Señala Robinson que la explosión de protesta anti-racista en los Estados Unidos puso a la defensiva a los grupos dominantes, pero el movimiento no profundiza el análisis de las causas subyacentes de racismo y no dirige la protesta directamente contra dichas causas; esto, a juicio de Robinson, llevará a que el movimiento no resista una “contraofensiva desde arriba que buscará desarticularlo mediante una combinación de represión, reformas menores y cooptación”.
Expone también Robinson como “los poderes económicos y políticos que han sostenido tradicionalmente la desigualdad racial ajustan ahora su discurso y declaran su solidaridad con las comunidades agraviadas”. Por tanto, “la lucha anti-racista corre el riesgo de ser vaciada de su potencial transformador”, si no convierte en blanco al capitalismo, como sistema que produjo y reproduce el racismo. Y afirma: “la opresión étnica, racial, sexual y de género no son tangenciales sino constitutivas del capitalismo. No puede haber una emancipación general sin la liberación de estas formas de opresión. Sin embargo, es igualmente cierto que no puede haber liberación de estas formas de opresión sin liberarnos del capitalismo”.
Desafortunadamente, continua Robinson, la perspectiva anti-capitalista “sobresale en estos momentos por su ausencia en las protestas.” Considera que la protesta se enfoca en la brutalidad policíaca pero no explora en la naturaleza de la policía y su papel dentro del sistema, y por tanto no aborda las causas estructurales. Los policías, dice Robinson, no son más que una extensión del Estado capitalista, existen para defender la propiedad privada de los capitalistas y para reforzar su poder sobre los trabajadores. La policía cumple una de las funciones básicas del Estado capitalista: reprimir a los trabajadores. Afirma que son la primera línea visible del Estado capitalista y son quienes “entran en contacto directo con los desposeídos y los marginados y que llevan la responsabilidad de controlarlos”.
De otra parte, aunque es evidente que la policía ha asesinado un número elevado de personas, buena parte de ellos negros, “el peligro más grave a la vida de los negros viene de la violencia económica del capitalismo, el cual resulta en la muerte de centenares de miles de negros (y otras personas) como víctimas del desempleo, riesgos laborales, desnutrición, infravivienda y carencia de vivienda, falta de acceso a la atención médica, exposición a los desechos tóxicos, etc.” Señala que con la pandemia surgieron varias protestas de trabajadores en los Estados Unidos pero que no ha habido conexión con la lucha anti-racista e insiste en que es necesario establecer un vínculo y además identificar las raíces del racismo en la explotación capitalista.
Robinson señala también la desconexión entre las protestas sociales en el mundo y la izquierda anti-capitalista. Plantea que el capitalismo ha venido enfrentando una crisis de sobre acumulación, en la medida en que se acumula capital que no logra encontrar salidas rentables. Las crisis son momentos donde se agudizan las luchas sociales, las cuales alcanzaron una gran magnitud en 2019 en diversos países. Sin embargo, la protesta en las calles no está articulada a una izquierda organizada que podría dotarla de una perspectiva anti-capitalista más coherente. Y en su opinión, la responsabilidad cae principalmente sobre la izquierda socialista: “los fracasos de la izquierda socialista y la traición de los intelectuales, pues ninguna lucha de los oprimidos puede estar sin los intelectuales orgánicos”.
Afirma que la pequeña burguesía intelectual, parte de la cual estuvo vinculada al marxismo, se pasó a las narrativas post-modernas y a las políticas de identidad, pero sobre todo, adoptaron un rechazo visceral de la crítica radical al capitalismo y a una visión socialista. En lo fundamental, la política se orientó hacia la reforma y la inclusión, una perspectiva que puede ser adoptada también por los grupos dominantes como medio para desorganizar la protesta de los trabajadores. Le parece que tumbar estatuas de racistas tiene una gran carga simbólica, pero termina desconectada de cualquier protesta de cambio sustancial y puede ser incluso acogida por parte de los poderes favorables al capitalismo. Mientras tanto, las clases dominantes se preparan para la contra ofensiva, mediante la represión y la cooptación.
Cualquier parecido con la realidad colombiana es pura coincidencia. Las grandes protestas sociales que cogieron fuerza en noviembre de 2019 buscan fundamentalmente reformas en el marco del capitalismo y cambios parciales en asuntos particulares, sin contar con un marco unificador más allá del malestar con el gobierno. No existe, como dice Robinson, una perspectiva anti capitalista que apunte a una solución de fondo a los problemas de los trabajadores y sus diferentes grupos. No cuenta la protesta tampoco con una organización básica, lo cual hace que pueda desaparecer fácilmente ante la contraofensiva de los capitalistas y el Estado. Adicionalmente, parte de la intelectualidad y de los partidos tradicionales se han “identificado” con la protesta -salieron a marchar en las calles destacados funcionarios del gobierno de Juan Manuel Santos- y la alcaldesa Claudia López se auto proclamó lideresa de la protesta social en su discurso de posesión. Tenemos que estar muy mal cuando se destacan en la oposición al gobierno representantes de la política tradicional como Roy Barreras.
Muchos de los cerebros más preparados del país se dedican a diseñar y proponer reformas que permitan que el capitalismo funcione sin sus consecuencias inevitables, es decir, proponen lo imposible. A pesar de la enorme evidencia sobre la resistencia a las reformas (¿cuántas décadas esperando una reforma agraria?) por parte de las clases dominantes y de su capacidad de engaño e incumplimiento (Basta ver el cumplimiento de los compromisos con los paros de campesinos, indígenas, estudiantes, etc., o la implementación del Acuerdo de Paz), muchos intelectuales continúan, probablemente de buena fe, generando ilusiones sin fundamento y prestando un servicio valioso a los dueños del país, al tiempo que muchos de ellos se oponen radicalmente a cualquier perspectiva socialista.
Finalmente, no existe ninguna organización política anti capitalista y específicamente promotora del socialismo con alguna fuerza. Esto cuestiona claramente las políticas y la capacidad de propaganda y coordinación de estas organizaciones, pero podría ser también que no existen condiciones objetivas y subjetivas para promover cambios hacia el socialismo.
El panorama por tanto, es favorable a los capitalistas que no tienen un cuestionamiento serio de su sociedad. Cesar Ruiz Sanjuán sugiere una explicación: “lo que ha mostrado la evolución del capitalismo ha sido más bien que la clase trabajadora puede no tener ningún interés en abolir el sistema capitalista, y que su único interés puede dirigirse simplemente a conseguir una posición mejor dentro de él”[2] (p. 23) ¿Tendrá razón Ruiz Sanjuán?
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[1] https://www.sur.org.co/hacia-donde-va-la-insurreccion-anti-racista-en-eeuu/; Fuente: https://www.alainet.org/es/articulo/207342?utm_source=email&utm_campaign=alai-amlatina
[2] En “La nueva lectura de Marx”, prólogo al libro “Crítica de la Economía Política. Una introducción a El Capital de Marx, Escolar y Mayo Editores, Madrid (2004), 2008.
Alberto Maldonado Copello
Foto tomada de: https://www.dw.com/
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