En mis años escolares fui descubriendo la nación y el amor cuando me enfrenté a “La Vorágine” de Rivera y a “María” (1867) de Jorge Isaacs; quien me mostró el Valle por primera vez. Solo con los años conocería su obra de tinte antropológico titulada “Las Tribus Indígenas del Magdalena” (1884) y parte de su trasegar político y guerrero, consignado en su libro “La Revolución Radical en Antioquia” (1880). Es decir, Isaacs antes del romanticismo y el criollismo estuvo por la senda de la antropología y la historia política. Aquí es bueno distinguir, que en contravía de muchas novelas y cuentos donde se relata la emigración del campo a la ciudad y su impronta familiar, amorosa y social; en María y La Vorágine, es distinto: en la una es el ilustrado quien se va al extranjero a acabar de cultivarse y en la otra es el poeta y el intelectual, quien se va para la selva. Dos vías de la modernidad, pero atrapadas en el romanticismo y lo bucólico.
De Eduardo Caballero Calderón, también conocido como el columnista Swann, supe de la violencia bipartidista y el campesinado desheredado, por la lectura de “El Cristo de Espaldas” (1950) y “Siervo sin Tierra” (1954). Más adelante conocería sus memorias como alcalde, sus reflexiones ensayísticas sobre Colombia, Latinoamérica y España y su prolífica pluma como articulista de la coyuntura nacional; heredara con creces por su hijo Antonio Caballero. Otro ilustre del altiplano cundiboyacense es el prolífico escritor Fernando Soto Aparicio; quien realiza una denuncia bien novelada de los estragos de una multinacional minera sobre el paisaje y sus obreros; que del campo ingresan al naciente proletariado y, cuyas historias e imágenes conmovedoras pasaron a la historia en su obra “La Rebelión de las Ratas” (1962).
La obra maestra de nuestro Nobel Gabo, “Cien Años de Soledad” (1967), entre muchas facetas e historias paralelas del pueblo y sus personajes, a la sazón constructores de provincia y nación, nos recrea la Guerra de los Mil Días (1989 a 1902), la violencia bipartidista que se prolongó por medio siglo en el país; la famosa Masacre de las Bananeras (1928), los estragos de La Hegemonía Conservadora (1900 a 1930) y las denuncias de la explotación y la violencia de la compañía estadunidense United Fruit Company; cuando también tuvimos características de las llamadas Repúblicas Bananeras; lo que una parte del país, aún lo es.
Continuando con esta relación entre literatura e historia nacional y la recreación novelada de los hechos y procesos más importantes en el discurrir de nuestro país, cabe traer a colación la novela urbana por excelencia, referida sobre todo al centro de Bogotá y sus alrededores; como lo es la obra “Sin Remedio” (1984) del ácido e ilustrado columnista y ensayista de arte y tauromaquia Antonio Caballero Holguín. Allí hay un poeta que intenta crear algo bueno, pero se va deslizando por la capital, el desasosiego y la observación de este mundillo urbano cosmopolita y caótico. Pero también, en la llamada literatura urbana, es necesario incluir al abogado, ensayista, cuentista y novelista Rafael Antonio Moreno Durán, con su famosa trilogía “Femina Suite”, compuesta por las novelas “Juego de Damas” (1977), “Toque de Diana” (1981) y “Finale Capriccioso con Madonna” (1983). A pesar de que él aborrece las clasificaciones de novela urbana, históricas y de violencia, su trilogía es contemporánea a esos espacios y fenómenos y, lo hace desde las subjetividades, las mujeres, las noticias y referencias a la política, las drogas y la bohemia bogotana de los sesenta y setenta; es decir, es el país relatado con novísima metodología y estilo, muy diferente a los novelistas tradicionales.
El fenómeno de la bonanza marimbera es el marco social, histórico y económico de la obra del periodista y escritor Juan Gosain “La Mala Hierba” (1981). Como muchos otros productos en el país, han marcado la historia y el perfil de la sociedad en ciertas épocas, con su afectación en costumbres, gustos y efectos nefastos. La repercusión social, ética, moral, política y económica del narcotráfico y sus estragos en todas las capas de la nación, está retratada en forma directa en obras como “No Nacimos Pa semilla” (2001) de Alonso Salazar, “La Virgen de los Sicarios” (2000) de Fernando Vallejo y “La Parábola de Pablo” (2001) también del escritor y político Alonso Salazar, en medio de un género que algunos califican como “la sicaresca paisa”; claro está, parodiando “la picaresca española”. No solo esta descrita Medellín como la meca de la droga en Colombia, por allí hay algún romanticismo, homosexualismo, mucha violencia, la degradación de las costumbres en una sociedad católica, conservadora y tradicionalista y, la tragedia de una generación perdida de jóvenes que se refugian en el rock y la droga; se ve lo internacional y lo local, empezando por las barriadas pobres de la capital antioqueña y las mansiones de los capos como Pablo Escobar. Es decir, en esta literatura existe mucha historia, en contexto sociológico y caracterizando el perfil antropológico urbano de las nuevas generaciones en su momento.
