Luego de la borrasca, la coalición de la Esperanza ha vuelto a la calma, apenas con el tiempo suficiente para recuperar la credibilidad, de cara a las consultas del 13 de marzo.
Primero,fueron las críticas intempestivas de Ingrid Betancourt, teñidas de un extremismo moralista, contra Alejandro Gaviria, al sindicarlo de que dejaba que el lobo se metiera al rebaño”, el lobo de las maquinarias clientelistas, quería decir. A renglón seguido, el ex- ministro cuestionado se dejó venir con una salva de ataques de grueso calibre, señalando a su contrincante de “ hipócrita “ y “ oportunista “. Las caracterizaciones ríspidas y los calificativos rijosos volaron de un lado para el otro. El debate entre amigos ( qué tal que fueran enemigos) quedó convertido en un baile disonante de insultos y recriminaciones, que ponían en entredicho la identidad misma de la coalición.
El choque inesperado dañaba sin duda el sentido de renovación y unidad que los miembros de esta alianza pretendían ofrecer.
Y, sin embargo, la pronta partida de Ingrid, su abandono del propósito colectivo,facilitó el hecho de sortear la turbulencia para que la nave retomara la estabilidad del vuelo, aunque sin la velocidad adecuada.
Quizá esa deserción haya terminado siéndole útil a ambas partes, a la precandidata que se fue y a la propia alianza que sobrevivió. De creerle a la última encuesta del CNC, Ingrid comenzó a repuntar individualmente con un 7%( si bien es cierto Yanhass le pone el 2%), mientras la coalición aparece con un decoroso 22%, lo que la mantiene como una segunda opción, frente al Pacto Histórico, respaldado por un cómodo 30%.
En realidad, Betancourt nunca debió ingresar a esa alianza, a la de la Esperanza; de hecho, a ninguna. No cabía. Ella se siente incómoda en cualquier formato;y por otra parte molesta a los demás.
Desde luego, es fácil decirlo, una vez pasó la inusitada riña. Post festum, resulta confortable adivinar lo que viene, mejor dicho lo que ya pasó. No obstante, un poco de astucia, de parte de políticos curtidos, como los socios de esa alianza, no hubiera estado de más para prever lo que sobrevendría.
La Coalición Mínima Vencedora.
En la conformación de una coalición interviene, como un factor decisivo, su composición numérica. En ella surge,por la inercia de las cosas, un punto de equilibrio entre el conjunto, agregado de componentes; y,por otro lado,el control del proyecto; o sea,el manejo del esfuerzo mancomunado.
Siempre hay que sumar para ganar, es obvio; solo que también es una ley de la conveniencia, la acción de limitar la cantidad de miembros, para una mayor eficacia en el manejo del triunfo; además para que el poder no se vaya a fraccionar peligrosamente, en caso de que sean muchos los dueños de la victoria.
A este propósito, William Riker, un politólogo experto en la teoría de los juegos, acuñó la expresión “ coalición mínima vencedora”. A esta última se llega con un crecimiento de aliados hasta un tope, después del cual, comienzan los efectos “ perversos” de la suma, los retrocesos no queridos; por ejemplo, los electores que se pierden; o en todo caso, la llegada de una eficiencia proporcionalmente negativa, en el sentido de que pesen como un lastre las nuevas membresías,sin que por otra parte aumenten las posibilidades de más votos o de conquistar el poder.
No hay que olvidar sin embargo que también los factores cualitativos influyen en el destino de las alianzas. Factores, entre los cuales están: el liderazgo,dimensión en la que cuentan la personalidad de los dirigentes, su ambición e igualmente su estilo; así mismo, la construcción programática, proceso que deja un camino con huellas comunes; finalmente, las distancias ideológicas, que inciden en el grado de polarización interna. Son todas ellas razones por las cuales casi siempre los responsables de una coalición introducen elementos como la emoción y el interés colectivo,casi como si se tratara de actos de fe, para mantener la unidad a toda costa; o también las restricciones, suerte de prohibiciones, líneas rojas, infranqueables por sus miembros.
Entre los coaligados de la Esperanza no se había consolidado un sistema de reglas bien definido; sobre todo el código de restricciones; de modo que el colectivo pudiese solventar las tensiones que surgieran entre sus nuevos miembros, como en efecto sucedió, con Ingrid Betancourt y Alejandro Gaviria, cuyas concepciones y sus aspiraciones podrían estremecer el sentido renovador del proyecto en ciernes, la una por el fundamentalismo en sus “ cancelaciones “ y el otro por su laxitud en la búsqueda de adhesiones, no necesariamente contaminadas de corrupción, pero sí con unos perfiles borrosos en la línea perseguida de un cambio.
Fortalezas y debilidades
Las desavenencias resultaron más intensas y visibles que la perspectiva de un proyecto compartido,fenómeno que se traducía en un inconveniente nada favorable para su viabilidad.
Con todo, esta coalición ha gozado de la ventaja que le proporciona el hecho de haberse ubicado creíblemente en lo que sus jefes llaman el “ centro “, zona del espacio político, en el que se mueven franjas extensas del electorado; y no solo porque así lo defiendan sus “ caudillos”, sino porque su experiencia vital así lo atestigua, al menos el de su mayoría.
De esos segmentos de votantes podría extraer la energía para posicionarse muy bien en la competencia para la primera vuelta presidencial, una vez vea resuelta la incógnita de quién será su candidato oficial.
Por cierto, un candidato, que sea capaz de elaborar un programa claro de transformaciones y que esté en condiciones de reinventarse, apropiándose de un halo de genuino reformador.
Los factores limitantes, por otro lado, para asumir el desafío de una segunda vuelta presidencial,radican en el propio perfil de sus precandidatos. Fajardo recoge bien el sentimiento nacional contra la corrupción y el clientelismo, pero es impreciso, demasiado gaseoso en sus propuestas e inseguro en el dominio de los grandes problemas por resolver. A su turno, Alejandro Gaviria despliega su conocimiento sobre los problemas inmediatos del gobierno, pero no los integra en un aliento de transformación global. Por último, Juan Manuel atrapa lo que significa el legado de su padre, pero no consigue recoger una identidad cierta que lo relacione con cambios concretos en la agenda nacional. De esa manera, cualquiera de ellos competiría desventajosamente en una segunda vuelta, en el propósito de capturar la imaginación y la emoción del público, frente a un Gustavo Petro especialmente sintonizado con las inclinaciones de este último.
Claro está que ahora mismo la coalición de la Esperanza, muy tibia a los ojos de la izquierda pero demasiado sibilina y vacilante en opinión de la derecha, debe superar a su competidor más inmediato, al “ enemigo” directo; o sea, al Equipo por Colombia,antes coalición de la Experiencia, cuyo candidato podría recibir una votación oculta proveniente del uribismo, en un impulso por llegar a la segunda vuelta, la definitiva.
Ricardo García D
Fuente: El Colombiano
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