La primera imagen que vino a mi pensamiento fue que ese presidente parecía el vivo retrato de Tío Rico, como llamábamos en español a Scrooge McDuck, familiar directo de El Pato Donald. Este personaje legendario de las tiras cómicas es quizás una de las representaciones más precisas del modelo de hombre exitoso: audaz, obstinado y profundamente convencido de que la acumulación de riquezas define su lugar en el mundo.
La segunda imagen fue la escena televisada del asesinato del presidente Kennedy. El 22 de noviembre de 1963, es decir, 60 años y ocho meses antes, el presidente John F. Kennedy fue asesinado en Dallas, Texas. Desfilaba en un automóvil descapotable junto a su esposa Jacqueline cuando, desde el sexto piso del Texas School Book Depository, Lee Harvey Oswald disparó tres veces: el primer tiro falló, el segundo hirió a Kennedy en la espalda y el tercero impactó fatalmente en la cabeza del presidente. Su esposa, en estado de shock, intentó ayudarlo mientras la limusina aceleraba hacia el Hospital Parkland, donde Kennedy fue declarado muerto a la 1:00 p.m.
La tercera imagen que ocupó mi mente fue otro crimen. El 8 de diciembre de 1980, frente a la entrada del edificio Dakota, en Nueva York, John Lennon fue asesinado por Mark David Chapman. Más temprano ese día, Chapman había obtenido un autógrafo de Lennon y, horas después, esperó fuera del edificio hasta que el músico regresó junto a Yoko Ono. Cuando cruzaban hacia la entrada, Chapman, con frialdad, disparó cinco veces con un revólver Charter Arms .38, impactando a Lennon cuatro veces en la espalda. Gravemente herido, Lennon fue trasladado al Hospital Roosevelt, donde fue declarado muerto.
Es difícil entender por qué mi mente conecta estas imágenes. ¿Qué hilo invisible une dos crímenes que viví con tristeza? Tal vez la respuesta esté en las propias palabras de Lennon, quien siempre fue consciente del peligro que lo acechaba. En 1975, en una entrevista, reflexionó sobre el riesgo en Estados Unidos:
“Lo que me preocupa es que un día vendrá un estúpido, y sabe Dios qué pueda pasarme. Una vez estábamos en Texas durante una gira americana, y el avión recibió varios disparos. Puede que fuera un novio celoso u otra cosa. Pero en América nunca se sabe. Siempre con sus pistolas, como una pandilla de cowboys. Piensan que las pistolas son una extensión de sus brazos.”
Sus palabras, cargadas de ironía y verdad, resuenan hoy como un eco doloroso de su propio destino.
No puedo evitar pensar que el atentado contra Bang Trump es otro de esos hechos violentos que suceden a diario en el Lejano Oeste. Uno más, aunque esta vez el asesino falló, algo difícil de imaginar en un país con el mayor número de armas en manos de ciudadanos. Difícil de imaginar, sí, pero no tan difícil de creer en un mundo en donde reina la mentira.
Me dejo llevar por la imaginación y retrocedo en el tiempo, buscando referentes que muestren la hegemonía de Estados Unidos. Pienso en el Imperio Romano, en su dinámica y fuerza imperial, y recuerdo a dos de sus emperadores: Nerón y Calígula. Ellos encarnaron los excesos y la desconexión con su sociedad, simbolizando una Roma que, aunque seguía siendo hegemónica, ya mostraba signos de decadencia interna. De manera similar, Estados Unidos, como imperio moderno, domina cultural, económica y militarmente, pero enfrenta desafíos internos como la polarización política y la creciente desigualdad, que amenazan su estabilidad.
El dólar y el inglés son al Imperio estadounidense lo que la moneda romana y el latín fueron al Imperio Romano: herramientas fundamentales de hegemonía. El dólar, como moneda de reserva mundial, y el inglés, como idioma universal, proyectan poder económico y cultural, unificando y controlando un mundo interconectado. De manera similar, la moneda y el latín consolidaron el dominio romano, actuando como símbolos de estabilidad y autoridad. Ambos imperios utilizaron estas herramientas no solo para facilitar el comercio y la comunicación, sino también para reforzar su influencia global, aunque su eficacia depende siempre de mantener la fortaleza interna que los respalda.
¿Cómo evitar que la guerra económica y cultural empuje al planeta hacia una tercera guerra mundial? ¿Es Trump un Nerón moderno dispuesto a incendiar el planeta? ¿Se reconoce como la cabeza de este imperio contemporáneo? ¿Sería capaz de proponer a su perro como guardián protector de la comunidad donde aseguró que los inmigrantes se comían las mascotas? ¿O tal vez de nombrarlo cónsul en Haití, como hiciera Calígula con su caballo Incitatus?
La incertidumbre es la emperatriz que abraza con fuerza a Trump, el emperador moderno. No parece saber hacia dónde ir, pero sí parece conocer el camino. ¿Podrían los dos centímetros de oreja que perdió en el atentado reducir aún más su capacidad para escuchar al mundo?
¿Cómo evitar que la guerra económica y cultural empuje al planeta hacia una tercera guerra mundial? ¿Es Trump un Nerón moderno dispuesto a incendiar el planeta? ¿Se reconoce como la cabeza de este imperio contemporáneo? ¿Sería capaz de proponer a su perro como guardián protector de la comunidad donde aseguró que los inmigrantes se comían las mascotas? ¿O tal vez de nombrarlo cónsul en Haití, como hiciera Calígula con su caballo Incitatus?
La incertidumbre es la emperatriz que abraza con fuerza a Trump, el emperador moderno. No parece saber hacia dónde ir, pero sí parece conocer el camino. ¿Podrían los dos centímetros de oreja que perdió en el atentado reducir aún más su capacidad para escuchar al mundo?
Guillermo Solarte Lindo, Pacifistas sin Fronteras
Foto tomada de: DW
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