Para Botero sería mejor utilizar los $1,2 billones que el gobierno ha propuesto destinar a jóvenes para que adelanten labores en favor de la paz a financiar anualmente a 3.000 emprendedores que a su vez generarían una cantidad enorme de empleos. Si dividimos $1,2 billones entre $40 billones, nos da no 3.000 sino 30.000 emprendedores, una cifra aún más significativa.
Siguiendo la lógica de Botero, si se destinaran los $20 billones de la reforma tributaria a financiar emprendedores de a $40 millones cada uno, se podría apoyar entonces a 600.000 emprendedores. Y así sucesivamente, podríamos seguir soñando.
El razonamiento de Botero es de un simplismo que solamente puede ser entendido por su afán de criticar sin fundamento y su ansia de estimular la ilusión de crear de la nada miles de emprendedores. No conozco la historia del señor Buñuelo. Seguramente hay muchas historias parecidas de negocios que comienzan con capitales pequeños y logran un crecimiento enorme. Pero son apenas un puñado. Es como la lotería, son muy pocos los que la ganan, pero millones la compramos por la ilusión de volvernos ricos. Botero está tan entusiasmado con encontrar estos compatriotas ejemplares que muestran las bondades del capitalismo, que piensa que basta con comprar el billete de $40 millones para ganarse la lotería.
Miles, quizá cientos de miles de compatriotas (no tan ejemplares) comparten la ilusión de Botero e invierten todos los años sus ahorros, las cesantías y préstamos de diferente naturaleza, en pequeños negocios con la esperanza de triunfar y convertirse en otro Señor Buñuelo, en Crepes y Wafles o en el Grupo Aval. Comienzan con una gran confianza, se sienten libres, piensan que están contribuyendo al desarrollo del país y se auto denominan emprendedores que desarrollan emprendimientos.
La mayoría pierde su dinero, como ocurre con los billetes de lotería. O logran subsistir apenas, con un gran esfuerzo, obteniendo un ingreso muy reducido. La gran mayoría de las empresas pequeñas y micro desaparecen antes de cumplir los cinco años.
Pero dentro de esos cientos de miles de emprendedores, algunos triunfan, es decir, se convierten en capitalistas con cierta estabilidad. Crecen y comienzan a vivir del trabajo de los demás, a explotar a otros que no lograron montar emprendimientos. Mejoran su calidad de vida, se enriquecen y son objeto de columnas elogiosas en los periódicos.
Esa gran masa de compatriotas sigue las reglas del capitalismo y su aspiración es convertirse en capitalista. Quieren dejar de ser trabajadores asalariados y pasar a ocupar el lugar de los patronos. Apelan al hecho de que toda suma de dinero dentro del capitalismo es potencialmente capital, es decir, que puede convertirse en capital real mediante la contratación de trabajadores asalariados que elaboren todo el producto y creen la ganancia para los nuevos dueños. Y, evidentemente, se dan circunstancias particulares que permiten que personas provenientes de las clases trabajadoras den el salto y se transformen en capitalistas. Pero son un porcentaje ínfimo. Lo mismo ocurre con los altos cargos del Estado o de las empresas: de cuando en cuando el hijo de un trabajador asalariado, de un campesino, o de un taxista, logra mediante sus capacidades intelectuales y un gran esfuerzo encumbrarse y llegar a ser ministro, viceministro, jefe del Departamento Nacional de Planeación, Ministro de Hacienda, director de Fedesarrollo o gerente de una gran empresa capitalista. Pero son unos pocos.
Sin embargo, este proceso cumple un papel muy importante para la defensa y legitimación de la sociedad capitalista, muy parecido al de la lotería. Estimula la ilusión de que es posible progresar individualmente dentro del capitalismo, canaliza las energías y pensamientos de millones de personas hacia el objetivo de dejar de ser trabajador para convertirse en capitalista. Y aleja a las trabajadoras y trabajadores de ideas peligrosas como pensar en una sociedad sin capitalistas.
Esta es, en mi opinión, la razón por la cual un capitalista como Mauricio Botero destaca estos ejemplos en los cuales alguna persona se gana la lotería. Es peligroso que la gente piense y entienda por qué el sistema no permite que todos se ganen la lotería.
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[1] https://www.elespectador.com/opinion/columnistas/mauricio-botero-caicedo/un-racimo-de-compatriotas-ejemplares/. “El tercer compatriota al que me le quito el sombrero es César Valencia, fundador de Sr. Buñuelo, una empresa que en solo tres años de existencia espera cerrar el año vendiendo dos millones de buñuelos y facturando en ventas $40.000 millones. Según Valencia, “Sr. Buñuelo empezó con un crédito de $40 millones, como la única bala que tenía. Nos retó a buscar el modelo de negocios desde un punto de vista integral. La empresa es una prueba de que las cosas se pueden lograr, es cuestión de planearlas y probarlas de la mejor manera posible. Es mi consejo”. El aplauso no es solo para el emprendedor y sus colaboradores, sino para la entidad que le prestó esos $40 millones. Con los $1,2 billones que el Gobierno piensa pagarles cada año a 100.000 jóvenes por no delinquir, se podrían financiar anualmente 3.000 emprendedores que generen empleos como César Valencia. ¿Qué le conviene más al país?”
Alberto Maldonado Copello
Foto tomada de: Semana.com
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