La noticia del triunfo, aunque apretado, desató la alegría del pueblo que se convirtió en la gran fiesta del júbilo, con el grito libertario que desbordó las calles en pueblos y ciudades de todo el país. Así quedó registrado en miles de videos y millones de mensajes que circularon por redes sociales. La mediática se limitó a registrar la noticia del resultado electoral.
Es indudable que lo que el pueblo celebró fue la derrota del mal gobierno de Uribe-Duque y sus políticas económicas neoliberales, antipopulares, desconocimiento de los acuerdos de paz, de tratamiento violento y criminalización de la protesta social, protección de los intereses de las grandes corporaciones económicas, nacionales y extranjeras, de connivencia con los carteles de narcotraficantes colombianos y mexicanos y sus secuelas de hambre, pobreza, desempleo, persecución y asesinato de líderes y lideresas sociales, sindicales, ambientales, violación de los derechos humanos y el desplazamiento masivo de la población azotada por las múltiples violencias que flagelan dichas poblaciones, incluida la de las fuerzas armadas estatales.
Mención especial merece la derrota del expresidente Uribe, cabeza visible del partido Centro democrático de extrema derecha y los partidos aliados que sustentaron el pésimo gobierno del subpresidente Duque. Pero también y claramente, producto de la degradación a la que acciones criminales, como la creación de grupos paramilitares, desapariciones forzadas, falsos positivos, enriquecimiento ilícito, eliminación de derechos y garantías de la clase trabajadora, alianzas con las mafias del narcotráfico, persecución y asesinato de líderes y lideresas de la oposición y los movimientos sociales, etc. sucedidas durante sus gobiernos; amén del rechazo a su régimen autoritario de seguridad democrática y su política neoliberal de la confianza inversionista; además, de la impunidad que ha disfrutado por años prodigada por las cúpulas del aparato judicial a su servicio.
Su declive quedó sellado por tres derrotas consecutivas en un solo proceso electoral, la del candidato impuesto a su partido, Oscar Iván Zuluaga, la del incapaz candidato de sus preferencias, alias Fico Gutiérrez, eliminado en la primera vuelta y la del amigo y socio comercial de sus hijitos, Rodolfo Hernández, a quien decidió apoyar desde la penumbra para no afectarlo con la carga de su desprestigio.
La alianza de todos los partidos y los medios masivos de comunicación del establecimiento, no solo desató la desaforada guerra mediática cargada de calumnias y falsas noticias para desprestigiar y liquidar al candidato del Pacto histórico, sino que, junto con sus bodegas y plataformas virtuales, desarrollaron un efectiva estrategia de masificación de la figura del candidato Rodolfo Hernández, como un hombre bonachón, carismático, patriarcal, exitoso empresario, honrado, que prometía acabar con “la robadera” de políticos tradicionales y corruptos, con quienes no haría ningún tipo de alianzas para llegar a la presidencia.
Pero muy pronto, en medio de las sencillas, efectistas y superficiales frases de Tik -Tok que sus estrategas le hacían repetir como loro durante su campaña, salió a flote su verdadera catadura de político corrupto, tramposo, autoritario, patán, agresivo, machista, racista, hipócrita, mal hablado y su talante antidemocrático exhibido durante su ejercicio como alcalde de la ciudad de Bucaramanga, de la cual le quedó un juicio penal por corrupción en la contratación de tratamiento de basuras, en etapa avanzada, por el que tendrá que responder. Su discurso anticorrupción fue desvirtuado, pues los 10.6 millones de votos que obtuvo, cifra nada despreciable, fueron producto de la votación que le aportaron los partidos históricos del clientelismo, la corrupción y la mafia gobernante.
