Ahora bien, de lo que no cabe duda es de que los políticos dependen, en parte, del electorado —nosotros— para llegar al poder. Por ello, deberíamos exigirles que propusieran un programa que reconsiderase la situación, respetase el medio ambiente y combatiese de forma decidida la catástrofe climática.
Sin embargo y a pesar de votar en ocasiones a individuos como Trump, Bolsonaro o Erdogan, eso no significa que siempre tenga que ser así. Si bien la tentación de «someterse» al «hombre fuerte» —arquetipo alimentado por la extrema derecha— es considerable entre algunos votantes, ya que creen que el regreso al orden anterior es posible. No obstante, hay que oponerse a cualquier sentimiento hostil o violento de trasfondo fascista propio de ese sector ideológico —puesto que aniquilaría cualquier esfuerzo por salvar la Tierra— mediante el agrupamiento, la solidaridad y la colaboración, que también pueden desarrollarse entre los seres humanos en situaciones estresantes o extremas.
Con todo, las reivindicaciones a los políticos no deberían ser óbice para que asumiésemos nuestras propias responsabilidades. Ciertamente, tenemos mucho que hacer para conseguir influir en el indispensable cambio que se avecina y salvar a la especie humana, pero, al menos, resulta una actividad más vigorizante y reparadora que esperar de forma pasiva a que los gobernantes se pongan manos a la obra. Incluso podríamos adelantarnos a ellos.
En primer lugar, deberíamos detener una ganadería y agricultura intensivas que han alcanzado proporciones desmesuradas y destructivas. Una forma rápida y eficaz de conseguirlo sería reduciendo nuestro consumo de carne, evitando la charcutería —que, por cierto, contienen muchos elementos cancerígenos— y rechazando los biocarburantes. Si nos privásemos de carne, conseguiríamos un resultado de «efecto dominó», pues caería todo el sistema agroalimentario mundial y reduciríamos de modo decisivo la huella de los gases de efecto invernadero, el agotamiento y contaminación del agua, la deforestación y la erosión de los suelos. Asimismo, evitaríamos apurar el fósforo, acabaríamos con las lluvias ácidas y regeneraríamos los suelos dañados para que las poblaciones pudiesen cultivar lo que necesitasen para alimentarse o reforestar.
Por tanto, es muy conveniente reflexionar acerca de las gravísimas consecuencias que tiene para la salud el disparatado consumo de carne, embutidos, lácteos y quesos. No obstante, la reducción cárnica no debería implicar su sustitución por un consumo excesivo de pescado. Por cierto, habría que dar a conocer dicha acción a través de internet para convencer a los demás.
En cuanto a la deforestación, bastante podríamos hacer boicoteando las maderas tropicales y el aceite de palma, consumiendo productos propios de la agricultura y ganadería biológicas para destruir los sistemas agroalimentarios intensivos que, además, nos atiborran de pesticidas, y disminuyendo nuestro consumo de azúcar, chocolate —si no es bío o poco azucarado—, soja y tofu.
Por lo que respecta al agua, también cabría reducir su consumo reparando las fugas de grifos e inodoros, duchándonos en vez de bañarnos, bebiendo agua del grifo, adoptando sistemas de riego modernos, evitando productos elaborados por grandes firmas depredadoras como Coca-Cola o Nestlé que desperdician mucha agua, presionando al lobby de la industria textil para que no consumiese tanta y utilizase la no potable, eligiendo fibras naturales y lavando la ropa sintética en bolsas que eliminasen contaminantes.
En lo tocante a los plásticos, deberíamos actuar con la misma fortaleza haciéndolos desaparecer de nuestra vida cotidiana.
En el caso de frío o calor, equipándonos con calderas de baja emisión de gases de efecto invernadero, bajando el termómetro por las noches, restringiendo frigoríficos y eliminando aires acondicionados.
Respecto de los medios de transporte, sustituyendo el avión por el tren y el vehículo privado por el transporte público.
Finalmente, reduciendo el uso de pantallas planas, ordenadores, «tablets» y móviles.
Finalmente, una vez tengamos claro lo que podemos hacer, volvamos a los gobernantes.
¿Cuál creemos que sería la actitud de los más influyentes; es decir, la de los países ricos o muy contaminantes? ¿Firmarían acuerdos que no cumplirían y nos prometerían acciones que no llevarían a cabo? Y, si no hiciesen nada, ¿asumirían las consecuencias del cambio climático, la «volatilización» del agua, el advenimiento de terribles hambrunas y la desaparición de la mitad, las tres cuartas partes o la totalidad de los seres humanos y una parte sustancial de los restantes seres vivos? ¿De verdad creemos que tomarían conciencia de la inmensidad del peligro? o, en el caso de que la tomasen, ¿cuándo lo harían? ¿cuántos años más dejarían que el mundo siguiese precipitándose hacia su destrucción? Finalmente, ¿a qué están esperando para llevar a cabo las acciones urgentes y necesarias?
Si nuestra respuesta interior es de una total desconfianza hacia los políticos, no nos queda más opción que negarnos a seguir esperando. Nuestros antepasados contaron con medios poderosos —revoluciones, resistencia pasiva…— para mejorar sus condiciones de vida y las de sus descendientes; no los defraudemos. Gracias a ellos, contamos además con papeletas de voto; utilicémoslas de forma inteligente. Tenemos también noticia de que hay gente en todo el mundo que ha empezado a alzarse, a oponerse, a exigir… La masa humana puede aumentar rápidamente; unámonos a ella.
Para nosotros ha terminado definitivamente la «edad de la inocencia» y, cuando las primeras hambrunas y sequías, seguidas de migraciones humanas y animales, sean una realidad, tendremos que acabar con los líderes indiferentes. Solo así podremos sanear y diseñar un mundo nuevo para conseguir una vida sostenible. Para ello, tendremos que remangarnos y ponernos manos a la obra, actuar, permanecer alerta y elegir mediante nuestros votos a buenos líderes. Llevemos a cabo la Tercera Revolución.
Pepa Úbeda
Deja un comentario