Por la brevedad de un simple artículo, no nos hemos referido a toda la literatura antioqueña y del Gran Caldas, que tiene como telón de fondo los pobladores, los cosecheros de maíz y café principalmente y, entre ellos los clasificados como “Clásicos Maiceros” y, posteriormente los autores de la gesta de la Colonización Antioqueña y la Violencia Bipartidista. Igualmente, el asesinato del caudillo Liberal Jorge Eliecer Gaitán ha sido objeto de varias novelas o con referencia a los sucesos del 9 de abril de 1948. La última de esta serie es la obra “La Forma de las Ruinas” (2015) del escritor contemporáneo Juan Gabriel Vásquez; que, sin ser su objeto central, ese es su trasfondo histórico. Igual ha sucedido con el tema guerrillero y particularmente con el líder Manuel Marulanda Vélez, para lo cual es necesario destacar “Las Muertes de Tiro Fijo” (1980) de Arturo Alape. Pero mucho antes el grupo de teatro La Candelaria dirigido por Santiago García nos recordó las guerrillas de los Llanos Orientales en la dramaturgia de “Guadalupe Años Cincuenta” (1975) y su fracasado proceso de paz. Y en dramaturgia histórica no se nos puede olvidar “I Took Panamá” (1974) de Luis Alberto García, Jorge Eli Triana y el Teatro Popular de Bogotá; para hacer historia, así sea en forma de tragicomedia, de los hechos relacionados con la pérdida del Canal de Panamá.
Para cerrar estos brochazos de la relación entre la literatura y la historia nacional, el General Bolívar tiene un pedestal no solo en la bibliografía nacional e internacional, sino en la narrativa; principalmente en dos novelas “La Ceniza del Libertador” (1987) del caleño Fernando Cruz Kronfly, que es magnífica y muy poética y, subvalorada al lado de la novela histórica de Gabo “El General en su Laberinto” (1989). En ambas está el destierro, la politiquería, la envidia, la ingratitud, el Rio Magdalena, la fiebre y la pesadilla y la muerte solitaria frente al Océano Atlántico, de un hombre caribe que lo dio todo por la libertad de sus pueblos. Pero existe un cuento clásico de la autoría del novelista y poeta Álvaro Mutis titulado “El Último Rostro”; precisamente el que inspiró a García Márquez, desarrollando así la idea del demiurgo de El Gaviero; que es la mirada del coronel polaco Miecislaw Napierski, frente al Libertador y, ante el cual expresa: “El último rostro es con el que te recibe la muerte”.
Como lo hemos visto someramente desde algunas referencias literarias, la historia de Colombia y la construcción de su nacionalidad han estado siempre marcadas por un “remolino impetuoso”, por “una pasión desenfrenada”, por “una mezcla de sentimientos muy intensos”; que van desde el amor hasta la violencia; para decir así, que nuestra sociedad y su devenir en el tiempo han sido una “aglomeración confusa de sucesos, de mente o cosas en movimiento”. Y con esto, no hago más que utilizar los diversos significados y sinónimos de la palabra VORÁGINE, a partir de su origen latino como VORARE; que es devorar o tragar. José Eustasio Rivera, pionero en Colombia, narra el tratamiento de esta temática: la película del sueño nacional, debatido entre la pasión por la tierra, el poder, sus hombres y mujeres y el arrebato violento de nuestro rostro sociológico, curtido en varias etapas y generaciones.
