Un proyecto que comenzó a trastornar en serio la estabilidad política global y amenaza atropellar la soberanía de algunas naciones según lo requiera la urgencia de expansión territorial y supremacía económica de los EEUU, tumbando gobernantes si es preciso. Por lo hecho y lo enunciado en estos días, Trump anda creando camorra en dos frentes a la vez. En uno empuja a los vecinos para apoderarse de sus territorios – el canal de Panamá, Groenlandia, Canadá, por ahora –; casca a los aliados con aranceles vengativos y abre guerras de mercado con los de más allá del barrio. Y en otro enfrenta a todos declarando su nuevo amor por Rusia, haciendo saber que nadie se atreva con ella si no quieren que les meta la mano.
Lo hace en mitad de la calle, sin esconderse detrás de las patrañas de la CIA o de las celadas diplomáticas como hicieron todos sus antecesores en la Casa Blanca en el nombre sagrado de la democracia, cuando necesitaron quitar del camino al suramericano, al musulmán, al asiático, al balcánico o al africano. Porque los liberales de hoy convertidos a la fe neoliberal, igual que los católicos de la edad media, andan acristianando en la libertad individual y de mercado por todo el orbe, y haciendo la guerra a los autoritarios, los nuevos infieles.
A pesar de que los anuncios expansionistas de Trump asustan a los países implicados porque van en serio, lo que realmente ha desatado el pánico en las élites políticas de Europa y buena parte del resto del mundo, es la inesperada amistad con Rusia porque cambia las reglas del juego, al abolir la versión oficial de que Rusia es la enemiga de Occidente, y conseguir con ello el cambio de paradigma de sus compatriotas y sus aliados. Proponérselo es la audacia ideológica más notable de los últimos 80 años, e imponer ese nuevo enfoque en la política será una hazaña memorable; una revolución ideológica semejante a la Glásnost y la Perestroika rusas de Gorbachov, pero con sentido inverso.
Por lo pronto el gobierno estadounidense muestra haber asimilado el cambio de pensamiento, y fuerza a sus aliados a entrar de prisa en la nueva trinchera ideológica. Lo expuso el vicepresidente Vance sin anestesia en la Conferencia de Seguridad de Múnich; lo soltó sin vaselina Trump a Zelensky en el “encuentro” que sostuvieron en la oficina oval el 28 de febrero; y lo reiteró a su nación este 4 de marzo en el mensaje anual en el Congreso. Damas y caballeros – ha dicho el hombre en varios tonos –, para que Estados Unidos de América no decline, es indispensable que tratemos a Rusia como una aliada, dejar atrás la narrativa de que amenaza nuestra civilización.
Unos no pueden entenderlo, otros desean que no estuviese ocurriendo, como los viejos socios europeos en la OTAN, y personajes como Volodímir Zelensky.
El drama que viven los actuales jefes de la OTAN es haber perdido el “feeling” con su socio norteamericano, sentirse caducados ante un enemigo que su aliado abraza sin darles aviso. El de Zelensky es haber sido derrotado políticamente por el amigo incondicional de ayer, antes de que su ejército lo haya sido en los campos.
Europa no se tomó en serio el cambio de bando que anticipó el candidato republicano, y cometieron el error de jugarse enteros por la candidata Harris en público. Vance le reprochó a Zelensky en la acalorada discusión en la sala oval, que se haya presentado en Pensilvania en plena campaña presidencial al lado de la candidata demócrata.
El ucraniano de verde olivo no esperaba ese recto a la mandíbula. Los demás golpes le llovieron por su incomprensión insuperable de la coyuntura política creada por su anfitrión sentado en la silla vecina respecto al nuevo trato que debe darse a Rusia. Zelensky cometió la imprudencia de “litigar” contra Rusia delante de la prensa convocada para la firma de un contrato y trabarse en una discusión con el provocador Vance, hasta que el irritado Trump le recordó que estaba del lado equivocado haciendo una firme y elocuente defensa de Rusia y de Putin, como no se ha escuchado nunca en boca de un presidente norteamericano. Y luego lo acusó de estar jugando a la tercera guerra mundial, y no desear honradamente la paz. La imagen es la de un hombre invitado para ser humillado en sala ajena, aunque la realidad es otra.
El video completo permite ver que la confrontación comenzó por los comentarios del ucraniano contra Rusia trascurridos 40 minutos de una rueda de prensa amistosa, que terminó abruptamente y sin la firma del contrato que Zelensky fue a firmar. Hay quien cree que Zelensky se comportó con enorme dignidad al no firmar el contrato que cedía a USA la explotación de las minas de su país en pago forzado por los servicios de guerra prestados en tres años. Quizás no tuvo a la vista todos los hechos.
Los hechos que se precipitaron con la reunión celebrada el domingo 3 de marzo en Londres entre los líderes principales de la UE y Zelensky, lo desencantaron. En lugar del espaldarazo a su enfrentamiento con Trump, Starmer y Rutte le aconsejaron encontrar el camino de la reconciliación. Creyendo que la UE y la OTAN se arriesgarían por conseguirle un lugar en la mesa de negociaciones de paz, y las garantías militares que Trump se niega a brindarle contra Rusia, tardó declarando no sentirse obligado a disculparse con Trump, y que Ucrania no entregaría las tierras raras y las minas de metales como se le exige.
Cuando Trump suspendió toda ayuda militar a Ucrania, Zelensky recibió el golpe que lo arrodilló en la lona. Y en el discurso del día siguiente ante el Congreso, el triunfante Trump leyó la carta en que se humilló pidiendo perdón y ofrece entregar las riquezas de su nación por casi nada. Cedió por el temor de quedar a merced del ejército de la federación rusa, una vez que fracasaron los intentos de Francia y el Reino Unido de causar la confrontación directa de la OTAN y los Estados Unidos en el conflicto.
El hombre que pasó de la escena burlesca a la tragedia de la guerra, careció de lucidez para reconciliarse oportunamente con Trump, es el mismo que no tuvo el coraje para rechazar la oferta envenenada del Reino Unido y los Estados Unidos de rechazar la paz a cambio de la promesa gloriosa de derrotar militarmente a Rusia, perdiendo la oportunidad de firmar una paz honorable en Estambul, y preserva la integridad territorial y las vidas de centenares de miles de sus compatriotas.
Ahora es un hombre patético que canta la balada triste de su resignación, pidiendo con desesperanza un lugar visible en la negociación que se avecina sobre el destino de su tierra, cuando ya nadie se lo toma en serio, y comienzan a buscar su reemplazo como el déspota en Washington lo quiere. Ha dejado de ser en el extranjero el patriota más valeroso de Ucrania, convertido en un estorbo para los planes de los grandes poderes. Canta con tristeza ante la terrible verdad de que su destino y el de su nación están en esas manos. Como siempre estuvieron y su ceguera le impidió verlo.
Álvaro Hernández V
Foto tomada de: France 24
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