Los dos escenarios que concurren; mejor, que se yuxtaponen, son el de la participación de los votantes para conformar el Congreso de la República -Senado y Cámara-, una elección central, como podría suponerse. Y en segundo lugar, el de la realización de Consultas intrapartidistas, un poco a la manera de las primarias en los Estados Unidos, para que los partidos designen a los candidatos presidenciales, escogidos democráticamente entre una serie de pre-candidatos que compiten por el favor de los militantes y adherentes; en el caso colombiano, por el favor de todos los electores, dada la naturaleza abierta de la convocatoria en las urnas.
Ahora bien, ya que no hay partidos con una anatomía bien perfilada, las consultas operan preferentemente para las coaliciones, esas alianzas de dirigentes o activistas que, dotados de un proyecto común o no, se ponen de acuerdo para postularse ante los electores a fin de determinar quién es el candidato ungido, al que los demás apoyarán. La autorización dada por la ley en el sentido de que haya consultas no solo al interior de un partido, sino con otros aspirantes externos, ha provocado este fenómeno, una oportunidad para que los pequeños grupos gocen de mayor participación, solo que también se transforma en un factor que aplaza la construcción de grandes partidos.
En todo caso, tratándose apenas de consultas, se han convertido sin embargo en una competencia especialmente atractiva, en un espacio en el que se juegan cartas decisivas; mucho más que las que están sobre la mesa en las listas para Congreso. Estas se ven afectadas por una especial dispersión, sin que además estén acompañadas por liderazgos o controversias particularmente vistosas, de modo que pudiesen capturar la imaginación de los ciudadanos y la atención de los medios de comunicación. Quizá, porque para estos en las elecciones de Congreso no se definen las grandes soluciones que la nación requiere.
Lo real es que Congreso y consultas suponen lógicas distintas, fenómenos de representación diferentes; sin importar si en ambos espacios participan los mismos ciudadanos; los que de todas maneras se movilizan bajo esquemas de participación no exactamente iguales.
Para decirlo de una vez: en las elecciones para Congreso se impone la fuerza de los partidos organizados e impera la forma como ellos construyen los lazos de la representación, básicamente clientelistas. En cambio, las consultas son escenarios que atraen con mayor intensidad a los votantes de opinión, sobre todo a los simpatizantes de movimientos alternativos; en general, a los ciudadanos con una identidad menos conservadora.
De esta manera, las consultas podrían generar un escenario más proclive a la configuración, después del 13 de marzo, de candidaturas relativamente independientes e incluso alternativas o de oposición.
Entre tanto, el Congreso ofrecerá la reproducción de una plataforma de representación en la que predominen los partidos convencionales, los más tradicionales y defensores del estatus quo; cuyo bloque, de todas maneras, no significará una mayoría hegemónica, dado el ascenso relativo que experimentarán los movimientos surgidos de las consultas.
Es muy posible que quede atrás la época de las coaliciones hegemónicas. Pero también, que haya un candidato presidencial, ganador en la segunda vuelta, de un signo ideológico y político contrario al de las mayorías parlamentarias, situación que podría representar un paso hacia el pantano de una ingobernabilidad por la división entre legislativo y ejecutivo; o, en términos cooperativos, que se abra la posibilidad de una cohabitación entre fuerzas disímiles.
Ricardo García Duarte
Foto tomada de: Revista Semana
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