de mandato, ha tomado decisiones que buscan consolidar el apoyo a Ucrania y disuadir a aliados de Rusia, como Corea del Norte. No obstante, estas acciones tienen un impacto limitado en la dinámica a largo plazo del conflicto, especialmente ante la posibilidad de que Donald Trump revierta muchas de estas políticas cuando se instale en la Casa Blanca en 2025.
Los acuerdos de Minsk: un intento fallido de paz.
Antes de la escalada del conflicto en 2022, los acuerdos de Minsk, negociados en 2014 y 2015 tras la anexión de Crimea por Rusia y los enfrentamientos en el Donbás, representaron un esfuerzo clave para estabilizar la región. El primer acuerdo, Minsk 1, buscaba un alto el fuego inmediato, pero fracasó debido a incumplimientos por ambas partes. Minsk 2, firmado en febrero de 2015 bajo la mediación de Francia y Alemania, incluyó medidas más detalladas como la descentralización del poder en Ucrania y elecciones locales en las regiones separatistas de Donetsk y Lugansk. Sin embargo, estos acuerdos nunca se implementaron completamente. Rusia y Ucrania se culparon mutuamente de violaciones constantes al alto el fuego, mientras que Occidente y Moscú mantuvieron posturas irreconciliables sobre la soberanía ucraniana y el estatus de los territorios ocupados. El fracaso de estos acuerdos demuestra la necesidad de un compromiso internacional más sólido y la voluntad política de ambas partes para priorizar la paz sobre sus agendas estratégicas.
La amenaza nuclear y la urgencia de desescalamiento.
La reciente doctrina nuclear aprobada por Putin agrava aún más la situación. Este marco permite el uso de armas nucleares como respuesta a ataques convencionales que amenacen la soberanía de Rusia o de Bielorrusia, marcando un peligroso precedente en un conflicto ya de por sí explosivo. La combinación de armas de largo alcance, como los misiles HIMARS y ATACMS, con esta nueva doctrina nuclear, crea un riesgo real de conflagración nuclear.
En este contexto, el acuerdo sobre la no proliferación de armas nucleares, firmado por 122 países el 7 de julio de 2017, cobra una relevancia crucial. A pesar de que los miembros de la OTAN no lo han ratificado, este tratado prohíbe el desarrollo, posesión y uso de armas nucleares, y representa una herramienta esencial para prevenir una catástrofe global. Es imperativo que la comunidad internacional presione a las potencias involucradas para adherirse a los principios de este tratado, evitando así un desastre de proporciones inimaginables.
El rol de las fuerzas sociales y los movimientos por la paz.
Los movimientos sociales y las organizaciones por la paz han jugado históricamente un papel fundamental en la lucha contra el armamentismo y los conflictos bélicos. Ejemplos notables incluyen el movimiento antinuclear durante la Guerra Fría, que fue crucial para presionar por tratados como el de No Proliferación de Armas Nucleares en 1968, y las movilizaciones masivas contra la guerra de Vietnam, que cambiaron la narrativa pública sobre la legitimidad del conflicto. De igual manera, las protestas globales contra la invasión de Irak en 2003 demostraron la capacidad de los ciudadanos para cuestionar decisiones militaristas impulsadas por los gobiernos.
Hoy, frente al conflicto entre Rusia y Ucrania y ante la incapacidad o ausencia de voluntad política de los líderes mundiales para frenar la escalada del conflicto, estos movimientos tienen el desafío de movilizarse nuevamente a nivel global para presionar por la desescalada y el diálogo. Organizaciones feministas, que han sido históricamente claves en la promoción de la paz y la justicia social, junto con colectivos ambientalistas y pacifistas, deben liderar campañas que cuestionen la proliferación armamentista y exijan un compromiso internacional para detener el conflicto. Además, deben exigir a los Estados que aún no han ratificado el acuerdo que prohíbe las armas nucleares que lo hagan, fortaleciendo así un marco global para el desarme y la prevención de catástrofes nucleares.
Estos movimientos son esenciales para cambiar la narrativa de los gobiernos y medios de comunicación, que a menudo legitiman las guerras como respuestas inevitables. Su capacidad para incidir en la opinión pública y construir alianzas transnacionales puede ser el motor que impulse a los líderes mundiales a priorizar la negociación sobre la confrontación.
Reflexión final.
Es fundamental que las potencias nucleares, incluyendo a Estados Unidos y Rusia, vuelvan a sentarse en la mesa de negociaciones y adopten medidas inmediatas para desescalar el conflicto. Esto no solo implica detener el envío de armamento avanzado, sino también fomentar un diálogo genuino que permita abordar las preocupaciones legítimas de todas las partes. De lo contrario, el riesgo de una tercera guerra mundial o un incidente nuclear accidental continuará creciendo, con consecuencias devastadoras para la humanidad. La movilización de los movimientos sociales, como lo han demostrado momentos clave de la historia, será decisiva para evitar que la humanidad tome un camino de no retorno.
Jaime Gómez Alcaraz, Analista de política internacional
Foto tomada de: La Razón
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