La agricultura productivista, a consecuencia de la irrigación, es la máxima consumidora de agua dulce del planeta, seguida de la ganadería intensiva. Para que nos hagamos una idea de la «ración de culpabilidad» que nos corresponde a los occidentales, es conveniente que los lectores sepan que consumimos 4.000 litros de agua al día, frente a los 1.000 litros de un indio o un chino. Ante tamaño despropósito, también nos conviene saber que, si desarrollásemos una agricultura biológica a escala mundial, se podría alimentar al conjunto de la población presente y futura sin que los campesinos tuviesen que desplazarse de forma masiva a las ciudades en busca de trabajo, ya que lo conservarían en sus lugares de origen. Asimismo, se administrarían mejor los recursos acuíferos.
Si no cambiamos nuestra actitud, en 2025 la población estará ya en ocho mil millones y el agua potable disponible por habitante y año se reducirá un tercio. Si le unimos el uso desaforado de agua por parte de la ganadería intensiva y la agricultura que de ella depende, entre la mitad y dos terceras partes de la humanidad entrarán en «estrés hídrico», lo que significa una carencia casi absoluta de agua dentro de cuatro años. Ante una escasez real de agua potable, solo el descenso radical de agua destinada a los cultivos y el ganado intensivos nos puede salvar. Aunque la mejor decisión sería erradicar por completo ese modelo ganadero y agrario.
¿De qué formas podríamos conseguir salvaguardar las reservas de agua potable? En primer lugar, ahorrando mediante una buena administración del consumo; en segundo lugar, protegiendo los ecosistemas de cualquier desequilibrio; en tercer lugar, prohibiéndonos a nosotros mismos el consumo de carne industrial y cultivos convencionales».
Igualmente, además del desorbitado consumo de agua por culpa de la agricultura actual, una gran parte de esta se pierde por fugas y evaporación en el riego. Solo ahorrando un 13% en ese terreno, se economizaría el equivalente al consumo mundial de las familias.
El método más eficaz por el momento consiste en utilizar técnicas de riego propias de la agricultura ecológica, como son el riego por goteo o mediante canales subterráneos. Debemos, pues, generalizar rápidamente dichos métodos.
En cuanto a la industria, sus responsables deberían desarrollar tecnologías más sobrias utilizando agua de menor calidad cuando no requieran de agua potable.
En el ámbito del consumo doméstico (un 10% del gasto global), el ahorro de agua implicaría que cada usuario, bien individualmente, bien formando parte de su comunidad, solucionase los problemas que implicasen las pérdidas de agua potable. Tampoco es de despreciar el reciclaje del agua, que puede servir para distintos usos, además de emplearse al final del ciclo de reutilización en agua de riego.
También es fundamental que todos los sectores preserven los medios acuáticos. En el medio rural, los cultivos deben tener una cobertura que evite el secado de los suelos y frene la escorrentía y su erosión. Asimismo, se protegen de la contaminación difusa los cursos de agua mediante su forestación o reforestación. Sin olvidar la preservación de las zonas húmedas, cuya superficie no ha dejado de disminuir por culpa del drenaje y cultivo de tierras. En ese sentido, desempeñan un papel esencial en el almacenaje de las aguas durante las crecidas.
Por lo que respecta a las grandes infraestructuras hidráulicas, sus efectos pueden ser catastróficos en ocasiones, además de emitir metano procedente de la descomposición de los residuos vegetales en las aguas estancadas.
Si nos centramos en las medidas correctoras, los países industrializados toman algunas, como el mantenimiento de un flujo mínimo de agua. También cabría potenciar pequeñas presas frente a las inmensas para almacenar agua, porque hay ocasiones en que son suficientes; o almacenar agua en las cavidades naturales, método muy eficaz; o desalinizar el agua de mar para potabilizarla; o utilizar el principio de la ósmosis inversa, que purifica el agua mediante un filtrado muy fino. Este último se ha impuesto rápidamente gracias a su menor consumo energético. Si bien, es mejor método no contaminar que tratar de reparar sus consecuencias.
Quienes se decanten por una agricultura «razonable», las «buenas prácticas» consistirían en aportar las cantidades exactas de productos necesarios en cuanto a agua, abonos y pesticidas para las plantas. De hecho, los partidarios de la agricultura biológica consideran que este criterio está basado en los principios de toda la vida; por tanto, la mejor opción es revisar por completo los modos de producción.
Las reservas mundiales de agua de las capas subterráneas representan el 97% de toda el agua potable disponible y debe ser protegida de forma insoslayable. En ese sentido, algunos expertos propugnan la creación de parques naturales hidrogeológicos —vastos espacios de tierras no cultivadas pero cuidadas— cuya función esencial sería preservar las capas de agua de calidad irreprochable.
No obstante, para economizar agua de forma global, debemos cambiar —en los países occidentales, sobre todo— nuestra mentalidad de forma radical y responsabilizarnos uno a uno. Para reducir el consumo del agua entre un 20% y un 30%, hay que comprar electrodomésticos de bajo consumo, no encender ni lavadora ni lavavajillas medio vacías, no dejar el grifo abierto mientras nos cepillamos los dientes, no lavar en exceso el coche, regar al anochecer…
Por cierto, son astronómicas las cantidades de agua que consumen Nestlé y Coca-Cola, sobre todo la segunda. En países como México e India, por ejemplo, los pequeños agricultores que tenían los campos cerca de dichas fábricas, se han quedado literalmente sin agua, incluso en sus grifos. Coca-Cola consume 350.000 millones de litros de agua al año, lo que supone un gasto de 2 billones 100.000 millones de litros de agua potable. Deberíamos plantearnos dejar de beberla mientras sus directivos no cambien su política acuífera.
