La jugada de los corruptos es clara: no dejar que la consulta pase, de modo tal, que puedan en sus manos, y votar libremente en el legislativo, las reformas de sus salarios, de sus inasistencias y de todas sus malas praxis (contratos a dedo, financiación ilegal), pero con el bonito y adornado nombre de “reforma anticorrupción”. Con esto ganan dos batallas principales: la primera, que consiste en mantener las cosas tal como están (salarios altos para ellos, pocos controles, una Fiscalía lo más amañada posible y a favor de ellos).
La segunda es quitarle la bandera de la lucha contra la corrupción a los partidos y movimientos más progresistas. En efecto, si la consulta cae y ellos, desde el gobierno, presentan su propia reforma, obligarán a la oposición a votar bajo sus reglas. Si votan en contra, usarán ese voto para hacer campaña contra ellos y “mostrar” que “todos los políticos son iguales de corruptos, pero con banderas distintas”. Para eso están los medios de comunicación. Ahora, si votan a favor de la propuesta de Duque, jugarán a “evidenciar” que la consulta no hacía falta (lo cual es un retroceso democrático, al no confiar en votaciones democráticas populares) y que la oposición es, o blanda, o está bien controlada.
Resumo: la estrategia del partido de gobierno, el Centro Democrático y, por supuesto de Duque, se basa en llevar la lucha contra la corrupción a su terreno de juego, terreno en el que juegan todos los corruptos (véase no sólo el legislativo, sino también los apoyos logrados en la segunda vuelta presidencial).
Sin embargo, esta estrategia revela algunas debilidades explotables.
Su primera gran debilidad son las urnas, o dicho de otro modo, la participación ciudadana directa. En efecto, a pesar de la remanente división de la oposición (Alianza Verde y Progresistas), es cierto que nunca habían estado tan unidos en una sola causa, y nunca habían obtenido tanto apoyo popular (véase, una vez más, la segunda vuelta presidencial). Además, el índice de participación ciudadana está teniendo una tendencia creciente y un candidato de izquierda nunca había obtenido tan buenos resultados en unas presidenciales.
La tendencia de estas variables abre la posibilidad de poder ganar la consulta anticorrupción. Una victoria en este campo sería una gran derrota para los políticos tradicionales y la cúpula del uribismo (los cuales están íntimamente relacionados), en el sentido en que indicaría, casi que, por unanimidad, que la población colombiana no soporta más la idea de la corrupción y el engaño. En un escenario como éste, los políticos tradicionales tendrían que jugar en una situación desconocida para ellos, en la cual la ciudadanía ya no responde a sus mentiras. Enaltecería la política después de décadas de fango institucional. Sería la primera vez en décadas que el pueblo colombiano les diga a sus dirigentes: “¡Ya basta! No nos tragamos ese cuento que nos venden”.
Y en efecto, ese relato ha mostrado ser cada vez más un problema para el nuevo presidente electo. Duque no sólo ganó por el apoyo de su partido, sino también por haberse mostrado como una “cara amable” de éste. Ganó también por un voto que temía la “venezolanización” de Colombia, y como una salida medianamente “moderada” a este fenómeno inexistente llamado “castrochavismo”. Sin contar con las innumerables mentiras lanzadas contra sus opositores, y el discurso contra la “impunidad” que se supone brinda el Proceso de Paz entre el Estado Colombiano y las Farc.
Frente a la consulta anticorrupción, los argumentos contra este último, contra las mismas Farc, contra el “castrochavismo” y la “venezolanización” de Colombia pierden mucha fuerza, e incluso, pueden ser usados para votar a favor de ésta. En efecto, el gran mal de Colombia y Venezuela es el uso de la administración pública a favor de unos intereses privados, la corrupción.
Duque ganó las elecciones con apoyo de muchos corruptos, y con muchas mentiras abiertas. Una de las primeras que ha salido a flote hace poco ha sido el tema de la reforma tributaria, la cual pretende aumentar la base gravable poniendo a tributar a gente con menos recursos, y reduciendo los impuestos a las grandes empresas. Él mismo dijo explícitamente que iba a bajar los impuestos y así, incrementar el ingreso disponible de la clase media. Hay muchas otras mentiras que han rondado su discurso de campaña, y ese beneficio de la duda puede ser suficiente para pensar que Duque no está rodeado necesariamente de personas honradas o paladines de la honestidad (véase Odebrecht, o el lavado de dinero para PDVSA del esposo de la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez, por no ir más lejos).
Y además, no votar en la consulta, esperando que Duque presente sus propuestas en el legislativo abre un contra-argumento importante: existe un conflicto de intereses si se deja que los directamente afectados por la medida decidan el futuro de sus salarios, de sus robos y sus mordidas. Nadie vota en contra de sus propios intereses, a menos que no tengan poder sobre éstos. Y los legisladores de este país, si se les deja votar sin restricciones, votarán a favor de mantener las cosas como están, o que cambien poco. Ganar la consulta les obliga a acatar lo que ésta dice: reducción de salarios, limitación de mandatos, transparencia en la contratación, etc.
Independientemente de nuestra orientación política, todos nos hemos quejado de la corrupción en el Estado. De esos congresistas irrespetuosos que ignoran o no van a los debates. De esos que se duermen en sus sillones, cobrando millonadas de dinero. De esos que legislan camuflando apartados en las leyes para sacar provecho personal. Sin importar las ideas que tengamos, merecemos una política institucional más digna. Y no existe, ahora mismo, discurso más transversal que erradicar la corrupción. Este 26 de agosto, los colombianos tenemos la oportunidad de darle un duro golpe, en el terreno de juego que ellos menos controlan. Ayudemos, con buenos argumentos, que la lucha contra la corrupción sea lo que más nos una, y tratemos de ganar esas batallas, como mínimo, en los espacios que menos poder y control tienen los corruptos: en las urnas, en la calle y en nuestra cotidianidad.
Jorge Iván Espitia Londoño
Foto tomada de: latinoamericanpost.com
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