La violencia tiene unas profundas raíces históricas en las sistemáticas guerras civiles del siglo XIX, que cerraron con la guerra civil de los “mil días” (1900), aquella que selló con sangre la hegemonía conservadora ultra católica (1886-1930) al precio de la perdida de Panamá, del proyecto radical liberal asociado al federalismo y de la emergencia de un modelo económico moderno ajeno a la fantasía terrateniente de Núñez, Caro y Reyes.
Violencia que reaparece con la virulenta retorica fascista de los Leopardos (Villegas, Arango, Ramírez, Alzate) y del Laureanismo (1930-1950) para transformarse en la cruenta “violencia” de los años 50 con sus 500 mil cadáveres campesinos con hondas heridas que el denominado Frente Nacional no logra curar porque la rabia campesina obró como resistencia prolongada, que la doctrina contrainsurgente, incluido el cruel paramilitarismo (y sus emblemáticos falsos positivos) no pudo sofocar, hasta que los acuerdos del 2016 con las Farc, ponen las primeras cuotas de una paz que aún tiene tareas pendientes fruto del coletazo reaccionario que intento hacer trizas lo avanzado.
Ese el mérito de la “Paz total” enarbolada por el presidente Gustavo Petro. Esa “paz total” no es el fruto de un ejercicio libresco o de un cálculo político mezquino. La “Paz total” brotó de la insurgencia popular expresada en las potentes protestas de abril del 2021, fielmente expresada en la propuesta programática del Pacto Histórico y de su candidato el senador Gustavo Petro.
Es lo que le da certeza
Horacio Duque G.
Foto tomada de: El Heraldo
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