El denominado “acuerdo por la paz y una nueva constitución” evacuado por el Legislativo el jueves pasado, publicitado por sus gestores como el verdadero fin de la presencia de Pinochet en la política chilena, como el fin de la transición, ha demostrado con el paso de las horas ser un pacto hecho, precisamente, con aquellos restos.
Así lo ha comprendido el mercado, que tiene generalmente un olfato canino ante estas circunstancias, el gobierno, los medios hegemónicos y, por cierto, todo el sistema político salvo algunas excepciones.
El establishment ha reaccionado con euforia no por un supuesto fin de las revueltas sino por la continuidad, por lo menos en las grandes estructuras, del orden actual. “El modelo”, la bestia que ha dado origen a esta rebelión popular, sobreviviría en una futura constitución.
Hay no pocos argumentos que apoyan esta afirmación. La bolsa de Santiago, que había caído más de quince puntos desde el inicio de las revueltas, saltó de euforia el jueves, el dólar bajó y todas las cúpulas empresariales se sumaron a la invitación de la paz gubernamental con expresiones que daban por superada la crisis y nos invitaban a retomar las actividades cotidianas. Un clima de triunfo ha rodeado a los poderes establecidos, que han clavado el acuerdo parlamentario en el centro del tinglado político.
Al observar un poco de lo sucedido en Chile durante las últimas horas a través de la prensa y las redes sociales, hay ciertos motivos para afirmar que estamos ante un nuevo pacto de las elites. El relato aparecido en la prensa hegemónica sobre los eventos que van desde el martes 12 a la madrugada del viernes 15, ya sea ficción, rumor o especulación, nos aclara un poco la espesura de estos días.
La Tercera titulaba ayer con un titular tremendo, “Las horas en que estuvo en peligro la democracia”, para levantar una narración un poco innecesaria que tiene como objetivo elogiar a todo el sistema político. ¿Doctrina del shock para hacernos temblar?
El pacto final habría salvado no solo al propio Piñera, sino a toda la institucionalidad. Un acuerdo entre la casta política que aprueba una salida pero mantiene al margen a la población. El abismo entre el estado, los poderes y el pueblo se expresa en pleno.
Las generalidades del acuerdo de doce puntos llevaron a todo tipo de análisis e interpretaciones. Ha sido un hito la decisión de cambiar la constitución de 1980, pero también se desata un torrente de dudas por la enorme e insuperable desconfianza de la población en la clase política y en los poderes en la sombra. El mecanismo de elección de los delegados y, en especial el quórum de dos tercios exigido para la aprobación de los artículos, ha levantado intensos debates durante el fin de semana.
No es un debate de expertos y técnicos. Es, y debe ser, un debate político que tiene al menos dos variantes o causas. De partida, es la institucionalidad, el poder constituido, que empuja y canaliza el proceso constituyente. Es el establishment, la clase controladora, el peso de los desequilibrios de poder otra vez expresados en decisiones políticas.
Porque durante las negociaciones del acuerdo no participó nadie, ningún representante, de las organizaciones que están desde hace un mes en las calles. Un acuerdo a puertas cerrada para empujar un proceso acordado por ellos. Ante ello y con el historial de trampas y traiciones, la desconfianza no solo es evidente, sino natural.
La otra causa del rechazo del pacto por sectores del Frente Amplio y el Partido Comunista, y de toda la población movilizada en las calles, es el alto quórum para aprobar artículos constitucionales y el poder de veto otorgado a la minoría.
Cómo se llegará a acuerdos para asuntos tan fundamentales como la paridad de género y el fin del patriarcado, sobre los derechos humanos y sociales, con la concepción del estado, si es unitario, federal, plurinacional, si el sistema político es o no presidencial o si es parlamentario, si se mantiene el senado o si es unicameral.
O en aspectos económicos, qué pasa con el infame sistema de pensiones, con los recursos naturales en manos de capitales extranjeros, cómo protegemos el medio ambiente y los derechos de las otras especies, qué se hace con los tratados de libre comercio ya firmados que atan de manos al Estado.
Será difícil que asuntos tan estructurales para un país se resuelvan, como han dicho quienes defienden el acuerdo, con simples leyes. Un terreno muy incierto en el que estará, sin duda alguna, el lobby de las corporaciones y todo tipo de intereses con sus bases puestas en Wall Street y agencias de inversión internacionales. Ante esta montaña de dudas, y ante la experiencia de la transición, las sospechas con el paso de las horas decantan en certezas.
Hemos visto los primeros efectos del acuerdo, que tiene como objetivo desmovilizar e instalar a la fuerza la normalidad del mercado. Una paz impuesta con la policía cargada de gases y sus proyectiles letales que a las pocas horas ha fracturado al Frente Amplio y aumentado la desconfianza y también la ira de la población movilizada en la clase política. Pero no será lo único.
La historia no se detuvo en Chile pese a los pactos de la transición. Y hoy parece recuperar terreno de forma acelerada. Las elites ya hicieron su movida y la seguirán manteniendo. ¿Y el pueblo? ¡Está en las calles exigiendo dignidad!
Paul Walder, Escritor y periodista chileno.
Fuente: https://www.alainet.org/es/articulo/203363
Foto tomada de: Clarín
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