¿El remedio? Poner fin a esa tolerancia imponiendo de inmediato a la mayoría de los países un arancel común del 10% y aranceles “recíprocos” más elevados a un grupo seleccionado de los mismos, encabezado por China, a la que le impuso un arancel del 34%. En este mismo grupo incluyó, para sorpresa de prácticamente todos los analistas a Japón, Corea del Sur y Taiwán, firmes aliados de Washington, e incluso Vietnam que, desde hace más de una década, es un importante socio comercial de esos mismos Estados Unidos con los que libró una guerra devastadora en los años 60/70 del siglo pasado. La respuesta a este enigma no tardó en llegar. La idea de Trump era la de forzarlos a una negociación en la que, a cambio de no imponerles altos aranceles, ellos se comprometían a reducir significativamente su comercio con China. Lo mismo que, les está exigiendo a México y Canadá en las negociaciones de la subida de los aranceles a un 25%
A Japón pretendía exigirle más: que se abstuviera de una venta masiva de los bonos del tesoro de los Estados Unidos que obran en su propiedad. Japón es el mayor tenedor de dichos bonos del mundo y una venta súbita de esa magnitud podría causar una devaluación catastrófica del dólar y por ende de la deuda contraída por los tenedores de bonos norteamericanos en el mundo entero. En una coyuntura en la que el desplome de las bolsas de valores de todo el Occidente colectivo, iniciado el viernes negro del 29 de marzo, ponía al sistema bancario y a los grandes inversores en una situación crítica, por decir lo menos.
El motivo real de esta agresiva política arancelaria no es, como proclama Trump, hacer justicia impositiva, sino obligar al resto de los países del mundo a unirse a su arremetida contra China. Él es consciente de que no puede consumar su estrategia de re- industrializar su país si antes no elimina la competencia china. Que es actualmente “el taller del mundo” y que está por lo tanto en capacidad de ofrecer al mercado mundial mejores productos y de menores precios de los que ofrece Estados Unidos, actualmente y en un mediano plazo por lo menos. La re- industrialización no es una operación mágica que ocurre de la noche a la mañana, toma un tiempo que puede ser aprovechado por China para agrandar su cuota en el mercado mundial de productos industriales. Y mejorar aún más su actual superioridad científico- técnica. En 2021, China era propietaria de un millón cuatrocientas mil patentes mientras que Estados Unidos lo era de un poco más de 200 mil. Ese mismo año, China dominaba 57 de los 60 sectores de alta tecnología.
De allí que Trump no solo pretenda excluirla de los beneficios que le reporta sus exportaciones al mercado norteamericano, imponiéndole aranceles exorbitantes, sino que también pretende excluirla de los mercados de materias primas del Sur global. En este punto el caso de Vietnam resulta elocuente. Inmediatamente después de que Trump presentara su lista de países a los que elevaría sustancialmente los aranceles, que incluía al que fuese su enemigo mortal, un comentarista peruano le dijo a su audiencia que los aranceles a Vietnam abrían una ventana de oportunidad al Perú. “Como ellos ya no podrán vender su café en Estados Unidos, nosotros podemos vender en mucha mayor cantidad el nuestro”.
Se comprende entonces porqué China respondió de inmediato. Al día siguiente del “Día de la liberación” anunció que impondría un arancel del 34% a todas las importaciones procedentes de Estados Unidos y que impondría restricciones a la exportación a dicho país de las tierras raras. China controla el 80% de la producción de unas tierras de las que depende absolutamente toda la industria electrónica, desde el encendido de los automóviles hasta los microchips indispensables para el funcionamiento de prácticamente todo el armamento utilizado por las fuerzas armadas norteamericanas. Trump, sin embargo, no se dio por enterado de los peligros representados por los nuevos aranceles chinos y su amenaza de cortar el suministro vital de tierras raras. Por el contrario, se envalentono y anunció que, en respuesta la decisión china iba a subir los aranceles hasta el 84 %. Cuando supo que los chinos harían lo mismo y que además suspendían la compra de dólares y anunciaban la venta masiva de bonos del tesoro estadounidense, reaccionó enfurecido, anunciado que subiría los aranceles a China hasta ¡el 125% ¡
Y llegó a tal punto su delirio que, en la noche del martes de esta misma semana, largó un discurso en una cena del Comité republicano en Washington, en el que se ufanó de los supuestos logros obtenidos con la subida de aranceles: “hemos recaudado 2.000 millones de dólares”. Añadió que esos millones de dólares “los pagarán los chinos y no nosotros”, pasándose por la faja el hecho de que esos aranceles no los pagan los productores chinos sino los importadores norteamericanos. Remató la faena afirmando que él era tan buen negociador que 75 países se disponían a ir a Washington a “besarle el culo”. Todo el mundo se horrorizó, empezando por sus asesores, que esa misma noche o en la mañana del día siguiente le exigieron cordura. Por lo que no tardó en hacer pública una declaración en la que afirmaba que la entrada en vigor de todos los aranceles anunciados se aplazaba 3 meses, con la excepción del arancel del 10 % previsto para todas las importaciones.
Ignoro si en esos meses conseguirá lo que en esta semana pretendía conseguir. Sí sé que Trump ha hecho un ridículo monumental.
Carlos Jiménez
Foto tomada de: The New York Times
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