La mayoría de los partidos del establecimiento, rápidamente asimilaron la derrota, acudieron al llamado a la unidad nacional planteado por el presidente electo y “adhirieron” al programa de gobierno propuesto por el nuevo presidente de la República, “dispuestos” a hacer acuerdos para garantizar la gobernabilidad y aprobar las grandes reformas propuestas por el nuevo gobierno. La propuesta del diálogo nacional del presidente electo estará bien orientada si se concretan los acuerdos necesarios para hacer realidad las reformas prometidas en campaña. Pero, se corre el riesgo de que a la hora del debate democrático en el congreso primen los intereses del establecimiento y sus voceros, recién llegados al nuevo acuerdo, tratarán de boicotear o minimizar las reformas reales para convertirlas en medidas que todo cambian para que todo siga igual. Debe ser en el debate público y la movilización popular, en sintonía con el gobierno de Petro y Francia, el escenario en el cual se defienda el programa de reformas que eligieron las mayorías para impedir que los contenidos reales de las mismas sean cambiados.
La victoria de Gustavo Petro y Francia Márquez, es el triunfo del pueblo colombiano y su lucha para parar la guerra y emprender el camino de la paz, en dirección a reactivar el acuerdo de la Habana, reiniciar los diálogos con el ELN y las disidencias de las FARC. Para hacerlo realidad, como sugiere el profesor Ricardo Sánchez, “se requiere el desmantelamiento del paramilitarismo y la parapolítica, que tiene una indudable matriz en los políticos y las Fuerzas Armadas, con su doctrina y sus redes de poder corporativo”. Superar el hambre, el desempleo y la pobreza extrema son tareas urgentes, que no dan espera, que el pueblo apoyó y serán exigencia popular al nuevo gobierno. Igualmente, son inaplazables la media pensión anunciada para los tres millones de ancianos en estado de pobreza y el auxilio prometido para las madres cabeza de familia con hijos menores de siete años.
La anunciada reapertura de relaciones diplomáticas y comerciales con Venezuela ha sido bien recibida por la población fronteriza de ambos países, que tendrán la oportunidad de recuperar sus históricas relaciones económicas, sus lazos familiares y culturales y de poner fin a la pesadilla injerencista y guerrerista que las ha mantenido al filo de la guerra. Su llamado a la unidad latinoamericana para construir nuevas relaciones con el país poderoso del norte, en condiciones de igualdad, significa el retorno al imperio del derecho internacional de la paz, el multilateralismo y el respeto a la soberanía nacional y la derrota al injerencismo y el unilateralismo del poderoso país del norte, en la acertada dirección a la superación de la política de mirar hacia la estrella polar practicada por el establecimiento durante siglos.
En lo que hasta ahora se ha conocido, de los nominados y nominadas a la conformación del gabinete ministerial del presidente Gustavo Petro se percibe un sabor agridulce, pues en su composición hay voceros del establecimiento y del consenso de Washington, como Los nominados ministros José Antonio Ocampo de Economía, Alejandro Gaviria de Educación; Cecilia López de Agricultura y Luis Gilberto Murillo de Minas, que tienen antecedentes de haber sido ministros de los gobiernos neoliberales y corruptos de Cesar Gaviria, Ernesto Samper y Juan Manuel Santos.
Pero también están los representantes del programa del Pacto Histórico, como Francia Márquez al Ministerio de la Igualdad, Patricia Ariza, ministra de Cultura, Susana Muhammad, ministra de Medio Ambiente y Carolina Corcho, ministra de la Salud. Voceras de los nadies y las nadies, de los movimientos feministas, LGBTIQ+, de la clase trabajadora, campesina e indígena, de la población afrodescendiente, de los movimientos sociales, ambientalistas y de los derechos humano, de los trabajadores de la salud, de trabajadores del arte, el teatro alternativo y la cultura y de todas los movimientos y partidos que desde los movimientos progresistas y de izquierda concurrieron a la lucha por el cambio.
Solo la acción coordinada de la bancad progresista, el diálogo nacional, el debate público, el control social y la movilización, podrán impedir que el acuerdo de unidad nacional que lidere el gobierno se convierta en la nueva versión del Frente Nacional que recompuso el orden burgués, con su partido del orden y ejerció el poder durante décadas, sustentado en su política de muerte, violencia, miseria y exclusión.
José Arnulfo Bayona, Miembro de la Red Socialista.
Foto tomada de: ambito.com
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