De Bogotá a la selva y de ella al extranjero, es la síntesis del trasegar de Rivera por el territorio colombiano, que observó minuciosamente para novelarlo en La Vorágine y para poetizarlo en “Tierra de Promisión” (1921), con 55 sonetos de corte modernista. Pues como ya lo apuntamos él estuvo entre el romanticismo y el naturalismo de aquella novela y el modernismo de su lírica. En “la gran novela de la selva latinoamericana”, Arturo Cova y Alicia, nos dan a conocer la Amazonía; cuya mirada tiene vigencia hoy ante la destrucción y la preocupación mundial. Hay toda una denuncia de la bárbara esclavitud de los trabajadores que extraen el caucho, tan necesario para la naciente industria moderna en los EE. UU y Europa, por parte de la empresa peruana conocida como “La Casa Arana”. Es decir, su contexto es el nacimiento del capitalismo transnacional; que, al decir de Marx, “nació chorreando sangre por los poros”. El sino trágico nacional, ha pasado del caucho al banano, a la marihuana, a la coca y a la heroína. Pero también han sido objeto de este embrujo el oro, las esmeraldas, el carbón y el petróleo. Y con estos productos han llegado esclavistas, multinacionales, narcotraficantes, guerrilleros, paramilitares, sicarios, drogadictos y políticos al poder.
Pero también están Griselda, Fidel Franco, Don Rafo, Correa, Cayeno, Báquiro, Ramiro, Funes, Zoraida y el Pipa y muchos aborígenes guahibos y maipireños. Hay un recorrido por el Amazonas, el Putumayo, el Vaupés y el Casanare. Por eso, en mis correrías por el Putumayo, el Caquetá, el Meta, el Guaviare y el Casanare, siempre llevé en la mente la saga de Cova y Alicia. Al igual que llevaba en el corazón un amor de la adolescencia y la juventud. Por eso todos somos de alguna manera Cova, Alicia, la vorágine, el caos, la pasión y la patria maltratada. Entre ríos y montañas, entre árboles gigantes, peces, cocodrilos, fieras y menjurjes, también hay mucho amor, pasión, celos, triángulos amorosos, traiciones, asesinatos, caos y azar.
Se presenta un contrapunto entre la Colombia centralista y lo que se denominó “territorios nacionales y baldíos” y lo que hoy califican de “Colombia profunda”; pero que son eufemismos oficiales y políticos para no nombrar nuestra riqueza territorial, tradicionalmente olvidada por el Estado y los gobiernos de turno e invadida y aprovechada por las diversas ilegalidades que han devastado el territorio y han esclavizado a negros, indígenas y campesinos. Pero también han existido aventureros desde la Conquista y la Colonia, viajeros extranjeros a la sazón observadores acuciosos del paisaje y su gente que nos han legado sus diarios y sus memorias; investigadores como Humboldt, Caldas, Mutis, Ancizar y Codazzi y todos los jóvenes que acompañaron la Expedición Botánica y la Comisión Corográfica; con cuyos aportes hemos conocido más la patria y hemos construido nación; desde sus confines hasta la capital.
No caemos en lugares comunes, si volvemos a recordar las primeras frases de tres obras clásicas que nos han influido y ya están en la memoria de los iberoamericanos: “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…”. A menudo no tenemos memoria histórica, pero, gracias al supuesto olvido, la literatura escribe la historia de las batallas, caballeros y amores de todos los tiempos; como bellamente nos contó Don Quijote, en la pluma del insigne Miguel de Cervantes Saavedra. Y el gran Gabo vuelve con la memoria y el recuerdo: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. Y aquí estamos también nosotros parados reconstruyendo la violencia que históricamente ha marcado el país. Pero también están la inocencia y la curiosidad; características sublimes de la niñez y de todo el inicio del conocimiento, ya sea histórico o científico.
Ahora sí es el turno de los Cien Años de La Vorágine: “Antes que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar, y me lo ganó la violencia”. Esta frase es tan colombiana como universal. O acaso el amor y la guerra no están en la trama de la Odisea de Ulises, la Canción de Rolando, el Cantar del Mio Cid o el mismo Antiguo Testamento; con sus mujeres, sus dioses, sus luchas, su esclavitud y la promesa de una Tierra Prometida?. Por eso la obra de Rivera es clásica y universal; pues toca los temas fundamentales de la condición humana en su devenir histórico y la construcción de una nación. Que nos sirva esta celebración de su centuria para clamar contra toda esclavitud y barbarie y en favor de la pasión y el amor por la naturaleza y todo el género humano.
Por encima de la violencia, el caos y la trágica historia, por el momento no me queda más que reivindicar el espíritu y el romanticismo, al observar el cosmos, dejándome llevar por el corazón, la mano y la pluma del gran José Eustasio Rivera, quien en su poema “Sintiendo”, me anima profundamente a seguir por el camino de la vida:
Sintiendo que en mi
Espíritu doliente
La ternura romántica germina,
Voy a besar la estrella
Vespertina
Sobre el agua ilusoria de la
Fuente.
Francisco A. Cifuentes S.
Foto tomada de: Loqueleo
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