En cuanto al plástico de los envases para bebidas, contaminan suelos y océanos de forma significativa, por lo que deberíamos plantearnos beber agua del grifo.
Tampoco se salva nuestra ropa, otro gran contaminante. En efecto, la industria textil explota los recursos del planeta y emite 1.200 millones de toneladas de gases de efecto invernadero al año. Además, el 20% de la contaminación del agua se debe al tinte y al tratamiento de nuestros productos textiles. Realmente, compramos demasiada ropa —un 60% más que hace 15 años—, solo utilizamos un 30% y la conservamos menos tiempo. Ante un sobreconsumo tan desmesurado, deberíamos limitar nuestro atuendo a 30 piezas como máximo y regalar la que no usemos a asociaciones de ayuda.
Por lo que se refiere a los océanos y mares en relación con el plástico, está presente en el 88% de la superficie de los océanos y ha llegado a formar el «séptimo continente» en el océano Pacífico (una superficie que triplica la de Francia). Contra el plástico, solo reutilizando nuestras propias bolsas, podremos evitarlo. Y mejor si son de algodón. Existen ya empresarios comprometidos que han desarrollado una serie de medidas para recoger los desechos de los océanos o que usan plásticos biodegradables.
La acidificación de los océanos, que es también muy grave, se produce cuando el CO2 atmosférico es absorbido por el agua. Con las emisiones al ritmo actual, el aumento de la acidez será considerable, lo que comportará grandes cambios y una creciente desaparición de la biodiversidad marina, incluidos los corales, sin los cuales, la vida desaparecerá del planeta.
También nos enfrentamos a la desoxigenación de los océanos. El calentamiento de las aguas superficiales las aísla de las frías aguas profundas y disminuye su oxigenación, que se agrava cerca de las costas. En ellas, las aguas contaminadas vierten nutrimentos que multiplican en la superficie el desarrollo de fitoplancton y algas verdes, lo cual agrava la acidez. En dichas «zonas muertas anóxicas» (sin oxígeno), las especies animales mueren asfixiadas.
El calentamiento de los océanos provoca también una migración de numerosas especies de peces y de mamíferos marinos y afecta a su reproducción y distribución.
Por tanto, los compromisos de los gobiernos de disminuir los gases de efecto invernadero son totalmente insuficientes para permanecer por debajo de los 2ºC, por lo que se incrementará de forma peligrosa la acidez.
Sin embargo, no se ve una toma de conciencia clara por parte de los políticos, quienes también se desentienden del grave aumento del nivel del mar. Dicha subida, provocada por el deshielo y la dilatación del agua, alcanzará los 72 centímetros de aquí a 21oo. A medio plazo, es irreversible, porque se crea un fenómeno térmico que mantiene la subida del nivel del mar durante varios cientos de años. Dicho aumento pondría en peligro a todos los habitantes de islas, litorales y grandes ciudades. Asimismo, el deshielo del Ártico y el deshielo completo del Antártico supondrían ¡un aumento del nivel del mar de 60 metros!
Por desgracia, ya están derritiéndose los hielos, tanto en los glaciares y las nieves perpetuas como en el Ártico y el Antártico. También los glaciares de montaña continúan en regresión y podrían desaparecer de aquí a 50 o 100 años, lo cual provocará una inmensa escasez de agua para millones de personas.
Pese a que se han presentado varias propuestas para frenar el proceso, hay industriales que desean que se deshiele el Ártico para llevar a cabo extracciones mineras y petrolíferas. Les tiene sin cuidado la catástrofe que eso significa para la Tierra. En efecto, en 2018 se desprendió un enorme iceberg en el Ártico y la bolsa subió inmediatamente.
Aunque un equipo internacional de investigadores advierte que se nos acaba el tiempo si no salvamos la Antártida en los próximos 8 años y, en consecuencia, el resto del planeta, llevamos cincuenta años diciendo «que actuaremos en los diez años venideros».
Otro problema que plantea el calentamiento es el deshielo del pergelisuelo (o permafrost), auténtica «bomba climática de relojería», porque generaría un imprevisible ascenso de temperaturas, además de contener 1 billón 700.000 millones de toneladas de carbono —el doble de CO2 que contiene la atmósfera— y enormes cantidades de metano.
Los científicos confían en que los «ciclos de retroalimentación negativa» puedan refrenar el calentamiento climático captando una parte de ese carbono. También en ese terreno hay visiones negativas y positivas, así como propuestas serias.
Los cálculos acerca de las consecuencias del deshielo del permafrost siguen siendo muy variables.
El deshielo en el Ártico afectará a la corriente del Golfo y esta a las temperaturas de los hemisferios. En el hemisferio norte —la «deriva noratlántica»—, la cálida corriente del Golfo, es lo que produce el clima templado característico de la parte occidental de Europa del Norte. Pero la corriente del Golfo está empezando a ralentizarse y su circulación podría perder resuello y generar un clima mucho más frío en Europa que no impediría el avance del calentamiento planetario.
Las olas de frío serían más numerosas y la nieve, abundante. Los veranos serían más frescos y húmedos en Europa Occidental, pero seguirían siendo calurosos y tormentosos al otro lado del Atlántico. En cualquier caso, el cambio climático no impediría el aumento de la temperatura en todo el mundo, aun conllevando, en ciertos lugares, inviernos mucho más severos.
Pepa Úbeda
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